domingo, 31 de enero de 2016

LA IZQUIERDA EN CRISIS, BAJO EL SINDROME DE ESTOCOLMO.


Ilustración de Pawel Kuczynsky

Sobre el “efecto bloom”: en los videojuegos actuales el uso de la luz está muy extendido, así como los objetos tridimensionales; un programador puede hacer que un foco de luz en el fondo de la imagen ilumine una determinada textura y dejar en la penumbra a otras, pero objeto y luz no llegan a interactuar como lo harían en la realidad, porque mantienen sus contornos perfectamente definidos, y la luz no llega a invadir al objeto. Pero la lente de una cámara no enfoca perfectamente, y con una luminosidad intensa dejará ver sus imperfecciones. Esto es, el brillo iluminará más allá de los límites del objeto, creando un halo a su alrededor y difuminando sus bordes junto con los de la luz, creando LA ILUSIÓN DE QUE EL FOCO ES MÁS LUMINOSO DE LO QUE ES EN REALIDAD (explicación de www.ecetia.com/2009/05/que-es-bloom-effect )


 
Sostengo que es el deslumbramiento ante los efectos del progreso tecnológico lo que mantiene atrapada a la izquierda en las redes de la modernidad capitalista y en su aparato de dominación. La crisis no es del capitalismo, sino de la izquierda capitalista. Mediante el empleo de luminosidad artificial se logra generar una forma de ilusión por la que todo objeto así iluminado es percibido como real. Esta distorsión elemental ya no necesita ser ocultada porque forma parte de la propia ideología tecnológica, de su identidad ontológica y cuasimágica. Ha sido creada una “realidad” radicalmente nueva, no basada en el objeto mismo sino en su iluminación, es la mística bloom, una vacua sacralización del progreso tecnológico, que impregna todo el aire que respiramos, a derecha e izquierda, arriba y abajo.



A medida que avanza nuestro conocimiento experiencial de “la crisis”, vamos acercándonos a una mejor comprensión de lo que está sucediendo. Si en algún momento hemos sentido esta crisis como el territorio de “una batalla entre los de arriba y los de abajo”, esta percepción se nos está derrumbando aceleradamente bajo la contumaz persistencia de los hechos: esta guerra sólo admite un resultado posible. Y no hay contienda real cuando el vencedor es predecible. Por eso que esta guerra no puede ser otra cosa que una escenificación, pura apariencia, una representación teatral perfectamente orquestada y ejecutada a fin de justificar un guión y un desenlace ya previstos de antemano.



La tradicional teoría marxista de la alienación capitalista ha sido subvertida por la propia praxis del marxismo, subvirtiendo a su vez a toda la izquierda. El deslumbramiento marxista por la productividad y la tecnología está en el origen de esta subversión procapitalista. La profecía marxista de una apoteosis capitalista, como condición previa y necesaria a la emancipación proletaria, ha resultado un fiasco de dimensión cósmica. Si alguna vez el proletariado tuvo conciencia de clase, la ha perdido; y  si todavía existe como clase social, no es por voluntad propia, sino de la clase burguesa antagonista; borrada su memoria histórica, privada de presente, la proletaria es una clase social sin conciencia ni futuro. La tecnología capitalista ha hecho que la fuerza de trabajo, en la que se fundaba la esperanza proletaria, sea hoy obsoleta y perfectamente prescindible. Ya no hay, pues, una clase emancipable, no hay un sujeto revolucionario, sólo hay capitalismo triunfal y rampante, sólo neoliberalismo más o menos socialdemócrata, como hemos visto en las últimas décadas; o neofascista, como ya estamos viendo venir. La vida toda ha sido integrada en el sistema de control biopolítico desplegado por el artefacto estatal-capitalista, toda ella es ya mercancía, tan intercambiable como deshechable, sólo consumible, sin más destino, como corresponde a toda mercancía.

Y si renunciamos a la emancipación en el seno de una civilización que consideramos insalvable, entonces, ¿por qué quedarnos en las metrópolis, que son su materialización más perfecta y sofisticada, porqué seguir secuestrados por la ideología de la producción y el consumo capitalista?, ¿porqué no vivir en las vaciadas aldeas rurales abandonadas, susceptibles de acoger comunidades autogestionadas, porque no vivir ruralmente, en modo lo más inmune posible a la civilización urbana-capitalista?...muchos revolucionarios urbanos dicen aborrecer la normalización de la vida en la ciudad y al tiempo reconocen su incapacidad para prescindir de las “bondades” que ofrece la aborrecida ciudad.

Dicen los de Tiqqun (1) que no hay posibilidad de fuga y que la práctica del vivir ha de conseguirse por fuerza en el seno de la polis capitalista, la misma polis que ha arrasado la planicie rural extramuros. De hacerles caso, el horizonte revolucionario se queda en una especie de heroicidad reformista, por la que no habría que desertar de la ciudad, sino actuar en ella para cambiarla...¿a mejor?...No deja de ser una práctica blandengue y bastante cobarde, que utiliza el enfrentamiento con el capitalismo como excusa para evitar una forma de vida radicalmente diferente, porque escapando de la ciudad, en una aldea, ¿qué hacer con nuestro deslumbramiento tecnológico-progresista?

No deja de ser una paradoja de apariencia irresoluble, que contamina a toda la militancia de izquierdas y a toda su clientela electoral. Se prefiere aportar “habitabilidad” al capitalismo que emprender la titánica tarea de construir un mundo alternativo. Al respecto, Jacques Ranciere (2) formuló una pregunta inquisidora: “¿por qué queréis liberar a una sociedad que es feliz en su alienación?, ¿acaso la tétrica decadencia capitalista es demasiado adictiva como para que tengamos el coraje de organizar un mundo a nuestra medida?...es más, la clave consiste en responder a esta pregunta: ¿sabríamos hacerlo?”

“Eso es lo que echaron por tierra movimientos como el 15-M, todo su discurso se limitaba a la crítica del status-quo, siendo incapaces de afirmar algo radicalmente diferente, que permita vivir de otra manera, demostrando solvencia y capacidad suficientes como para poder dejar atrás el dulce infierno consumista. De este modo, casi todos los movimientos de disidencia contemporáneos padecen un severo síndrome de Estocolmo, que los lleva a depender del Mal para adquirir sentido, es la más pura y radical instancia dialéctica que se pueda concebir en política, la definición del “nosotros” por oposición a un “ellos”, devaluando colateralmente la creatividad política hasta reducirla al ejercicio mediocre de la mera denuncia” (3)

Así pues, no acaban de emerger ideas nuevas cuando las viejas ideas de la izquierda, ya definitivamente socialdemócratas y agotadas, siguen haciendo agua por todas partes. En modo irreflexivo, las izquierdas que compiten por el poder político han interiorizado y asumido la inexorabilidad del orden capitalista en su actualizada forma biopolítica. Agotada la fórmula del estado de bienestar, la solución de recambio la vemos venir, es lumpen-populismo, el neofascismo que Europa amamanta a partir de la Troika.

Aunque se perciba un cierto resurgir de algunas viejas ideas libertarias, sin embargo vienen acompañadas de un tufillo decadente, porque “funcionan como un espectáculo estético, ofreciendo el glamour de una insurrección tan íntima y romántica como ineficiente, como un placebo para sobrevivir a la mediocridad, antes que un antivírico con el que sanear el mundo”, tal como dice Observer (4): “y aún así, la enfermedad moral de occidente es suficientemente febril, el cuerpo del capitalismo está suficientemente débil, como para que sea posible agarrar el toro por los cuernos y afirmar otro mundo, en lugar de enrocarse en la negación del existente. La solución coherente es la de romper la baraja, salir de la polis, desprenderse del artificio del bloom, autoconstruir valientemente un afuera como renuncia a la teta maternal del capital y a su infinita plasticidad”. 

Esta es la propuesta: construir una vida comunitaria, es decir, democrática y, por tanto, necesariamente al margen del Estado y contra el Estado. Provisionalmente, algunas personas la hemos empezado a llamar “revolución integral” y tiene como imprescindible tarea la de agitar la secuestrada conciencia de la izquierda, deslumbrada por el bloom tecnológico, narcotizada bajo el síndrome de Estocolmo. 
Porque, ¿de dónde, si no, ha de nutrirse la revolución ética, ecológica, social, económica, cultural y política necesaria?, ¿de dónde, sino de la izquierda educada en el materialismo marxista y adicta al orden estatal-capitalista?, ¿de dónde, sino de su deserción consciente y radical?


 
(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Tiqqun

(2) https://es.wikipedia.org/wiki/Jacques_Ranci%C3%A8re

(3) y (4) selección de textos de Observer: www.laindustriadelplacer.blogspot.com.es







 

2 comentarios:

BonoVo dijo...

Hola. Coincidiendo con las críticas que realiza el texto, esperaba la referencia a Tiqqun por el uso de Bloom desde el lenguaje de la programación de videojuegos como imagen de la tecnocracia. No parece que se haya leido tiqqun. No entiendo porqué en una oración se despacha así a los tiqqun siendo que en varios lados enumeran la fuga y formas de fugarse, y nada cuestionan a la fuga hacia la ruralidad. De hecho, a quienes se atribuyen los textos (buscar caso de los 9 de tarnac) se les hizo un proceso y se les arrestó en su comuna rural en el pueblo de tarnac, donde intentan un cambio de vida. También decían firmando como el Comité Invisible "abandonar el barco de la civilización no porque se hunda, sino para hacer que se hunda".

Solo vengo a hacer la defensa aunque obviamente tengan cosas cuestionables, pero no me parecen asimilables a "la izquierda" y de hecho, si se les presta atención, les encuentro bastantes ideas para la fuga de la que se habla aqui.

saludos sinceramente amistosos!

nanin dijo...

Sí que he leído casi todo lo de Tiqqun. Coincido contigo en que sus textos merecen una interpretación más profunda, que no cabe en este formato.No es la primera vez que lo intento, me comprometo a seguir ahondando en ello. Gracias por tu acertado comentario. Salud