jueves, 25 de abril de 2019

EL DÍA DE REFLEXIÓN


EL DÍA DE REFLEXIÓN
 
En el estado español el voto es un derecho que se puede ejercer o no. Los votantes de otros estados europeos -como Italia, Grecia, Bélgica, Chipre y Luxemburgo- están obligados a votar por ley, bajo pena de multa que puede llegar hasta los mil euros. En las últimas elecciones europeas fueron más los españoles que se abstuvieron (55,1 %) que los que votaron. Aquí, la ley electoral permite tres opciones: el voto a un partido, el voto en blanco o el voto nulo. Estos dos últimos son considerados simultáneamente como participación (porque se contabilizan) y como abstención activa con la que el votante manifiesta su disconformidad con los partidos políticos que concurren a las elecciones o con el propio sistema electoral. La primera preocupación que expresan todos los partidos políticos en las campañas electorales es que “nadie se quede en casa”. A toda costa quieren que la ciudadanía participe en masa, tan es así que todos los estados ven la necesidad de realizar campañas publicitarias exhortando a la participación electoral, campañas que pueden llegar hasta el límite de lo esperpéntico, como sucedió en Dinamarca, donde en un vídeo gubernamental el protagonista -ridículamente llamado Voteman- se olvida de votar en las últimas elecciones al parlamento europeo, lo que le costó, según esa publicidad, “no tener ninguna influencia” en asuntos como “la protección del clima, las subvenciones agrícolas, la regulación de productos químicos en la fabricación de juguetes, o la cantidad de canela autorizada para la elaboración de pasteles”. Patético.


Sin contar con la voluntad de los electores, cerca del 50% de lo producido por la masa electoral va a las arcas del estado por vía de impuestos, ésto sin contar con el oculto impuesto de la inflación. La clase política maneja un enorme presupuesto que le otorga un enorme poder y gracias a este sistema un 51% de los electores puede limitar “legalmente” la libertad individual del 49% restante, ya que el sistema permite cualquier violación de libertades siempre que esté amparada por “la “ley”. A los votantes se les intenta aleccionar con argumentos que llegan a ser muy populares, como "si no votas no puedes quejarte", o con el falso argumento de que su abstención podría tener alguna influencia en el resultado final, lo que es matemáticamente falso.
Hasta aquí, el argumentario “liberal” a favor del abstencionismo, tomado de la web de su Instituto Juan de Mairena, que remata así:
Desechados los principales argumentos que critican la abstención electoral, pasemos ahora a analizar los argumentos a favor de la misma. En primer lugar, es evidente que si uno vota está legitimando el sistema, lo está aceptando. Teniendo la opción de no participar en él, hacerlo supone claramente aceptar las normas de juego del sistema. De tal forma, todas aquellas personas que no aceptan el sistema harán un sano ejercicio de coherencia si rechazan participar en él. Siguiendo con el primer argumento, un segundo motivo es que la abstención es una forma de deslegitimar el resultado de los comicios electorales. Cuando unos resultados electorales de unas elecciones generales cuenten con una abstención del 50% de los votantes, el Gobierno resultante tendrá muy poca legitimidad. Así que la mejor forma de debilitar al statu quo político y al sistema es abstenerse. El tercer argumento es, sencillamente, que un voto en términos matemáticos es insignificante. La probabilidad de que nuestro voto individual altere el resultado de unos comicios es tan remota como la probabilidad misma de ser agraciado con el Gordo del sorteo de Navidad. Esto es algo que los votantes suelen olvidar: su voto en términos matemáticos no es relevante. Sin duda, la suma de muchos cambia los resultados de unos comicios pero, a no ser que tengamos poderes sobrenaturales o cometamos fraude electoral, sólo podremos votar una vez. Otro argumento en pro de la abstención es el hecho de que, aún en el caso de que encontremos a un partido con el que nos sentimos mínimamente representados, no tenemos garantía alguna de que cumpla su programa electoral. En otras esferas de la vida, si alguien llega a un cargo prometiendo ciertos resultados y no cumple, acaba despedido. En política, no hay ninguna ley o norma que permita exigir a los políticos electos cumplir con su programa electoral. La mejor muestra de esta triste realidad que muchos quieren olvidar es la última legislatura del Partido Popular, que en campaña electoral criticaron la subida del IVA del gobierno de Rodríguez Zapatero y prometieron bajar impuestos, no crear un banco malo, reducir el déficit público y liberalizar la economía, pudiendo afirmar categóricamente que no sólo incumplieron su programa, sino que hicieron prácticamente lo contrario de lo que prometían: subieron el IVA, el IRPF y tantos otros impuestos más, hasta encadenar más de cincuenta subidas de impuestos, crearon un banco malo, socializaron el rescate a la banca, etc. La reducción del déficit público brilla por su ausencia cuando años después el déficit público roza el 7%...por tanto, votar a un partido no es garantía de nada, es un voto de confianza a unos completos desconocidos que históricamente roban a los votantes y pisotean sus libertades mientras sus egos se llenan de tanto poder acumulado. Por último, pero no menos importante, si se piensa fría y racionalmente uno tiene mejores cosas que hacer con su tiempo que acudir a las urnas el día de una jornada electoral. Así que si se anima a abstenerse este domingo, siéntase cómodo con su elección si es recriminado por un supuesto ciudadano ejemplar y recuerde: ser un ciudadano ejemplar y votar son dos cosas que no guardan relación alguna”.
Está claro que a los liberales les da igual que se vote o no, porque ellos saben muy bien que el poder está en otra parte y no depende del voto. Como se ve, incluso desde el liberalismo más ortodoxo no tienen inconveniente en legitimar la abstención. Pero a mí este argumentario me vale para confirmar que la abstención es tan políticamente irrelevante como el voto. Yo creo que la abstención por sí sola, se queda en una simple objeción de conciencia que puede manifiestar así su reparo ético frente a un sistema montado sobre el falso “supuesto democrático”, no pasando de ser una actitud testimonial y tan manifiestamente inútil como el voto. Los liberales que justifican la abstención ocultan que el sistema social realmente existente es producto del pensamiento liberal-burgués y de su sistema económico capitalista que, según ellos es fuente de libertad, pero que según la realidad es el origen del orden jerárquico que permite la dominación de unas élites sobre la totalidad social, es el origen del permanente enfrentamiento y división en clases sociales, de la mercantilización de la naturaleza y de la misma existencia humana y, en definitiva, es un sistema económico que necesita de un subsistema político subordinado (el Estado) para imponerse por la fuerza, sea legal o armada, en irresoluble y esperpéntica contradición con el pronunciamiento liberal que presume de ser alérgico al ente estatal.
Por tanto, yo reivindico una abstención militante, antiliberal y antisistémica, después de muchos años -casi medio siglo- de haber sido cómplice pasivo del sistema dominante desde el izquierdismo, porque yo fui candidato de dos partidos políticos de la izquierda -del partido socialista y de izquierda unida- y también he sido candidato sindical de un sindicato anarquista.Durante muchos años, sin ser militante de ningún partido, me presté a echar una mano a la izquierda siempre que me lo pidieron, sin sectarismo por mi parte, siempre con la ingenua ilusión de contribuir a frenar a la derecha.
Hasta que llegó el 15M, en 2011, no tuve oportunidad de reflexionar en profundidad sobre lo que sucedía, sobre las causas de esa permanente derrota política de la izquierda, que se repetía incluso cuando ganaba las elecciones. Fuí descubriendo que esas causas no estaban en la fuerza de la derecha sino en la debilidad de la propia izquierda, en aquellas asambleas inútiles del 15M, en las que se evidenciaba cada día nuestra incapacidad para la práctica asamblearia, para la democracia convivencial, para imaginar un mundo nuevo.

No fue en un día de reflexión, como el del próximo sábado, ha sido durante años de reflexión intelectual y práctica, fundamentada en mi experiencia social y política, como en el conocimiento de la historia, lo que me llevó al convencimiento de que la izquierda se acabó en sí misma, como se acabó la clase obrera y como se está acabando el sistema capitalista del que nacieron.
Se agotaron por causas propias y ya no sirven, ni la clase obrera ni la burocracia de izquierdas, para afrontar el reto de la supervivencia al que nos enfrentamos en este siglo XXI. En este tiempo nuevo, la izquierda residual no hace sino alimentar el fascismo que viene, sólo le queda su recurso electoral a un pueril antifascismo que le impide reconocer el fascismo estructural en el que ya vivimos, del que la izquierda participa con su voto, con su parlamentarismo burgués y con su ilusión estatal, su fe en ese imaginario “estado bueno” que en un futuro logrará amortiguar las miserias que produce el capitalismo burgués, pero no el capitalismo de estado.
No es desde la política y al margen de la sociedad, desde donde se puede cambiar el rumbo hacia el desastre. Es desde el fatuo parlamentarismo representativo, que reproduce la fragmentación y la división en clases sociales, es desde el activismo partidista desde el que se perpetúa este drama existencial, esta invisibilidad de la miseria física, ética y estética; es este activismo que se resiste a madurar, que ignora la historia, que obstinadamente se autodestruye, que no se atreve a desconectar de sus propias contradicciones; este izquierdismo cuyo entusiasmo político se fundamenta en la aceptación del campo y las normas de juego del enemigo, que valida así el mismo sistema que dice combatir. Es este izquierdismo perezoso, nostálgico y triste, que vive de la renta emocional de tiempos pasados que pudieron ser y no fueron, que no se atreve a pensar siquiera otro modo de vivir, que se espanta ante el vértigo de imaginar otra forma de vivir, sin líderes que les dicten un programa a seguir, sin jerarquías dirigentes, es este izquierdismo que elige la nodemocracia y la mercantilización de la vida como mal menor, que opta por soportar el dominio capitalista y su mastodonte estatal, porque algún día espera que éstos cambien de mano y caigan en las suyas, un izquierdismo que se anula a sí mismo desde su forzada y falsa estética antisistema, por ello no menos burguesa, ni menos fascista.

Pues de ese izquierdismo vengo. Y claro está que no soy ejemplo de nada, que como todo el mundo estoy sujeto a las condiciones impuestas, así como a mis propias contradicciones, es cierto y lo intento superar cada día, consciente de que sólo estoy al comienzo de un camino nuevo en el que por ahora sólo soy capaz de mostrar mi radical objeción de conciencia y mi determinación por la desconexión y desobediencia al sistema dominante, desde mi compromiso personal con la sociedad en el tiempo en que me ha tocado vivir. Defiendo mi abstención no por ir a contracorriente de un derecho, sino por defender un deber, un imperativo ético y estratégico, con objeción de conciencia que se justifica por sí misma, que no tiene necesidad de publicidad, que me valdría aunque nadie más lo siguiera y, en definitiva, porque la libertad de conciencia es lo único propio que quiero, lo que en ningún caso es negociable.

1 comentario:

Blai dijo...

Gracias, Fernando, y ánimo.

Siempre me resulta estimulante leerte.

¡Un cordial saludo!

Blai