DE LOS BIENES COMUNES A LOS BIENES COMUNALES
Parte 1. El común y la comunidad
David Algarra. Autor del libro «El común catalán. La historia de los que no salen
a la historia »
Como ya sabéis la FESC de este año está dedicada a las nociones de lo que es
común, con cuatro ejes principales: la comunidad, el procomún, la relación con
las instituciones y lo público. En un momento de la historia en que el
economicismo impera en la sociedad nos hemos decantado por el primer eje: la
comunidad, la que debería ser un fin en sí mismo y no un instrumento al
servicio del dinero y del poder como es actualmente. Precisamente, si algo no
encaja en la teoría del progreso, es la decadencia de la comunidad, pues con el
desarrollo de la economía de mercado y del Estado-nación se hace cada vez
más evidente la progresiva destrucción del tejido social, sustituido por el
individualismo y los vínculos verticales con el Estado y las corporaciones.
Por tanto, el resurgimiento de los bienes comunes como cuestión económica
no puede separarse del aspecto demótico (la asamblea popular) -demòtic en
el sentido de lo que es propio del pueblo (demos o populus), a diferencia de la
política, lo que es propio del estado (el ordenamiento de la polis que era una
ciudad-estado) - así como de la cosmovisión comunitaria apropiada. No
podemos limitarnos a pensar los bienes comunes sin comunidad, como una
forma meramente económica que no tiene en cuenta el desarrollo de una
sociedad y un ser humano sustancialmente diferentes de los actuales, que
supere las dinámicas Estado-mercado capitalista.
Hoy hablaremos de comunidades reales, en lugar de las comunidades
imaginadas, concepto acuñado por Benedict Anderson para hacer referencia a
las comunidades construidas desde arriba, induciendo una conciencia de grupo
-por ejemplo una conciencia nacional cuando la comunidad imaginada es una
Nación-, en la que sus miembros no se conocen entre sí, con fines políticos y
económicos. Mientras que en una comunidad real sus miembros se conocen y
cooperan entre ellos, por lo tanto tienen numerosos vínculos horizontales.
La comunidad real es incompatible con un modelo de sociedad que promueve
la competencia, la lucha de todos contra todos, y la búsqueda de beneficios
monetarios, el egoísmo, la avaricia o la codicia. El eje del procomún de hecho
se retroalimenta con el eje de la comunidad, si entendemos procomún como
un modelo de gobierno desde abajo por el bien común, pero no es tan
evidente que sea posible esta retroalimentación con los otros dos ejes, ya que
además relaciones verticales con las instituciones estatales menos comunidad
y lo público se puede entender como aquello que pertenece al Estado (bienes
de dominio público-estatal o demaniales), en los que la comunidad no decide
sobre su gestión y normas de aprovechamiento. Una economía que no tiene
como fin crear comunidad no es una economía social.
Estas comunidades reales, sociedades sin Estado o con un proto-Estado o
Estado débil, han existido a lo largo del tiempo en todo el mundo y en la
actualidad todavía hay millones de personas que viven en sociedades de estas
características. Aquí, en Cataluña, tenemos los ejemplos del modelo comunal,
desde la Edad Media que incluso perduró en el siglo XX en algunos lugares -al
menos parcialmente-, así como tenemos toda la historia del movimiento
obrero revolucionario, del cooperativismo catalán y de las pequeñas
colectivizaciones de la Revolución social, que en muchos sentidos no hubieran
prosperado sin un verdadero sentido de comunidad. Si concretamos en el
modelo comunal catalán, que es lo que yo he estudiado durante los últimos
años, veremos una serie de características que son más o menos comparables
con otras comunidades reales.
El común catalán se podría sintetizar en la elegida de la comunidad. En la
unión de los tres ejes, el eje demótico-jurídico, el eje económico y el eje social-
cultural, encontramos a la comunidad.
La palabra común o comunes no hace sólo referencia al aspecto económico
(bienes y prácticas comunales) o al aspecto demótico (común, universidad,
común ...), sino que originariamente es la comunidad o el común de vecinos.
Tenemos otro término equivalente que es la universitas, que es la totalidad de
habitantes de un lugar, pero no como una mera suma de individuos, sino que
lo que caracteriza a la universitas son las abundantes relaciones horizontales
que existían entre ellos. Más tarde, en la Baja Edad Media, la universidad será
en muchos lugares de Cataluña también el nombre del ente demótico de
autogobierno, al igual que El Común continúa siéndolo en Andorra pero ya en
la forma de ayuntamiento constitucional. Pero lo que hay que remarcar es el
hecho de que inicialmente el común de vecinos o la universitas era la
«totalidad, la comunidad de los habitantes de un lugar, haya o no establecido
al mismo unos órganos o régimen de gobierno» (JM fuente y Ríos, 1985).
Además, estas dimensiones demótica, económica y social-cultural o de valores
no se deben ver como compartimentos estancos, es decir con una visión
parcelaria, fragmentada o cartesiana de la realidad. No es casual que lleguen
los cierres de tierras cuando el cartesianismo ya se había instalado en el
pensamiento de un sector de la sociedad. Por ejemplo, para las clases
populares era un oxímoron pensar en términos de vida laboral y vida personal,
no se había introducido el concepto de horario fijo de las fábricas de la
revolución industrial y cualquiera podía ejercer en diferentes momentos del día
diversas actividades destinadas la subsistencia de su familia a la vez que, por
ejemplo, educaba a sus hijos o se relacionaba con los vecinos. Pero, además,
los comportamientos económicos de estas sociedades preindustriales en el
ámbito local no se correspondían con los criterios de racionalidad instrumental
del libre mercado o de la razón de Estado, sino que estaban sustentados en
normas morales y culturales para garantizar las necesidades básicas de la
comunidad. Es lo que E. P. Thompsom denominó economía moral de la
multitud, una economía donde se recogen todas las dimensiones.
Un aspecto que contribuía en el carácter comunitario es su tradición oral, a
diferencia de la élite que dominaba la escritura. El ser humano oral no es un
ser inferior, sino un ser que forma parte de otra cultura, que tiene otra forma
de pensamiento y una estructura de la personalidad diferente. Por ejemplo,
nosotros cuando leemos o escribimos lo hacemos solos, pero ellos
necesitaban al otro para expresarse y en buena medida para pensar. Tenían un
carácter más comunitario que se reflejaba en su sociedad, comunal.
Por lo tanto, la palabra dicha era un compromiso hacia el otro o hacia la
comunidad, tenía un carácter sagrado. Era una sociedad más basada en la
confianza y en el pacto oral que, por ejemplo, en los contratos de
compraventa escritos, apoyados por el derecho civil, que deben cumplirse para
evitar las sanciones y la coerción de un Estado.
Como explica el antropólogo David Grabber, en una economía de subsistencia,
donde todos se conocen y las desigualdades no son tan evidentes dentro de la
comunidad, existen métodos para el intercambio de recursos y servicios sin la
necesidad de moneda y con la palabra como testigo de los acuerdos tomados,
como los regalos, el trabajo comunitario, las solidaridades, la cooperación, el
apoyo mutuo (intercambio de las capacidades humanas, como el trabajo) o los
créditos sin intereses ni moneda, al contrario de lo que se piensa, que el
predominio eran las transacciones inmediatas como el trueque o el trueque,
donde son necesarios productos del mismo valor para cubrir necesidades
diferentes de dos sujetos en un mismo momento. De hecho, muchos
historiadores y arqueólogos, como Joan Santacana o Joan Sanmartí,
reconocen que la escritura, tal como la acuñación de monedas, suelen ser
elementos ligados al desarrollo del poder administrativo y del comercio entre
extraños.
Otra característica de las comunidades reales es que suelen ser comunidades
pequeñas que a veces incluso autoimponen límites de escala alrededor de un
número de miembros, que puede ser el número de Dunbar (150 individuos) u
otro, como ya hace milenios las comunidades epicúreas que se confederaban
entre pequeñas comunidades y no hace tanto los kibutz (comunitario-céntrico)
que se basaban en el desarrollo de las relaciones interpersonales y el centro
de su modelo no era crecer, producir más y dar cabida al mayor número de
personas posible, sino mantener y desarrollar las relaciones comunitarias.
Mientras que los kibutz (universalista) seguían un modelo colectivista que
quería desarrollar una mecánica de convivencia que permitiera un crecimiento
libre de escala. Otros ejemplos son las asambleas o fogatas de unos 80
miembros de Cherán K'eri (hay 189 fogatas situadas en los cuatro barrios de
Cherán) o las asambleas de las Comunes de Kurdistán sirio, compuestas por
unos 200 miembros como màximo. Algunos estudios determinan que una
comunidad de más de 150 miembros pone en riesgo la buena gestión y
cohesión de la misma para terminar dividiéndose en grupos más pequeños
(comunidades distribuidas) o creando una burocracia que la mantiene unida.
Otra cuestión, para entender a estas sociedades, también el común catalán, es
el arraigo. Si Karl Marx hablaba de la alienación del trabajador de la sociedad
capitalista, es decir la pérdida de percepción de lo que producen, Simone Weil
va más allá y habla del desarraigo, que es una alienación que desvincula al ser
humano tanto de los resultados de su actividad productiva, como de su
entorno, de sus iguales y de su historia (sus antepasados, lengua, cultura,
tradiciones ...) porque es incapaz de asimilar el mundo que le rodea.
Esto le impide desarrollar la capacidad de resistir que si tenían y tienen las
sociedades arraigadas al territorio y a sus iguales del pasado, presente y
futuro. Se incluirá dentro de este arraigo, la relación que tenían con la
naturaleza, desde una concepción más animista donde todo es sagrado
(sujetos con alma o conciencia) que no desde la concepción de las religiones
monoteístas, en la que lo sagrado está fuera del mundo y la naturaleza es un
objeto que nos es dado para poder explotar y abusar de él.
La concepción se podría resumir en la frase «No son las montañas que
pertenecen a los vecinos, si no los vecinos que pertenecen a la montaña» y
podemos encontrar manifestaciones de eso por ejemplo no hace tanto en la
comarca del Ripoll, cuando cortaban un árbol grueso para hacer el Tió (en
algunos lugares todavía una tradición comunal, como Sant Feliu de Codines) y
antes de cortarlo decían: «Tú eres el elegido para hacer de tió. Perdónanos. ».
Un aspecto determinante de aquella época era que, en el ámbito local, las
normas no eran leyes, sino usos y costumbres que surgían desde abajo y eran
aceptados por la comunidad. La costumbre es un conjunto de usos nacidos de
la tierra, que son aceptados por el común después de su uso reiterado y
prolongado, es decir se mantiene por el consenso popular. Como digo la
costumbre no es un sinónimo de ley, la medievalista Regine Pernoud lo decía
muy claro cuando contaba una anécdota, aquella que un profesor de historia
afirmaba que en la Edad Media las leyes son llamadas costumbre y Pernoud
respondía contrariada que: «no captar la diferencia que hay entre la ley,
emanada de un poder central, y por naturaleza fija y definida, y la costumbre,
conjunto de usos nacidos de la tierra y que evoluciona sin parar, es no
comprender nada de la época ».
Es importante destacar que las tradiciones y costumbres se creaban desde
abajo y algunas eran diferentes de un pueblo a otro. Pero los otros poderes
lucharon por homogeneizar estas costumbres. Por ejemplo, los obispados
enviaban visitadores episcopales para controlar y dirigir lo que se hacía en las
poblaciones y costó muchos siglos ir cambiando las costumbres locales y
nunca lo consiguieron totalmente para que las comunidades eran muy reacios
a adoptar costumbres que les eran ajenas.
Hoy día, inmersos en el Estado de derecho, vemos como una tontería que se
pongan en duda los derechos humanos, pero hablar de derechos es hablar de
ley, por cuanto los derechos siempre son otorgados por una institución que
tiene el poder. Por ejemplo el derecho a la alimentación: los seres humanos
tenemos necesidad de nutrirnos como cualquier organismo vivo, pero los
humanos somos los únicos que transformamos una necesidad vital en un
reclamo legal a ser otorgado por un poder dominante. Reivindicar el derecho a
la alimentación es ponerse en una posición de dependencia ante instituciones
que pueden conceder el derecho o no. Creemos que los derechos son
reconocidos universalmente como si fueran leyes naturales pero este
concepto es ajeno a los pueblos indígenas, incluido el común catalán, su lugar
lo ocupaba la responsabilidad hacia los demás. Por eso, como dice J. M. Font y
Rius, la costumbre es anterior al privilegio político, concedido por las
potestades. El privilegio, como una forma de derecho, era una i
zonas del control estatal y corporativo, como las ZAD s en Francia o ejemplos
más lejanos como el funcionamiento de las comunidades indígenas originarias
en el sur de México, o el modelo de los kurdos en el norte de Siria (Kurdistán
sirio) ...nmunidad que
muchas veces resultaba prescindible por los vecinos y que resultaba
estratégico para las élites, para legitimar su poder según su moral
paternalista, de hecho los derechos y privilegios eran propios de la mentalidad
romanista de la aristocracia.
Parte 2. Historia y propuestas de futuro.
Laia Vidal. Del colectivo Vallbona Apoyo Mutuo
Gracias a David que nos ha introducido históricamente la cuestión que nos
ocupa, y evidentemente a la FESC para darnos la oportunidad para
profundizar en este eje de la comunidad en el marco del común y el comunal.
Como decíamos, no podemos entender los bienes comunes sin comunidad, de
ahí partimos. Pero, como crear comunidad hoy en día, a pesar de toda la
degradación de las relaciones humanas y la desposesión material que hemos
sufrido como pueblo? La apuesta del comunal para transformar la sociedad de
una manera integral puede ser una respuesta. Para empezar debemos
aclararnos y dibujar nuevos imaginarios, si queremos salir del marco actual. El
común no puede ser simplemente un «tercer sector» entre el estado y el
mercado, que permita una coordinación más o menos exitosa entre proyectos
de un «mercado social» más humano, sino que debe implicar vínculos
comunales de solidaridad en la producción y reproducción de las relaciones
sociales. No debe ser una nueva gestión de lo público, con más participación
comunitaria, sino un proyecto de nueva sociedad.
Esta nueva sociedad se basará en el trabajo colectivo, en el valor de uso
frente al valor de cambio, en la reciprocidad y en la subsistencia frente a las
relaciones comerciales o orientadas al beneficio. Es un proyecto que pone la
sostenibilidad y plenitud de la vida en el centro (como se reivindica desde
determinados enfoques del feminismo), poniendo de relieve los valores y
prácticas que la lógica mercantil aparta del centro de la existencia (el amor,
los vínculos , la crianza, el tiempo ...) y es un proyecto también decrecentista
(sale de la lógica de la acumulación-crecimiento de los últimos dos siglos para
apostar por la subsistencia comunitaria, pero haciendo un objetivo político y
un plan de vida satisfactorio, una potencialidad, y no una imposición o una
vuelta atrás). El común no quiere ser una gestión asistencialista de la miseria
por parte de redes sociales de ayuda mutua de los marginados del sistema, lo
que le puede interesar al mismo sistema para evitar asumir los costes de ello
desde lo público-estatal, y al mismo tiempo, evitar revueltas por descontento
por falta de cobertura de necesidades básicas, sino que es un proyecto de
autogestión en el marco de una vida sencilla y frugal, una propuesta para
cambiar las dinámicas de toda la sociedad y afrontar los cambios sistémicos
que nos tocará vivir en este siglo XXI de la manera más resiliente posible,
organizándonos como comunidad.
Para desarrollar el común y la comunidad hoy en día necesitamos poner en el
centro el factor subjetivo, humano, que es el más difícil de sanar y el más
necesario para poder avanzar. El individualismo, el egocentrismo, y otros
males que la mayoría hemos aprendido a potenciar desde nuestra infancia y
socialización, generan muchas trabas a una auténtica recuperación de la
comunidad. Por lo que recuperar la comunidad requiere recuperar la persona,
una auto-transformación interior muy importante. Dejar de competir, de
compararse, de aislarse, de pensar que los problemas que tenemos sólo son
nuestros, hacer autocrítica, intentar siempre ver lo bueno que podemos
aportar y ver las virtudes y no sólo juzgar los defectos en los demás ,
aprender a amarnos de verdad.
También necesitamos que la sociedad vuelva a ser pueblo. Recuperar el común
y la comunidad requiere una transformación social de grandes implicaciones
hoy en día. Quién debe hacerla? Pensamos que la tiene que hacer el pueblo,
entendido como aquellas personas que habitan un determinado territorio
(barrio, ciudad ...) y entendido también como los de abajo, los sin poder, o con
poco poder y que tampoco pretenden tenerlo sino autogestionar su vida de
mantera horizontal con los iguales. Hay que salir del imaginario de la
delegación de la política y la gestión de la vida en manos de expertos y
representantes que supuestamente saben lo que nos conviene y nos
solucionarán los problemas. Las instituciones tienen unas dinámicas de
concentración de poder, jerarquías, estancamiento, etc. que difícilmente se
pueden transformar sin que nos transformen ellas a nosotros. Las
instituciones pueden estar más o menos a favor de unos cambios desde abajo,
pero en ningún caso pueden ser ellas quienes lideren estos cambios. Hay que
tener presente que en muchos momentos históricos, en la Edad Media por
ejemplo y en algunos momentos de la modernidad, el pueblo era pueblo, y el
poder era mas simbólico que real. Ahora el pueblo es más bien simbólico
(nación abstracta o la noción de «clases populares») mientras que el poder es
muy real. También la identificación con el poder es muy real hoy en día,
entonces el pueblo ha perdido sus referentes. Hay que reinvertir esta
situación.
Partiendo de esta base personal y colectiva nos podemos preguntar: ¿cómo
crear comunidad hoy en día y que ésta pueda ir avanzando hacia una sociedad
comunal? Es decir, cómo construir un tipo de comunidad que no sea sólo una
agrupación de individuos que viven más o menos juntos, sino que afrontan la
vida en común y que intentan transformar las dinámicas de su entorno para
que cada vez más personas puedan pasar a funcionar con una lógica diferente
a la actual, compartiendo recursos, cargas, privilegios, afectos ... más allá del
estado y el mercado, demostrando así que efectivamente, un nuevo mundo es
posible desde aquí y desde ahora .
Vamos a compartir algunas reflexiones que nos pueden ayudar a avanzar en
esta dirección.
Por un lado, sería importante salir de la idea de comunidad simplemente como
la imagen de varias personas viviendo bajo un mismo techo. Podemos
entender la comunidad más como vecindad (en su versión más amplia que
incluye relaciones de ayuda mutua, reciprocidad ..) y las relaciones bajo el
mismo techo como familias u hogares (que no tienen por qué reproducir el
modelo de familia nuclear, modelo bastante extraño históricamente). Así era
como se entendía antes la comunidad (la importancia de los primeros vecinos
frente a los familiares lejanos, la familia extensa que muchas veces también
acogía miembros que no eran de sangre, un fuerte componente
intergeneracional que transmitía actitudes y valores, la importancia de los
vínculos más basado en el amor y la proximidad y no sólo en la afinidad).
Algunas personas con las que hemos reflexionado últimamente sobre todas
estas cuestiones, en relación a sus experiencias de familia u hogar con un
fuerte componente comunitario, hablan de la importancia de compartir techo,
compartir economía, compartir mesa, compartir cuidados mutuos en todas las
etapas de la vida (crianza, vejez ...). En más o menos grados e intensidades,
estos factores podrían ser claves, aunque son discutibles, junto con los
vínculos de vecindad que hemos comentado.
Para crear comunidad, lo fundamental es tener algo importante que nos una
más allá de los intereses personales, como dice el I Ching, libro chino
ancestral de gran sabiduría: «No son las finalidades del yo, sino las metas de
la humanidad, lo que produce comunidad duradera entre los seres humanos ».
Compartir recursos comunes a nivel material que nos hagan depender unos de
otros en el buen sentido de la palabra -interdependència-, y a nivel más
inmaterial, una ética comunitaria, una cosmovisión apropiada, de hacia dónde
queremos tender como personas y como sociedad .
Frente a la actual sociedad fragmentada (los abuelos en residencias, los niños
en la escuela, los jóvenes a las instituciones educativas y los adultos al trabajo
asalariado), es fundamental recuperar vínculos intergeneracionales y
compartir ocasiones en las que estemos todos. En este sentido tenemos el
ejemplo de la Fia Falla de Bagà la noche de navidad, donde la tradición
históricamente ha sido transmitida por parte de los abuelos a los niños. Como
hoy en día los abuelos no conviven en la misma casa que los niños, la
estructura familiar está cambiando y los niños reciben el conocimiento sobre
todo a través de la escuela, que han hecho en Bagà? Inicialmente los abuelos
del Club de Jubilados San Jorge iban a la escuela para enseñar a hacer faies
los niños, pero últimamente es la niña la que va al Hogar de Ancianos y se van
con sus fías-faies ya hechas. Así pues, aunque sea adaptándonos a los tiempos
actuales, sería importante la transmisión entre generaciones de las tradiciones,
la cultura y los conocimientos ancestrales. Recuperar y mantener la historia y
las tradiciones locales.
También es importante recuperar espacios de trascendencia frente al vacío
existencial: que este vacío no sea aprovechado por los mercaderes de una
espiritualidad individualista, que nos lleva sólo a mirarnos el ombligo, sino que
sea una excusa para encontrarnos con los demás, con rituales,
celebraciones ... que sean significativas (esto se puede hacer recuperando
tradiciones ya existentes y también inventando otras nuevas). Algunos
ejemplos de celebraciones comunitarias ya existentes se han dado sobre todo
en los momentos del nacimiento y la muerte, los rituales de paso han sido
habituales al pasar de la juventud a la edad adulta, la celebración de los
cambios de estación es una fiesta habitual en el campo, por ejemplo. La
vivencia de estos momentos actualmente se encuentra muy mediatizada por
empresas (funerarias, por ejemplo), o por instituciones médicas (en el caso de
los nacimientos ..) y es fundamental ir recuperando el control personal y
comunitario.
Partir de una posición y actitud de arraigo. Energía-amor-inteligencia (hacerlo
estimarse conocer) puestos al servicio de la naturaleza (conciencia de
conservación de la naturaleza) y la comunidad (conciencia de grupo), del mundo
que te rodea, teniendo en cuenta los ancestros ( historia, tradición y cultura
propia) y las generaciones futuras (solidaridad con los que están por nacer). Con
palabras de Simone Weil: un ser humano tiene una raíz en virtud de su
participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad que
conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimientos del futuro.
En momentos como el actual en el que se habla mucho de la identidad propia, del
nuevo país, etc. pienso que es fundamental pensar en términos de arraigo, ya que
es una manera de aterrizar muchos sentimientos y pretensiones con que nos
encontramos para que tengan unas implicaciones reales, para clarificar
compromisos y ampliar miras.
En un sentido más general, para avanzar hacia una sociedad comunal, sería
imprescindible ir definiendo y compartiendo poco a poco un proyecto de
cambio, una visión común (análisis, propuesta y estrategia) que nos pueda
ayudar a superar el sistema actual. Este proyecto debería saber hermanar
muchas luchas ahora parciales y «reformistas» (entendiendo reformistas las
que no cuestionan la esencia de los problemas sino que pretenden encontrar
soluciones en el mismo marco actual simplemente mejorándolo) y darles una
salida en términos de una estrategia en la que mientras se palien los malos
urgentes está avanzando para que cambien las cuestiones esenciales. Entre
otras cosas este proyecto debería poner sobre la mesa la unión inseparable
entre el capitalismo y el estado, tener un discurso propio y no copiar el de la
izquierda que de forma mayoritaria hoy en día sigue defendiendo como
modelo ideal un estado que nos defienda del Capitalismo. También debería
saber mantener una coherencia entre medios y fines, tener claro que la lucha
institucional no puede ser de ninguna manera la vía principal, ya que
representa muchas incoherencias y tiene muchos peligros de asimilación, como
decíamos. Tener presente y trabajar paralelamente la unión necesaria entre
revolución social y revolución personal y de valores, ya que el cambio que
necesitamos es a todos los niveles, debe ser integral.
A nivel concreto las propuestas que hacemos no son tan nuevas, porque
beben de numerosos referentes históricos y porque hoy en día ya hay muchas
personas que están trabajando en la dirección de la recuperación de la historia
y las prácticas comunales. Para ello hay que tejer alianzas con todo el mundo
que aporte su granito de arena y que esté en una línea similar.
Así, tanto en el campo como en la ciudad hay posibilidades de recuperar el
valor de uso frente al valor de cambio, de tratar de desmercantilizar en la
medida de lo posible los recursos básicos, de recuperar espacios para la
gestión vecinal, de autogestión de los servicios estatales ... (pensamos en una
nueva gestión del agua, en la recuperación de edificios y fábricas, la
recuperación del espacio público para usos populares ... en la ciudad
ciertamente hay muchos impedimentos pero también hay potencialidades (por
ejemplo en algunos barrios de Atenas desde la crisis se han dado ejemplos de
auto-organización y autogestión popular fuerza admirables, un caso sería en
el ámbito de la salud).
A nivel legal es necesario que vamos estudiando qué realidad legal hay en
Cataluña sobre los bienes comunales y municipales y ver cómo se podrían
comunalizar efectivamente. En Cataluña hay zonas con mucho comunal
histórico, que si no fuera por la existencia de gente que lucha por recuperarlo,
se podría perder fácilmente (a través de privatizaciones, ventas, etc.) Un
ejemplo es el pleito del pueblo de Vilanova de Meià (la Noguera) contra un
vecino por apropiarse de un terreno comunal para poner un molino privado,
con la connivencia del ayuntamiento. El ayuntamiento quiere segregar esta
parte del comunal y hacer la venta al vecino y por eso algunos vecinos han
hecho un recurso contra el ayuntamiento. Aquí vemos lo importante, por un
lado, conocer y aprovechar las posibilidades legales, a la vez que tener mínima
fuerza humana y consciente a nivel local que pueda dar sentido a estas luchas
(recordemos que los bienes comunes no pueden ser comunales si la
comunidad humana que les debe dar uso no existe).
Sería fundamental que los servicios y bienes municipales pasaran a mano
común (como están intentando por ejemplo algunos compañeros en Galicia
recuperando las «Comunidades de Montes Vecinales en Mano Común», que es
un régimen de propiedad vecinal reconocido en todo el Estado español, todo y
que la Generalitat aún no la ha aplicado nunca. En Galicia los montes vecinales
no fueron vendidos durante la desamortización, precisamente por ser de
aprovechamiento del común de los vecinos desde tiempo inmemorial. En
muchos otros lugares del Estado los bienes comunales se "municipalizan" con
la creación de los Ayuntamientos y en otros casos se han privatizado a través
de cuotas de socios.
Así, los ayuntamientos se han erigido como suplentes del pueblo a nivel local,
con el adjetivo «municipal» como término legitimador. Pero estos pierden
fuerza con las nuevas leyes de ordenación territorial, algunos desaparecen ...
esta puede ser una buena ocasión para reivindicar que sean las propias
comunidades vecinales las que, directamente, gestionen los recursos comunes,
y para reconstituir estas comunidades humanas en caso de que no existan, por
lo que las reflexiones anteriores pueden ser útiles.
En el ámbito económico podríamos ir avanzando hacia un cooperativismo
social en el que la comunidad sea camino y destino. Una propuesta en este
sentido serían las cooperativas ciudadanas (no enfocadas al mercado en
general, sino a satisfacer necesidades locales, fomentando al máximo el
vínculo entre las personas participantes y que permitan desarrollar un trabajo
que no esté fragmentado de las otras facetas de la vida, como comentábamos
anteriormente). El modelo que propone el proyecto de la Democracia Inclusiva
puede ser inspirador ya que inserta las cooperativas en el marco de asambleas
populares que son las que deciden los objetivos que estas deben alcanzar,
basándose en las necesidades sociales locales. Así, en las cooperativas no se
trata sólo de que la gestión sea democrática o que tengamos un sello de
responsabilidad social corporativa, sino que hay que salimos de la lógica
mercantil para insertarnos en una lógica pro-comunal y comunitaria. Que
estas, junto con otras prácticas que satisfacen necesidades más allá de la
producción, formen el brazo económico de un movimiento que ponga cada vez
más personas, bienes y trabajo fuera de las dinámicas del Estado y el
Capitalismo, con una visión de transición a largo plazo hacia un nuevo modelo
social. Esto se puede ir haciendo por vías legales, reivindicativas, de acción
directa ... pero con una mirada común de recuperar lo que es nuestro y tomar
responsabilidad.
Por último, todas estas propuestas beben de inspiraciones muy actuales que
nos dan fuerza y de las que podemos aprender mucho, desde las más cercanas
a pequeña escala, hasta ejemplos europeos como la lucha para liberar algunas
zonas del control estatal y corporativo, como las ZAD s en Francia o ejemplos
más lejanos como el funcionamiento de las comunidades indígenas originarias
en el sur de México, o el modelo de los kurdos en el norte de Siria (Kurdistán
sirio) ...