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Antisemitismo |
1.
Eso que sea el Estado, su aparato y su metafísica,
con su estructura operativa, vertical,
religiosa. Estoy muy de acuerdo con ésto que decía Louis
Althusser en “Ideología y aparatos ideológicos del Estado”:
“la ideología de la clase dominante no se convierte en
dominante por gracia divina, ni en virtud de la simple toma del poder
de Estado. Esta ideología es realizada, se realiza y se convierte en
dominante con la puesta en marcha de los AIE (Aparatos
Ideológicos del Estado). Ahora bien, esta puesta en marcha no
se hace sola, por el contrario, es objeto de una ininterrumpida y muy
dura lucha de clases: primero contra las antiguas clases dominantes y
sus posiciones en los viejos y nuevos AIE, después contra la clase
explotada”.
Según
ésto, contrariando a la teoría marxista, la institucionalización
de la lucha de clases viene a ser la condición de existencia del
Estado y el auténtico motor de la Historia. A eso sirve el
impresionante despliegue de Aparatos Ideológicos del
Estado-Nación-Capitalista-Moderno, que incluye mucho más que el Gobierno y los
Ministerios, mucho más que toda la Administración con toda su
Burocracia: son los aparatos productivo, financiero, mercantil,
militar, educativo, jurídico, médico, tecnológico, científico,
mediático, etc, etc. De ser ésto cierto, ¿no resultaría completamente
absurdo esperar del Estado que algún día resuelva la lucha de
clases a favor de la clase sometida, precisamente esa de cuya
explotación depende el presupuesto y la propia existencia del
Estado?
Hagamos
un somero repaso general a la Historia de las sociedades humanas y veremos un
principal componente religioso, a su vez contenedor de una forma de
organización social que es política, concretamente “de clase”, siempre lo mismo, con un mismo esquema de Orden vertical, patriarcal,
con escasas variantes: dos clases básicas, una que gobierna y otra
gobernada, solo a veces “libremente” sometida (por no decir
“civilizadamente”); y otra clase por encima, básicamente integrada -
desde muy antiguamente - por propietarios, sacerdotes y mercenarios,
hoy diversificados en múltiples variantes que no alteran su
categoría de clase dominante. Ese sistema de organizar las
sociedades a imitación del orden religioso, es lo que desde la
antigüedad se conoce por el nombre de “Estado” (recuérdese su edad de más de cinco mil años), caracterizado
como aparato garante de la reproducción de esa relación de
dominio-sumisión, determinante de un orden social en esencia
religioso, que impera en el mundo desde hace DEMASIADO, demasiado
tiempo.
Por
otra parte, contémplese la posibilidad de que exista un vínculo
ideológico muy directo entre las ideas de Dios y del Estado. De
tener sentido ésto que digo, el Estado vendría a ser la
sustanciación corpórea de Dios, algo así como el Verbo celestial
hecho Carne en el mundo real: un Sujeto
mayúsculo y metafísco que se rebaja a la condición de vulgar y
minúsculo sujeto
humano. Redimido y salvado por ese magnánimo autosacrificio
“democrático”, encuentra recompensa en el Ajuste Final de los
Tiempos, para cuando el sujeto
regrese a su soñado “estado” original, el de su Ser-Sujeto.
2.
Por
el Imperio hacia Dios.
Si
hay una forma extrema de metafísica nacionalista,
de máxima sublimación del Estado, ´esta es inequívocamente en su
forma fascista y/o
nacionalsocialista. Pero el
“estado de dominación” tiene
también sus formas “normales”,
digamos
“democráticas” o “liberales”, no tan radicales, de
dominio y explotación
de
unos individuos
por otros y sobre la Naturaleza, por extensión. Esta
división de las sociedades humanas en dos básicas clases, supone
que
de alguna manera, todos somos más o menos dominantes o sometidos,
más o menos señores o siervos, en alguno de sus modos y variantes
históricas...que
siempre hubo, se dice, tontos y listos, pobres y ricos, autoridades
y ciudadanos,
como
también se
dice que
“donde
hay patrón no manda marinero”. Para
que tengamos tan interiorizada
la
costumbre
de
tal
jerarquía,
no cabe duda de que “eso
que sea el
Estado”
ha
de
ser algo muy antíguo
y muy poderoso.
Por eso que no solo hablemos
de un Estado “moderno”
-nacional
y capitalista- también
sabemos de Estados bien antiguos y bien
grandes,
con
el tamaño de imperios, incluso más grandes
que
los actuales Imperios.
Sabemos
que los
imperios son superEstados,
normalmente
con
un gran territorio formado por anexión o conquista de territorios
contiguos
o incluso lejanos,
que así pasan a formar
parte y a
estar
subordinados al Estado-imperio
conquistador. Sabemos, por ejemplo, que el
imperio USA
nació
como Estado en 1.787, a partir de la independencia de trece
colonias inglesas y que
actualmente
lo conforman cincuenta
“Estados”,
además
de
un distrito federal (Washington DC) y un Estado
asociado (Puerto Rico). Y que
son
dieciséis
los estados que hoy
conforman
la República Federal de Alemania...y
sin embargo,
hoy no hablamos de un
Imperio Alemán, pero
sí
en tiempo pasado, me
refiero al Tercer
Reich
de los nazis.
Sí
que hablamos de
USA
o
de China, incluso de la Federación Rusa, como
actuales
imperios.
Las
dudas en
torno a lo que hoy pueda
ser
un Estado-imperio
quedan
aclaradas
si
consideramos
estos
dos simples
datos:
el tamaño del territorio y, sobre todo, el poderío
económico-militar de sus
respectivos aparatos estatales.
El
primer estado-imperio del que tenemos certeza histórica es el de
Egipto, con una antigüedad de cinco mil años, al que le sigue el
Imperio Acadio que conquistara gran parte de Mesopotamia, lo que
ahora son Irak y Kuwait con partes de Siria, Turquía y Arabia
Saudita. Y también hubo enormes Estados-Imperio en China, que se
adelantaron al de Roma en casi mil años.
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Los padres fundadores del sionismo: Leo Pinsker y Theodor Herzl |
3.
El sueño “nacionalista” en los orígenes
del Estado. Cierto que todos soñamos, dominantes y
dominados, pero el sueño de “ser Nación” no es cosa de todos,
ese es un sueño solo de élites. No se sabe de gentes del común que
soñaran con Naciones y Estados. Y si esas gentes nunca fueron
nacionalistas por sí mismas, no es culpa suya, no es porque no
quieran serlo, es porque ni se lo plantean, ni tienen tiempo para
ello. Que bastante tienen con lo suyo, con sobrevivir al Estado de
la realidad, a eso que les ha caído encima, sin comerlo ni beberlo.
Las
élites fundadoras de Naciones-Estado (ya sabéis, básicamente
propietarios, sacerdotes y mercenarios con todos sus derivados),
perfectamente pudieron soñar y siguen hoy soñando con Naciones que
quieren ser Estados, que a su vez quieren ser Imperios. Normal que
así sea. Pero a todos los Otros-Nosotros, desposeídos y gobernados,
de derechas y de izquierdas, incluso frikis y nerdos, nos han
enseñado que “ésto fue siempre así y no puede ser de otra
manera”, por lo que en consecuencia no nos dejan otra opción que
la de una religiosa esperanza, en un Dios/Estado Justiciero, que nos
salve y compense, sí...pero para eso tendremos que esperar (creyentes y ateos) a la
Revolución de los Justos, prevista y anunciada
para el Final de los Tiempos.
Para
Hannah Arendt los orígenes del totalitarismo estaban en el
antisemitismo y el imperialismo, argumentando que “el
antisemitismo llegó a convertirse en el agente catalizador del
movimiento nazi y, a través de él, de la Segunda Guerra Mundial y
de las genocidas cámaras de la muerte”; y que “la
época del imperialismo introdujo la grotesca
disparidad entre causa y efecto”. Hannah Arendt llegó a sus
conclusiones después de reflexionar acerca de la transformación de
las clases en masas, sobre el papel de la propaganda y sobre la
utilización del terror como esencia del totalitarismo y como
sistema de gobierno; así como después de pensar el aislamiento y la
soledad como condiciones necesarias para una dominación total del
individuo.
En
su rotunda afirmación sobre los orígenes del totalitarismo, ignoro
cuánto pesaría el hecho de ser judía, pero cualquiera que fuera
ese peso, yo creo que en eso se equivocaba, tanto como cuando creía
que su maestro Heidegger no era antisemita aunque fuera miembro del
partido nazi. La publicación de los Cuadernos Negros de Heidegger
disiparon las dudas acerca de su compromiso político con el regimen
nazi; aclaraban que no se trataba de un error, como pensaban sus
defensores, Hannah Arendt entre ellos, sino que su antisemitismo
coincide con el núcleo de su filosofía: contraria al olvido del
Ser, reclamante de un nuevo “aparecer del Ser”, para lo
que resultaba completamente necesario acabar con el judaísmo.
En
una carta le decía a Hanna Arendt: “en cuestiones
universitarias soy antisemita, como lo era ya hace diez años en
Margurgo. Esto no tiene nada que ver con mis relaciones personales
con los judíos (con Husserl, Cassirer y demás). Y mucho menos con
mi relación contigo”. Ese antisemitismo “cultural” de
Heidegger tenía que ver, según él, con lo que denominaba la
“judaización” de la universidad alemana, que calificaba de
“espantosa”, una cultura judía que a su entender giraría en
torno a tres ejes: 1) el liberalismo político, 2) la secularización
del mundo a través de una razón lógica y universal y 3) la
aplicación de una metodología científico-filosófica que llevaría
directamente al vacío dialéctico, al nihilismo ético y al caos
político-económico.
Habiendo
sido discípulo de Martin Heidegger y testigo de la pronta
adscripción del maestro al nacionalsocialismo, Emmanuel Lévinas
interpreta el nazismo y la pronta militancia de Heidegger en ese
«movimiento» como parte de los peligros frente a los cuales la
propia filosofía occidental no parecía estar «suficientemente a
resguardo». En "Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo",
Lévinas comenta: “la fuente de la sangrienta
barbarie del nacionalsocialismo no está en ninguna anomalía
contingente de la razón humana, ni en un malentendido ideológico
accidental. Esta fuente se vincula a la esencial
posibilidad del Mal elemental, al que la buena lógica podía
conducir y del cual la filosofía occidental no estaba
suficientemente a resguardo. Posibilidad que se inscribe en la
ontología del ser, cuidadosa del ser (...)”
(Emmanuel
Lévinas, Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo.
Buenos Aires, Ed. Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 23).
En
un texto del que es autor Rodrigo Karmy Bolton (“Lévinas
y el sionismo. Notas sobre geopolítica en el pensamiento de Emmanuel
Lévinas”) leo algo que me
parece bien coherente con lo antes dicho: “El
revés existente entre el anti-semitismo y el sionismo fue algo que
no pasó desapercibido para una pensadora como Hannah Arendt, cuando
en "Los orígenes del totalitarismo" escribía: «La
única consecuencia directa y pura de los movimientos antisemitas del
XIX no fue el nazismo, sino, al contrario, el sionismo, que, al menos
en su forma ideológica occidental, constituyó un género de
contra-ideología, la «respuesta» al antisemitismo».
Si sus palabras encuentran eco, es porque, según Arendt, que ya en
Mayo de 1948 había calificado al sionismo como una «pseudosoberanía
de un Estado judío», el sionismo lleva consigo el espectro del
nacionalsocialismo, en tanto se presenta como su propio revés
especular. En este sentido, ¿no podríamos pensar estas
consideraciones que hace Arendt respecto de la relación entre
Heidegger y Lévinas como la relación propiamente filosófica de
dicho envés? «Filosófica» en el sentido de que sus respectivas
adscripciones, al nacionalsocialismo uno y al sionismo el otro,
contendrían una complejidad que, si bien, no las identificaría
plenamente al discurso de los respectivos movimientos, permitiría la
articulación de un específico proyecto civilizatorio de carácter
europeo y occidental. Como se sabe, en el «caso Heidegger»,
dicho proyecto se resolvía en la restitución de Alemania como
«pueblo metafísico», como veremos, en el caso de Lévinas, ello se
traduce en la afirmación de una Europa fundada espiritualmente desde
una raíz «judeo-cristiana».
(Fuente: “Lévinas y el
sionismo. Notas sobre geopolítica en el pensamiento de Emmanuel
Lévinas”. Daimon. Revista Internacional de Filosofía, no 64,
2015, 101-116)
4.
Ahora (desde 1948) Palestina. Una y otra vez esa misma
relación especular, entre nacionalismos mutuamente excluyentes, sin
otra solución que la guerra permanente, hasta la muerte del Otro.
La inmensa mayoría de judíos vivieron en el exilio durante muchos siglos y
tras contínuas expulsiones. El
primer exilio fue en
el año 733 a.C.
(se
dice pronto) tras
la expulsión del Reino de Israel, antígua
Samaria.
El
sionismo, descrito
como “nacionalismo en la diáspora” constituye una rama del
fenómeno más amplio del nacionalismo moderno. Surge
en Europa central y oriental a finales del siglo
XIX, coincidiendo con el auge de los nacionalismos en esa época.
Su fundación,
por
Theodor
Herzl, fue una respuesta a la ola antisemita que recorría Europa en
esos años.
El movimiento creado
tenía como finalidad fomentar
la emigración
de los judíos a Palestina y alcanzó su principal objetivo con la
fundación del Estado de Israel en 1948. Se autodefine como un
“movimiento de liberación nacional” cuyo objetivo es la “libre
autodeterminación” del pueblo judío. Entre los judíos de la
Diáspora siempre se dió una gran nostalgia por el regreso a su
“patria histórica”, una nostalgia en principio religiosa, que
comenzó a secularizarse en contacto con las grandes corrientes
ideológicas de la época en Europa: liberales, socialistas y
nacionalistas.
Los
modernos nacionalismos surgidos en el siglo XIX tuvieron como
principio común “una Nación (o Pueblo), un Estado”. El
nacimiento del sionismo estuvo
ligado a esa
misma idea que
está en el origen del concepto de Estado-Nación,
en torno a la que se formaron distintos Estados Europeos, bien a
partir del desmembramiento de antiguos imperios o bien
a través de la unificación de Estados con similar cultura y
lengua, caso
de Italia y Alemania. A la vez que este auge nacionalista, fue
desarrollándose el moderno sionismo. Y más recientemente,
como revés del sionismo, surgió el Estado Ialámico (ISIS) como reacción a la ocupación y fragmentación de Irak y luego de Siria. Un ISIS, otra Nación de origen religioso, musulmana en este caso, que también -¡cómo no!- quiere ser un Estado apuntando a imperio...solo que en su proyecto territorial incluye el solar palestino que desde 1.948 viene siendo ocupado por el poderoso
Estado
judío de Israel, con el apoyo del ejército USA,
el mayor y más poderoso que
ha conocido el mundo.
Espanto
nos produce esta guerra interminable, que tanto se parece al sistema
de la lucha de clases, igualmente “interminable”, siempre
repetida
y reproducida siempre con el mismo esquema: “dominantes contra dominados, Estados
contra Pueblos”, ejércitos perfectamente uniformados contra
desarrapadas bandas de “terroristas”.
Esta es
una
guerra ante la que no cabe situarse de perfil, ninguna neutralidad,
de
no ser pacifistas suicidas o padecer esa grave patología que es el
nacionalismo, sea judío o musulmán, católico o protestante, creyente o ateo, monárquico o republicano...
5. Epílogo: la palabra de los primeros ideólogos del nacionalsionismo.
Leo Pinsker: "En tanto buscaron asimilarse a los demás pueblos, los judíos renunciaron en cierto sentido voluntariamente a su propia nacionalidad. Pero en ninguna parte lograron que sus conciudadanos les reconocieran como iguales a los nativos. Con todo, lo que más refrena el impulso de los judíos a una existencia nacional es el hecho de no sentir dicha existencia como necesidad. No sólo no la sienten, sino que incluso niegan la legitimidad de sentirla. Para un enfermo, no sentir la necesidad de comer y beber es un síntoma grave. No siempre se logra liberarle de su fatídica anorexia. Y si para su suerte la supera, aún hay dudas acerca de si el enfermo se halla en grado de asimilar el alimento nuevamente apetecido. Los judíos se hallan en esa triste condición. Y ese punto, el más importante de todos, es el que hemos de examinar con la mayor atención.
Hemos de demostrar que el infortunio de los judíos se funda ante todo en que no sienten la necesidad de alcanzar la independencia nacional; que es menester despertarles y avivarles dicha necesidad si no quieren quedar para siempre expuestos a una existencia ignominiosa. En una palabra: que han de llegar a ser una nación".
(Fuente: "Auto-emancipación. Exhortación de un judío ruso a los de su estirpe", 1882)
Theodor Herzl: "Por lo que a mí me toca, considero mi misión cumplida con la publicación de este escrito. Solamente tomaré la palabra cuando los ataques de rivales dignos me obliguen a ello, o cuando se trate de refutar objeciones imprevistas o disipar errores.
¿No es justo, hoy por hoy, lo que digo? ¿Me adelanto a mi tiempo? ¿No son bastante grandes los sufrimientos de los judíos? Lo veremos.
Depende, pues, de los mismos judíos el que este proyecto de Estado no sea, por ahora, nada más que una novela. Si la generación actual permanece todavía impávida, ya vendrá otra superior y mejor.
Los judíos que quieran tendrán su Estado y lo merecerán".
(Fuente: "El Estado Judío", 1.896)