Se
le pueden dar todas las vueltas que se quiera a esta crisis de la
pandemia por covid-19, que de ninguna forma tendrán explicación convincente si van
desconectadas de la crisis sistémica en la que ya vivÍamos antes y
de la que el coronavirus está resultando un acelerador, que nos
sitúa en la antesala de un colapso generalizado del orden global imperante.
Escucho
por todas partes premoniciones acerca de la salida de la pandemia,
mayoritariamente bienintencionadas, ingenuamente fundadas y
desesperadamente optimistas (“la sociedad no será la misma,
seremos mucho mejores”) a partir de datos parciales de lo que está
sucediendo, como por ejemplo los gestos de ayuda y solidaridad social
que la pandemia ha despertado en parte de la población mundial,
convenientemente amplificada por los medios estatales de propaganda,
con sensibleros y amarillos mensajes “humanitarios” que, por
supuesto, evitan cualquier profundidad de análisis y cualquier
manifestación de libre pensamiento.
De
lo que se trata es de abrumar a la población con un exceso de
información y opinión tertuliana, replicada hasta la exacerbación
en las redes sociales, generando un estado de confusión que favorece
la pasiva aceptación de los mensajes precocinados desde las
instancias de poder.
Para
esa aceptación, la excepcionalidad de la situación junto el miedo a
la enfermedad y a la pobreza que provoca, es el caldo de cultivo
idóneo, aderezado con un relato sobre el bien común como pátina
superficial que actúa como capa de imprimación, pintura previa y
preparatoria para la aceptación social de esta “nueva realidad”
devenida por sorpresa (por obra del destino,de la Naturaleza, o
porque Dios lo ha querido que dirán otros). Todo ello requiere de
una colosal operación global a fin de socializar el colapso y sus
efectos. No parece difícil que, tras la pandemia, la mayoría de
individuos recuperen, incluso con ansia, la inercia acostumbrada y
obediente del sálvese quien pueda. Porque no en balde para ello
hemos sido eficazmente educados.
Sin
la previa asunción social de la obediencia no sería posible el
triunfo de ningún orden jerárquico, no hubiera sido posible la
consolidación de ningún régimen, de ningún Estado, en ninguna de
sus formas.
El
colapso sucederá porque ya estaba sucediendo:
-La
sistemática aniquilación de la individualidad libre y responsable,
individuos/masa disueltos en nacionales masas de consumidores,
proletarios de clase media en los países “avanzados” ,
proletarios de toda la vida en los países colonizados. A cargo de
dictocracias más o menos bestias o partidocracias más o menos
representativas, todas ellas productoras del moderno individuo medio,
infantilizado y oficialmente diagnosticado como débil e
irresponsable crónico, incapaz de hacer ni decidir nada por sí
mismo, cuya vida ha de ser necesariamente gestionada por el Estado,
por sus clases propietarias y dirigentes, que han de “soportarle”,
porque ellas sí están preparadas y aptas para hacerse cargo de la
propiedad y el mando, porque ellas son de natural gente tenaz,
inteligente y experta en todas las ramas de la ciencia, gente que
sabe de política, a diferencia de la chusma ignorante, que sólo
trabaja, consume y vota. Que en ello agota todas sus limitadas
capacidades de libertad y discernimiento.
-Un
metabolismo social fundamentado en la sistemática depredación y
agotamiento de los bienes naturales que son universales y comunes por
definición. Con resultado de la mercantilización de la naturaleza y
de todas sus partes, incluido el rebaño humano. Y más allá, una
expropiación anticipada de esos bienes a las próximas generaciones,
lo que significa un verdadero y masivo genocidio.
-Una
sistemática medicalización de la sociedad (*), mercantilización de
la salud, un colosal error “bien intencionado”. La salud como
falso derecho de la ciudadanía, concedido y garantizado por el
Estado, ¿por qué no el derecho a ser más altos, guapos e
inteligentes? No es un error banal esta confusión entre la salud
como estado propio, que conlleva responsabilidad personal por el
cuidado de uno mismo, responsabilidad personal y ahora delegada,
clientelarmente, a cargo del Estado. El resultado es un individuo
enfermo de por vida, un cliente cautivo de la consulta médica y de
la industria farmacéutica, absolutamente incapaz de cuidarse por sí
mismo, ansioso demandante de cirujías, quirófanos y pastillas,
hasta para curar un resfriado, un dolor de cabeza, un padastro en una
uña o un mínimo, natural y momentáneo estado de tristeza. Un
individuo que así ignora los peligros derivados de esa medicina
oficial (**), obligada a mantener la enfermedad para su propia
subsistencia corporativa, médica y farmacéutica. Desarmado y
cautivo, el individuo medicalizado tiene debilitada su fortaleza
natural, la de su sistema inmune desarrollado durante muchos miles de
años, no soportará la más mínima infección, no resistirá el
ataque de ningún virus cuando esté aquejado de patologías
previas, como estamos comprobando en la actual pandemia. La guerra y
la peste siguen siendo ancestrales herramientas de muchos genocidios
“bien intencionados”.
¡Claro
que el colapso ya venía fraguándose mucho antes!
-La
vida humana dependiente exclusivamente del dinero. Dinero que a unos
cuesta esfuerzo, sudor y lágrimas, y que a otros sólo cuesta darle
al botón de una impresora o sentarse a esperar la renta, su
reproducción en acciones y fotocopias financieras. Dinero sucedáneo
de una eterna esperanza en el regreso al jardín del Edén o, como
mínimo, al no menos ilusorio Estado del Bienestar. La abundancia
que emana de la Tierra, de la creatividad humana y de la convivencia
en comunidad, reducidas a planes de concentración parcelaria,
pequeñas patrias de escasez obligatoria, reinos de aprovechados y
bocazas...y, ya se sabe, el Estado sólo sirve para socializar la
escasez, sólo en caso de pérdidas. Por eso que la pérdida y la
escasez tengan que ser mantenidas.
-La
vida humana recluida en monstruosas concentraciones urbanas, endebles
metrópolis condenadas a la delincuencia estructural, donde el
individuo no vale nada y la comunidad es industrialmente falsificada,
porque quedó olvidada muy atrás, en su prehistoria campesina.
Superpobladas por nuevos individuos fabricados a medida, recluidos
en empresas, escuelas y festivales de ruido, multitudes que
entretienen sus vidas con la mirada perdida en las pequeñas
pantallitas donde desperdician su vitalidad y creatividad. Individuos
que cuando se acabe el petróleo y el mineral que alimenta la batería
del próximo coche eléctrico, no sabrán cómo cultivar una lechuga
que llevarse a la boca. Irán del botellón al saqueo de los
supermercados, condenados están. Para entonces muchos querrán irse
al campo, donde ya nada pueden aprender, porque allí los campesinos
también desaparecieron; sólo encontrarán agricultores y ganaderos
empresarios que nada tienen que enseñar, porque lo han olvidado, ya
no saben cultivar sin envenenar la tierra, ya no saben ser pastores,
ven kilos de carne donde antes había rebaños de ovejas, ya no saben
vivir por sí mismos, no sin la dependencia del banco y la recompensa
del Estado por seguir produciendo toneladas de mierda comestible,
envenenando la tierra y malgastando sus vidas.
¡Claro
que el colapso ya venía fraguándose mucho antes!...y claro que es
incierto ese dicho infecto que se extiende más rápido que el virus,
esa bobalicona sentencia que machaconamente repite “qué facil es
verlo ahora, a toro pasado”.
La
pandemia no pasará del todo, ni cuando llegue el verano ni cuando
pase el próximo invierno, aquí se queda porque está en su primera
fase. Aún cuando nos deje un respiro, la vida humana, con su
intrínseca dignidad, seguirá siendo un vector accesorio,
productivo, mercantil y utilitario, porque ya lo es la naturaleza
toda y la vida en todas sus formas; seguirá siendo así porque a día
de hoy no existe la intención, la voluntad, ni la fuerza que pueda
impedirlo.
Eso
sí, la gran novedad será que el Estado del mundo cambiará de
liderazgo, habrá un relevo que ya vemos venir:
La
China popular/capitalista, la de bandera de color proletario y
comunista, tomará el relevo del hortera imperialismo USA, será el
nuevo líder del socialismo de la escasez planetaria, en el tiempo
del colapso. A los viejos burgueses, como a los comunistas ortodoxos,
ya no les repugna esa bandera, han comprobado que se pueden hacer
buenos negocios con esta China, porque se ha convertido en un Estado
(socio) fiable. Para todos ellos, los antiguos prejuicios de
totalitarismo y abuso de los derechos humanos, prácticamente han
desaparecido, convencidos ya de que la “democracia china” puede
que tenga sus defectos, sí, pero el hecho definitivo es que su
economía funciona mejor que la de los gastados capitalismos,
conservadores o progresistas, tanto liberales como socialdemócratas
o neoliberales.
En
su renovada jerga, la paz social es el nuevo nombre dado al Estado de
obediencia. Una paz social perfectamente compatible con la guerra en
todas sus formas, de clases, comercial y convencional. Guerra
permanente y total por un salario entre los iguales dominados, por la
acumulación de capital entre los iguales dominantes. ¿Cómo no
entender la guerra extendida entre proletarios superiores (la
pequeña burguesía propietaria de una casa y un empleo) y
proletarios inferiores, la gente sin casa y expulsados del mercado
laboral, deseantes de casa y empleo propios? Es la guerra integral y
global, institucionalizada a todos los niveles, guerra en esencia
económica y en formato de clases, convertida en medio “natural”.
La paz social o Estado de obediencia es la más lograda
demostración de su implantación planetaria, la victoria
incuestionable de la fuerza bruta.
Ecofascismo
es lo que viene, porque no puede venir otra cosa que no sea derivada
y consecuente de la situación actual. Y para
ello hay que prepararse:
Ecología industrial, rentable y
estatalizada. Feminismo institucional y desnortado, para guardar las
apariencias, feminismo que sólo será igualitario en la precariedad
y proletarización de las mujeres. Veremos la utilidad de la
emigración en la cuenta de resultados de las empresa capitalistas y
más aún en la mayor de ellas, en la hacienda estatal/capitalista. Asistiremos impávidos a la militarización tecnológica de nuestras
vidas. La corrupción y los recortes de tiempos pasados nos parecerán
un mal menor y un deseable viaje de vuelta. Y tendremos una renta
básica que nos parecerá el mayor logro progresista, que será la
gran medida del nuevo Estado, un mínimo existencial que marcará el
nivel de nuestra miseria material y moral.
No
daré más rodeos mareantes por la superficie de la crisis ni por las
obviedades del colapso. No pienso perderme en criticismos retóricos
y redundantes, diré lo que realmente pienso: que
la paz social es lo más parecido a la paz de los cementerios, que la
vida es conflicto y no hay conflicto mayor ni más obligado que la
revolución hoy necesaria, dirigida a la autoconstrucción de nuestra
devastada individualidad y a la recuperación/conquista de los
bienes universales: la Tierra común y el Conocimiento humano. En Democracia
integral...instaurando el sentido convivencial de la vida humana, de su buen
sentido perfectivo, inseparablemente comunal y libertario.
Soy
consciente de que sólo decirlo sigue siendo retórico y redundante,
por muy alternativo que parezca. Por eso que diga de seguido cómo
hacerlo y proponga una estrategia. Por ahora a grandes rasgos:
1º.
Que esa declaración y pacto de los bienes universales (la Tierra común y el
Conocimiento humano) y la Democracia integral, no sea sólo mía, ni sea sólo
individual.
Porque,
incluso aunque uno a uno lográsemos el objetivo de autoconstruirnos
personalmente, el rescate de nuestra libertad de conciencia, y
aunque así reconfortados nos replicásemos a la velocidad de un
virus, varios siglos no serían suficientes para reunir la fuerza
necesaria para afrontar el combate contra la descomunal fuerza bruta
del sistema global al que nos enfrentamos.
2º.
Que aquellos que suscribamos tal declaración nos autoorganicemos,
que para hacerla efectiva nos juntemos y nos pongamos a ello. A
realizarla desde abajo, desde las comunidades locales, única vía
posible para disolver al Estado que protege la privatización, mejor
dicho, la apropiación o robo sistemático de los bienes comunales
(sea este robo individual, corporativo o “público”).
Luchar
así contra la socialización de la desposesión y la obediencia,
allí donde podemos cortarle los pies a los Estados nacionales y a su
sistema de dominación globalmente sindicado. Es ahí donde podemos
contar con más posibilidades de victoria, en el territorio
convivencial, local y comunitario; construyendo desde abajo el
contrapoder popular necesario, en ayuntamientos comunales. Y hay que
hacerlo solidariamente, extendiendo el método a escala
progresivamente global, en autónomas y confederadas redes comunales,
de lucha, cooperación y ayuda mutua universales.
No
partimos de cero, aunque pudiera parecerlo por lo que vengo diciendo.
No, porque hace años que en todas las regiones del mundo hay gente
trabajando por ello, mucha gente que honradamente dedica todo su
energía y tiempo en esa dirección. Pero sucede que entre sí no se
entienden, que son incapaces de ponerse de acuerdo, que siguen la
inercia acostumbrada, de rebeliones vociferantes y pancarteras, de
heredadas fobias partidistas, ideológicas y hasta metafísicas,
desperdiciando su energía personal y colectiva, como tropa de
recambio electoral o disidente, afiliados al desesperado y blandengue
ejército de “la Alternativa”.
No
planteo un acuerdo sobre complejos y detallados programas de
activismo y estrategia política, no sobre la base de abstractos
valores “humanistas”, ni sobre fundamentos ortodoxamente
materialistas, lo que propongo es una respuesta bien simple, pero
comprometida, es un pacto básico y universal, válido para el común
de los mortales, para rescatar la Tierra y el Conocimiento humano, nuestros
universales bienes comunes y concretos, con una organización
convivencial, que así no podrá ser sino igualitaria e integralmente
democrática. Ir a lo sustancial, porque todo lo demás vendrá como
consecuencia y por añadidura. Será tarea siempre mejorable y que no
durará menos de un siglo, por lo que hay que espabilar, no sea que
lleguemos tarde.
Esa
liberación de los bienes comunes universales nunca será decretada,
no habrá Estado capaz de ir contra sí mismo. Ni es algo que se
parezca a un derecho a reivindicar, como la sobada Declaración Universal de los Derechos Humanos, no, yo hablo de un deber universal que
compromete a cada individuo, a todas las generaciones y a toda
nuestra especie. Y ha de ser así, porque siendo la mejor solución es
también nuestro deber existencial, que si en algún tiempo pudo ser
de dignidad o fraternidad, ahora más que nunca lo es también de
supervivencia.
Notas:
(*)
En 1975, antes de que pudiéramos empezar a desentrañar la finalidad
opresora de la medicalización social, Ivan Illich hizo una
anticipada y valiosa reflexión al respecto en su libro “Némesis.La expropiación de la salud”, a
cuyo primer capítulo
títuló
“la epidemia de la
medicina moderna”. Un
libro organizado en cuatro partes, las
tres primeras dedicadas a la iatrogenia (la enfermedad causada por la
medicinina) en sus aspectos clínico, social y estructural; y la
parte 4 dedicada a la política de salud. En ese libro Illich hace
referencia a la antigüedad
de evidencias sobre los
peligros de la iatrogenia,
que ya fueran estudiadas por médicos árabes, como Al
Razi, médico jefe del hospital de Bagdad, que ya
en el siglo IX
realizó estudios sobre la iatrogenia. En esa época ya existían
algunos documentos y varios libros dedicados a ese estudio, como “Los
errores de objetivo de los médicos” y “De las purgas
administradas a pacientes febriles antes del momento oportuno”.
Son
muy abundantes las citas históricas al respecto, incluso más
antiguas aún que la anterior, por ejemplo ésta, fechada en el siglo
I, de Plinio el Viejo, que en su Naturalis Historia XXIX, 19, decía:
“Para
protegernos de los médicos no hay ley que persiga la ignorancia ni
ejemplo de pena capital. Los médicos aprenden a nuestro riesgo,
experimentan y matan con impunidad soberana; en realidad, el médico
es la única persona que puede matar. Van más allá y hacen
responsable al paciente: culpan al que ha sucumbido.
Aunque
en realidad el derecho romano ya contenía algunas disposiciones
contra los daños de orígen médico (damnum injuria datum per
medicum). En Roma la jurisprudencia hace al médico legalmente
responsable no sólo por su ignorancia y negligencia, sino también
por actuar chapuceramente. El médico que había operado a un esclavo
pero no había vigilado debidamente su convalecencia, tenía que
pagar el precio del esclavo y la pérdida de ingresos al amo durante
el tiempo que se prolongara la enfermedad. Estas disposiciones no
cubrían a los ciudadanos, pero éstos podían demandar por su cuenta
al médico por mal ejercicio profesional”.
(**)
Mucho antes de que Ivan Illich describiera el mecanismo de la
medicalización como “iatrogénia” clínica, social y
estructural), desde el tiempo de los romanos ya fuimos advertidos del
peligro de iatrogénesis. Incluso
antes,
el
médico griego Hipócrates,
aquel que
viviera 90 años entre el 460 y el 370 antes de Cristo, tenía
un enfoque terapéutico basado en
el poder curativo de la naturaleza. Según esta doctrina, el cuerpo
contiene de forma natural el poder intrínseco de sanarse (physis)
y cuidarse. La terapia hipocrática se concentraba en facilitar este
proceso natural y,
para
hacerlo, Hipócrates creía que «el reposo y la inmovilidad eran de
gran importancia.
Hoy
el corporativismo
médico es tal que resulta muy difícil encontrar testimonios
críticos procedentes de la profesión médica. Una de estas
excepciones es el testimonio de un médico de urgencias, en un
artículo titulado “Yatrogenia,
la enfermedad del curar” decía:
“El
término yatrogenia hace referencia al daño producido por los actos
médicos (básicamente). No hay que confundirlo con negligencia, sino
que la yatrogenia en parte es algo inherente a la profesión médica,
con toda acción viene de la mano un efecto que puede ser en parte
negativo para la salud del paciente.
Pero
no sólo los efectos secundarios de los medicamentos o las
intervenciones instrumentales pueden causar daño; el simple contacto
con el médico ya puede ser dañino; los consejos sin
conocimiento que se adoptan por parte del paciente como si
fueran dogmas de fe, las pruebas diagnósticas que detectan un falso
positivo y generan una enfermedad que realmente no está presente,
las medidas sobre la población que se introducen sin tener seguras
sus repercusiones, el médico que le receta a un paciente un fármaco
cuyos efectos secundarios desconoce tan sólo porque es el que le
entra por los ojos cada vez que coge su carpeta o usa su boli pero en
realidad desconoce sus efectos secundarios y su mecanismo de
acción...
Además, a esto añadimos que en nuestra mente secuencial, para paliar un síntoma añadimos otra intervención nueva…
Además, a esto añadimos que en nuestra mente secuencial, para paliar un síntoma añadimos otra intervención nueva…
Dos
clásicos:
-
Si aparece tos en el contexto de un tratamiento con un IECA (fármaco
para la tensión) se da un antitusivo; si el antitusivo da
estreñimiento se da un laxante (3 fármacos en vez de simplemente
cambiar el primero).
- Si llega el verano y se me hinchan las piernas y orino mucho por la noche, en vez de pensar en si dentro de mi tratamiento está el amlodipino (otro fármaco cardiológico), le ponemos un flebotónico o un diurético...
Y es que a veces deshacer o no hacer también es un arma terapéutica muy válida”.
- Si llega el verano y se me hinchan las piernas y orino mucho por la noche, en vez de pensar en si dentro de mi tratamiento está el amlodipino (otro fármaco cardiológico), le ponemos un flebotónico o un diurético...
Y es que a veces deshacer o no hacer también es un arma terapéutica muy válida”.
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