¿Cómo que todo es
relativo?, ¿es que ya no es distinguible el bien del mal?, ¿es que no es
perverso el pluralismo “democrático” que incluye y ampara al mal?
Quien maltrata a otro ser humano sabe
que hace mal, igual que lo sabe quien lo sufre. Quien maltrata tiene una
responsabilidad ética y moral indiscutible, que no pueden ser justificada por razón
de alienación o sumisión del maltratado, ni siquiera por su consentimiento. Y también
sabemos que quien se opone y responde al maltrato merece un juicio bien
distinto, porque está defendiendo el valor universal de la dignidad humana, aunque a él le parezca que sólo se
defiende a sí mismo. Eso no es relativo, está bien y es lo justo.
Maltrata quien domina a otro ser
humano, sea cual sea la sinrazón de su jerarquía: género, raza, clase,
nacionalidad,… Una persona vinculada a otra u otras por un trabajo asalariado,
padece una situación de dependencia vital, que afecta a la totalidad de su
existencia, al completo de su dignidad como persona. Este vínculo de
dependencia, aunque sea voluntario, aunque tenga la apariencia de un contrato,
nunca lo es entre iguales, siempre establece el dominio de una parte sobre la
otra, por lo que el trabajo asalariado es un mal en sí mismo, un maltrato
incompatible con la dignidad atribuible a la existencia humana, una dignidad
que no admite fragmentación ni grados, porque nos hace iguales por
muy diferentes que seamos como individuos.