Nos desayunamos todos los días
con novedades sobre corruptelas de la clase política, que provocan ese tipo de escándalo
que los medios han dado en llamar “alerta social”. Los escándalos habituales siempre
están referidos al mismo tipo de corrupción, enfocada en el saqueo de los
denominados bienes públicos. Olvidamos dos cosas muy importantes: primero, que esos
bienes son sólo una parte mínima de los
bienes comunes y, después, que éstos son saqueados masiva y
sistemáticamente, a cada instante. A esa ignorancia esencial se añade la
confusión que se propicia al identificar lo público con lo estatal. A partir de
ahí parece lógico que nunca se hable del
estado de corrupción institucionalizada que
infecta a todo el cuerpo social, y menos aún, de que su origen inicial esté
localizado en el sistema político dominante. Quienes sostienen que el foco de
la infección está en la naturaleza humana es porque han dado por perdido el futuro de nuestra civilización, o porque pertenecen a la nómina del sistema, lo que
viene a ser lo mismo.
Por ejemplo, denominamos bien
público a la educación como servicio del Estado, a un sistema de
adoctrinamiento sobre los valores dominantes del sistema capitalista,
fundamentado en los principios de desigualdad y jerarquía. Da igual que la
escuela sea estatal que privada, la diferencia es de grado, pero no de
sustancia. Cada día que un niño va a la escuela es saqueado ese bien
comunitario que es la educación en sociedad.
También, por ejemplo, cada día
que una persona va a trabajar, ese bien comunitario que podría ser el trabajo de
cada persona, es saqueado por algún otro individuo o corporación de individuos,
que a diario se apropian en privado del producto de ese trabajo. ¡Cómo no va a parecer
normal defraudar a hacienda, si esa corrupción está incorporada en nuestros
genes culturales, inoculados por el sistema capitalista! Es una corrupción
institucionalizada, pública, impuesta por el Estado y sus leyes, siempre al
servicio del interés privado.
La corrupción resulta normal a
condición de que nadie se entere, de que suceda en privado, en el espacio donde
nuestra conciencia es muy floja, muy dada de sí, tras largos años de
adoctrinamiento por los medios, escuelas y empresas, sean éstas estatales
(públicas) o privadas. Lo que escandaliza es que el fraude se haga público; sólo entonces llega
a conmover los resortes de nuestra agazapada moral comunitaria.
Somos una sociedad mayoritariamente
capitalista que se escandaliza ante el espectáculo público de la prostitución;
escandaliza que la vean nuestros hijos y que salga en la tele, escandaliza que
alguien pueda comerciar con su cuerpo a cambio de dinero, al tiempo que nos
parece normal si se ejerce discretamente, en privado,
¡somos tan liberales! …no importa que el cuerpo convertido en mercancía sea el propio,
porque al igual que las prostitutas, también lo hacemos a diario, en nuestro trabajo, por dinero. Podría
parecer escandaloso, pero es lo normal y, en todo caso, es un escándalo privado,
que a nadie le importa. Siempre que sucedan en privado, ni la desigualdad, ni la
pobreza, ni el maltrato, llegan a escandalizar.
Ahora, anda toda España
escandalizada, con las manos en la cabeza por el caso Bárcenas... ¡pero si ya
lo sabíamos! ¿Quién no sabía que los partidos
políticos se financian mediante la donación de empresas a cambio de los favores
públicos, los del Estado? ¿Quién no sabía que los partidos que gobiernan son
sindicatos para la financiación de la clase intermediaria, sus familiares y allegados?,
¿y quién no sabía que los partidos de la oposición tienen por objetivo tomar el relevo en esa
misión algún día?
Ya lo sabíamos. Como sabemos que es
de día cuando sale el sol, como sabemos también que el planeta Tierra no es
de nadie; lo sabemos de sobra, pero nos hemos acostumbrado a la normalidad de su
saqueo, eso sí, siempre que suceda en modo privado. La corrupción sólo escandaliza
cuando se convierte en espectáculo público; cuando se privatiza, se convierte
en normal y natural. De ahí que el poder evite los espectáculos públicos que no
sean comerciales, patrióticos o deportivos. De ahí que al poder le gusten mucho
los estadios de fútbol, pero muy poco las plazas; y nada, las asambleas
públicas. Y aún así, no se fía.Poco a poco, mediante la televisión está
privatizando la realidad de lo que sucede, incluidos los espectáculos que antes
eran públicos, los está confinando en las salas de estar de las casas, en el
rincón del sofá y la tele, donde el espectáculo público se convierte en privado
y confortable, donde el escándalo se transforma en espectáculo privado y éste
en mercancía, un producto más de consumo.
Pero el poder ignora algo
trascendental: que la conciencia de cada individuo contiene la de toda la
comunidad y que, por eso, todavía sentimos un atisbo de vergüenza cuando la
corrupción se hace realmente pública,
cuando el escándalo sucede en comunidad. Cada individuo, en la soledad de su
conciencia, conecta con su originaria conciencia comunitaria y sabe que la
apropiación privada de los bienes comunes es un robo, como sabe que el trabajo
asalariado es esclavitud. Esa conciencia comunitaria perdura en el substrato
moral de cada individuo, es garante del objetivo emancipatorio, es el germen indestructible de
la democracia comunitaria por construir.
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