Don
Quijote y Nasreddín
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No
sabía Nasreddín (*) en qué lugar había perdido aquel objeto y
sólo intentó buscarlo bajo la luz de la farola más próxima a su
casa.
Los
cuentos de Nasreddín relatan las contradicciones y paradojas de su
experiencia vital. Valga de ejemplo el cuento de “Nasreddín y el
huevo” (**) transmitido oralmente desde la antigüedad y convertido
en fábula popular que llegó al Mediterráneo desde la India (**).
Caminando
en soledad por una montaña siempre puede aparecer por delante una
ladera bien empinada, resbaladiza y pedregosa, sin senderos ni
veredas marcadas. El senderista tendrá que elegir: subir todo recto
o en zigzag. Puede tener prisa si se presenta una amenaza de
tormenta, o aún así no tenerla si piensa que va bien pertrechado.
Puede preferir un esfuerzo intenso, subiendo en línea recta y en
poco tiempo, o hacerlo más llevadero, subiendo en zigzag aunque le
lleve más tiempo. Si no quiere renunciar a su intención de llegar a
la cumbre tiene que elegir. Si el peligro de la tormenta es
inminente, tendrá que elegir entre su promesa de no rendirse y el
absurdo de correr un peligro gratuito. Cualquiera que sea su
decisión, subir en línea recta o zigzag, alcanzar la cumbre o
regresar, cumplir su palabra o renunciar, cualquiera que sea lo que
elija, creerá que es lo más obvio. Pero no, lo más obvio de todo
es su libertad, su poder de elegir entre una pluralidad de obviedades
y afrontar sus consecuencias sin echarle la culpa a nadie, tampoco a
sí mismo...y mucho menos a su soledad, o a la ley de la gravedad o a
la fiereza de las tormentas.
El
título de este escrito podría ser el enunciado de un dilema, el de
la libertad y su escurridiza obviedad. Lo tenemos bien delante, lo
vemos y lo sentimos, pero es tan obvio que no creemos que pueda ser
verdad y, en consecuencia, no nos atrevemos a decir su nombre, por
miedo al ridículo y a ir contracorriente. No nos vale decir que así
nos han educado, que para eso hemos sido amaestrados, ni tampoco vale
la excusa del mal de muchos, ni siquiera la de la paz social. El
individuo, cada individuo adulto, es responsable de sus actos en
absoluta soledad, para bien y para mal, y sólo puede saberlo por sí
mismo, nadie puede enseñarle la responsabilidad como si fuera una
asignatura más, nadie le puede ahorrar el esfuerzo que supone crecer
y construirse a sí mismo, no le sirven herencias, ningún atajo,
ningún consuelo ni excusa a su debilidad. Por ahí no encontrará
ayuda ni generosidad, a lo más sólo limosnas, caritativas,
complacientes o interesadas limosnas, pero nunca generosidad.
Puede
escudarse en la opinión mayoritaria, diluir su identidad en la masa,
puede renunciar a la obviedad del bien común y de la lucha tenaz que
supone perseguirlo. Puede disfrutar la boba felicidad de las ovejas y
convertirla en lógica utilitaria o moral de conveniencia. Puede
ahorrarse incluso el esfuerzo de tranquilizar a su propia conciencia.
Esta voluntaria renuncia al esfuerzo que supone ser libre es la
ideología propia del esclavo, el envés de la cultura occidental y
la palanca de todos los totalitarismos: de derechas, de izquierdas,
de arriba, de abajo y del centro. La libertad es una esforzada
elección personal de la que cada individuo adulto es responsable
único, sin que le valga atenuante ni excusa alguna, ni particular ni
colectiva. No hacía falta que lo dijera ningún filósofo, ni
siquiera Friederich Nietzsche, aunque sea de agradecer. No le vale al
débil la compasión de los igualmente débiles, no la de las masas,
no la caridad de ninguna iglesia ciudadana, como tampoco su
esperanza retrasada a un último juicio, al final de los tiempos.
Sólo puede encontrar generosidad y compasión verdaderas fuera del
gremio ciudadanista de los esclavos, en ninguna nación, en ninguno
de sus Estados y en ninguna de sus leyes...sólo puede hallarla en
individuos libres y en sus comunidades. Esa es también la obviedad
de la justicia, la reclamación de los individuos libres, que por
tener juicio propio nunca suplicarán compasión ni clemencia.
Notas:
(*)
¿Quién
es Nasreddín?
Es
un mulá
o maestro protagonista
de
una larga serie de cuentos y
fábulas,
representando en
cada una de ellas como
agricultor, padre, juez, comerciante, sabio, maestro o tonto. Cada
una de estas historias cortas hace reflexionar a quién la lee o
la escucha. Son textos que tratan de distintos temas, cuyas
enseñanzas se sirven del ingenio y el humor. Suelen ser fábulas
acompañadas de ese humor simple de lo cotidiano,
impregnadas
de abundantes contrasentidos que pueden llegar al absurdo.
Sus
enseñanzas fueron y siguen siendo utilizadas
por los maestros del sufismo para
hacer más comprensibles asuntos de naturaleza a veces científica y
a veces moral. Los
cuentos de Nasreddín
conservados,
cerca de cuatrocientos,
fueron reunidos
en
Occidente por J.A.
Decourdemanche
en el siglo XIX
e Idries
Shah
en el siglo XX,
entre otros autores.
Shah,
divulgador de la cultura sufí en occidente, siempre consideró que
la sabia y absurda lógica de los cuentos de Nasreddín
era uno de los métodos más ingeniosos que tenían los sufíes para
romper la forma de pensar habitual, adentrándose así en un mundo
despojado de prejuicios, equiparable
a un
Don Quijote acostumbrado
a
ser cuerdo en su locura.
(**)
Cuento de “Nasreddín y el huevo”:
Hace
muchos, muchísimos años, un inteligente muchacho llamado Nasreddín
cogió un huevo, lo envolvió en un pañuelo blanco y limpio, y se
fue a la ciudad. Una vez allí, se dirigió a una plaza atestada de
gente donde los comerciantes gritaban para animar a las mujeres a
comprar verduras frescas, coloridas telas y hasta perfumes venidos de
lugares muy lejanos.
Nasreddín
se situó en el centro, a la vista de todo el mundo, y haciendo
alarde de una poderosa voz, comenzó a gritar.
– ¡Señoras
y señores! ¡Acérquense! ¡Anímense a participar en un divertido
concurso!
Enseguida
se creó una gran expectación. En torno a Nasreddín, se formó un
remolino de personas que intentaban llegar a empujones a la primera
fila. Nasreddín alzó la mano que sujetaba el pañuelo y continuó
vociferando.
– ¡Tengo
algo que anunciarles! Quien descubra lo que tengo envuelto en este
pañuelo, recibirá como regalo el objeto secreto que contiene,
¡venga, hablen, no se queden callados!
¡Las
caras de sorpresa de los presentes lo decían todo! Unos a otros se
miraban intrigados. Lo que había dentro parecía tener forma
ovalada, pero como estaba tapado, no había manera de estar seguros.
Nasreddín, viendo que nadie decía ni mu, quiso animar a todo el
mundo un poco más.
– ¡Les
daré una pista! Lo que tengo dentro de mi pañuelo se come, aunque
primero es necesario quitarle la cáscara. ¡Ah! Y otra pista más:
lo ha puesto una gallina ayer por la mañana.
La
respuesta parecía muy fácil, pero en la plaza ya sólo reinaba el
silencio. Tan sólo el joven levantaba la voz para que le escucharan
bien.
– ¿Quieren
saber más cosas sobre lo que hay dentro del pañuelo? Pues les diré
que está compuesto de dos partes: una yema amarilla y una clara que
la envuelve.
Todos,
incluido un mocoso que no debía tener más de tres años y que se
escondía detrás su mamá, imaginaban que se trataba de un huevo
¡Era muy evidente! Pero entonces… ¿Por qué nadie se atrevía a
decirlo? Pues porque pensaban: Es tan fácil la pregunta que… ¿Y
si me equivoco? ¿Y si al final no es un huevo y hago el ridículo
delante de todos los demás? ¡Qué vergüenza, con tanta gente
mirando…!
Nasreddín
insistió en que si alguien lo sabía, lo dijera en alto. Esperó
unos segundos pero las decenas de personas que había allí
congregadas bajaron la cabeza y callaron. El joven, entonces, habló
de nuevo a viva voz.
– ¡Está
bien! Ahora mismo comprobarán qué objeto misterioso está escondido
bajo la tela.
Despacito
y con mucho cuidado, desató el nudo y descubrió el huevo. Lo
levantó bien alto para que pudieran contemplarlo. Todos empezaron a
murmurar y a decir a los que estaban a su lado que, desde el primer
momento, sabían que era un huevo. Nasreddín hizo un gesto para
pedir la palabra.
– ¡Calma,
por favor! ¡Tengo algo que deciros!
De
nuevo la plaza se quedó muda. Sólo se oía el arrullo de las
palomas que revoloteaban sobre el gentío.
– Todos
vosotros sabíais qué había dentro, conocíais la respuesta, pero
ninguno os atrevisteis a decir nada ¿Y sabéis por qué? Porque
teníais miedo a fallar delante de vuestros vecinos y amigos. Espero
que hoy hayáis aprendido una cosa muy importante: en la vida hay que
arriesgar, hay que ser valiente y no pensar en qué dirán otras
personas.
Y
dicho ésto, Nasreddín guardó de nuevo el huevo dentro del pañuelo
y se alejó dejando a toda esa gente reflexionando sobre esta gran
enseñanza.
Moraleja:
Muchas veces la solución de las cosas es más fácil de lo que
parece, pero nos complicamos la vida. Hay que ser valientes, apostar
por aquello en lo que creemos y no pensar en que los demás nos
puedan criticar. Sé tú mismo.
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