lunes, 25 de enero de 2016

ANTROPOCIDIO, POR, SOBRE, ANTROPOCENO



Pesebre, fotografía de Gabriel Muro

Existe un enorme potencial -hoy anquilosado- de capacidad creativa, de relación con el otro, de amor y solidaridad. En el mundo tanático que habitamos, hay grandes reserva de Eros. La reducción de lo humano a relaciones mercantiles es un fenómeno criminal que casi tendríamos que llamar antropocidio: por eso, hay razones específicamente existenciales y morales para acabar con el capitalismo. Lo humano, el abanico de las posibilidades humanas, es un espacio apenas explorado y sin embargo gravemente amenazado: igual que la biosfera, ese vulnerable mundo natural que habitamos. La responsabilidad de todos y cada uno, cada una, es tratar de detener esa catástrofe antropológica, ese antropocidio. Y sabemos que el tiempo apremia”.

Jorge Riechman, Cuaderno de Notas, 2015. http://tratarde.org/recupero-estas-notas-previas



Se habla del Antropoceno como nueva época geológica de la Tierra, se dice que pudimos haber iniciado esta época a mediados del siglo pasado, cuando se hizo masivo el consumo de plásticos y hormigón, lo dicen algunas revistas científicas como Science a partir de sesudas investigaciones. Se trataría de un proceso de acumulación destructiva, sedimentada en estratos geológicos, según la lógica lineal, cuantitativa e historicista, que es propia de la moderna idea de “progreso”, para la que sus efectos destructivos deben ser asumidos como “costes”, ventajosamente compensados por los beneficios derivados del progreso.

Pero yo creo que todo ésto viene de más atrás, que el evidente antropoceno no es sino consecuencia del tapado antropocidio, programado desde la modernidad occidental - industrialista, capitalista y estatalista-, a partir de su despliegue colonial del siglo XIX, hasta configurarse como la “globalización” que hoy conocemos, caracterizada por su máxima expansión, por su máxima concentración de poder y, por tanto, por su máxima capacidad de dominación. 


El control financiero y militar que permitieron tal despliegue universal fue posible a partir de estructuras estatales, devenidas hoy en elementos instrumentales del control social absoluto, logrado en poco más de dos siglos. Si hubo un tiempo en que el poder se mostraba localizable en corporaciones y parlamentos, eso se acabó, las estructuras y estrategias de la dominación han evolucionado hasta alcanzar una complejidad cuya inmensidad la convierte en invisible. En esa infernal maraña, el Estado moderno ha devenido en pieza auxiliar clave y estratégica, todavía de máxima utilidad al proyecto de la modernidad, proyecto que, ya sin rodeos, hay que calificar como antropocidio.

La ideologia de la modernidad es el progresismo, un pensamiento lineal y esencialmente evolucionista, que se hace esquizofrénico cuando reconoce la proximidad del abismo al mismo tiempo que defiende el mismo principio materialista que comparte con el sistema de dominación y que nos arrastra hacia el colapso, en una acelerada cuesta abajo y en declive. Un progresimo ciego, lastrado por múltiples prótesis ortopédicas, que malamente camina a palpas y a trompicones, sosteniendo la última pancarta, que ya sólo percibe la realidad confusamente, como bulto borroso, antropoceno como mucho. Esta es su coproducción estelar: un ser humano-masa, obscenamente materialista y cuantitativo, carente de dignidad propia, un grosero individualista privado de individualidad, un zombi que creyó haberse librado de Dios cuando mataba la Tierra, y cuando acababa consigo mismo en el mismo lote...pues ahí va, tambaleante por los tristes bulevares de la modernidad, sosteniendo su siniestra y última pancarta. 

Antes de que algún progresista iluminado me sitúe en la casilla de la Conspiración, tengo que aclarar la funcionalidad y utilidad de esta teoría para el sistema de dominación, en nada diferente a otras teorías aparentemente opositoras, como la del propio progresismo. Primero que nada, resulta una gilipollez intelectual denominar “teoría de la conspiración” a una teoría que tiene su fundamento en la creencia de que existe una élite secreta e “iluminada”, que conspira contra la humanidad, porque quien tiene todo el poder no necesita conspirar, tarea que más bien le correspondería a quien se rebela, conspirando contra dicho poder. Luego no existe la conspiración, ni de quienes tienen el poder ni, desgraciadamente, de quienes deberían rebelarse contra él. Sólo existe la Dominación, la teoría y práctica de un sistema de poder hegemónico, cuyo secretismo nominal podría valer para un guión de cine, pero que a mi sólo me interesa por sus evidencias, por su manifestación como catástrofe, absolutamente real, a todas horas y en todas las partes del mundo.

Es así como teorías aparentemente opositoras, como la de la conspiración o la del progresismo, colaboran eficientemente a la sostenibilidad del sistema de dominación, subvirtiendo el significado de los conceptos de progreso y democracia. Así se explica el anticapitalismo predominante, permisivo con la exclavitud del trabajo asalariado; el ecologismo predominante, que no cuestiona el sistema de propiedad-producción-acumulación capitalista que es causante de todos los desastres ecológicos; así se explica el feminismo estatalista que somete su autonomía y libertad al cuidado de jueces y policías del Estado especializados en violencia de género; así se explica la izquierda que por legislaturas se alquila a los mercados, afianzando el aparato parlamentario del Estado, consolidando su falsa democracia, escenificando oposiciones inexistentes, contribuyendo en lo real y sustancial tanto al antropoceno como al antropocidio, aniquilando la individualidad esencial en la que habita la dignidad humana.

Así es como hemos llegado a la situación actual, presentida como víspera de una época final, con el aliento del miedo pegado al pescuezo, especulando frívolamente sobre el antropoceno y la inminencia de un desastre ecológico del que, en última instancia y en un desesperado acto de fe, esperamos ser salvados por la ciencia, salvados por la misma modernidad que originó el desastre. Presumiendo de nuestra mayor tecnología y educación. Así es como hemos sido amaestrados, preparados para asumir la miseria y la violencia como fenómenos propios de la modernidad, tan inherentes al progreso como a la condición humana. El desastre ecológico y humano, material y espiritual, como precio a pagar por el “espectacular” progreso alcanzado con la modernidad industrial. Preparados para ser espectadores impasibles, perfectamente acostumbrados al horror permanente, a la crisis económica permanente, al permanente conflicto de clases, a la guerra y al holocausto permanente. 

¿De qué nos sirve ver logias masónicas detrás de cada entramado financiero y multinacional?, ¿pensar que la culpa la tienen siempre las derechas propietarias de la banca y las empresas?, ¿de qué, si no vemos en nuestro ojo progresista la misma viga de la modernidad deshumanizadora?, ¿de qué, si seguimos un programa tan simplonamente reivindicativo, tan esencialmente reaccionario, tan lamentablemente animado por el mero deseo de encontrar allí un empleo y algo que consumir, oiga, alguna ganancia?..

Impidamos, pues, que el antropoceno nos oculte el antropocidio: que los árboles no nos impidan ver el bosque.




 

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