Autor de la imagen: Bankys |
En algo más de dos siglos de existencia, la ideología capitalista ha demostrado en la práctica, sobradamente, su extremismo radical y utópico. La experiencia histórica ha puesto en evidencia su promesa de progreso y su objetiva falsedad. Bajo el imperio del capitalismo el mundo avanza, sí, pero hacia un precipicio que ya presentimos como inevitable e inminente.
Según el imaginario capitalista, en este mismo y único mundo real caben dos mundos. Dos mundos separados por un espejo, un artefacto que proporciona una visión inversa de la realidad, confundida ésta con la imagen reflejada. Y sobre esta confusión elemental, la religión capitalista edifica su fe en el progreso, su Más Allá socialdemócrata, su prometido Estado de Bienestar anticipado a esta vida, podemos verlo: un hipermercado en cada esquina, donde tirar de Visa a discreción, mientras las máquinas trabajan y cotizan para nosotros, para pagarnos una magnífica renta básica, una pensión de por vida.
Si en menos de tres siglos, eso “casi” se ha logrado, al menos en unos cuantos barrios céntricos del mundo occidental, ¿quién duda que en pocos siglos más podrá extenderse a todo el Occidente?...y más adelante, ¿porqué no, a toda la periferia y al resto del mundo?
El artefacto de referencia separa el mundo en dos lados, organizados como anverso y reverso, a izquierda y derecha del espejo fabricado a tal efecto. Huelga justificar que de la situación en que se coloque el observador dependerá su visión del mundo. Sólo tres son las visiones posibles: una a cada lado del espejo, ambas relativas, parciales e incompletas; y aparte, una tercera visión, panorámica y completa. Sólo una puede ser verdadera. He ahí formulada la utopía, el sagrado misterio de la santísima trinidad capitalista.
Supongamos que lo que amenaza a esa utopía es el retraso en alcanzar el pleno empleo y, quizá, la aceleración del cambio climático. Si eso es así, entonces yo, un anónimo y modesto aldeano, ofrezco una solución definitiva y relativamente sencilla:
1. Para parar el cambio climático, decrétese la Tierra y el Conocimiento humano como comunales universales y, por tanto, inapropiables. Así, no más Cumbres del Clima, no más culpas para la China comunista y contaminante; que no sean los Estados y las Corporaciones, sino las comunidades humanas - por la cuenta que les tiene-, quienes se responsabilicen de su propio progreso, quienes acaben con el CO2 asesino, quienes respondan de sus propias agresiones contra la Tierra común.
2. Para lograr el pleno empleo, sólo hay que invertir la estrategia hasta ahora seguida, sólo hay que dejar de considerar el trabajo como un derecho, ya que se ha comprobado que ésto no funciona. Todo lo contrario, propongo decretar su obligación, el trabajo como un deber. Sólo con eso, habremos acabado con el paro de una sola tacada, se acabaron los sufrimientos por falta de trabajo... ¡todo el mundo a producir servicios y bienes realmente necesarios, que no son pocos! No más perder el tiempo y agotar los recursos naturales, produciendo cosas absurdas e innecesarias...hay trabajo para todos, para parados y pensionistas, para banqueros y políticos, para propietarios y para todo tipo de rentistas y ociosos. Así, pues, ¡todos a producir, todos a cumplir con nuestro deber! Adiós a las colas del paro y a todas las oficinas de colocación, todas y todos a trabajar, sin más excepción que niños y personas incapacitadas, todas y todos aportando su trabajo a la comunidad, según sus posibilidades y conocimientos. A trabajar todos los que ahora viven del trabajo ajeno y de los impuestos que genera la minoría productiva, hoy absurdamente privilegiada y explotada, sobreviviente a la pandemia del paro, absurdamente satisfecha de su propia precariedad vital.
Si con tanto paro (y aunque malamente) aún nos da para sobrevivir, y todavía nos alcanza para pagar los grandes lujos de la minoría propietaria y dirigente, ¿podemos imaginar lo bien que vivirá todo el mundo cuando todo el mundo trabaje, cuando el trabajo sea un deber y no un absurdo derecho?.
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