miércoles, 13 de mayo de 2015

GANE QUIEN GANE...






Gane quien gane las próximas y siguientes elecciones, ningún cambio sustancial podemos esperar, la vida de la mayoría de la gente seguirá siendo dependiente de un trabajo asalariado (con patrón privado), de una pensión o de un subsidio público (con patrón estatal). Sea cual sea el sentido del voto, al esclavo le sirve para legitimar su propia esclavitud y al patrón para afianzar su estatus.
La sistemática destrucción del individuo y la naturaleza a cargo del estado y el capitalismo prosigue y se refuerza en cada campaña electoral. Prosigue la fragmentación de la sociedad humana por género y clase social, por razas y nacionalidades. Prosigue y se afianza el proyecto de anulación de la individualidad consciente, anulada en medio de la masa electoral, recluída la vida humana en habitáculos en medio de la megamáquina que son hoy las hiperciudades, condenados a competir por la supervivencia, por el consumo y la acumulación de objetos; los seres humanos y los territorios convertidos en funcionales al orden imperante, productos del sistema de dominación integrado hoy por el mercado y el estado. 

 
Por activa o por pasiva, todos los programas electorales aprueban la barbarie economicista que nos aparta y nos enfrenta a la naturaleza y a nuestros semejantes, que arrasa el equilibrio ecológico en el que se sustenta toda la vida, incluida la humana, que convierte al ecosistema global de la Tierra en objeto financiero, en materia prima para las cadenas de producción y en artículos a la venta en los supermercados. La oferta de más producción y consumo es común a todos los programas electorales, a izquierda y derecha del sistema, se corresponde con una demanda creciente del mismo signo y juntas explican la situación actual, la del mercado-mundo en que vivimos. 

En el voto popular el sistema estatal-capitalista encuentra legitimación para seguir avanzando en su proyecto anticivilizatorio, consistente en un absoluto control tecnopolítico de los individuos, la sociedad y la naturaleza; un proyecto que sólo podría concluir con una masiva rebelión social, lo que es altamente improbable en un futuro cercano, mientras que las mayorías sociales sean guiadas por los medios de comunicación y las facciones (partidos) del sistema. El colapso es el único horizonte esperable y certero, del que ya tenemos muestras bien palpables; es un doble colapso, el ecológico en ciernes y un colapso netamente humano, ya logrado con la hegemonía universal del pensamiento estatal-capitalista, eficazmente inoculado en la mente de cada individuo a través del sistema educativo y los medios de comunicación de masas. El individuo resultante de tal adistramiento es un ser dependiente e irresponsable, que sólo puede entender la democracia como delegación de responsabilidad, un votante perfecto que todo lo espera de la clase política, alguien para quien todo se reduce a demandar derechos (concesiones), a cambio de un único e incuestionable deber, el de obedecer-trabajar-consumir. 

Comprendo la dificultad de verlo así cuando las necesidades nos acucian y obcecan, cuando nos hallamos atrapados en la lógica biopolítica que identifica buena vida y cantidad de consumo, producción y competencia, esclavitud y seguridad; de ese modo resulta imposible perder el miedo a la responsabilidad que acarrea la libertad y la autonomía, prescindir del recurso a la autoridad y, si llegara el caso, a la guerra. Así es imposible ver que el sistema sólo sirve para liberar a unos pocos seres humanos, a los propietarios de la abundancia y a sus beneficiarios más directos, a la clase mercenaria formada por políticos, empresarios, banqueros, intelectuales y serviles funcionarios. Y, aún más difícil es verlo cuando nosotros, el populacho, “libre y democráticamente”, contribuimos decisivamente con nuestro voto a mantener este orden.

Nada hemos aprendido de la historia, de nada nos sirve haber visto siempre el mismo escenario en todos los campos de batalla, a la misma gente del pueblo que se mata entre sí, siempre a las órdenes de la misma gente que nos manda, la que concentra la propiedad y el poder, los grandes y pequeños depredadores, los mismos propietarios de la Tierra que nos llaman a la guerra y a las urnas, los que siempre ganan las guerras y las elecciones, digan lo que digan las encuestas.

Ya en sus albores, la modernidad industrial y sus máquinas anunciaron la sobra de Dios y también de los monarcas que lo representaban en el gobierno de la Tierra y sus criaturas. La ciencia y la industria podrían haberse puesto entonces al servicio de los gobernados y desheredados, destinadas a la satisfacción de las humanas necesidades, propicias a la convivencialidad, al tiempo que útiles para el mejor cuidado de la Tierra; pero no, optaron por servir al interés de los propietarios de la Tierra, que siguieron el oficio de sus padres, siguieron esquilmando la Tierra y nos siguieron gobernando. Se hicieron cañones, barcos y ferrocarriles, nacieron las fábricas para colonizar nuevos territorios, habitados por mucha gente, cuyo destino como esclavos productores, como clientes consumidores -o como ambas cosas a la vez- estaba ya decidido por los gobiernos de esos nuevos estados coloniales y por los consejos de administración de las nuevas corporaciones industriales y financieras. Muerto dios y los monarcas absolutos, la política necesitó de una profunda renovación ideológica basada en una novedad republicana y aparente: ¡que todo parezca nuevo sin dejar de ser lo mismo de siempre!

Por eso que sigamos llamando progreso y democracia a cualquier apariencia de novedad respecto de aquel pasado arcaico, en que reyes y señores escribían la historia y gobernaban el mundo a imagen y semejanza de Dios. Por eso que se quiera ignorar la verdad de la historia, reescribirla para que encaje en la propaganda ideológica del Orden, por eso que las ideas de “progreso y democracia” sean asociadas todavía a las repúblicas capitalistas de ahora, en las que votan los dominados y desheredados de siempre, los mismos esclavos que fueran excluidos en las antíguas monarquías y repúblicas... ¡menuda diferencia! 

Hubo un tiempo agrario de levantamiento campesino y hubo un tiempo industrial de rebelión obrera (la nueva clase descendiente de los viejos campesinos), y en ambas ocasiones fracasó la revolución del pueblo, que no supo organizarse para el autogobierno, que se entregó como rehén asalariado de su propio señor feudal primero, de su propia vanguardia obrera después. Fueros medievales y constituciones modernas fueron pactos acordados con el mismo amo de la tierra, a cambio de la seguridad y protección de sus ejércitos, malos pactos que nos han traído hasta aquí, a una situación aún peor, en la que ellos -amo y estado- forman hoy un mismo ayuntamiento, en el que han logrado enrolar a toda la gente del pueblo, que ya es sólo eso, un censo a efectos electorales e impositivos. Todo se puede votar mientras no se cuestionen los sagrados principios del sistema, la apropiación de la Tierra, el trabajo asalariado y el autogobierno de las comunidades humanas. Sigue vigente, como nunca, el viejo sistema estado-nación de siempre, la misma ideología para la dominación del hombre y la naturaleza, sea por las buenas (sumisión voluntaria) o por la guerra (sumisión forzada).

Pero se acaba el tiempo, va quedando escaso margen para más fracasos izquierdistas e ilusiones revolucionarias, ha llegado el momento de poner una raya roja que delimite hoy el verdadero campo de la confrontación definitiva, la que no puede durar más de un siglo porque ya no queda tiempo: a un lado de la raya el sistema estatal-capitalista, la propiedad de la Tierra arrebatada junto a la masa aspirante a propietaria; y enfrente el pueblo autogobernado en la Tierra liberada, una confederación de asambleas comunales integradas por individuos libres e iguales. La gran batalla no ha hecho más que empezar y todo está por hacer, si bien, primero hay que ganar el combate de las ideas.

Por eso que las próximas y siguientes elecciones sólo tengan, al menos para mí, un interés coyuntural, no más que cualquier otro espectáculo televisivo.

3 comentarios:

Loam dijo...

Brillante, pero sobre todo lúcido análisis y acertada conclusión.

Salud!

yaya dijo...

Me deprimo leyéndote, papá. Veo el abismo y no veo las soluciones. Y cuando uno las ve, se da cuenta de que falta el resto de la humanidad como apoyo. Y lo peor de todo...¿qué les espera a los niños? ¿Cómo les prepara uno para lo que viene si casi no sabemos llevarles por lo que hay ahora? Uno se plantea si tiene derecho a traerles a este mundo que no sabemos cómo mejorar. Podríamos educarles a contra-corriente pero se sentirían desplazados por las masas. O no... Serían mejores humanos pero se sentirían igualmente extraterrestres.
Bufff...qué panorama. Puede ser que la raíz de la solución esté en las Escuelas, y en desconectar las teles y las radios.
Oye, que meda la depre pero aún así te quiero mucho

Alberto dijo...

Gran artículo. "Yaya", no te desanimes. Si te sirve de consuelo, somos muchos los que estamos como tu, des-heredados en un mundo que no podemos comprender pero al que vinimos por alguna extraña razón, nos eligieron, sin preguntarnos siquiera. Y aquí estamos, aguantando el chaparrón, viendo como se nos escapa la vida humana por culpa de una inercia ya demasiado fuerte como para intentar detenerla. Sólo nos queda intentar "ser", ya que "estar", estamos, o por lo menos lo aparentamos. Es un deber seguir luchando por ser mejores cada día, por sanarnos a cada instante, por disfrutar de cada momento.

A la espera del siguiente espectáculo televisivo. Un saludo a todos. Y mucho ánimo.