De una noticia periodística:
“Los condenados a muerte pueden decidir libremente si
quieren que les sirvan las alubias dulces o ácidas en su última comida”
NO DEBERÍAMOS LLAMAR ANTROPOCENO AL CAPITALOCENO
El concepto Antropoceno es relativamente reciente,
lo propuso en 2000 Paul Crutzen, premio Nobel de Química, como
periodo de la historia geológica de la Tierra que sucede al Holoceno
(segunda y última época de la era Cuaternaria o neozoica). Antes,
en el siglo XIX, un término similar -Antropozoico- fue usado por
Antonio Stoppani como nueva era geológica caracterizada por los
efectos de la actividad humana.
El Antropoceno no deja de ser un
término metafórico e informal, al que se recurre para referirse al
cambio medioambiental que afecta a los ecosistemas terrestres. Para
que sea considerado científicamente habrá de confirmarse su
plasmación en la escala geológica temporal y global, ser aprobado
por la Comisión Internacional de Estratigrafía y ratificado por la
Unión Internacional de Ciencias Geológicas en un Congreso Geológico
Mundial. Eso tardará un tiempo, pero de quedarse con la denominación
de Antropoceno será un gran error, científico y ético, de enorme
trascendencia. No se puede llamar Antropoceno al Capitaloceno.
En el paradigma oficial, la negatividad del
Antropoceno viene siendo reducida al periodo de los tres siglos
transcurridos desde la revolución industrial (s.XVIII). Cierto es
que suponía un avance respecto al análisis científico precedente,
pero con un mínimo de rigor, sólo puede ser considerado como punto
de partida, necesitado de profundización y de precisión en la
identificación de las causas originarias del Desastre que se quiere
ocultar y justificar dándole el nombre de Antropoceno.
Se ignora -no siempre inocentemente- cuál es el
verdadero punto de inflexión, situado en el tiempo de los grandes
descubrimientos y de la consiguiente Colonización europea de los
continentes, se ignora que fue entonces cuando se produjo el cambio
trascendental, la nueva cosmovisión “capitalista” del mundo, que
iría afianzándose hasta alcanzar su hegemonía universal. A partir
de entonces el mundo fue visto y organizado de una manera nueva y
bipartita: de una parte estaba la “sociedad o civilización”,
integrada por las élites económicas, políticas e intelectuales y
en la otra parte estaba la “naturaleza” a explotar, que incluía
a los indígenas, que empezaron a ser considerados y denominados como
“naturales” o salvajes. Desde entonces, en esencia nada ha
cambiado, sólo podemos constatar que se ha ido consolidando esa
división bipartita de la especie humana y que se ha ido
perfeccionando el nuevo sistema de dominación que entonces nacía y
que hoy tiene nombre propio, Capitalismo, por mucho que se quiera ocultar.
Los efectos ambientales y geológicos (denominados
Antropoceno) son incomprensibles considerados por sí mismos,
desligados de la nueva cosmovisión y organización capitalista del
mundo que surgiera en el paso del siglo XV al XVI. La idea de separar
Naturaleza y Sociedad está profundamente enraizada en otros
dualismos de la Modernidad:
capitalista-obrero,
occidente-resto
del mundo,
hombres-mujeres,
blancos-negros,
civilización-barbarie,
derechas-izquierdas...todos
estos dualismos encuentran realmente su raíz primaria en el dualismo
Naturaleza-Sociedad
que comenzara con la colonización
europea del resto del mundo. El pensamiento ecologista ha venido a
reforzar el error científico inicial, ayudando a la consolidación
del pensamiento dominante, destructivo,
reduccionista y único, ayudando
a “democratizar” la responsabilidad universal en el Desastre:
todos los humanos somos responsables, todos somos, por naturaleza, igualmente egoístas e insolidarios, ésto es el concepto Antropoceno, su totalitario sustrato ideológico.
La
responsabilidad del desastre no es del
Capitalismo, no es de ese
innombrable sistema-mundo, ya
convenientemente travestido en capitalismo de color verde.
1 comentario:
Muy buen artículo
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