Gane
quien gane las próximas y siguientes elecciones, ningún cambio
sustancial podemos esperar, la vida de la mayoría de la gente
seguirá siendo dependiente de un trabajo asalariado (con patrón
privado), de una pensión o de un subsidio público (con patrón
estatal). Sea cual sea el sentido del voto, al esclavo le sirve para
legitimar su propia esclavitud y al patrón para afianzar su estatus.
La
sistemática destrucción del individuo y la naturaleza a cargo del
estado y el capitalismo prosigue y se refuerza en cada campaña
electoral. Prosigue la fragmentación de la sociedad humana por
género y clase social, por razas y nacionalidades. Prosigue y se
afianza el proyecto de anulación de la individualidad consciente,
anulada en medio de la masa electoral, recluída la vida humana en
habitáculos en medio de la megamáquina que son hoy las
hiperciudades, condenados a competir por la supervivencia, por el
consumo y la acumulación de objetos; los seres humanos y los
territorios convertidos en funcionales al orden imperante, productos
del sistema de dominación integrado hoy por el mercado y el estado.
Por
activa o por pasiva, todos los programas electorales aprueban la
barbarie economicista que nos aparta y nos enfrenta a la naturaleza y
a nuestros semejantes, que arrasa el equilibrio ecológico en el que
se sustenta toda la vida, incluida la humana, que convierte al
ecosistema global de la Tierra en objeto financiero, en materia prima
para las cadenas de producción y en artículos a la venta en los
supermercados. La oferta de más producción y consumo es común a
todos los programas electorales, a izquierda y derecha del sistema,
se corresponde con una demanda creciente del mismo signo y juntas
explican la situación actual, la del mercado-mundo en que vivimos.
En
el voto popular el sistema estatal-capitalista encuentra
legitimación para seguir avanzando en su proyecto anticivilizatorio,
consistente en un absoluto control tecnopolítico de los individuos,
la sociedad y la naturaleza; un proyecto que sólo podría concluir
con una masiva rebelión social, lo que es altamente improbable en
un futuro cercano, mientras que las mayorías sociales sean guiadas
por los medios de comunicación y las facciones (partidos) del
sistema. El colapso es el único horizonte esperable y certero, del
que ya tenemos muestras bien palpables; es un doble colapso, el
ecológico en ciernes y un colapso netamente humano, ya logrado con
la hegemonía universal del pensamiento estatal-capitalista,
eficazmente inoculado en la mente de cada individuo a través del
sistema educativo y los medios de comunicación de masas. El
individuo resultante de tal adistramiento es un ser dependiente e
irresponsable, que sólo puede entender la democracia como delegación
de responsabilidad, un votante perfecto que todo lo espera de la
clase política, alguien para quien todo se reduce a demandar
derechos (concesiones), a cambio de un único e incuestionable deber,
el de obedecer-trabajar-consumir.
Comprendo
la dificultad de verlo así cuando las necesidades nos acucian y
obcecan, cuando nos hallamos atrapados en la lógica biopolítica que
identifica buena vida y cantidad de consumo, producción y
competencia, esclavitud y seguridad; de ese modo resulta imposible
perder el miedo a la responsabilidad que acarrea la libertad y la
autonomía, prescindir del recurso a la autoridad y, si llegara el
caso, a la guerra. Así es imposible ver que el sistema sólo sirve
para liberar a unos pocos seres humanos, a los propietarios de la
abundancia y a sus beneficiarios más directos, a la clase mercenaria
formada por políticos, empresarios, banqueros, intelectuales y serviles funcionarios. Y, aún más
difícil es verlo cuando nosotros, el populacho, “libre y
democráticamente”, contribuimos decisivamente con nuestro voto a
mantener este orden.
Nada
hemos aprendido de la historia, de nada nos sirve haber visto siempre
el mismo escenario en todos los campos de batalla, a la misma gente
del pueblo que se mata entre sí, siempre a las órdenes de la misma
gente que nos manda, la que concentra la propiedad y el poder, los
grandes y pequeños depredadores, los mismos propietarios de la
Tierra que nos llaman a la guerra y a las urnas, los que siempre
ganan las guerras y las elecciones, digan lo que digan las
encuestas.
Ya
en sus albores, la modernidad industrial y sus máquinas anunciaron
la sobra de Dios y también de los monarcas que lo representaban en
el gobierno de la Tierra y sus criaturas. La ciencia y la industria
podrían haberse puesto entonces al servicio de los gobernados y
desheredados, destinadas a la satisfacción de las humanas
necesidades, propicias a la convivencialidad, al tiempo que útiles
para el mejor cuidado de la Tierra; pero no, optaron por servir al
interés de los propietarios de la Tierra, que siguieron el oficio de
sus padres, siguieron esquilmando la Tierra y nos siguieron
gobernando. Se hicieron cañones, barcos y ferrocarriles, nacieron
las fábricas para colonizar nuevos territorios, habitados por mucha
gente, cuyo destino como esclavos productores, como clientes
consumidores -o como ambas cosas a la vez- estaba ya decidido por los
gobiernos de esos nuevos estados coloniales y por los consejos de
administración de las nuevas corporaciones industriales y
financieras. Muerto dios y los monarcas absolutos, la política
necesitó de una profunda renovación ideológica basada en una
novedad republicana y aparente: ¡que todo parezca nuevo sin dejar
de ser lo mismo de siempre!
Por
eso que sigamos llamando progreso y democracia a cualquier apariencia
de novedad respecto de aquel pasado arcaico, en que reyes y señores
escribían la historia y gobernaban el mundo a imagen y semejanza de
Dios. Por eso que se quiera ignorar la verdad de la historia,
reescribirla para que encaje en la propaganda ideológica del Orden,
por eso que las ideas de “progreso y democracia” sean asociadas todavía a las
repúblicas capitalistas de ahora, en las que votan los dominados y
desheredados de siempre, los mismos esclavos que fueran excluidos en
las antíguas monarquías y repúblicas... ¡menuda diferencia!
Hubo
un tiempo agrario de levantamiento campesino y hubo un tiempo
industrial de rebelión obrera (la nueva clase descendiente de los
viejos campesinos), y en ambas ocasiones fracasó la revolución del
pueblo, que no supo organizarse para el autogobierno, que se entregó
como rehén asalariado de su propio señor feudal primero, de su
propia vanguardia obrera después. Fueros medievales y
constituciones modernas fueron pactos acordados con el mismo amo de
la tierra, a cambio de la seguridad y protección de sus ejércitos,
malos pactos que nos han traído hasta aquí, a una situación aún
peor, en la que ellos -amo y estado- forman hoy un mismo
ayuntamiento, en el que han logrado enrolar a toda la gente del
pueblo, que ya es sólo eso, un censo a efectos electorales e
impositivos. Todo se puede votar mientras no se cuestionen los
sagrados principios del sistema, la apropiación de la Tierra, el
trabajo asalariado y el autogobierno de las comunidades humanas.
Sigue vigente, como nunca, el viejo sistema estado-nación de
siempre, la misma ideología para la dominación del hombre y la
naturaleza, sea por las buenas (sumisión voluntaria) o por la guerra
(sumisión forzada).
Pero
se acaba el tiempo, va quedando escaso margen para más fracasos
izquierdistas e ilusiones revolucionarias, ha llegado el momento de
poner una raya roja que delimite hoy el verdadero campo de la
confrontación definitiva, la que no puede durar más de un siglo
porque ya no queda tiempo: a un lado de la raya el sistema
estatal-capitalista, la propiedad de la Tierra arrebatada junto a la
masa aspirante a propietaria; y enfrente el pueblo autogobernado en
la Tierra liberada, una confederación de asambleas comunales
integradas por individuos libres e iguales. La gran batalla no ha
hecho más que empezar y todo está por hacer, si bien, primero hay
que ganar el combate de las ideas.
Por
eso que las próximas y siguientes elecciones sólo tengan, al menos
para mí, un interés coyuntural, no más que cualquier otro
espectáculo televisivo.
3 comentarios:
Brillante, pero sobre todo lúcido análisis y acertada conclusión.
Salud!
Me deprimo leyéndote, papá. Veo el abismo y no veo las soluciones. Y cuando uno las ve, se da cuenta de que falta el resto de la humanidad como apoyo. Y lo peor de todo...¿qué les espera a los niños? ¿Cómo les prepara uno para lo que viene si casi no sabemos llevarles por lo que hay ahora? Uno se plantea si tiene derecho a traerles a este mundo que no sabemos cómo mejorar. Podríamos educarles a contra-corriente pero se sentirían desplazados por las masas. O no... Serían mejores humanos pero se sentirían igualmente extraterrestres.
Bufff...qué panorama. Puede ser que la raíz de la solución esté en las Escuelas, y en desconectar las teles y las radios.
Oye, que meda la depre pero aún así te quiero mucho
Gran artículo. "Yaya", no te desanimes. Si te sirve de consuelo, somos muchos los que estamos como tu, des-heredados en un mundo que no podemos comprender pero al que vinimos por alguna extraña razón, nos eligieron, sin preguntarnos siquiera. Y aquí estamos, aguantando el chaparrón, viendo como se nos escapa la vida humana por culpa de una inercia ya demasiado fuerte como para intentar detenerla. Sólo nos queda intentar "ser", ya que "estar", estamos, o por lo menos lo aparentamos. Es un deber seguir luchando por ser mejores cada día, por sanarnos a cada instante, por disfrutar de cada momento.
A la espera del siguiente espectáculo televisivo. Un saludo a todos. Y mucho ánimo.
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