Los
talibanes lo han dicho muy claro; serán
más o menos terroristas, pero, como a Chus Lampreave, su religión no les
permite mentir: “expulsamos de Afganistán a los comunistas soviéticos porque
querían hacernos a todos iguales, pero Dios no quiere eso, Dios ha querido que
unos seamos ricos y otros pobres”. De ahí que los brokers, profesionales del
Mercado en el mundo occidental, estén tan emparentados con los talibanes
orientales, profesionales de la Yihad, que hoy guerrean por todo el mundo. Ambos en
guerra permanente; ambos unidos por la misma fe religiosa que les lleva a
profesar sus respectivas guerras santas, para extender a todo el mundo la misma
ley religiosa, que unos dicen de Dios y los otros del Mercado.
La
Yihad es un deber religioso para los talibanes, tanto como lo es el Beneficio para
los brokers. Ambos creen que son distintos,
incluso contrarios, pero son tan hermanos como Caín y Abel, sin que
acertemos a saber quién es quién. Y ya se sabe que el odio entre hermanos hace
que, de vez en cuando, se tiren a matar. Y si no, véase la reciente historia:
¿por qué, si no, el estado broker de USA armó a los talibanes afganos con el fin
de expulsar al ejército soviético en Afganistán?, ¿y por qué, más tarde, los desagradecidos
talibanes hicieron papilla las torres gemelas de sus hermanos, destruyendo su
sagrado corazón en el World Trade
Center neoyorkino?
La ley de Dios y la Ley del Dinero no están tan lejanas como quieren
hacernos creer. Dios es el fundamento mítico de toda organización jerárquica,
el principio impuesto e indiscutible de toda autoridad; Dios es el principio
organizativo que ha fundamentado las sociedades
heterónimas, basadas en la desigualdad, cuya máxima perfección ha sido
lograda por el sistema capitalista. No es exagerado afirmar ésto último; cierto
es que en la Edad Media, los señores feudales imponían su autoridad a mandobles
y cierto es que los señores capitalistas han perfeccionado mucho esa primitiva
estrategia, cierto que ahora consiguen lo mismo con bellas palabras, “mercado libre”
y “elecciones “libres”. También es
verdad que -por si ésto fallara-, se guardan el recurso a los medievales mandobles.
Que para eso son liberales. Porque esa es la utilidad última del Estado. Hay
que reconocer que a los buenos liberales no les gustan las dictaduras, salvo
sin son necesarias para poner orden, para imponer la ley de Dios, aquello que
Dios ha querido -ya lo he dicho-, siguiendo la misma fe religiosa de brokers y talibanes.
Más sabiamente que yo, Walter Benjamín dejó dicho
que “el capitalismo es una religión de mero culto, sin dogma. En Occidente, el
capitalismo se ha desarrollado parasitariamente respecto del cristianismo –como
se puede demostrar no sólo en el calvinismo, sino en el resto de las
orientaciones cristianas ortodoxas-, de modo tal que, al final, su historia es,
en lo esencial, la de su parásito, el
capitalismo”.…“En tiempos de la Reforma el cristianismo no favoreció el
advenimiento del capitalismo, sino que se transformó en él” (texto póstumo, escrito en 1921, de Walter Benjamin: El
capitalismo como religión). Max
Webwer definía al capitalismo como “forma condicionada religiosamente”,
emparentándolo con la idea de idolatría que mantienen muchos de los teólogos
críticos. Pero Walter Benjamín va mucho más allá, observando el capitalismo
como fenómeno esencialmente religioso, un espíritu religioso que habla a través
de la ornamentación de los billetes de banco, que nos revela la herencia
teológica, de carácter sacramental, de la mercancía y el dinero, los pilares
que constituyen la ontología política del capitalismo.
Marx ya había señalado que “las mercancías son objetos muy
intrincados, llenos de sutilezas metafísicas y de resabios teológicos”. Ernst
Bloch, en su libro sobre Thomas Münzer, acusa a Calvino de destruir el
cristianismo para reemplazarlo por el “capitalismo como religión”, pero W.
Benjamín nos anuncia en sus notas la existencia de una religión capitalista,
resultado de una completa metamorfosis del cristianismo en religión civil del dinero.
Por tanto, el capitalismo es esencialmente heredero de la
praxis socio-política cristiana, que no se limita a secularizar el culto por el dinero, sino que lo asimila como su signo más eficaz, como
verdadero sacramento, conviertiéndolo en
su operador teológico fundamental, en el auténtico sacramento del poder.
El relato bíblico del desierto es de una pedagogía ilustrativa: el pueblo, que venía de
experimentar tanto la liberación de la esclavitud, superior a sus posibilidades
humanas y militares, como la dureza del
desierto que sigue a esa libertad, acaba
postrándose ante un montón de oro
fundido, clamando: “estos son tus dioses que te sacaron de la esclavitud”… (Ex,
32,4)
Giorgio Agamben, uno de los filósofos vivos más
importantes, afirma que “el capitalismo es una religión, la más feroz,
implacable e irracional que jamás haya existido, porque no conoce ni tregua ni
redención. Ella celebra un culto ininterrumpido, cuya liturgia es la obra y
cuyo objeto es el dinero”. Y el mismísimo Keynes sostenía la tesis
de que “la seguridad que antes ofertaba la religión es ahora proporcionada por el
Dinero. El Dinero asegura el futuro mejor que Dios y, por tanto, el Dinero no
es un simple medio de cambio inocente. La liquidez es como la reliquia
milagrosa que llevan en el bolsillo las gentes supersticiosas, porque protege
contra todos los males. Y todo ello se hace deslumbradoramente visible en la
clásica inscripción del dólar, de la que he dicho alguna vez que no debería
decir “in God we trust” (confiamos en Dios) sino “in this god we trust” (en este Dios
confíamos).
1 comentario:
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