Que
la demokracia es imposible sin derrotar al capitalismo es una obviedad. Intencionadamente,
revolución y violencia suelen presentarse asociadas. La experiencia histórica
parece apoyar a quienes sostienen esa certeza. Pero, en las revoluciones
conocidas, de lo que se trataba era de cambiar un gobierno por otro, existía un
sujeto revolucionario previo a la contienda, se trataba de conquistar el poder
en nombre de una dinastía, de una religión, de una facción política o de una clase
social…pero ahora estamos en otro proceso bien distinto, en el que una
revolución se ha puesto en marcha sin sujeto revolucionario, por lo que, o bien
éste tiene pendiente constituirlo más adelante, o bien no lo necesita, ni
ahora ni más tarde. Yo concibo esta
revolución como un proceso de transición radical que debe servir para disolver el regimen capitalista hegemónico y, en ese mismo tiempo, construir el nuevo
regimen libertario e igualitario al que,
al menos yo, denomino demokracia. Ganar esa contienda para llegar a la
demokracia es hacer la revolución.
Para
ello, sabemos que no basta la razón y sólo puedo imaginar dos formas de ganar
al capitalismo: o por la fuerza de la violencia armada o, preferiblemente, por
la fuerza de la hegemonía social. La violencia no nos conviene, nuestra derrota
está cantada de antemano mientras la mayoría social sea ideológicamente “capitalista”,
esa mayoría se quedaría donde ahora está, de parte del Estado, sometida a la
sombra de quien tiene el poder, la fuerza del dinero y de las armas. Soy
pacifista pero no ingenuo, no ignoro la brutalidad del Estado y de sus “fuerzas
del orden”, sé que la derrota del capitalismo no será cosa de un año ni de dos.
Sé que costará el esfuerzo y sacrificio de mucha gente y sospecho que quienes
tienen el poder no van a entregarlo sumándose a la revolución amablemente.
Ahora
no se trata de llegar a un acuerdo con el poder, de buscar una fórmula transaccional
en forma de contrato o acuerdo con el Estado y/o con el Mercado. No somos el proletariado
del siglo XIX, anclado en conceptos de propiedad y trabajo derivados de una
economía “moral”, como pensaba Proudhon, cuestionado en ésto por algunos
anarquistas, como Miguel Amorós. Ahora se trata de disolver el sistema de poder que impide la emancipación
humana, ahora se trata de destruir el capitalismo y construir la democracia. Por
eso, anarquistas de la talla de Miguel Amorós no deberían hacer menosprecio en
la comparación con “lo que hoy ensalza cierto ciudadanismo económico y
municipalista, pacifista, encandilado con las cooperativas autogestionadas, las
redes de consumidores y las monedas que llaman solidarias” (El partido del
Estado, M. Amorós, agosto 2012). En ese mismo escrito, afirma que “la historia
y, por consiguiente, la memoria de la experiencia, nos han enseñado que el
conflicto es insoslayable, que la dominación utilizará todas sus fuerzas y
recursos a su disposición para mantener la población en un estado de sumisión
permanente, que la liquidación de los múltiples intereses de clase o de casta y
que la supresión una tras otra de todas las piezas de la maquinaria
gubernamental será obra de un sujeto revolucionario todavía por formar, y que
el pacto o contrato social que lo constituya no se acordará en luchas laborales
o reformas políticas, sino en revueltas territoriales y crisis urbanas. Cuando
triunfe, los acuerdos entre iguales sustituirán a las leyes, y la libre
federación de comunidades hará lo mismo con el Gobierno y el Estado. Es un
camino largo y difícil, pues ha de pasar por encima de muchos cadáveres
vivientes que, a pesar de haber sido sentenciados por la evidencia histórica,
se obstinan en seguir coleando, abrazados al mundo tal cual es, el único lugar
donde su sinrazón cobra sentido.”
Aún
en el caso de que M. Amorós no se equivocara y el conflicto violento sea
inevitable (de hecho ya lo es, porque el Estado emplea la violencia
institucionalmente, todos los días), creo que sería mejor que ello ocurra siendo
más y estando preparados. Eso significa no esperar más, no abandonar la
esperanza a nuestras remotas posibilidades
en un “insoslayable” conflicto armado y frontal. Cierto es que la base
del conflicto es ahora la misma de siempre, pero no las circunstancias, ahora
tenemos una oportunidad distinta que exige estrategias diferentes.
Es
cierto que en la estrategia de las cooperativas integrales existe un riesgo de
integración, que el echo de utilizar la legislación de las instituciones
capitalistas (la Ley de Cooperativas en este caso) ya supone un riesgo de
integración, pero también es cierto que podemos neutralizarlo con una
permanente actitud de desobediencia. La estrategia ahora abierta es la de no
seguir esperando, no seguir alimentando la sumisión, no esperar a que la
revolución comience a partir de un paisaje en ruinas y poblado de cadáveres. La
estrategia ahora es construir y destruir al tiempo, utilizar las grietas de la
ley estatal para desobedecer al Estado y extender la insurgencia…para lograr
entrenamiento, preparación, y aprender de esa experiencia, anticipando la
demokracia. Porque la revolución no debe ser un suceso a esperar, sino a
construir, porque lo queremos, por nuestra propia e insumisa voluntad.
Por
eso, no concibo la estrategia del proceso revolucionario si no es integral, si
no “integra” cooperativa, desobediencia y paideia (1).
(1)Paideia en el sentido de (des)educación dado por
Castoriadis y Fotopoulos: educación para
la emancipación, para la autonomía personal y comunitaria.
1 comentario:
Cualquier intento de Revolución que no lleve implícito el Mundo Nuevo, que quede al albur de las inevitables presencias de abanderados de los diversos partidos políticos, está condenado al fracaso como fracasaron todas las anteriores.
Frente a su buscada y nada deseable mutación del aparato del Estado es necesario presentar propuestas vivas, la "propaganda por el hecho".
Es aquí donde movimientos como el de Integra Revoluciò y las Cooperativas Integrales, cobran todo su protagonismo, ayudando a la formación de esa nueva persona (personal y colectiva) tan necesaria para que esa Revolución resulte en lo deseado.
Publicar un comentario