sábado, 28 de marzo de 2015

RECONSTRUIR EL SUJETO, RECUPERAR EL SENTIDO DE LA VIDA



Habrá quien identifique la finalidad de las revoluciones con un cambio de régimen o de gobierno. A estas alturas de la historia, pienso que la revolución necesaria es integral y no política, es inclusiva y no exclusiva, es un proceso y no un suceso; pienso que tiene por finalidad principal la recuperación del sentido trascendente de la vida, que surge de un impulso que es tan natural como humano, tan individual como comunitario, que no es sino un sentido perfectivo de la evolución, que corresponde a un sujeto consciente y emancipado.
Compartimos una idea muy negativa de la situación, llegamos a ella a partir de la reflexión sobre nuestra personal experiencia de la realidad, completada con el conocimiento histórico que nos ayuda a comprender los capítulos de la evolución humana y las claves históricas que explican la negatividad de la época histórica que vivimos. Si no nos dejamos deslumbrar por la espectacularidad tecnológica que cubre superficialmente nuestras vidas, lo que vemos es el paisaje de una devastación de dimensiones inéditas y apocalípticas, un paisaje que ninguna civilización anterior había visto. Vemos en nosotros mismos y en nuestros congéneres contemporáneos un sujeto privado de las mejores cualidades que permitieron la evolución humana, un sujeto carente de voluntad por la excelencia de sí mismo, desinteresado por la conducta virtuosa que otorga sentido a la vida. Y aún así, reconocemos el rastro de ese impulso vital y positivo en individuos excepcionales y en comunidades resistentes, lo reconocemos a pesar de las condiciones de sumisión en que vive la mayoría de la humanidad, a pesar de la mala educación, el amaestramiento recibido en las escuelas, en el trabajo asalariado, en los medios de comunicación y en las múltiples estructuras e instituciones que fueron desplegadas durante los dos últimos siglos y que conforman el orden imperante al que, por reducción, identificamos como estatal-capitalista. 


Hemos visto que este orden, de teoría liberal y práctica totalitaria, ha desarrollado un inmenso poder de dominación sobre la naturaleza y, por extensión, sobre la mayoría de los seres humanos. Su potencia se sustenta en el monopolio de la violencia legalizada como “razón de estado”, una sinrazón que permite la sistemática expropiación de los bienes comunales, a su vez legalizada como propiedad privada, una concentración parcelaria del planeta que nos es tan común como propio. Este inmenso poder se concentra y transmite en manos de una clase social dirigente/propietaria, que posee el control de las estructuras económicas y políticas que sirven para reproducir y perpetuar “el orden”, contando para ello con la “democrática” complicidad -por activa o por pasiva- de una masa social mayoritariamente sumisa, compuesta de clases medias y trabajadoras adictas al consumo compulsivo de mercancías y servicios, como forma de vida que es denominada “estado de bienestar social”.
                             
En los tiempos actuales estamos viendo, además, cómo surge una variante, denominada Estado Islámico, que lejos de suponer una propuesta emancipatoria y alternativa al orden existente, viene a disputarle su hegemonía mundial y la exclusividad en el control geopolítico de los recursos naturales, especialmente del último petróleo. Una variante de Estado que incluso supera el grado de violencia del modelo original y que al falso “discurso democrático de Occidente” opone el no menos falso "discurso religioso de Oriente”. Sus consecuencias no pueden ser muy diferentes: individuos débiles y sumisos, adictos al Estado en cualquiera de sus formas y, en definitiva, un sujeto humano desprovisto de sus cualidades esenciales, separado de la naturaleza e incapacitado para vivir emancipado y en comunidad.
                                                                                      
Ningún sistema de dominación pudo nunca anular del todo el sentido de comunidad que es propio de la condición humana; y los que lo intentaron se vieron obligados a representarlo en formas de comunidad tribal y/o religiosa (ahora por nacionalismo y mercantilismo). En la actualidad, la cultura dominante proclama  el valor supremo de la libertad individual y presupone cínicamente que toda comunidad constituye una limitación cuando no una renuncia de libertad. Es una proclama tan perversa como falsa, porque contrapone libertad a responsabilidad, porque presupone que compartir responsabilidades con otros hace menos libre al individuo, cuando lo cierto es que éste necesita de los demás para ser libre, que más libertad significa siempre más responsabilidad...excepto si consideramos como modelo de libertad la del tirano, la de quien hace lo que le viene en gana, ajeno a las consecuencias que sus actos tienen para los demás y para sí mismo.
                                                         
Hemos comprendido que el orden social es siempre producto de un doble sistema de relaciones, entre los individuos que forman la sociedad humana y entre ésta y la naturaleza. En los tiempos que corren vemos muy deterioradas e imperfectas las relaciones entre individuos, carentes del sentido de comunidad que operó durante siglos, aún bajo las formas tribales y religiosas ya mencionadas. Perdido el sentido de comunidad, el sujeto humano parece haber perdido el sentido de la vida. Y no menos imperfecta, vemos la relación humana con la Naturaleza cuando seguimos obviando todas las señales que nos anuncian la certeza de un próximo exterminio de los bienes naturales y de la biodiversidad, una alteración irreversible del equilibrio ecológico del que depende la existencia de la vida humana en el único y común planeta que habitamos. Constatamos a diario que la mayoría de los individuos de nuestra especie ha olvidado que es parte de la Naturaleza y que ésta no es una realidad exterior al ser humano; no podemos comprenderla sin ver integrada en ella a la especie del simio inteligente que somos, a la parte que es consciente de sí misma y del conjunto, la parte a la que corresponde la máxima responsabilidad en el cuidado y conservación del orden natural al que se debe la vida humana y la vida toda. 

Del estudio y reflexión sobre la historia humana hemos deducido que fue el sentido de comunidad el que alentó durante siglos el ideal de vida humana, como camino de excelencia (virtud), orientado a la perfección evolutiva. Hemos comprendido que fue este sentido el que siempre resistió frente a las múltiples y negativas formas de orden social que han venido sucediéndose en el transcurso de los siglos mediante el recurso a la violencia. Pensamos, en consecuencia, que el sentido de la vida humana es de perfección y comunidad o no es; pensamos que la calidad de la vida humana depende directamente de las cualidades de los individuos y que éstas determinan el grado de perfección de las relaciones entre los individuos y de éstos con la Naturaleza.
                                                              
Una y otra vez miramos el mundo en que vivimos y éste nos devuelve la imagen negativa de un proceso avanzado y masivo de destrucción, con alarmantes signos de irreversibilidad. Por eso que, plenos de convicción y aún sabiéndonos en minoría absoluta, nos hemos decidido a retomar un camino que es tan viejo como la historia de la humanidad y que tiene por término su propia continuidad. Retomarlo supone una revolución integral, un cambio radical de dirección que nos permita revertir la situación. Por eso que nos sentimos impulsados a pensar, decir y compartir un programa de transición que necesariamente ha de ser revolucionario e integral (personal y social, local y global, ético, ecológico, cultural, económico y político), porque nos sentimos convocados a la revolución por una fuerza mayor que la indignación, por un deber ineludible que proviene de nuestra conciencia de la situación. Cierto es que lo hacemos interesadamente, porque sabemos que sólo el intento ya nos hace más libres, mejores personas, corresponsables y comprometidas...y hasta puede que en el camino recuperemos el sentido de comunidad, el sentido de la vida.

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