Conformidad y envidia, medios y publicidad |
Tengo la convicción de que la emancipación no será posible si
no atinamos a desentrañar las estrategias de manipulación que usan las élites dirigentes que acumulan el poder político y económico. Esas estrategias son muy desconocidas
y ello contribuye a que sea tan mínima la conciencia sobre la naturaleza
estructural y sistémica del poder dominante. Y así, difícilmente podemos
llegar a entender que éste no sólo determina los aspectos burocráticos que le
atribuimos normalmente, sino que afecta y condiciona a la totalidad
de nuestra existencia personal y social.
Los
medios de comunicación y la publicidad, a los que tan bien hemos sido
acostumbrados, no son actividades neutrales, derivadas de la necesidad social
de información y comunicación. Juntos, medios
y publicidad, constituyen una de las más sofisticadas armas de las que se vale
el sistema para manipular las emociones que determinan el comportamiento de los
individuos, con el objetivo de anular su personalidad, su propio criterio y
cualidad de sujeto, a fin de convertirlo en parte-objeto de una masa social manipulable. Su gran triunfo consiste en la
naturalización de estos mecanismos de manipulación, de tal modo que no parezcan
estrategias deliberadas, sino consecuencia natural de la contradictoria naturaleza
humana, que tiene en la conformidad y en la envidia dos de sus más fuertes
emociones, tan habitual y hábilmente manejadas por el poder para la destrucción
del sujeto y la manipulación de las masas.
Medios y conformidad. La mayoría de los seres humanos tenemos tendencia
a adaptarnos al grupo social del que formamos parte a través de un proceso de conformidad que nos inclina a cambiar
pensamientos, decisiones y comportamientos con el objetivo de encajar con la
opinión de la mayoría, para no desentonar. El psicólogo social norteamericano
Solomon Asch (Varsovia, 1907-1996) estudió en profundidad este hecho, que demostró
experimentalmente y que pasó a ser conocido como “síndrome de Solomon”. Pues
bien, la creación de estados de opinión es la tarea a la que se dedican los
medios de comunicación masivamente controlados por el poder económico y
político de las élites; en las dictaduras, esta manipulación es manifiesta, el
poder no siente la necesidad de disimulo y la ejerce naturalmente, es pura
publicidad. La conformidad con el pensamiento único propagado es el efecto
perseguido, todo individuo debe saber que su discordancia con la opinión
mayoritaria será señalada como perjudicial para él mismo, por lo que el
individuo acabará asumiendo el estado de conformidad, al que ya es proclive por
su naturaleza social. En el mejor de los casos, lo hará como forma de evitar el
rechazo de su grupo social y, en todo caso, para asegurar su propia supervivencia.
Pero
el sistema ha evolucionado, ha sofisticado sus mecanismos de dominación,
mimetizando su naturaleza coercitiva con el camuflaje liberal de las
democracias parlamentarias. Su éxito ha sido total, consiguiendo que su sucedáneo
de democracia sea el modelo dominante, e
incluso que sea considerado como opuesto a su genuino y original modelo de
gobierno jerárquico, dictatorial. La aparente pluralidad de los medios de
comunicación fundamenta su mentira capital, la de la libertad de expresión; es
la misma estrategia que justifica su falso modelo de democracia, mucho más efectivo que las dictaduras, al
menos mientras no se ponga en riesgo la acumulación y centralidad de su poder, el
artefacto estatal-capitalista con en el que las élites económicas y políticas
tienen garantizado el control de la
sociedad.
Publicidad
y envidia.
La
envidia es otro sentimiento contradictorio de la naturaleza humana. Es moralmente
rechazado, nadie reconocerá padecer de envidia. Envidia es desear lo que otro
tiene y yo no, un deseo éticamente ambivalente, constructivo cuando mueve a la
admiración y destructivo cuando busca el perjuicio de quien posee las cosas o
cualidades de las que nosotros carecemos.
La
publicidad utiliza la envidia para explotar esta contradicción en beneficio de
la mercancía, del sistema de producción capitalista. Grandes vallas
publicitarias y letreros luminosos son el icono de las grandes ciudades del
“mundo libre”, los mensajes publicitarios son un bombardeo constante a los que es
muy difícil escapar en ese mundo, en el que se justifica la publicidad
asociándola con interesadas ideas sobre la libertad, como la libertad de la empresa
para producir y la libertad del consumidor para elegir.
JhonBerger (Londres, 1.926) nos ayuda a desentrañar este
poder destructivo de la publicidad en su libro “Modos de ver”: “Se induce al espectador-comprador a
envidiar lo que llegará a ser si compra el producto. Se le induce a imaginarse
transformado por obra y gracia del producto, en objeto de la envidia ajena,
envidia que justificará entonces su amor hacia sí mismo. En otras palabras: la
imagen publicitaria le roba el amor que siente hacia sí mismo tal cual es, y
promete devolvérselo si paga el precio del producto”.
En
la confrontación política también vemos cómo son utilizadas idénticas
estrategias de manipulación. Quienes aspiran a heredar el poder agitan a las
masas induciendo parecidos mecanismos de propaganda y manipulación: la envidia,
natural incluso entre iguales, es estimulada en la llamada lucha de clases al enfocar
ésta hacia el odio a las personas que acumulan el poder y no a las causas
sistémicas que originan la injusticia y la desigualdad, no a las estructuras
que lo reproducen. Así, la oposición al sistema deviene en pura convención y artimaña
para lograr el mismo efecto: lograr la conformidad del individuo-masa, del consumidor
consumido por la envidia y, en definitiva, la anulación del sujeto humano.
El
éxito de la democracia representativa reside en que funciona como el mercado. En
el acto de votar a un partido o a otro se pone a funcionar el mismo mecanismo ilusorio, de fascinación por la libertad, que
cuando elegimos entre varias marcas de cremas bronceadoras. En ambos casos
estamos reforzando el poder de la mercancía, su poder.
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