domingo, 29 de marzo de 2020

AUTORRECLUSIÓN O PRISION PREVENTIVA (REFLEXIONES EN CUARENTENA)

Don Quijote y Nasreddín


No sabía Nasreddín (*) en qué lugar había perdido aquel objeto y sólo intentó buscarlo bajo la luz de la farola más próxima a su casa. 
 
Los cuentos de Nasreddín relatan las contradicciones y paradojas de su experiencia vital. Valga de ejemplo el cuento de “Nasreddín y el huevo” (**) transmitido oralmente desde la antigüedad y convertido en fábula popular que llegó al Mediterráneo desde la India (**). 
 

Caminando en soledad por una montaña siempre puede aparecer por delante una ladera bien empinada, resbaladiza y pedregosa, sin senderos ni veredas marcadas. El senderista tendrá que elegir: subir todo recto o en zigzag. Puede tener prisa si se presenta una amenaza de tormenta, o aún así no tenerla si piensa que va bien pertrechado. Puede preferir un esfuerzo intenso, subiendo en línea recta y en poco tiempo, o hacerlo más llevadero, subiendo en zigzag aunque le lleve más tiempo. Si no quiere renunciar a su intención de llegar a la cumbre tiene que elegir. Si el peligro de la tormenta es inminente, tendrá que elegir entre su promesa de no rendirse y el absurdo de correr un peligro gratuito. Cualquiera que sea su decisión, subir en línea recta o zigzag, alcanzar la cumbre o regresar, cumplir su palabra o renunciar, cualquiera que sea lo que elija, creerá que es lo más obvio. Pero no, lo más obvio de todo es su libertad, su poder de elegir entre una pluralidad de obviedades y afrontar sus consecuencias sin echarle la culpa a nadie, tampoco a sí mismo...y mucho menos a su soledad, o a la ley de la gravedad o a la fiereza de las tormentas.


El título de este escrito podría ser el enunciado de un dilema, el de la libertad y su escurridiza obviedad. Lo tenemos bien delante, lo vemos y lo sentimos, pero es tan obvio que no creemos que pueda ser verdad y, en consecuencia, no nos atrevemos a decir su nombre, por miedo al ridículo y a ir contracorriente. No nos vale decir que así nos han educado, que para eso hemos sido amaestrados, ni tampoco vale la excusa del mal de muchos, ni siquiera la de la paz social. El individuo, cada individuo adulto, es responsable de sus actos en absoluta soledad, para bien y para mal, y sólo puede saberlo por sí mismo, nadie puede enseñarle la responsabilidad como si fuera una asignatura más, nadie le puede ahorrar el esfuerzo que supone crecer y construirse a sí mismo, no le sirven herencias, ningún atajo, ningún consuelo ni excusa a su debilidad. Por ahí no encontrará ayuda ni generosidad, a lo más sólo limosnas, caritativas, complacientes o interesadas limosnas, pero nunca generosidad.

Puede escudarse en la opinión mayoritaria, diluir su identidad en la masa, puede renunciar a la obviedad del bien común y de la lucha tenaz que supone perseguirlo. Puede disfrutar la boba felicidad de las ovejas y convertirla en lógica utilitaria o moral de conveniencia. Puede ahorrarse incluso el esfuerzo de tranquilizar a su propia conciencia. Esta voluntaria renuncia al esfuerzo que supone ser libre es la ideología propia del esclavo, el envés de la cultura occidental y la palanca de todos los totalitarismos: de derechas, de izquierdas, de arriba, de abajo y del centro. La libertad es una esforzada elección personal de la que cada individuo adulto es responsable único, sin que le valga atenuante ni excusa alguna, ni particular ni colectiva. No hacía falta que lo dijera ningún filósofo, ni siquiera Friederich Nietzsche, aunque sea de agradecer. No le vale al débil la compasión de los igualmente débiles, no la de las masas, no la caridad de ninguna iglesia ciudadana, como tampoco su esperanza retrasada a un último juicio, al final de los tiempos. Sólo puede encontrar generosidad y compasión verdaderas fuera del gremio ciudadanista de los esclavos, en ninguna nación, en ninguno de sus Estados y en ninguna de sus leyes...sólo puede hallarla en individuos libres y en sus comunidades. Esa es también la obviedad de la justicia, la reclamación de los individuos libres, que por tener juicio propio nunca suplicarán compasión ni clemencia.


Notas:

(*) ¿Quién es Nasreddín?
 
Es un mulá o maestro protagonista de una larga serie de cuentos y fábulas, representando en cada una de ellas como agricultor, padre, juez, comerciante, sabio, maestro o tonto. Cada una de estas historias cortas hace reflexionar a quién la lee o la escucha. Son textos que tratan de distintos temas, cuyas enseñanzas se sirven del ingenio y el humor. Suelen ser fábulas acompañadas de ese humor simple de lo cotidiano, impregnadas de abundantes contrasentidos que pueden llegar al absurdo. Sus enseñanzas fueron y siguen siendo utilizadas por los maestros del sufismo para hacer más comprensibles asuntos de naturaleza a veces científica y a veces moral. Los cuentos de Nasreddín conservados, cerca de cuatrocientos, fueron reunidos en Occidente por J.A. Decourdemanche en el siglo XIX e Idries Shah en el siglo XX, entre otros autores.
Shah, divulgador de la cultura sufí en occidente, siempre consideró que la sabia y absurda lógica de los cuentos de Nasreddín era uno de los métodos más ingeniosos que tenían los sufíes para romper la forma de pensar habitual, adentrándose así en un mundo despojado de prejuicios, equiparable a un Don Quijote acostumbrado a ser cuerdo en su locura.


(**) Cuento de “Nasreddín y el huevo”:
Hace muchos, muchísimos años, un inteligente muchacho llamado Nasreddín cogió un huevo, lo envolvió en un pañuelo blanco y limpio, y se fue a la ciudad. Una vez allí, se dirigió a una plaza atestada de gente donde los comerciantes gritaban para animar a las mujeres a comprar verduras frescas, coloridas telas y hasta perfumes venidos de lugares muy lejanos.
Nasreddín se situó en el centro, a la vista de todo el mundo, y haciendo alarde de una poderosa voz, comenzó a gritar.
¡Señoras y señores! ¡Acérquense! ¡Anímense a participar en un divertido concurso!
Enseguida se creó una gran expectación. En torno a Nasreddín, se formó un remolino de personas que intentaban llegar a empujones a la primera fila. Nasreddín alzó la mano que sujetaba el pañuelo y continuó vociferando.
¡Tengo algo que anunciarles! Quien descubra lo que tengo envuelto en este pañuelo, recibirá como regalo el objeto secreto que contiene, ¡venga, hablen, no se queden callados!
¡Las caras de sorpresa de los presentes lo decían todo! Unos a otros se miraban intrigados. Lo que había dentro parecía tener forma ovalada, pero como estaba tapado, no había manera de estar seguros. Nasreddín, viendo que nadie decía ni mu, quiso animar a todo el mundo un poco más.
¡Les daré una pista! Lo que tengo dentro de mi pañuelo se come, aunque primero es necesario quitarle la cáscara. ¡Ah! Y otra pista más: lo ha puesto una gallina ayer por la mañana.
La respuesta parecía muy fácil, pero en la plaza ya sólo reinaba el silencio. Tan sólo el joven levantaba la voz para que le escucharan bien.
¿Quieren saber más cosas sobre lo que hay dentro del pañuelo? Pues les diré que está compuesto de dos partes: una yema amarilla y una clara que la envuelve.
Todos, incluido un mocoso que no debía tener más de tres años y que se escondía detrás su mamá, imaginaban que se trataba de un huevo ¡Era muy evidente! Pero entonces… ¿Por qué nadie se atrevía a decirlo? Pues porque pensaban: Es tan fácil la pregunta que… ¿Y si me equivoco? ¿Y si al final no es un huevo y hago el ridículo delante de todos los demás? ¡Qué vergüenza, con tanta gente mirando…!
Nasreddín insistió en que si alguien lo sabía, lo dijera en alto. Esperó unos segundos pero las decenas de personas que había allí congregadas bajaron la cabeza y callaron. El joven, entonces, habló de nuevo a viva voz.
¡Está bien! Ahora mismo comprobarán qué objeto misterioso está escondido bajo la tela.
Despacito y con mucho cuidado, desató el nudo y descubrió el huevo. Lo levantó bien alto para que pudieran contemplarlo. Todos empezaron a murmurar y a decir a los que estaban a su lado que, desde el primer momento, sabían que era un huevo. Nasreddín hizo un gesto para pedir la palabra.
¡Calma, por favor! ¡Tengo algo que deciros!
De nuevo la plaza se quedó muda. Sólo se oía el arrullo de las palomas que revoloteaban sobre el gentío.
Todos vosotros sabíais qué había dentro, conocíais la respuesta, pero ninguno os atrevisteis a decir nada ¿Y sabéis por qué? Porque teníais miedo a fallar delante de vuestros vecinos y amigos. Espero que hoy hayáis aprendido una cosa muy importante: en la vida hay que arriesgar, hay que ser valiente y no pensar en qué dirán otras personas.
Y dicho ésto, Nasreddín guardó de nuevo el huevo dentro del pañuelo y se alejó dejando a toda esa gente reflexionando sobre esta gran enseñanza.
Moraleja: Muchas veces la solución de las cosas es más fácil de lo que parece, pero nos complicamos la vida. Hay que ser valientes, apostar por aquello en lo que creemos y no pensar en que los demás nos puedan criticar. Sé tú mismo.






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