1.
Copos de nieve (snowflakes)
Me
gusta decir “el clima cambiático”, por enredar un poco, y otro
poco por llevar la contraria a la turra que nos cae a diario sobre el
cambio climático. Que será verdad, no lo niego, pero que no debería
servir para justificar TODO lo que nos pasa, ni para comerles el
coco a los niños con la bobada esa de que “hay que salvar al
Planeta”, solo para desviar su atención y que sigan creyendo en
los Reyes Magos. Hay más causas y más profundas, además del clima,
para este Desastre Integral al que asistimos, como vacas en la vía,
mirando de lejos a un tren que viene de frente. Ya lo sentimos a escala global, es como un
calorcillo en el cogote, como si fuera el aliento del mismísimo diablo.
Hoy sigue siendo noticia el invierno que no hemos tenido, y también
que a partir de hoy, viernes, puede nevar aquí, en la Montaña
Palentina, un poco más arriba de mi casa, a la altura del paralelo
43, a partir de la cota 1.050. Pensando
en ello, me asalta una cierta nostalgia de la nieve, de aquellos
inviernos cuando salía a dar paseos por el monte con los esquís
puestos ya desde la puerta de casa.
Estaba
empezando a leer un libro muy a propósito (“Cuando los inviernos
eran inviernos. Historia de una estación”), y en las primeras
páginas encuentro una ilustración que llama mi atención, es sobre las múltiples formas de
los copos de nieve; lo busco, para que no
se me olvide, antes de seguir leyendo el libro que tengo entre las
manos.
Lo encuentro, se titula “Snowflakes” (copos de nieve) y
tiene una portada con el título caligrafiado con letra antigua. No
me resisto a saber de qué va y por eso recurro a la traducción
automática de un texto de presentación razonablemente breve.No
lo voy a traducir entero, solo quiero ver
los dibujos y saber
de qué va el libro. Su autor es Israel Perkins Warren, que lo publicó en
Boston, en el año de 1.863.
Comienza
con un breve capítulo sobre
la estructura de la nieve, cuya
pretensión científica se derrite ante los ojos del lector.
“Se ha
prestado mucha atención a las condiciones meteorológicas de la
atmósfera durante la caída de nieve”, informa Warren, su autor;
"sin embargo, no se puede descubrir nada muy definido a este
respecto. Lo mismo se aplica a los argumentos causales sobre la
maravillosa geometría de las lascas: de las causas ocultas que
originan estas bellas producciones no se sabe nada en absoluto...
incluso si se demostraran teorías
(magnéticas o eléctricas), no explicarían nada. No hay
necesidad de mayor comprensión, porque la Primera Causa está muy
clara:
La
nieve se forma en las regiones superiores de nuestra atmósfera. Son
las aguas salvajes y embravecidas del océano, los suaves riachuelos
de las montañas, el hermoso lago y el estanque más vil de la
tierra, todos gravados y obligados a contribuir por orden de su Señor
a este departamento de su tesoro. Envían su tributo en las más
finas partículas de humedad; la contribución constante que llega
desde todas partes del mundo de forma indiscriminada”...¡ahí queda eso!
Ojeo
la versión digital original. El libro incluye obras de
poesía y prosa devocional de numerosos escritores, en torno a
entusiastas teorías sobre las nevadas. Está organizado
temáticamente, en capítulos como “Pureza”, “Gracia”,
“Belleza”, “Debilidad”, etc, Postula, por poner sólo un
ejemplo, que "el agua se congela a lo largo de un ángulo de
sesenta grados o algún múltiplo de él...porque las escamas son
como rebaños: los cristales lanudos, al extenderse cada uno en su
máxima libertad individual, permanecen todavía dentro de una
propiedad y pertenecientes a un solo redil”. No
me digáis que no es una descripción hermosa,
tan
lírica como científica, que
no es
un puro desvarío literario, producto de la droga o propio de la romántica época en que fuera escrito, a finales del siglo XIX, no, téngase
en cuenta que no hace mucho, en 2013, investigadores
japoneses dividieron los copos de nieve en treinta y nueve
categorías, divisibles a su vez en 121 subtipos.
Los copos de nieve,
en efecto, parecen pertenecer a un rebaño.
2.
Cuando los inviernos eran inviernos
Regreso
a “Cuando
los inviernos eran inviernos”, cuyo autor es Bernd Brunner, con
traducción del alemán, que
me parece primorosa,
a cargo de José Aníbal Campos. Y
con una cuidada edición que es marca de la casa (editorial
Acantilado). La propia editorial presenta al autor berlinés, nacido
en 1964, como “ensayista
y autor de libros en los que la historia, la antropología y las
ciencias se combinan para ofrecer abordajes transversales sobre temas
insólitos como los acuarios, los osos, la luna, el árbol de
Navidad, el arte de descansar o la pasión por los pájaros”. Dos
de esos libros son los hasta ahora editados en
castellano por Acantilado,
la editorial catalana, son:
éste
de los inviernos (en 2020) y “La
invención del Norte. Historia de un punto cardinal”, cuya primera
edición es muy reciente (2023).
Todo
un libro, más de doscientas páginas, para hablar del invierno, con
todo lujo de detalle y con máxima delicadeza, impresionante y
emocionante:
“Mientras
nieva, todo se vuelve más silencioso; con la nevada, la atmósfera
se condensa y forma algo parecido a una cortina que impide que las
ondas sonoras puedan penetrarla. De ese modo, los ruidos del entorno
se atenúan también. El alpinista Georges Rivail escribió acerca
del silencio absoluto de la nieve que reinará cuando toda vida se
haya extinguido, o, mejor dicho, será como ya fue, antes de que
toda vida empezara".
.../...“La
nieve es una sustancia efímera: una forma del hielo que se
diferencia de otras formas del agua congelada por el aire contenido
entre sus cristales. El contacto físico directo, la experiencia
táctil del frío, es un asunto elemental que produce reacciones
ambivalentes. Mientras que algunas personas sienten satisfacción,
otras ven en la nieve una mortaja extendida sobre toda la vida
natural. En Languedoc, región que no se caracteriza precisamente por
sus nevadas violentas, emplean una paráfrasis para describir los
copos de nieve: «moscas blancas» o «mariposas blancas».
Aquí donde vivo, en la Montaña Palentina, llamamos “trapos” a los copos grandes
que caen despacio.
.../...”La
nieve recién caída, todavía extremadamente porosa, contiene hasta
un noventa y cinco por ciento de aire. Un metro cúbico equivale a
cuarenta y seis kilogramos, lo cual contrasta con los mil kilos de un
metro cúbico de agua. Saltar
de un acantilado de cien metros de altura sobre nieve recién caída
no tiene por qué tener consecuencias mortales, como sucedería en el
caso del agua.”
.../...”Cuando
hace mucho frío, la nieve condensada se seca, se vuelve quebradiza
y, debido a la presión, se rompe durante la caída, produciendo unos
crujidos más o menos intensos: ondas acústicas generadas por la
ruptura de un gran número de cristales en la capa de nieve. Si la
temperatura sube, la presión hace que los cristales de hielo pierdan
la forma, pero éstos no se quiebran de manera tan fácil. El ruido
que hacen es más bien un chasquido, no un crujido”.
Entre
1560 y 1630, las temperaturas cayeron en el hemisferio norte,
causando la llamada Pequeña Edad del Hielo. Hendrick Avercamp dedicó
su vida a pintar estos paisajes invernales en los canales
de Holanda.
Un
buen número eran
escenas del
juego del kolf, o kolve: con
palos muy similares a los del golf, consistía en golpear una bola
que debía llegar a un punto: un agujero, un árbol, un poste o una
puerta, en
el menor número de pasos posibles.
Los desórdenes que causaba llevaron a las autoridades a prohibir su
práctica en el interior del casco urbano, por lo que los
canales
helados
ofrecían
una
gran oportunidad para
su
práctica.
Los estrechos vínculos comerciales de Holanda con Escocia llevarían
este juego a las Islas
Británicas,
donde se convertiría en deporte.
Hoy
las empresas turísticas venden “experiencias” en lugar de viajes y, sorpredentemente, encuentro referencias a este cuadro
de Avercamp en una revista de turismo. Es un texto (“Viaje
a un cuadro: patinar sobre hielo en los canales de Holanda”)
que hace referencia a
la Pequeña Edad de Hielo. Ahí se dice que “una
de las consecuencias (entre otras no tan lúdicas) fue que los
canales, ríos y lagos del norte de Europa permanecieron helados
durante los meses de invierno. En Inglaterra, la primera Feria
del Hielo del río Támesis
se celebró en 1.608. En Holanda,
los años de enfriamiento coincidieron con la Edad
de Oro de su pintura,
lo que nos ha proporcionado una gran cantidad de escenas invernales.”
Hendrick
Avercamp era
mudo
y
dedicó toda
su
vida a pintar paisajes invernales,
en los que un gran número de personajes se deslizan sobre la nieve o
el hielo. Buscaba
escenas populares y hacía uso de detalles
costumbristas
para llegar a su público, la
burguesía holandesa surgida del floreciente comercio marítimo.
Dicen
los expertos en arte que su
punto de partida fue el
cuadro de Pieter Brueghel el Viejo titulado
“Los
cazadores en la nieve”, pintado
en el
crudo invierno de 1565,
dentro de una serie dedicada a los meses del año. Se
trataba de un paisaje imaginario, a
vista de pájaro, que Avercamp llevó a la realidad
urbana
de inicios del siglo XVII en los Países Bajos. El hecho de que este
pintor fuese
mudo parece haber afilado su capacidad de observación. Una
luz pálida, dorada, rosácea, ilumina sus obras
y utiliza la perspectiva aérea propia de un horizonte cargado de
humedad. Las figuras pierden definición a medida que retroceden y
los
colores se apagan.
3.
La necesidad de inventar el Norte
Va
a ser mi próxima lectura. Pero, aunque Bernd Brunner no hubiera
escrito este libro, de todos modos habría que inventar el Norte,
porque no puede ser, la
vida en las
montañas, con esta calor. En el avance del libro que me envía la
editorial Acantilado a
mi correo electrónico, leo esta entradilla, nada
más empezar:
Ésto
me da
qué pensar: 1º),
que “el Norte” es un lugar especial, no
visible a
simple vista, ni siquiera con
ojos humanos, ya que
solo se deja ver
por la aguja imantada de una brújula; y
2º),
que si ésto
lo sabe todo marinero (el
para qué sirve y
cómo se maneja una brújula),
entonces, donde
dice marinero perfectamente puede ponerse
“caminante”, que cualquiera
es navegante con tal
conocimiento, incluso en tierra firme.
Ah, y también (3º),
que si no fuera por el Norte que “ve” la brújula, a todos los
demás puntos cardinales les pasaría como a nosotros, que
se sentirían
perdidos, en medio de mundos desconocidos.
Además,
resulta que para
mí “el Norte” es también un periódico y una estación de
trenes...sin duda que el libro promete, basta ver el índice de contenidos: El
unicornio del norte. Más allá de las fronteras del mundo conocido. A la izquierda de la salida del sol. Fatigosos caminos a las tierras
de la medianoche. El Norte: un mundo de prodigios. Cansados del sur:
el nuevo entusiasmo por el norte. Un estafador y un bardo ciego. El
olor del Ártico. Cuando el Este era todavía el Norte. El clima hace
al hombre. Entreverado de dioses y demonios. Una cuerda lanzada hacia
el norte. La dudosa cuna de la humanidad. Las tácticas de los
primeros habitantes. Una isla lejana en el Atlántico. La era
victoriana descubre a los vikingos. Fervor por el Ártico y
descubrimiento de América. Dramáticos acantilados, mareas de
colores cambiantes, ¡por Dios, no miren hacia abajo!. El norte más
remoto. ¡En tiempos de cambio, necesitamos el norte, la inmensidad,
el viento!. Los abismos de la teoría racial. «Hermanos arios» del
Sur. Escandinavia, baluarte antifascista, antes de la Segunda Guerra
Mundial. Eterna añoranza de las regiones heladas del mundo.La
Biblia tenía razón. The True North (el verdadero Norte) y tesoros
naturales en peligro...todo
eso antes
de los agradecimientos
del autor, una nota
del traductor y la bibliografía.
En
el avance que envía la editorial puedo leer los dos primeros
capítulos, y en el segundo, titulado “Más allá de las fronteras del mundo
conocido”, se dice que “el norte empieza donde
acaba el sur. Pero ¿por dónde discurre la frontera y a partir de
qué rasgos característicos podemos determinarla?”
.../..”Cierta
indecisión parecía reinar a la hora de clasificar el ámbito
cultural germano, como escribió el historiador August Ludwig en su
libro “Historia general del Norte” (1771).Y esto ocurría, dicho
sea de paso, un siglo antes de la fundación del Segundo Reich:
“nosotros, los alemanes, ya no nos consideramos parte del Norte;
sólo los franceses consideran que nuestro país forma parte de su
norte y hablan de Berlín como nosotros hablamos de Estocolmo. Es muy
común entre los escritores españoles considerar Gran Bretaña el
Norte, y resulta natural que los historiadores o geólogos africanos
llamen al Mediterráneo el mar del Norte y consideren a todos los
europeos como pueblos nórdicos”.
Desconcertante,
esta declaración de unos
alemanes
que reniegan del Norte. Parece
como
un presentimiento de lo que vendría más tarde, como
guerras mundiales y genocidio por sistema, una masiva deserción de
eso que dimos en llamar “civilización”.
Recuérdese que el
Segundo Reich o Imperio alemán nació en 1.871,
y que lo hizo no
sin antes librar
tres breves y exitosas guerras, en el lapso de solo
siete
años, contra Dinamarca, Austria y Francia.
El
asunto, como vemos, resultaba complicado, y en el caso concreto de
Alemania, además de factores como la división en pequeños estados
y las diferencias confesionales, toda clasificación se hacía aún
más engorrosa por el hecho de que el territorio sólo mostraba, en
parte, fronteras naturales delimitadas por ríos y mares. Lo
mismo le sucede a cualquiera que viva en regiones remotas del Norte:
su patria no es otra cosa que el centro del mundo, el centro
geográfico normal. En el polo norte, que vendría siendo el «norte
absoluto», ni siquiera se plantea la cuestión del punto cardinal.
Para los daneses, el mar del Norte es un mar occidental, el
Vesterhavet. En Gran Bretaña, por su parte, se lo conoció durante
mucho tiempo como «the German sea» [el mar alemán].
Además,
lo que podría entenderse por «el Norte» ha sido una categoría
cambiante y flexible a lo largo de la historia. Un espacio a la vez
real e imaginario que debía extenderse hasta las fronteras de la
Europa nórdica, con su impronta celta, desde la región
septentrional de las islas británicas hasta la parte inglesa de
Norteamérica, o incluso más allá.
.../...”¿Dónde
está, en realidad, el Norte? No se trata sólo de un lugar, sino de
un punto cardinal, y, como tal, su ubicación es relativa: para los
mexicanos es Estados Unidos, para los estadounidenses, Toronto, a
pesar de que esta última ciudad se encuentra en el mismo grado de
latitud que Boston. Dondequiera que se encuentre para cada uno de
nosotros, gana en existencias, existe de mil maneras distintas”.
.../...Viendo
todo ésto, cabe preguntarse: ¿no será que la cuestión decisiva, y
también la más interesante, no es dónde se encuentra con exactitud
el Norte «real», sino lo que significa para nosotros? Ello
favorecería la idea de partida de que no existe un único Norte,
sino muchos. De modo que, en adelante, deberíamos imaginar el
«Norte» siempre con comillas, como un concepto o un constructo
relativamente flexible”.
.../...¿Cómo
reaccionaban los viajeros a los paisajes y culturas con los que allí
se encontraban? ¿Cómo fue variando en el curso del tiempo la
relación con ese Norte? El norte existe como lugar real, pero ¿cómo
se corresponde éste con la idea que la gente se ha formado de él?
Por último, el Norte se halla en una inevitable relación opuesta
con el Sur, y esa relación ha condicionado con frecuencia la mirada.
No
quiero dejar de decir lo que el Norte es para mí, además de un
periódico y una estación de trenes, como ya dije: El Norte de Castilla y la estación Campo Grande, también llamada popularmente "Estación
del Norte". Para mí es la dirección contraria a la ley de la gravedad que
siguen los ríos, puede que por eso me vine a vivir a este Norte, río arriba
del Puente Colgante, mi kilómetro Cero, para hacer este viaje hacia las montañas, lo más cerca posible de mi Norte relativo y personal: esa cueva entre altas montañas donde nace mi particular río
Pisuerga, bajo el sumidero del Sel de la Fuente, en lo alto de la
Sierra de Híjar, Cordillera Cantábrica del Sur de Europa.
Mi casa está situada a escasa distancia del río.