jueves, 18 de abril de 2019

VOX, POR ARTE DE MAGIA


Ilustración de Igor Morsky


El dominio de lo político es aquel en que nada se sostiene sino por arte de magia (Paul Valéry)

Si Puigdemont no hubiera declarado la independencia de Cataluña, ¿el partido Vox tendría hoy representación parlamentaria en Andalucía?, ¿sería posible la próxima victoria electoral del PSOE si Vox no hubiera sido catapultado al escenario político por el nacionalismo catalán seguido de la respuesta reaccionaria del nacionalismo español?, ¿qué fue primero, esta concatenación de hechos o el espectáculo mediático suscitado?, ¿sin éste espectáculo, hubiera sido posible que los principales beneficiarios del resultado electoral vayan a ser los partidos PSOE y Vox?...son cuestiones a reflexionar, si bien, soy consciente de que ésta es una pretensión quimérica a día de hoy, cuando las audiencias están a otra cosa, enganchadas por la emoción que les suscita la competencia electoral, reducida ésta a una elección simple entre dos únicas alternativas de gobierno: unas derechas que nos harán regresar al fascismo o unas izquierdas que romperán la nación y arruinarán la economía.
Aún así, me arriesgaré.


A partir de la última crisis financiera, la ampliación y fragmentación de la representación política de la burguesía en dos bloques nacionalistas -el constitucionalista (PSOE, PP, Ciudadanos, Podemos y Vox) y el independentista (catalán y vasco)- se complica con una alineación izquierda/derecha que no se corresponde con los bloques anteriores, haciendo aún más compleja y confusa la organización política de la burguesía y que expresa muy bien el grado de división y desconcierto de la clase dominante en la actual encrucijada histórica, viendo venir un recrudecimiento de la crisis y obligadas todas esas facciones a su resituación en el nuevo contexto geopolítico que provoca una nueva alineación de bloques a partir del eje principal del conflicto abierto entre China y EEUU. El auge de partidos nacionalistas y de extrema derecha por todas partes no es sino efecto de esa lucha entre facciones por el control y liderazgo de los respectivos capitales nacionales en esta fase agónica del capitalismo global.

Está abierta una guerra total de bloques por el control global del comercio y los territorios de interés estratégico, productores de materias primas y energía, una guerra financiera y comercial generalizada, que necesariamente conlleva la necesidad de dominio político-militar. En este contexto, las burguesías nacionales se juegan el liderazgo del capital nacional en la próxima fase de la crisis en la que, por la posición geoestratégica de Europa, lo más probable es un desenlace a favor del bloque liderado por EEUU y su política proteccionista y ultranacionalista. Europa apunta a su propia descomposición y el auge de los partidos ultranacionalistas viene a ratificar este efecto centrífugo, con el Brexit por delante.

Y, sin embargo, lo que todas estas facciones de la clase dominante no pueden ocultar es lo mucho que tienen en común: su igual interés en preservar la tasa de ganancia, la no interrupción del proceso de acumulación capitalista y, por supuesto, el control absoluto de los aparatos estatales responsables del “orden” social. En el caso del estado español, para entender la verdadera naturaleza de este conflicto interno de la clase dominante, que se dirime en las próximas elecciones y que tiene a la mayoría social como cliente/espectador cautivo, basta con conocer la trama financiera que está detrás de cada corporación mediática y a qué partido político apoya cada una de éstas. La competición es la forma del juego electoral, planteado como espectáculo para que pueda pasar desapercibida su auténtica finalidad.

Nada de ésto sería posible sin algunos hechos previos y ya consumados, como que la política se ha convertido definitivamente en un espectáculo mediático que cuenta con una gran audiencia ampliada y repartida por todo el espectro ideológico y por todo tipo de plataformas, analíticas y digitales, igualmente ocupadas en la producción de opinión, pero cuyo epicentro incuestionable es la televisión en sus diversas aplicaciones tecnológicas, premium o gratuitas. Baste ver que los actores representantes de las distintas marcas políticas han de pasar un casting en el que han tenido que mostrar “buena imagen y pico ágil”, probando que superan los cánones televisivos que darán gusto a todo tipo de audiencias. Así, lo que se oferta es un multiprograma televisivo permanente, con el formato de concurso en el que a los espectadores se les reserva un papel protagonista en la final, el día de las elecciones. Las excitadas audiencias responderán a la expectativa de los programadores no sin una buena dosis de bronca entre los concursantes, en una morbosa exhibición que recuerda al programa del Gran Hermano. Así, con la fórmula híbrida de GH y OT, cada nueva edición del concurso alcanza su climax participativo ese día de las votaciones, en que los espectadores tienen puesta su ilusión, convencidos de que su voto será decisivo para que su concursante favorito acabe siendo el ganador del concurso, como si fuera su propio triunfo. Esta personalización del producto es la clave de su éxito, la magia de su exitoso mecanismo.

Pedro Sánchez supera con holgura esos cánones televisivos, también Pablo Iglesias, Pablo Casado y Albert Rivera, pero el quinto concursante no. Santiago Abascal todavía no tiene suficientes tablas y por eso el partido Vox tiene que dosificar mucho sus apariciones en público. ¿De dónde, entonces, su próximo y previsible éxito electoral, según anticipan y propagan las encuestas y todos los medios sin excepción?, ¿será por el efecto publicitario que le reporta su propia ausencia en los platós? Parece una contradicción que su mejor propaganda sea la que le hacen sus competidores, ya que todos ellos hablan del “ausente” y todos le tienen muy presente en sus cálculos, logrando que sobre las ondas siempre acabe flotando la imagen triunfante de un Abascal montado a caballo. Sus asesores de marketing electoral ya deben saber que su mejor baza publicitaria es el espectáculo “antifascista” que provoca, incluso ausente. Lo cierto es que por alguna misteriosa razón, todos los concursantes necesitan al partido de Abascal. Algo mágico hace que el pequeño partido Vox se haya convertido en el partido comodín que necesitaban el resto de partidos, a izquierda y derecha.

Pero, a poco que lo pensemos, en este programa televisivo el fantasma “del fascismo que viene” no es el único protagonista. ¿Alguien recuerda el empeño de Zapatero en negar la crisis mundial en la que todavía estamos y el de Rajoy en endosársela a Zapatero? La crisis aparece normalizada ante las acostumbradas audiencias mediante su disimulada omnipresencia, al igual que sucede con el fascismo, no como algo real sino como tema de tertulia, en el que todo argumento se presenta como relativo y novedoso, como si ya no viviéramos en una crisis permanente del capitalismo y como si el totalitario control de nuestras vidas (eso es el fascismo) no fuera la razón de ser de todos los estados.

Y atrapados en este bucle sinfín, aquel fin de la historia que pronosticara Fukiyama resulta un revival sostenible, en esta fase terminal del capitalismo, del petróleo, del ozono...y del dinero, que a medida que pierde su valor sólo puede subsistir acumulado y concentrado en cada vez menos manos. Sólo unos locos se atreverían a decir que con este panorama nuestro voto sea irrelevante y que no expresa “la verdadera voluntad de las naciones”, que nuestro voto no es el verdadero sostén de la democracia...televisiva, vale, ¡pero tan mágica, tan excitante y entretenida!

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