viernes, 20 de octubre de 2017

NO DEBERÍAMOS LLAMAR ANTROPOCENO AL CAPITALOCENO



De una noticia periodística:
 Los condenados a muerte pueden decidir libremente si quieren que les sirvan las alubias dulces o ácidas en su última comida” 

 NO DEBERÍAMOS LLAMAR ANTROPOCENO  AL CAPITALOCENO 
El concepto Antropoceno es relativamente reciente, lo propuso en 2000 Paul Crutzen, premio Nobel de Química, como periodo de la historia geológica de la Tierra que sucede al Holoceno (segunda y última época de la era Cuaternaria o neozoica). Antes, en el siglo XIX, un término similar -Antropozoico- fue usado por Antonio Stoppani como nueva era geológica caracterizada por los efectos de la actividad humana. 
El Antropoceno no deja de ser un término metafórico e informal, al que se recurre para referirse al cambio medioambiental que afecta a los ecosistemas terrestres. Para que sea considerado científicamente habrá de confirmarse su plasmación en la escala geológica temporal y global, ser aprobado por la Comisión Internacional de Estratigrafía y ratificado por la Unión Internacional de Ciencias Geológicas en un Congreso Geológico Mundial. Eso tardará un tiempo, pero de quedarse con la denominación de Antropoceno será un gran error, científico y ético, de enorme trascendencia. No se puede llamar Antropoceno al Capitaloceno.

En el paradigma oficial, la negatividad del Antropoceno viene siendo reducida al periodo de los tres siglos transcurridos desde la revolución industrial (s.XVIII). Cierto es que suponía un avance respecto al análisis científico precedente, pero con un mínimo de rigor, sólo puede ser considerado como punto de partida, necesitado de profundización y de precisión en la identificación de las causas originarias del Desastre que se quiere ocultar y justificar dándole el nombre de Antropoceno.
Se ignora -no siempre inocentemente- cuál es el verdadero punto de inflexión, situado en el tiempo de los grandes descubrimientos y de la consiguiente Colonización europea de los continentes, se ignora que fue entonces cuando se produjo el cambio trascendental, la nueva cosmovisión “capitalista” del mundo, que iría afianzándose hasta alcanzar su hegemonía universal. A partir de entonces el mundo fue visto y organizado de una manera nueva y bipartita: de una parte estaba la “sociedad o civilización”, integrada por las élites económicas, políticas e intelectuales y en la otra parte estaba la “naturaleza” a explotar, que incluía a los indígenas, que empezaron a ser considerados y denominados como “naturales” o salvajes. Desde entonces, en esencia nada ha cambiado, sólo podemos constatar que se ha ido consolidando esa división bipartita de la especie humana y que se ha ido perfeccionando el nuevo sistema de dominación que entonces nacía y que hoy tiene nombre propio, Capitalismo, por mucho que se quiera ocultar.
Los efectos ambientales y geológicos (denominados Antropoceno) son incomprensibles considerados por sí mismos, desligados de la nueva cosmovisión y organización capitalista del mundo que surgiera en el paso del siglo XV al XVI. La idea de separar Naturaleza y Sociedad está profundamente enraizada en otros dualismos de la Modernidad: capitalista-obrero, occidente-resto del mundo, hombres-mujeres, blancos-negros, civilización-barbarie, derechas-izquierdas...todos estos dualismos encuentran realmente su raíz primaria en el dualismo Naturaleza-Sociedad que comenzara con la colonización europea del resto del mundo. El pensamiento ecologista ha venido a reforzar el error científico inicial, ayudando a la consolidación del pensamiento dominante, destructivo, reduccionista y único, ayudando a “democratizar” la responsabilidad universal en el Desastre: todos los humanos somos responsables, todos somos, por naturaleza, igualmente egoístas e insolidarios, ésto es el concepto Antropoceno, su totalitario sustrato ideológico.  
La responsabilidad del desastre no es del Capitalismo, no es de ese innombrable sistema-mundo, ya convenientemente travestido en capitalismo de color verde


 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buen artículo