Escena de Viridiana, de Buñuel |
La necesidad de construir un movimiento por la revolución integral
es prepolítica e independiente del nuevo ciclo político que se abre
en España a partir de las próximas convocatorias electorales, si
bien dicha necesidad no es ajena a su oportunidad en el actual
contexto histórico.
Este nuevo ciclo tiene su doble punto de arranque en la última de las crisis económicas del capitalismo global -la que se iniciara "oficialmente" en 2008-, como en la crisis social e institucional
que en el estado español se sustancia como crisis de
representación del régimen de la Transición -ya plenamente identificado como corrupto- que
sucediera a la dictadura franquista a partir de 1.978. Todo ello
origina, en mayo del 2011, la contestación del 15M como reacción
social ante dicho cúmulo de crisis que, quizá apresuradamente, hemos
identificado como “crisis sistémica”. El hecho de que quienes
han capitalizado políticamente el 15M se apresten a repararlo y no a
derribarlo, le otorga crédito a esta duda.
Quienes nos hemos desmarcado de esa estrategia reparadora del aparato
estatal-capitalista y hemos empezado a confluir en el propósito y
necesidad de organizarnos en un nuevo movimiento por una “revolución
integral”, consideramos que tal movimiento, de organizarse, sería
continuador del esfuerzo y la tradición libertaria e igualitaria que
desde siempre ha impulsado al individuo y a las sociedades humanas
a sublevarse frente a todos los regímenes que se han sucedido a lo largo de la
historia pretendiendo -y consiguiendo casi siempre- la dominación de
la naturaleza y de la vida humana. No es, pues, nada nuevo. Lo que sí es
nuevo es el regimen al que hoy nos enfrentamos, la forma
contemporánea -neoliberal, biopolítica, universal y totalitaria- que adopta hoy el sistema de dominación. Como radicalmente nuevo es el método
utilizado para lograr su hegemonía: una sistemática anulación de
las cualidades humanas mediante la subversión del principio ético
de libertad y su compensación por una promesa de esclavitud
confortable y una cómoda y sucedánea representación de la
democracia. Un método totalitario que ha logrado alcance y hegemonía
universal, que incluye a toda la humanidad y que afecta
a cada espacio de nuestra vida. Un método así, que ha consiguido la
complicidad de aquellos a los que esclaviza, necesariamente ha de
condicionar, si no los principios, sí la estrategia de la revolución
que ahora es necesaria y, puede, que hasta posible.
La rebelión de individuos y pueblos contra las diferentes formas de
poder que han pretendido su sometimiento, ha tenido un saldo que
ahora nos parece muy exiguo, reducido a efímeras victorias, en
lugares muy concretos y en breves periodos históricos, reducido a
fugaces momentos de libertad en los que ésta era la forma natural
de la convivencia humana. Estamos aprendiendo de los errores y
estamos tomando nota. Aún llegando a reconocernos a nosotros mismos
como esclavos, con conciencia de clase, casi siempre hemos cometido el mismo y grandísimo error,
nos hemos creído los responsables en la defensa universal de los
demás esclavos, nos hemos erigido en sus genuinos representantes.
Este es el síndrome de Viridiana, la enfermedad que nos ha
contagiado el izquierdismo:
“En
“Viridiana”, Buñuel refleja con acritud una disposición
depredatoria: la de la mujer que acoge a pobres y “necesitados”
para ganarse el Cielo de los cristianos, por la vía de la caridad;
creyendo
que sería verdaderamente “desgraciada” si no los encontrara en
las calles, en los parques, en los basureros, si no pudiera acudir a
socorrerlos, es decir a “reclutarlos”. Viridiana está a punto de
morir a manos de sus protegidos: “justicia poética”, cabría
sostener... Blake: “La caridad no existiría si antes no hubiéramos
llevado a alguien a la pobreza”.
El
“síndrome de Viridiana” ha hecho estragos en buena parte de las
prácticas políticas de la izquierda convencional. Burgueses y
pequeño-burgueses bienintencionados quisieron “ayudar” a la
clase trabajadora; quisieron “emanciparla”, “liberarla”,
“redimirla”. No procedían del mundo del trabajo físico, pero se
pusieron al frente, tal una “vanguardia”, iluminando y
encauzando. Hundiéndose en lo que Foucault llamó “la indignidad
de hablar por otro”, prejuzgaron que algo iba mal en la conciencia
de los trabajadores, pues no siempre seguían sus consignas; y que se
requería un trabajo educativo para des-alienarlos, para centrarlos
en el modelo teleológico del Obrero Consciente, del Sujeto
Emancipador, cuando no del Hombre Nuevo. El Cielo que estos
privilegiados
se querían ganar, con su entrega generosa a la causa proletaria, ya
no era, por supuesto, el de los cristianos: era el Cielo de los
revolucionarios”. (Fragmento
del texto de Pedro García Olivo "El sindrome de Viridiana en la politica")
La libertad sigue siendo, hoy como siempre, el objetivo humano por
excelencia. Y si bien es cierto que nos sentimos herederos de una
derrota continuada, también lo somos del poderoso impulso vital de
quienes a lo largo de la historia fueron capaces de resistir e
intentar construirse a sí mismos y a sus comunidades como
individuos y pueblos libres; cierto es que cada cual ha ido
aprendiendo, tanto de la reflexión como de la propia experiencia,
cargando cada cual con el peso de sus propias contradiciones.
Pero
el
caso es que aquí
y hora
nos
encontramos delante de un ciclo histórico que se abre ante nosotros
como una inmensa y compleja malla de contradicciones
e incertidumbres.
Y es, aquí y ahora, donde y cuando sentimos el
llamado de un deber inaplazable, el de
elegir el camino a tomar en la nueva situación sin desviarnos de
nuestro objetivo humano original, primordial y universal, el de
nuestra personal y concreta libertad, la de todos y la de cada cual.
Escapismo
y reformismo se nos presentan hoy
como
las dos únicas opciones posibles. Así
resumo la reflexión al respecto que hace Alex
Knight
y
que yo comparto:
“El
objetivo del
escapismo
es la pureza moral,
huir de la culpa, la satisfacción individual de saber que ya no
formas parte del problema. El
fallo del escapismo es que eludir la responsabilidad del problema
también significa eludir la responsabilidad de la solución. Puede
que encuentres tranquilidad en esa postura moral, pero, con o sin tu
participación, el capitalismo continúa su marcha, destruyendo miles
de millones de vidas.
El objetivo del reformismo
es trabajar “dentro del sistema”, influenciar a la gente
en el poder y, tal vez, con el tiempo, convertirse en uno de ellos.
En teoría, una vez en una posición de poder, podrían ser capaces
de dirigir el barco en una nueva dirección. El fallo del reformismo
es que necesita que abandonemos nuestros ideales para derribar
realmente el sistema o crear un mundo sin capitalismo. No hay nada
malo en mejorar la vida dentro del sistema, pero cuando nos
convertimos en parte del sistema nos traicionamos a nosotros mismos y
ya hemos perdido.
Por sí mismos, ninguno de estos dos polos,
escapismo o reformismo, nos ofrece esperanza alguna de abolir el
capitalismo y salvar nuestro mundo. Sin embargo, ninguna otra manera
de proceder puede existir sin ambos elementos. En vez de escapar de
esta paradoja, si aceptamos lo absurdo de nuestra situación podemos
aprovechar la energía de la contradicción para crear algo nuevo”.
(Fragmento de "La
paradoja del capitalismo y la estrategia revolucionaria magnética".
Texto
completo aquí)
No
podemos ignorarlo. Somos escapistas y reformistas en mayor o menor
grado, no somos ángeles ajenos a la vida de aquellos con quienes
convivimos, que es nuestra propia vida. Lo que sí podemos hacer es
desarrollar la energía “magnética” que surge de esta
contradicción, como dice Alex Knight.
A
partir de las superfluas rebeliones escapistas y reformistas, podemos
proponernos y proponer, a mayores, dos nuevos frentes emergentes, de
rebelión profunda: un frente de lucha individual, interior, por liberar nuestro
pensamiento colonizado, por construirnos aquí y ahora, cada cual,
como el individuo autónomo que queremos ser. Y un frente de lucha
colectiva, por liberarnos de nuestra acostumbrada vida domesticada,
por construir la vida comunitaria que anhelamos, por anticipar la
democracia real que sobrepase y arrase el politicismo y economicismo
que ha anulado nuestra autonomía -libertad- de pueblos e individuos.
Una estrategia que necesariamente ha de incluir muchas renuncias y
esfuerzos durante un largo plazo de tiempo, una estrategia que no
busque atajos facilitadores, con denuncias coherentes a tal finalidad
ética y práctica, con denuncias que concluyan en las consecuentes aboliciones:
las del trabajo, la economía y la democracia de mercado, las de
todas las leyes e instituciones que perpetúan la dominación, la de
toda esa maquinaria estatal-capitalista.
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