jueves, 16 de febrero de 2017

PODEMOS: AVANZAR HACIA ATRÁS




No podría precisar en qué momento histórico se produjo, pero sucedió: la izquierda dejó de pensar que el sistema al que se enfrentaba era incompatible con su visión de la existencia humana como vida digna y emancipada, libre y autónoma; abandonó su raíz ética primigenia y empezó a pensar resignadamente que sólo compartiendo los exitosos principios de la modernidad liberal-socialdemócrata, le cabía alguna posibilidad de alcanzar el poder, aún manteniendo cierta retórica de la lucha de clases, que constituye su diferencial electoral. Así, la querencia por el poder (estado) y el dinero (capital) se convirtieron en programa totalitario, global y común de las izquierdas, las derechas y de todas sus facciones y derivadas, moderadas y extremistas. Así, la retórica antifascista de las izquierdas se quedó hueca de todo contenido, al sumarse a la misma fe estatalista del fascismo y a la misma creencia “progresista” de la burguesa modernidad, compartiendo la misma promesa de más dinero y más orden, estado, el mismo orden jerárquico impuesto a la sociedad, sin lograr su disimulo con meras diferencias estéticas y puramente anecdóticas, ni repeinados, ni con rastas o rapados. 


Visto que el estado y el progreso gustan a las masas, decidieron usar ese cebo para asaltar los cielos del poder y pensaron que “luego”, ya desde esos cielos, podrían ponerse a transformar la sociedad, incluso a hacer la revolución, sí, luego...

Pienso que esta deserción de la izquierda comenzó a fraguarse en las décadas que siguieron a la segunda guerra mundial, coincidentes con el periodo más exitoso de la socialdemocracia alemana y del keynesianismo norteamericano, en un clima de guerra fría en el que éstos competían ventajosamente con el modelo de “progreso” soviético, estatal-capitalista. El derrumbe de aquel regimen comunista, en la década de los noventa, sentenció la victoria del modelo de “progreso” liberal-socialdemócrata y aceleró definitivamente el declive de la izquierda y su definitivo abandono del proyecto revolucionario. A partir de entonces, se hizo vanal y global el uso del concepto de “revolución” como reclamo publicitario en cada lanzamiento de innovación tecnológica y casi en cada nuevo producto de consumo; era el signo de una victoria perfecta, la de la modernidad burguesa y de su ideal de “progreso”. Así, revolución y capitalismo pasaron a ser integrados en el esquizofrénico ideario de la izquierda postmoderna, perfectamente asumibles y compatibles...ahí está la República Popular de China para demostrarlo.

El partido Podemos tiene su razón de ser en la ilusión colectiva que prendiera en las plazas del 15M, no olvidemos que por contagio televisivo. Entonces tuvo lugar un gesto de cinismo popular generalizado, del que me siento tan responsable como debiera sentirse la mayor parte de la sociedad. Nos indignamos al ver cómo la corrupción del Estado se correspondía y coincidía con nuestros miedos ante la crisis económica, como si ignorásemos que la corrupción es consustancial al sistema y que aún es más posible y acusada en tiempos de bonanza económica que en tiempos de crisis. La memoria del 15M y el propio partido Podemos perdurarán, por unos cuantos años más, gracias a ese falso gesto, a ese mayúsculo error colectivo. 

Buena parte de la audiencia se mostró dispuesta a rebobinar la historia, como si eso fuera posible, para revertir la crisis a los felices tiempos de su preámbulo consumista, para volver a recuperar el nivel adquisitivo de las clases indignadas, expresado retóricamente como “derecho adquirido”, cuando ese tiempo feliz no fue más que una burbuja -no podía ser otra cosa- sólo consecuencia de la colosal burbuja financiera que en sí es el nuevo capitalismo global, necesitado de periódicos ajustes tras cada ciclo de acumulación y concentración del poder.

La situación fue mal diagnosticada como una crisis “sistémica”, en la que lo cuestionado no era el sistema mismo sino su apariencia formal, la democracia representativa estructurada en corrupto bipartidismo. No fue cuestionado su núcleo esencial, la concentración del poder político y financiero a escala global que ha cambiado el mundo, logrando que los Estados pasaran,definitivamente, a ocupar una función auxiliar e instrumental al servicio del orden totalitario renovado, que así hacia su propia "revolución".

El partido Podemos ha venido a salvar a esa democracia, “representativa” de una soberanía inexistente...ninguna soberanía del aparato estatal y, mucho menos, de la gente. Podemos le añadió el eufemismo de “participativa” y con ello pensó que limpiaba el manantial de la corrupción, algo imposible para el caso de esta Corrupción con mayúsculas... “democracia y estado participativos”, la Corrupción participada...el daño ya estaba hecho. 

“Podemos” representa perfectamente la crisis terminal del pensamiento emancipador que durante más de dos siglos representara la izquierda revolucionaria. Podemos es su último estertor, su postrera posibilidad, limitada a la conquista de un Estado subsidiario del orden financiero global, limitada a un horizonte político sumamente estrecho, reducido a la recuperación de pequeñas mejoras sociales que puedan seguir alimentando la ilusión de “progreso”, esa ilusión de las masas que define hoy a las clases sociales, todas medias y burguesas en esencia, cuyo antagonismo es relativo, referido sólo a las diferencias en su capacidad adquistiva, en su nivel de consumo, con total olvido del horizonte emancipador que otrora justificara la existencia de la izquierda. Eso es todo lo que se puede esperar hoy de la izquierda, un horizonte necesariamente reformista y contrarevolucionario.

La situación ha llegado a su punto de no retorno, la izquierda ya no es útil a la revolución, muy al contrario, es un obstáculo y no de los menores. Su discurso ético es ya sólo eso, discurso, retórica hueca de todo contenido, ha arruinado todo su capital transformador, emancipador, revolucionario. El panorama es real y definitivamente irreversible...porque, si no fuera así, ¿cómo podría conseguir esta izquierda residual que sus masas electorales abandonen la ética monetaria y consumista que ella misma ha generado?, ¿cómo ponerse en contra de su propia obra, contra la idea de “progreso” asentada en la ideología tecnológica, del crecimiento económico ilimitado, del trabajo asalariado como esclavitud admisible si fuera bien remunerada, capitalismo puro que intenta camuflar con sucedáneos de igualitarismo, con meras proclamas identitarias, más o menos feministas, patrióticas...con proclamas de ideología meramente ambientalista, que no alcanza a sucedáneo de la más mínima racionalidad ecológica?

Porque, ¿cómo renunciar al “progreso” que le gusta a las masas, cómo no echarles de comer ese pienso que retroalimenta sus ganas de consumo, de propiedad y económica felicidad privada, cómo no prometerles la abundancia de empleo, cómo sin crecimiento económico absurdo e ilimitado?...podrá etiquetarlo como quiera, “democrático”, “igualitario”, “sostenible”, “solidario”, “internacionalista”..., con insustanciales etiquetas de marketing electoral, pero así no podrá ocultar su esencial naturaleza contrarrevolucionaria, perfectamente funcional al orden vigente. Le resultará imposible ir contra su propia historia y contra sí misma, la izquierda ya no vale, ya sólo tiene sentido como freno y tapón del avance revolucionario, ya sólo puede aspirar a cumplir con la lamentable misión que tiene encomendada, la de retrasar la revolución el mayor tiempo posible.
La tarea revolucionaria más urgente consiste hoy en poner a la izquierda frente al espejo de sus contradicciones irresolubles, porque ya sólo caben, a mi entender, dos posiciones: esperar a que haya suerte cuando llegue el colapso que se avecina o que éste nos sorprenda preparando la revolución junto con toda la gente desertora del sistema dominante.

En el próximo tiempo, el partido Podemos tiene asegurada una importante cuota de poder, incluso no es descartable la posibilidad de su asalto electoral al gobierno del Estado. Su reciente congreso de Vista Alegre vaticina esa probabilidad, que a medio plazo se ha hecho más sólida con el triunfo de la facción movimentista de Pablo Iglesias. Hubiera sido más rápida a corto plazo si hubiera ganado la otra facción reformista en liza, la de Iñigo Errejón, más fofa pero más proclive a la decisiva agregación de los despojos socialdemócratas que sobrevivan al próximo congreso del PSOE. En todo caso, el movimentismo reformista triunfador en Vista Alegre sólo podrá retrasar y prolongar un poco más el tiempo agónico que le queda a esta izquierda. La movilización electoral de las masas que todavía le son fieles no es buena noticia estratégica, porque en esa distracción, durante unos cuantos años tendrán ocupada a mucha gente valiosa.





1 comentario:

Loam dijo...

Magnífico análisis con cuyas conclusiones estoy de acuerdo.

Salud