No podría precisar en
qué momento histórico se produjo, pero sucedió: la izquierda dejó
de pensar que el sistema al que se enfrentaba era incompatible con su
visión de la existencia humana como vida digna y emancipada, libre y
autónoma; abandonó su raíz ética primigenia y empezó a pensar
resignadamente que sólo compartiendo los exitosos principios de la
modernidad liberal-socialdemócrata, le cabía alguna posibilidad de alcanzar el
poder, aún manteniendo cierta retórica de la lucha de clases, que
constituye su diferencial electoral. Así, la querencia por el poder
(estado) y el dinero (capital) se convirtieron en programa totalitario, global y común de
las izquierdas, las derechas y de todas sus facciones y derivadas,
moderadas y extremistas. Así, la retórica antifascista de las
izquierdas se quedó hueca de todo contenido, al sumarse a la misma
fe estatalista del fascismo y a la misma creencia “progresista”
de la burguesa modernidad, compartiendo la misma promesa de más dinero y más
orden, estado, el mismo orden jerárquico impuesto a la sociedad, sin
lograr su disimulo con meras diferencias estéticas y puramente
anecdóticas, ni repeinados, ni con rastas o rapados.
Visto que el estado y el
progreso gustan a las masas, decidieron usar ese cebo para asaltar
los cielos del poder y pensaron que “luego”, ya desde esos
cielos, podrían ponerse a transformar la sociedad, incluso a hacer
la revolución, sí, luego...
Pienso que esta deserción
de la izquierda comenzó a fraguarse en las décadas que siguieron a
la segunda guerra mundial, coincidentes con el periodo más exitoso
de la socialdemocracia alemana y del keynesianismo norteamericano, en
un clima de guerra fría en el que éstos competían ventajosamente
con el modelo de “progreso” soviético, estatal-capitalista. El
derrumbe de aquel regimen comunista, en la década de los noventa,
sentenció la victoria del modelo de “progreso”
liberal-socialdemócrata y aceleró definitivamente el declive de la
izquierda y su definitivo abandono del proyecto revolucionario. A
partir de entonces, se hizo vanal y global el uso del concepto de
“revolución” como reclamo publicitario en cada lanzamiento de innovación tecnológica y casi en cada nuevo producto de
consumo; era el signo de una victoria perfecta, la de la modernidad
burguesa y de su ideal de “progreso”. Así, revolución y
capitalismo pasaron a ser integrados en el esquizofrénico ideario de
la izquierda postmoderna, perfectamente asumibles y compatibles...ahí
está la República Popular de China para demostrarlo.
El partido Podemos tiene
su razón de ser en la ilusión colectiva que prendiera en las plazas
del 15M, no olvidemos que por contagio televisivo. Entonces tuvo
lugar un gesto de cinismo popular generalizado, del que me siento tan
responsable como debiera sentirse la mayor parte de la sociedad. Nos indignamos al ver
cómo la corrupción del Estado se correspondía y coincidía con
nuestros miedos ante la crisis económica, como si ignorásemos que
la corrupción es consustancial al sistema y que aún es más
posible y acusada en tiempos de bonanza económica que en tiempos de
crisis. La memoria del 15M y el propio partido Podemos perdurarán,
por unos cuantos años más, gracias a ese falso gesto, a ese
mayúsculo error colectivo.
Buena parte de la
audiencia se mostró dispuesta a rebobinar la historia, como si eso
fuera posible, para revertir la crisis a los felices tiempos de su
preámbulo consumista, para volver a recuperar el nivel adquisitivo
de las clases indignadas, expresado retóricamente como “derecho
adquirido”, cuando ese tiempo feliz no fue más que una burbuja -no
podía ser otra cosa- sólo consecuencia de la colosal burbuja
financiera que en sí es el nuevo capitalismo global, necesitado de
periódicos ajustes tras cada ciclo de acumulación y concentración del poder.
La situación fue mal
diagnosticada como una crisis “sistémica”, en la que lo
cuestionado no era el sistema mismo sino su apariencia formal, la
democracia representativa estructurada en corrupto bipartidismo. No
fue cuestionado su núcleo esencial, la concentración del poder
político y financiero a escala global que ha cambiado el mundo,
logrando que los Estados pasaran,definitivamente, a ocupar
una función auxiliar e instrumental al servicio del orden
totalitario renovado, que así hacia su propia "revolución".
El partido Podemos ha
venido a salvar a esa democracia, “representativa” de una
soberanía inexistente...ninguna soberanía del aparato estatal y,
mucho menos, de la gente. Podemos le añadió el eufemismo de
“participativa” y con ello pensó que limpiaba el manantial de la corrupción, algo imposible para el caso de esta Corrupción con
mayúsculas... “democracia y estado participativos”, la Corrupción
participada...el daño ya estaba hecho.
“Podemos” representa
perfectamente la crisis terminal del pensamiento emancipador que
durante más de dos siglos representara la izquierda revolucionaria.
Podemos es su último estertor, su postrera posibilidad, limitada a
la conquista de un Estado subsidiario del orden financiero global,
limitada a un horizonte político sumamente estrecho, reducido a la
recuperación de pequeñas mejoras sociales que puedan seguir
alimentando la ilusión de “progreso”, esa ilusión de las masas
que define hoy a las clases sociales, todas medias y burguesas en
esencia, cuyo antagonismo es relativo, referido sólo a las diferencias
en su capacidad adquistiva, en su nivel de consumo, con total olvido
del horizonte emancipador que otrora justificara la existencia de la
izquierda. Eso es todo lo que se puede esperar hoy de la izquierda,
un horizonte necesariamente reformista y contrarevolucionario.
La situación ha llegado
a su punto de no retorno, la izquierda ya no es útil a la
revolución, muy al contrario, es un obstáculo y no de los menores.
Su discurso ético es ya sólo eso, discurso, retórica hueca de todo
contenido, ha arruinado todo su capital transformador, emancipador,
revolucionario. El panorama es real y definitivamente
irreversible...porque, si no fuera así, ¿cómo podría conseguir
esta izquierda residual que sus masas electorales abandonen la ética
monetaria y consumista que ella misma ha generado?, ¿cómo ponerse
en contra de su propia obra, contra la idea de “progreso”
asentada en la ideología tecnológica, del crecimiento económico
ilimitado, del trabajo asalariado como esclavitud admisible si fuera
bien remunerada, capitalismo puro que intenta camuflar con sucedáneos
de igualitarismo, con meras proclamas identitarias, más o menos
feministas, patrióticas...con proclamas de ideología meramente
ambientalista, que no alcanza a sucedáneo de la más mínima
racionalidad ecológica?
Porque, ¿cómo renunciar al “progreso” que le gusta a las masas, cómo no echarles de comer ese pienso que retroalimenta sus ganas de consumo, de propiedad y económica felicidad privada, cómo no prometerles la abundancia de empleo, cómo sin crecimiento económico absurdo e ilimitado?...podrá etiquetarlo como quiera, “democrático”, “igualitario”, “sostenible”, “solidario”, “internacionalista”..., con insustanciales etiquetas de marketing electoral, pero así no podrá ocultar su esencial naturaleza contrarrevolucionaria, perfectamente funcional al orden vigente. Le resultará imposible ir contra su propia historia y contra sí misma, la izquierda ya no vale, ya sólo tiene sentido como freno y tapón del avance revolucionario, ya sólo puede aspirar a cumplir con la lamentable misión que tiene encomendada, la de retrasar la revolución el mayor tiempo posible.
La tarea revolucionaria
más urgente consiste hoy en poner a la izquierda frente al espejo de
sus contradicciones irresolubles, porque ya sólo caben, a mi entender,
dos posiciones: esperar a que haya suerte cuando llegue el colapso
que se avecina o que éste nos sorprenda preparando la revolución junto con toda la gente desertora del sistema
dominante.
En el próximo tiempo, el
partido Podemos tiene asegurada una importante cuota de poder,
incluso no es descartable la posibilidad de su asalto electoral al
gobierno del Estado. Su reciente congreso de Vista Alegre vaticina
esa probabilidad, que a medio plazo se ha hecho más sólida con el
triunfo de la facción movimentista de Pablo Iglesias. Hubiera sido
más rápida a corto plazo si hubiera ganado la otra facción
reformista en liza, la de Iñigo Errejón, más fofa pero más
proclive a la decisiva agregación de los despojos socialdemócratas
que sobrevivan al próximo congreso del PSOE. En todo caso, el
movimentismo reformista triunfador en Vista Alegre sólo podrá
retrasar y prolongar un poco más el tiempo agónico que le queda a
esta izquierda. La movilización electoral de las masas que todavía
le son fieles no es buena noticia estratégica, porque en esa
distracción, durante unos cuantos años tendrán ocupada a mucha gente valiosa.
1 comentario:
Magnífico análisis con cuyas conclusiones estoy de acuerdo.
Salud
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