domingo, 3 de febrero de 2013

LA CORRUPCIÓN COMO ESPECTÁCULO


Nos desayunamos todos los días con novedades sobre corruptelas de la clase política, que provocan ese tipo de escándalo que los medios han dado en llamar “alerta social”. Los escándalos habituales siempre están referidos al mismo tipo de corrupción, enfocada en el saqueo de los denominados bienes públicos. Olvidamos dos cosas muy importantes: primero, que esos bienes son sólo una parte mínima de los  bienes comunes y, después, que éstos son saqueados masiva y sistemáticamente, a cada instante. A esa ignorancia esencial se añade la confusión que se propicia al identificar lo público con lo estatal. A partir de ahí parece lógico que  nunca se hable del estado de corrupción  institucionalizada que infecta a todo el cuerpo social, y menos aún, de que su origen inicial esté localizado en el sistema político dominante. Quienes sostienen que el foco de la infección está en la naturaleza humana es porque han dado por perdido el futuro de nuestra civilización, o porque pertenecen a la nómina del sistema, lo que viene a ser lo mismo.

Por ejemplo, denominamos bien público a la educación como servicio del Estado, a un sistema de adoctrinamiento sobre los valores dominantes del sistema capitalista, fundamentado en los principios de desigualdad y jerarquía. Da igual que la escuela sea estatal que privada, la diferencia es de grado, pero no de sustancia. Cada día que un niño va a la escuela es saqueado ese bien comunitario que es la educación en sociedad.
También, por ejemplo, cada día que una persona va a trabajar, ese bien comunitario que podría ser el trabajo de cada persona, es saqueado por algún otro individuo o corporación de individuos, que a diario se apropian en privado del producto de ese trabajo. ¡Cómo no va a parecer normal defraudar a hacienda, si esa corrupción está incorporada en nuestros genes culturales, inoculados por el sistema capitalista! Es una corrupción institucionalizada, pública, impuesta por el Estado y sus leyes, siempre al servicio del interés privado.

La corrupción resulta normal a condición de que nadie se entere, de que suceda en privado, en el espacio donde nuestra conciencia es muy floja, muy dada de sí, tras largos años de adoctrinamiento por los medios, escuelas y empresas, sean éstas estatales (públicas) o privadas. Lo que escandaliza es que  el fraude se haga público; sólo entonces llega a conmover los resortes de nuestra agazapada moral comunitaria.
Somos una sociedad mayoritariamente capitalista que se escandaliza ante el espectáculo público de la prostitución; escandaliza que la vean nuestros hijos y que salga en la tele, escandaliza que alguien pueda comerciar con su cuerpo a cambio de dinero, al tiempo que nos parece normal  si se ejerce discretamente, en privado, ¡somos tan liberales! …no importa que el cuerpo convertido en mercancía sea el propio, porque al igual que las prostitutas, también lo hacemos a diario, en nuestro trabajo, por dinero. Podría parecer escandaloso, pero es lo normal y, en todo caso, es un escándalo privado, que a nadie le importa. Siempre que sucedan en privado, ni la desigualdad, ni la pobreza, ni el maltrato, llegan a escandalizar. 

Ahora, anda toda España escandalizada, con las manos en la cabeza por el caso Bárcenas... ¡pero si ya lo sabíamos! ¿Quién no sabía que los partidos políticos se financian mediante la donación de empresas a cambio de los favores públicos, los del Estado? ¿Quién no sabía que los partidos que gobiernan son sindicatos para la financiación de la clase intermediaria, sus familiares y allegados?, ¿y quién no sabía que los partidos de la oposición  tienen por objetivo tomar el relevo en esa misión algún día?

Ya lo sabíamos. Como sabemos que es de día cuando sale el sol, como sabemos también que el planeta Tierra no es de nadie; lo sabemos de sobra, pero nos hemos acostumbrado a la normalidad de su saqueo, eso sí, siempre que suceda en modo privado. La corrupción sólo escandaliza cuando se convierte en espectáculo público; cuando se privatiza, se convierte en normal y natural. De ahí que el poder evite los espectáculos públicos que no sean comerciales, patrióticos o deportivos. De ahí que al poder le gusten mucho los estadios de fútbol, pero muy poco las plazas; y nada, las asambleas públicas. Y aún así, no se fía.Poco a poco, mediante la televisión está privatizando la realidad de lo que sucede, incluidos los espectáculos que antes eran públicos, los está confinando en las salas de estar de las casas, en el rincón del sofá y la tele, donde el espectáculo público se convierte en privado y confortable, donde el escándalo se transforma en espectáculo privado y éste en mercancía, un producto más de consumo.

Pero el poder ignora algo trascendental: que la conciencia de cada individuo contiene la de toda la comunidad y que, por eso, todavía sentimos un atisbo de vergüenza cuando la corrupción se  hace realmente pública, cuando el escándalo sucede en comunidad. Cada individuo, en la soledad de su conciencia, conecta con su originaria conciencia comunitaria y sabe que la apropiación privada de los bienes comunes es un robo, como sabe que el trabajo asalariado es esclavitud. Esa conciencia comunitaria perdura en el substrato moral de cada individuo, es garante del objetivo emancipatorio, es el germen indestructible de la democracia comunitaria por construir.


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