Peña Amaya en primer término y la Ulaña al fondo |
He vuelto a las Loras
hace unos días, cuando aún era Mayo y no hacia la calor que se supone, sino un
fresco impropio, que curte el pellejo cuando
te pilla desprevenido y a estas alturas del calendario. Esta vez he vuelto con inmejorable compañía, un nutrido grupo de amigos y amigas, a mayores de mis hijos y mis nietos.
He vuelto por enseñarles este paisaje extremo, que te
sorprende en el camino, cuando sales de la Montaña Palentina camino de Burgos. Las Loras son calizas
y albas, constituyen un paisaje tan armonioso como destartalado, resultado del
levantamiento de los fondos marinos de hace sólo doscientos millones de años,
casi nada, luego plegados y erosionados hasta convertirse en grandes islotes de
pétreas párameras, como a la deriva en medio de ningún sitio, en las inmensas
soledades que median entre Burgos y Aguilar de Campoo, con el tajo del Ebro limitándolas al norte y debastando la roca por las cántabras honduras de Valderredible, el “valle del
río de los iberos”.