jueves, 11 de marzo de 2021

JUICIO A RUYMAN RODRÍGUEZ



Ruyman Rodríguez

Publicado en:  www.portaloaca.com/opinion/15413-un-juicio-ruyman-rodriguez.html

 

En unas semanas seré enjuiciado y también, indudablemente, condenado. Se me acusa de un delito de«atentado a la autoridad» (poético, para un anarquista) y se me pide un mínimo de 1 año y 6 meses de prisión y 770 pavos de multa. Todo esto por supuestamente haber dado en 2015 una patada a un guardia civil en el cuartelillo donde se me retenía y torturaba con la finalidad de intimidarme y desestabilizar el proyecto autogestionario de vivienda de la Comunidad«La Esperanza», ubicada en el municipio grancanario de Guía.

No gastaré el tiempo en clamar por mi inocencia ni chorradas similares, y menos aun cuando hay compañeras y compañeros que en estos momentos, mientras escribo, ya están en la cárcel. Además, sería inútil. Que seré condenado es tan seguro como que mañana saldrá el sol. Se intentará con ello (si quiero evitar, según parece, que se ejecute la sentencia) tenerme «tranquilo» y sin alborotar durante algunos años y, si es posible, escarmentar en mi espalda a un anarquismo canario y a un movimiento insular por el derecho a la vivienda que lleva demasiado tiempo incordiando por encima de sus posibilidades.

Y luego dicen que los anarquistas somos ingenuos… Si piensan que la convicción de los militantes y la necesidad de los desahuciados pueden sofocarse con leyes, juicios y condenas es que no han comprendido nada. Hasta los propios fundadores del Derecho Romano lo asumían: necessitas caret lege («la necesidad carece de ley»). Ningún papel ni barrote han podido aplastar nunca el instinto de supervivencia y la urgencia de conseguir comida, techo y abrigo. Mi condena tampoco lo logrará.

Dicho esto, me gustaría usar este episodio como pretexto para compartir algunas reflexiones sobre el entramado judicial y sus mecanismos.

Lo primero es el propio acto del juicio. Entrar por primera vez en una sala donde se te va a procesar es como tomar parte en una suerte de ritual sobrecogedor. La liturgia recargada, el lenguaje arcaico, la atmósfera deshumanizada, las vestimentas ridículas, todo lo necesario para fabricar un ambiente solemne que apabulle a la víctima y la haga presa de la angustia y la culpabilidad. La sensación es como la de acercarse a un altar de sacrificios donde un sumo sacerdote puede decidir, a su antojo, tu destino. Aunque todo ello esté adornado con la parafernalia burocrática de la era moderna, el evento es tremendamente similar al que podría celebrar un chamán consultando a los espíritus sobre la culpabilidad del infractor o un inquisidor exigiéndole que confiese la verdad ante Dios: gente con disfraces absurdos asume un rol de autoridad suprema y decide sobre el destino ajeno en base a una fórmula, escrita o no, que para el enjuiciado adquiere cierto carácter sobrenatural.

La experiencia o la formación política pueden ir resquebrajando el aspecto mágico del chiringuito. Ver a los protagonistas momentos después del juicio con las togas en la mano, riéndose de lo sucedido en la sala, hablando de fútbol mientras mean en los baños del juzgado o apurándose un carajillo mientras fuman en una terraza cercana, le quita un poco de rigor al asunto. Igual que pasa con las detenciones en comisaría, con el tiempo llegas a comprender que todo es un teatrillo, una farsa enorme, patética, cómica y a la vez dramática. Gente adulta, orgullosa de símbolos y uniformes, amparada en un rango, convencidos más o menos del papel que interpretan y que han convertido una ópera bufa, un trágico carnaval, en un oficio respetable del que sus hijos pueden presumir en el colegio. Si no tuvieran el poder de destrozar la vida de otros, serían dignos de lástima.

Pero todo este circo se fundamenta sobre el texto sagrado de la sociedad civil desde el Código de Hammurabi: la ley.

Si las sociedades necesitan o no un código escrito para regularse puede ser tema de debate. Que ese código sea elegido por una minoría en base a sus intereses, impuesto a la mayoría y de obligado cumplimiento a través de la compulsión o la violencia, me parece algo mucho menos debatible. Siempre que los anarquistas planteamos la ridiculez que supone que un código verticalmente impuesto rija nuestras vidas se nos pregunta que haríamos con los crímenes, la violencia, etcétera (si nos dieran un céntimo cada vez que nos interrogan sobre esta cuestión tendríamos un PIB muy superior al de cualquier Estado). La realidad es que los códigos penales llevan existiendo siglos y nunca han conseguido mitigar o suprimir la violencia humana; con suerte la han refinado.

El Código Penal español, como todos los códigos punitivos del resto del mundo, sólo se fundamenta en la defensa de dos principios elementales: proteger la propiedad privada (todos los artículos sobre robo, allanamiento, usurpación, etc., derivan de ahí1) y garantizar que sea el Estado, y no ningún particular, el detentador único del monopolio de la violencia (usando la expresión de Max Weber). El Estado no tiene ningún interés en suprimir la violencia; sólo pretende controlarla y asegurarse de que nadie le disputa el privilegio de su aplicación. Ese, por encima de cuestiones morales, es el fundamento del que emanan todos los artículos que penalizan el uso de la violencia entre terceros.

Aun cuando esto se admita, se nos seguirá insistiendo sobre cuál es la alternativa anarquista a leyes, cárceles, policías y judicatura. Muchas compañeras y compañeros, antes y mejor que yo, nos han legado elaboradas respuestas al respecto2. Yo, con menos tiempo y luces, sólo puedo decir que no conozco la solución perfecta y definitiva, porque quizás no la haya. Sólo sé que el Estado español tiene casi la mayor población penitenciaria de la UE con una de las ratios más bajas de criminalidad3. Sólo sé que los delitos relacionados con la violación de la propiedad privada perderían su razón de ser si tuviéramos una sociedad donde la riqueza fuera compartida por todos y no estuviera retenida en manos de un porcentaje mínimo de la población. Sólo sé que gran parte de los presos y presas de las cárceles españolas están recluidos por delitos morales que quizás mañana no lo sean, como por ejemplo los vinculados con las drogas (tal y como en su día dejó de ser punible el adulterio). Sólo sé que fenómenos humanos naturales como la migración son considerados ilegales y que encerrar con ese pretexto a miles de personas en condiciones infrahumanas, como ocurre ahora mismo en Canarias, parece ser algo perfectamente legal. Sólo sé que en el Estado español es delito blasfemar contra Dios, ultrajar a la bandera, al rey o a las comunidades autónomas, hacer comentarios de mal gusto sobre terrorismo (quedan excluidos, por supuesto, el terrorismo de extrema-derecha o el de Estado) y que hay gente procesada o encarcelada por chistes, canciones, obras de teatro, performances o por quemar símbolos. Sólo sé que los cuerpos policiales profesionales existen desde hace siglos y sólo han servido para mantener los privilegios de la clase dirigente, salvaguardar la desigualdad, perseguir la pobreza, reprimir la disidencia política e imponer una violencia vertical muy superior a cualquier violencia horizontal. Sólo sé que las cárceles evidencian un grave estado de inmadurez social, donde el Estado, convertido en padre ignorante y cruel, soluciona los problemas de su hijo, el individuo disruptivo, encerrándolo en un cuarto oscuro hasta que aprenda la lección. Sólo sé que después de milenios con todo tipo de condenas, de cadenas perpetuas o penas de muerte, la violencia no se ha reducido un ápice. Sólo sé que quizás nunca haya una cura para la violencia humana, pero que tal vez no estaría mal analizar qué porcentaje de actos atroces son un reflejo de la sociedad donde se producen; probar con otros modelos de sociedad y aprendizaje donde a lo mejor no se nos inculque a los hombres que violentar a las mujeres forma parte de nuestra naturaleza y de nuestros privilegios; experimentar, quizás, con otras fórmulas de resolución de conflictos que no pasen por sumar más violencia a la violencia o por enterrar los problemas, también cuando esos problemas son seres humanos, bajo la alfombra.

Como humanos sufrimos una disociación cognitiva que nos desgarra por dentro. Se nos ha injertado dos morales: una superficial (la que públicamente define lo que es bueno o malo) y otra profunda (la que íntimamente define lo que es bueno o malo), las mismas que nos permiten repetir que «matar es malo» mientras somos capaces de racionalizar como aceptable que un soldado o policía pueda disparar a alguien. Nos han educado para interiorizar la violencia individual como un fenómeno desconectado de la violencia social, económica y gubernamental. Nos han adoctrinado para que las guerras, el heteropatriarcado, los desahucios, los despidos, la explotación laboral, el racismo institucional, las torturas y cargas policiales, nos parezcan violencias de una naturaleza más aceptable, lógica, racional, que la violencia espontánea de los individuos. Nos han enseñado que hay leyes de sangre –como las que atañen a la propiedad y a la obediencia– de obligado cumplimiento, y leyes de papel –como las que hablan de la responsabilidad social de los Estados– que pueden ignorarse sin consecuencias. Nos han acostumbrado a que las empresas, instituciones y partidos puedan romper sus propias leyes, como pájaros que atraviesan una telaraña, mientras nosotros, simples moscas, quedamos enredados en los delitos más ridículos, tal y como decía el viejo Calicles.

A pesar de esta cierta y dura conclusión, el mundo real, sensitivo, lejos de artificios y medidas de control mental, se puede abrir paso aunque te arrojen al más infecto agujero. Lo único que necesitamos es aprender a reducir el mundo oficial a su justa dimensión, poderoso en lo relativo a la fuerza bruta, pero impostado, ficticio y penoso en su expresión más pura. Todo se limita a que un grupo de gente, creyentes en el principio de autoridad que establece que unas personas son superiores a otras, se disfraza de jueces y policías para obligarnos a hacer lo que otro grupo de gente, que se disfraza de políticos, escribe periódicamente en un libro que dictamina qué es delito y qué no, y todo ello para salvaguardar el patrimonio de otro reducido grupo de gente que lleva siglos disfrazándose de propietarios, acaparando lo que es de todos y dictando lo que hace el resto de gente disfrazada. No te puedes tomar en serio algo así, aunque desgraciadamente por esa broma pesada la gente pierda su libertad, su salud, física y mental, años de vida o incluso la vida misma.

Pero por mucho daño que nos hagan no podrán borrar nunca una evidencia cruda: sus leyes, incluso las de sangre, están escritas en papel y hay que tener la certeza de que algún día, más tarde o más temprano, lloverá.

Desde aquí, y a modo de conclusión, sólo quiero ofrecer mi agradecimiento a todas las compañeras y compañeros y a todos los colectivos que de una u otra forma se han solidarizado con mi situación personal. Nunca podré agradecerles lo suficiente. Ustedes han hecho posible que pudiera seguir activo en un frente de lucha tan desgraciada pero necesariamente público y visible como el que afrontan la Federación Anarquista de Gran Canaria y el Sindicato de Inquilinas de Gran Canaria. También a mis compañeras y compañeros de ambas organizaciones, a mis compis de fatiga diaria, por estar ahí cuando lo más fácil era no estar, por ayudarme a recoger los pedazos. Gracias a todos.

Sólo recuerden que si estos cabrones nos prohíben respirar sólo obtendrán una cosa: una desobediencia, como mínimo, de doce veces por minuto. Respiren fuerte, mis compas.

 

Ruymán Rodríguez

Norte de África, a finales del año 1 de la distopía pandémica

 

 

Notas: 

1.Incluso los delitos contra la salud pública y todos los relacionados con el tráfico de drogas no tienen otro pilar que la defensa de la propiedad privada: la ilegalización del alcohol entre 1920-1933 en EE. UU (la llamada«Ley Seca») provocó el auge del crimen organizado haciendo que un producto como el alcohol alcanzara un precio desorbitado y arrojara, por tanto, unos beneficios descomunales para los contrabandistas. Hoy, es evidente, la legalización de las drogas abarataría su precio y haría que el narcotráfico a gran escala perdiera enormes dividendos. Mientras las drogas sean ilegales su precio no bajará y el margen de beneficios de los grandes traficantes, que también tienen derecho a que se proteja su propiedad privada, se mantendrá.

2.El listado de obras convertiría esta humilde reflexión en una bibliografía académica. Baste para los interesados con el clásico de Piotr Kropotkin Las prisiones(1887). 

3.Violeta Aguado,«España tiene menos delitos que la media europea pero más personas encarceladas» (elDiario.es), 21 de abril de 2016.

domingo, 7 de marzo de 2021

EL FEMINISMO OFICIAL PIDE IGUALDAD AL ESTADO, ALGO QUE ÉSTE NO PUEDE DAR SIN DEJAR DE SER LO QUE ES

 

Imagen de la web de Moncloa

Mejor hablar de feminismo el 9M, una vez que ha pasado la eclosión propagandística que despliega el Estado en esta efeméride y al día siguiente se concentra en la pandemia. Hasta hace poco el 8 de marzo era el “día de la mujer trabajadora” y ahora es el “día de la mujer”. Ha desaparecido el adjetivo “trabajadora”, sin duda por alguna potente razón de marketing institucional, que no debería pasar desapercibida.

La comunista Clara Zetkin propuso la conmemoración de este día en la conferencia de mujeres socialistas de 1910, para homenajear la lucha de las mujeres contra la explotación capitalista, porque ese día se recuerda el asesinato de 129 obreras en huelga, quemadas vivas en una fábrica textil en EEUU; los dueños de la fábrica cerraron las puertas con ellas dentro y le prendieron fuego para hacerlas arder como medida de "disuasión", para evitar que otras obreras siguieran su ejemplo de lucha. Se conmemoraba la lucha por la justicia social, por los derechos de la clase trabajadora, la lucha contra el patriarcado y el capitalismo, cuyos respectivos mecanismos se articulan el uno al otro a la perfección. El 8 de marzo también quedó apuntalado como fecha eminentemente revolucionaria por los sucesos del 8 de marzo de 1917 en la Rusia zarista: miles de mujeres salieron a las calles clamando contra la explotación y las guerras que la burguesía imponía al pueblo. Ellas detonaron la Revolución de Octubre.

Las mujeres trabajadoras fueron y siguen siendo la parte más golpeada de la clase explotada, eran y siguen siendo víctimas de las guerras imperialistas, del saqueo capitalista que devasta regiones y países enteros, privatizando la tierra y el conocimiento, provocando la precariedad sistémica de las poblaciones. Ellas fueron y siguen siendo víctimas del machismo incesantemente promovido por la publicidad comercial, los medios de información y propaganda y, en definitiva, por toda la industria cultural capitalista, sistema que se sostiene gracias a que ha aprendido a fragmentar a las masas de explotados dedicada a difundir modelos de discriminación machista y xenófoba. Y, más recientemente, difunde un modelo de feminismo interclasista (he ahí una razonable explicación a la desaparición de la palabra “trabajadora” en la propaganda oficial de este día), cuyo adversario es un genérico varón “dominante”, así, en abstracto, sin diferenciar entre varones explotadores y explotados.

Este trasvase ideológico hacia un feminismo interclasista es nítidamente una operación de los partidos de la izquierda correcta, dirigida a ensanchar su menguante clientela electoral, que les obliga a realizar piruetas equilibristas con sus propios principios “de clase”. Esos partidos han arrastrado al feminismo original, revolucionario, hacia su estrategia electoralista. Se propusieron y consiguieron hacer del feminismo una ideología estatal que fuera asumible por las derechas, pero sin dejar de reclamar su titularidad ideológica, es decir: un batiburrillo ideológico enmarcado en eso que llaman centro político o clase media, que no es sino la ideología de la pequeña burguesía, principal sustrato cultural-electoral por el que compiten las actuales izquierdas y derechas, o sea, todas las facciones que se disputan el timón del aparato estatal-capitalista.

Las derechas deberían estar agradecidas y lo están aunque no puedan decirlo. La extrema derecha es más descarada aún que liberales y socialdemócratas, porque siendo la facción más estatista y neoliberal de entre todas ellas, no tiene reparo alguno en acusar al feminismo de ser “ideología de Estado”, como si el mundo hubiera perdido la memoria y ya nadie recordara lo que es esa extrema derecha cuando se hace con el poder del Estado. Y no menos cachondos son los “liberales”, que dicen querer “cuanto menos Estado mejor”, como si no fuera cierto que su “libre” mercado, con sulegítima” ganancia capitalista se sostienen gracias al arte de birlibirloque por el que mágicamente el Estado trasvasa la mayor parte de los impuestos extraídos del trabajo y el consumo de las masas trabajadoras hacia la cuenta de empresas, bancos, corporaciones industriales y financieras...como si éstas “no tuvieran suficiente con lo que a diario roban; unos impuestos que, a mayores, le sirven al Estado para ampliar su base social, creando una subclase parasitaria, pequeña burguesía de burócratas y funcionarios, cuya lealtad tiene asegurada.

Este feminismo institucionalizado (por el mismo aparato de poder totalitario que idolatran por igual monárquicos y republicanos) quiere algo imposible: le pide igualdad a un orden social y económico en esencia competitivo y extractivo, en consecuencia depredador, jerárquico y patriarcal. A partir de esta básica contradicción, sólo puede aspirar a un Ministerio propio y a un creciente listado de nóminas, que no es asunto menor: cátedras, juzgados, comisarías, gabinetes de estudio y observatorios de igualdad...toda una burocracia con miles de “funcionarios de igualdad”. Este feminismo le pide también al Estado una conciliación subvencionada, ya no tiene otro futuro que como ideología subordinada al Estado y su Mercado. En la conciliación está una de sus principales trampas. Toda mujer trabajadora y madre debería saber a estas alturas que al “derecho de conciliación" le sigue una pérdida de competitividad en el mercado laboral, con lo que la igualdad sigue siendo una quimera para las mujeres trabajadoras, mientras que para el Estado es una “conquista”, un avance en los derechos de las mujeres, que el Estado se apunta en su haber. Entonces, ¿por qué le molesta tanto a este feminismo que lo llamen ideología de Estado?

Hay que repasar la experiencia histórica si se quiere averiguar cómo los Estados logran sus “avances” feministas:

1. Cuando en tiempo de guerra colocan a mujeres en los puestos que han dejado vacíos los varones obreros que han enviado al exterminio en los frentes de guerra.

2. Cuando en tiempos de recesión económica mantienen una bolsa de reserva, integrada por parados ((hombres, mujeres y emigrantes), que le sirven para contener los salarios y mantener la ganancia y acumulación capitalista.

3. Cuando en tiempos de expansión fomentan la escasez mediante la competencia por el empleo, colocando en el mercado laboral a masas de emigrantes y mujeres obreras, cuya competencia mejora la productividad, incrementa el consumo y, por tanto, multiplica el beneficio empresarial.

Así, reduciendo los salarios, consiguen los estados dar empleo e “igualdad” a las mujeres asalariadas: igualdad por abajo, por salaríos mínimos.

Si no hubiera renunciado a su finalidad original -la emancipación humana universal- este feminismo hoy estatal y capitalista, se quedaría sin razón de ser. Porque una sociedad realmente democrática, igualitaria y no patriarcal, es incompatible con las estructuras de dominación con las que el feminismo quiere pactar y conciliar. Este feminismo solo aspira a mejorar las condiciones de explotación de las mujeres asalariadas, para igualarlas a las condiciones de explotación de los hombres, tradicional y mayoritaria forma de explotación laboral. Y el Estado lo hará sólo si le resulta más rentable, en modo de plusvalía empresarial y de impuestos estatales. Se ha metido este feminismo en una laberinto sin salida, en una absurda competencia por ser igualmente explotadas las mujeres. Así fortalece al sistema mientras debilita a la totalidad de explotados, hombres y mujeres.

Por eso que este movimiento feminista no tenga futuro que no sea reaccionario, teniendo atada su existencia a los aparatos del poder totalitario de las élites dominantes. A este feminismo le sucede lo mismo que a los sindicalismos y nacionalismos, que de “liberadores” pasaron a reaccionarios rápidamente, víctimas de sus propias contradicciones, de la codicia de sus élites dirigentes y de la mayoritaria resignación de sociedades cautivas. Estos movimientos, todos ellos deseantes de Estado y Mercado, con sus contradicciones, fracasos y decepciones, han generado el caldo de cultivo óptimo para el auge de los neofascismos que vemos proliferar por todo el mundo: si se trata de ser campeones del totalitarismo, nadie mejor que estos fascismos de nuevo cuño. 

Al igual que los domesticados partidos de izquierdas que son su matriz, este movimiento feminista vive hoy de las románticas rentas que dejara aquel viejo movimiento obrero que un día se soñó revolucionario, emancipador y universalista, pero que acabó rendido ante el irresistible atractivo, liberal-consumista, de aquella efímera y volátil clase media que le ofreciera el Estado de Bienestar. Veremos ahora qué dicen y, sobre todo, qué hacen estas clases medias en tiempo de crisis global y sistémica, veremos a dónde van con su ideología pequeño burguesa cuando descubran que lo que tienen por delante es su propio colapso, que no es otra cosa que una vuelta a la casilla de salida, a su antigua condición de igual precariedad existencial...igual para hombres y mujeres.

El movimiento feminista podrá decir su propia misa todos los ochos de marzo y demás fiestas de guardar, pero no podrá impedir la revolución integral cuya finalidad sigue siendo hoy, más que nunca, incompatible con ninguna forma de subordinación o conciliación con el orden estatal/capitalista dominante. Solo será posible la igualdad si el trabajo humano deja de ser mercancía, solo si pierde su “valor” de Mercado, sólo si deja de generar impuestos que alimentan a la bestia parasitaria que es todo Estado.


martes, 2 de marzo de 2021

LA VERDAD TEME AL PODER, NO A LA CIENCIA




La libertad de expresión está de saldo, secuestrado el conocimiento científico y la democracia todavía es un asunto pendiente. Para salvar el culo no hay mejor cosa que no salirse del guión establecido, mejor no dudar, no pensar, no argumentar...basta con insultar, soltar un exabrupto y sumarse a la corriente, de lo contrario serás etiquetado y sacrificado en el altar de la Verdad (oficial).


Bea Talegón (1), periodista: “Salvarse el culo y Victoria Abril”

Lo que Victoria dijo no se oye en España. Y no se oye porque ha habido una tendencia muy marcada y muy evidente: sobre la pandemia, “mucho cuidado”. Valorar datos, tener dudas, sospechar de que hay cosas que no se hacen bien es algo que cada vez se ve y se oye menos. Se ha diluido. Intentar dar información que ponga en duda alguna cuestión “oficial” conlleva un ataque brutal en redes sociales, en medios de comunicación. Y están pasando cosas que deberían tener respuesta: como el baile de los datos, por ejemplo, que se modifican y borran los que han sido publicados sin explicación. Pero claro, poca gente se dedica a mirarse los datos oficiales día a día, a guardarlos y a darse cuenta de que hay cosas que, por algún motivo, no se están explicando. Si tratas de aproximarte a investigar sobre este asunto, los especialistas te dirán que tengas cuidado, que aquí no es posible “contar lo que sucede” y que hay que tener mucho cuidado porque te van a atacar de todas las maneras posibles para desacreditarte.

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Otros dirán que me sumo a la conspiración por parecerme bien que haya gente que cuestione las medidas que se están tomando. Ahí está la ONU para respaldar las “conspiraciones” de Victoria, hablen con Guterres y cuéntenle que no es cierto: que cualquiera puede decir lo que quiera. Díganselo desde España que será muy gracioso verlo.

Y una última reflexión: tan científica es Abril (la critican por no tener ni idea de virus para opinar sobre la pandemia) como la mayoría de las personas que la han apedreado desde los medios de comunicación. Pero la clave está en saber lo que “se puede decir” y lo que “no se debe decir”. Y en España ya nos movemos en esta clave: hay cosas que no se deben decir públicamente, aunque te las puedas plantear. Y para que nadie pueda cuestionarte por ello, señalarte y mandarte a la hoguera, lo recomendable es poner un tuit donde dejes claro que no estás de acuerdo en nada con Victoria. Aunque nadie te pregunte y aunque a nadie le importe tu parecer sobre el tema. Pero hay que salvarse el culo, amigos, cosa nada habitual en una democracia tan perfecta. ¿No creen?”

Texto completo: www.elnacional.cat/es/opinion/beatriz-talegon-salvarse-culo-victoria-abril_587244_102.html


Dra. Karina Acevedo Whitehouse (2)

Ante el Covid-19, algunos opinan que es mejor dejar que los expertos entiendan la ciencia y se eviten los cuestionamientos por otros científicos con argumentos disimilares. Este discurso es inválido para la ciencia. Los expertos de la edad media recomendaban tratamientos de calor para tratar la viruela y, en consecuencia, la mortalidad de quienes recibían el tratamiento subía 20%. Equivocarse es humano, pero ocultar el error bajo el argumento de ser experto es reprobable. La generación del conocimiento depende del cuestionamiento. Discutamos, sin denostar con argumentos inválidos los cuestionamientos o a quienes los presentan. Levantemos el nivel de la discusión”.

Vídeo.

El conocimiento como remedio contra el miedo. Las vacunas contra SARS-Cov2":

https://youtu.be/8urAr6gMC3g


Pedro Baños Bajo, militar (3)

Por lo general, componemos nuestra opinión sobre la actualidad mayoritariamente a través de los medios de comunicación, anulando en gran medida nuestra capacidad de juicio.

.../...

Ya no hace falta enviar decenas de barcos de guerra, lanzar andanadas de misiles, invadir con tropas terresyres o amenazar con ataques masivos para someter a poblaciones enteras, a países completos. Basta con actuar en las mentes de los ciudadanos, con subyugarlos psicológicamente, con condicionar sus pensamientos y comportamientos. Así, millones de individuos se subordinan a los dictados que se les imponen, reaccionando mansamente y felices con su situación. ¿No es ésto el verdadero geopoder? ¿Puede existir mejor geopolítica para dominar por completo el mundo? ¿No ha sido siempre el sueño de cualquier líder o grupo de poder?

.../…

El dominio mental se traduce, en no pocas ocasiones, en la imposición de un pensamiento único. Una situación más común de lo que a priori podría pensarse. Se premia al que se subordina a la corriente dominante. Y se castiga sin piedad al que tan siquiera se atreve a dudar de lo impuesto. Porque, no nos engañemos, la libertad de expresión, que siempre ha sido un ejercicio arriesgado de practicar en su plenitud, se convierte cada vez más en una quimera. Aunque hoy en día no se lleve a nadie a la hoguera, los procedimientos de destrucción social son más sutiles, y no menos efectivos. El siguiente paso es exterminar la libertad de pensamiento, lo que dentro de poco permitirá la tecnología. Un gran retroceso para los ciudadanos, subyugados por el poder en pleno siglo XXI”.

(De su último libro: “El dominio mental. La geopolítica de la mente”, editado por Ariel)


NOTAS:

(1) Bea Talegón es columnista en diversos medios. Licenciada en derecho. Fue secretaria general de la Unión Internacional de Juventudes Socialistas y formó parte del Comité Federal del PSOE a propuesta de Izquierda Socialista. Se dio de baja en el PSOE en 2015.

(2)Karina Acevedo Whitehouses doctora en Ciencias Biológicas, especializada en Zoología y Ecología Molecular. (Universidad de Cambridge – Reino Unido) y Maestra en Ciencias-Ecología Marina (Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada, Méjico) y Licenciada en Medicina Veterinaria y Zootecnia (Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia - Universidad Nacional Autónoma de Méjico).

(3)Pedro Baños Bajo es coronel del Ejército de Tierra y diplomado de Estado Mayor, actualmente en situación de reserva. Ha sido jefe de Contrainteligencia y Seguridad del Cuerpo de Ejército Europeo en Estrasburgo. Ha participado en misiones en Bosnia y Herzegovina (UNPROFOR, SFOR y EUFOR), y es hoy uno de los mayores especialistas en geopolítica, estrategia, defensa, seguridad, terrorismo, inteligencia y relaciones internacionales. Es autor de Así se domina el mundo, El dominio mundial y El dominio de la mente.



jueves, 25 de febrero de 2021

CONTROL CITY: DONDE NO HAY CAMPO NI AFUERAS

 

Referencias: Consejo Nocturno y The Rutherford Institute. Respectivamente: para una genealogía de la metrópoli y la trampa de la guerra contra el terrorismo interno. (1)


El Campo y las Afueras, si existen es como ficción literaria, un mito de otros tiempos. Por incompatibilidad, el estado global no permite su existencia. Es mejor entenderlo cuanto antes: no es por su seguridad (que dado su poder educativo y militar no corre peligro), es por el Control Social.

Metrópoli, capital del Estado. La sensación de vivir en un campo de concentración planetario tiene su máxima realidad en la Metrópoli. Ante una devastación total de las formas de vida, el eco que no deja de resonar en nuestro interior es: ¿a dónde huir? Habitar plenamente, arrancar territorios a la gestión mundial capitalista, construir comunas son los gestos revolucionarios de quien ha dejado de esperar, de quien no cree en las «soluciones» del urbanismo y otras ciencias de gobierno, porque sabe que la generación de mundos no es un problema, sino una necesidad vital que se asume o se delega al opresor. Constituirnos en fuerza histórica autónoma va de la mano de la destitución del estado de cosas presente, y viceversa.

El centro de la reflexión se ubica en la Metrópoli, espacio del capital por antonomasia en el siglo XXI. Como tal espacio, la Metrópoli impulsa el culto al crecimiento. Los nuevos «Jinetes del Apocalipsis» suman muchos más de cuatro: cambios climáticos, agotamiento genético, contaminación, colapso de las diversas protecciones inmunitarias, aumento del nivel del mar y cada año millones de refugiados que huyen.

La Metrópoli es la organización misma de los espacios y de los tiempos que persigue directa e indirectamente, racional e irracionalmente, el capital; organización en función del máximo rendimiento y de la máxima eficiencia posibles en cada momento.

Bajo la Metrópoli, los humanos experimentan constantemente una destrucción de todo habitar. Lo que ofertan los poderes metropolitanos es hacer intercambiables, como el resto de las cosas en el sistema mercantil de equivalencia, todos los lugares que podían guardar algún principio de habitabilidad. Lo que predomina bajo la Metrópoli es una condición generalizada de extranjería.

El individuo metropolitano no sabe hacer nada, provoca la imposibilidad, por tanto, del habitar y de toda praxis autónoma, en definitiva, del estar en el mundo. En un orden que no reconoce afuera alguno, el enemigo solo puede ser interno, lo cual exige un control generalizado y sin precedentes de todos aquellos lugares del continuum metropolitano que representan potencialmente una desestabilización, una falla, un ingobernable, es decir, todos los lugares.

Paradigma del habitar: si las críticas se centran solo en el aspecto económico del dominio capitalista, apenas se pueden percibir la proliferación de mecanismos de reestructuración del capital en múltiples dimensiones (la vida cotidiana, el sexo, el cuidado, la amistad, el agua, el transporte, etc.). La Metrópoli, esta especie de Imperio que se quiere incontestable, pretende anular toda perturbación, toda desviación, toda negatividad que interrumpa el avance infinito de la economía. Pero el Consejo Nocturno sostiene que «existe una constelación de mundos autónomos erigidos combativamente y en cuyo interior se afirma siempre, de mil maneras diferentes, una férrea indisponibilidad hacia cualquier gobierno de los hombres y las cosas (…)

Por tanto, la alternativa tiene que basarse en la ruptura con cualquier avatar del paradigma de gobierno en favor del paradigma del habitar. La política que viene está completamente volcada al principio de las formas-de-vida y su cuidado autónomo, antes que a cualquier reivindicación de «abstracciones jurídicas» (los derechos humanos) o económicas (la fuerza de trabajo, la producción).

El paradigma de gobierno hace de nosotros unos lisiados y nos separa de nuestra propia potencia. «Se trata por tanto de procurarse una presencia integra a partir de la cual podamos organizarnos para tomar de nuevo en nuestras manos cada uno de los detalles de nuestra existencia, por ínfimos que sean, porque lo ínfimo es también dominio del poder». Esto pasa por la fractura de las individualidades, pasa por el encuentro con los aliados y la conformación de un nuevo pueblo donde los afectos y los saberes autónomos expulsen de entre nosotros a todo «experto» en gobierno y biopolítica.

«Una potencia (…) es índice de sí misma, permanece siempre autónoma con respecto a cualquier forma de poder, no lo tiene como una norma para ser. (…). (…) se trata siempre de componer un tipo de actuar político que permanezca autónomo y heterogéneo, luchando cuerpo a cuerpo con la ley sin jamás cederle terreno, al mismo tiempo que persevera en la búsqueda de una salida fuera de sus arquitecturas categoriales».

Habitar es devenir ingobernable, es fuerza de vinculación y tejimiento de relaciones autónomas. Es necesario construir comunidad que tiene como norte la creación de poder popular. Con una doble vertiente: que sean iniciativas por fuera del mercado y del Estado; y que las gestionen los mismos miembros del movimiento de forma colectiva.

Devenir autónomos es entrar en contacto con todas las escalas y detalles de nuestras existencias. Habitar es un entrelazamiento de vínculos. Es pertenecer a los lugares en la misma medida en que ellos nos pertenecen. Es estar anclados. Habitar, antes que gobernar, entraña una ruptura con toda lógica productivista.

Las zonas de autonomía son «agujeros negros ilegibles para el poder, una constelación de mundos sustraídos a las relaciones mercantiles (…)». Autonomía absoluta supone que no se entablan relaciones con el Gobierno. Cambiar el mundo sin tomar el poder, sí, pero constituyendo una potencia.

La guerra contra el “terrorismo interno” es una trampa. Nos estamos deslizando rápidamente por una resbaladiza pendiente hacia una sociedad autoritaria en la que las únicas opiniones, ideas y discursos expresados son los permitidos por el gobierno y sus cohortes corporativas. Por supuesto, "terrorismo interno" es un comodín que, según convenga, se puede cambiar por "antigubernamental", "extremista" o "disidente", para describir a cualquiera que el celoso ojo policial sitúe en algún lugar del amplio espectro de cuanto se puede considerar "peligroso". Ya lo ves: todos estamos a punto de convertirnos en enemigos del Estado. En un déjà vu que refleja las consecuencias legislativas del 11 de septiembre y la consiguiente consolidación del estado de excepción, existe una creciente demanda de ciertos sectores para que se otorguen poderes al gobierno con el fin de erradicar el terrorismo "interno", y a la mierda la Constitución.

No parpadees o te perderás el juego de manos. Esta es la parte complicada de las triquiñuelas del Estado profundo, te mantiene atento al juego de manos mientras los rufianes están limpiando tu billetera. Sigue el mismo patrón que cualquier otra "crisis" convenientemente utilizada por el gobierno como excusa para expandir sus poderes a expensas de la ciudadanía y a expensas de nuestras libertades.[…] El estado de emergencia, versión maquiavélica del gobierno para la gestión de la crisis que justifica todo tipo de tiranía gubernamental en nombre de la así llamada 'seguridad nacional'. Esta es la toma de poder que se esconde a plena vista, oscurecida por las maquinaciones políticas de la élite moralista. […] Deberíamos preguntarnos si cualquier corporación, agencia gubernamental o entidad que represente la fusión de ambas, ha de tener el poder de amordazar, silenciar, censurar, regular, controlar y erradicar por completo las llamadas "ideas peligrosas" o "extremistas". Este poder unilateral de amordazar la libertad de expresión representa un peligro mucho mayor que el que podría suponer cualquier supuesto extremismo de derecha o de izquierda. Se equivocan, pues, quienes suponen que has de hacer algo ilegal, como desafiar la autoridad gubernamental, para ser señalado como sospechoso, etiquetado como enemigo del Estado y encerrado cual peligroso criminal. Todo lo que realmente necesitas hacer es utilizar ciertas palabras "inadecuadas". Ya se han sentado las bases, la trampa está tendida, sólo se necesita el cebo adecuado.

Con la ayuda de ojos y oídos automatizados, un creciente arsenal de software, hardware y técnicas de alta tecnología, la propaganda gubernamental insta a los ciudadanos (2) a convertirse en espías y soplones. Así, en las redes sociales y mediante software de detección de conducta, los agentes gubernamentales han urdido una intrincada telaraña de evaluaciones de amenazas y de detección de comportamiento, destinada a atrapar enemigos potenciales del Estado. Los tecnócratas que dirigen el Estado de Vigilancia ni siquiera tienen que esforzarse en monitorear lo que dices, lo que lees, lo que escribes, a dónde vas, cuánto gastas, a quién apoyas y con quién te comunicas. Ahora, mediante la Inteligencia Artificial, las computadoras realizan el rutinario trabajo de rastrear Internet, las redes sociales, los mensajes de texto y las llamadas telefónicas en busca de comentarios potencialmente subversivos, todo lo cual se registra, documenta y almacena cuidadosamente para usarlo en tu contra en el día, a la hora y lugar que el gobierno decida. Por ejemplo, la policía de las principales ciudades estadounidenses ha estado utilizando tecnología predictiva que les permite identificar a personas o grupos de personas, con más probabilidades de cometer un delito en una comunidad determinada. A continuación, se informa a dichas personas de que sus movimientos y actividades están siendo supervisados de cerca y de que cualquier actividad delictiva, cometida por ellos o asociada a ellos, será duramente sancionada. En otras palabras, la carga de la prueba se invierte: tú eres culpable antes de que se te dé la oportunidad de demostrar que eres inocente. Sin embargo, hurga bajo la superficie de este complejo aparato estatal de control policial y encontrarás que el verdadero propósito de este 'anticiparse al crimen' no es la seguridad, sino el CONTROL.


Notas:

(1)

Consejo Nocturno no es un autor, colectivo u organización. Su existencia —en la órbita del Partido Imaginario o del comité invisible— es solo «de ocasión»: sus miembros se limitan a reunirse en momentos de intervención, porque la intervención es un modo consecuente de escritura que conciben a la altura de esta época.  

El Instituto Rutherford es una organización sin ánimo de lucro con sede en Charlottesville, Virginia, EE.UU., dedicada a la defensa de las libertades civiles y los derechos humanos. Su lema es "nuestro trabajo es hacer que el gobierno cumpla las reglas de la Constitución".

(2)

Ciudadanos estadounidenses en el texto original.


martes, 23 de febrero de 2021

DIEZ MINUTOS ANTES DE ARROJARNOS AL VACÍO

 

Pienso que estaremos mayoritariamente de acuerdo en que el instinto de supervivencia es el más superior de los instintos, al que sirven todos los demás. Nutrir nuestro cuerpo, protegernos de las inclemencias del clima y de las amenazas externas, junto con la cooperación y la reproducción, tanto sexual como social, han sido las necesidades básicas para la supervivencia de nuestra especie sapiens, la única superviviente entre los homínidos. Esas necesidades son los imperativos de ese instinto superior y propio de un homínido inteligente, sí, pero no olvidemos que la inteligencia no es lo que nos diferencia de las demás especies, ya que todo organismo vivo tienen esa misma facultad en mayor o menor grado: lo mismo una bacteria que un cactus o una ballena. La medida de nuestra inteligencia es la de nuestra capacidad de supervivencia, que no es sólo de la especie, ni sólo de cada individuo.

Pues bien, de ser ésto así y si tenemos en cuenta que convivimos con especies que llevan habitando la Tierra desde hace cientos de millones de años - mucho antes que nosotros, que somos una especie recién llegada-, no parece que sea tanta nuestra inteligencia como pensamos, no cuando hemos llegado a un punto en el que presentimos como cierta la probabilidad y proximidad de la extinción de nuestra especie, ahora cuando sólo hace diez mil años que dejamos de vagar por la tierra, cazando animales y recolectando frutos que llevarnos a la boca.

Sabemos de individuos humanos que sacrificaron sus vidas por otros, sabemos que hubo comunidades enteras que optaron por el suicidio para no verse esclavizadas o humilladas en su derrota ante ejércitos enemigos y sabemos de individuos que eligieron el suicidio como mejor opción personal, para concluir con una penosa existencia. Sin embargo, no sabemos de individuos no humanos, ni de especies, que hallan hecho uso de tal libertad. Ni bacterias, ni cactus, ni ballenas. ¿Es, pues, la autoextinción una opción propia y exclusivamente humana? Ante las evidencias, no parece caber otra conclusión. ¿Pudiera ser que ahora, a comienzos de este revuelto siglo XXI, la inteligencia de nuestra especie esté valorando la alternativa de autoextinción, su suicidio, como mejor opción, contraviniendo el instinto de supervivencia que es común a todas las especies?

No lo sabemos, pero sí que esta duda tiene algún fundamento, digamos que “racional”, mejor que inteligente. Miro a mi alrededor y algo más allá, y lo que veo es una sociedad a veces dando vueltas sobre sí misma, y a cada poco con la vista perdida en el vacío, la misma confusión y la misma mirada que imagino en un individuo que ha decidido arrojarse desde lo alto de un puente o un edificio, dentro de diez minutos.

No tengo modo de saber lo que piensa la especie, sí es que piensa, bastante tengo con saber lo que yo pienso. Pienso en sobrevivir lo más y mejor posible y por eso cada día me ocupo de comer, de cuidarme de las inclemencias y amenazas externas, de cooperar lo más posible con aquellos congéneres que tengo a mano, de intentar comprenderme junto al mundo que me rodea, como también, en su momento me ocupé en tener descendencia. Nada extraordinario, más o menos lo mismo que hacen cada día los miles de millones de individuos sapiens que poblamos la Tierra. Pero no me es suficiente, necesito morirme de otra manera, más descansado, sabiendo que mis nietos también tendrán descendencia y que en su madurez podrán sentir, como yo, que la vida ha merecido la pena.

Pienso que estamos en ese momento previo en el que nos toca pensar y decidir lo que haremos dentro de esos diez minutos: si dejarnos caer o reiniciar nuestro instinto más animal, ya que el racional parece resuelto por la opción del suicidio.

Quizá valdría con sólo pensar ésto: el sistema de sociedad en el que vivimos sólo puede sobrevivir en modo proeugenésico. Y si voluntariamente nos suicidamos los sobrantes, eso es preferible a que las autoridades se vean obligadas a matarnos, que siempre estará mal visto. 

Es un sistema que recién es consciente de no dar más de sí, en ello ha desperdiciado varios siglos  y sólo ahora se ha dado cuenta y, por eso, está ensayando su propio reseteo. Por fin sabe que no puede seguir agotando la escasa materia prima de la que se nutre. No con la carga de una población que se acerca a los diez mil millones de individuos de él dependientes. Sabe que ya no podrá dar trabajo y mantener a tantos millones de esclavos y sirvientes. Tiene que hacer algo. Y lo único que le cabe en su racional cabeza es hacer lo que ya hizo otras veces: acabar con los sobrantes; y ahora, a mayores, conservar para sí lo que queda de naturaleza y tener preparado el salto tecnológico que, combinando genética, inteligencia artificial y robótica, asegure al menos la continuidad del sistema como nueva especie de individuos-máquina, por fin liberados del lastre que supone la rústica, sumisa y enfermiza condición humana.

Y como el presupuesto no da ni para mantener a una mínima parte de sobrevivientes, tampoco habrá que preocuparse, que ya está reservada una parcela en Marte, aunque sólo sea para esos pocos campeones de la selección natural, los más listos y “racionales”. Todo sea por la supervivencia de la nueva especie heredera de la sapiens, la  machina-economicus...pero no corramos, vayamos paso a paso, que si todo va como está previsto, lo que ahora toca es el Green New Deal: liberalismo verde, capitalismo ecológico como nunca antes y estatalcorporativo como siempre...vamos a flipar, colegas, en estos próximos diez minutos. 

Atentos a la jugada.

jueves, 4 de febrero de 2021

DE LA ZEKA A LA MEKA Y BIZEBERSA

 

Aunque la Real Academia de la Lengua Española fue creada en 1713, la inauguración del palacio que es su actual sede, se celebró el 1 de abril de 1894, bajo la presidencia de la reina regente María Cristina, a quien acompañaba su hijo Alfonso XIII, aún menor de edad. Esta obra del arquitecto Aguado de la Sierra, se convirtió en la primera casa pensada y construida expresamente para la institución. Las reuniones iniciales se celebraron en el palacio del fundador, el marqués de Villena, ubicado en la madrileña plaza de las Descalzas Reales. 

 

Según la Norma, tendría que escribir ceca, meca y viceversa, en ese orden y con esa ortografía; pero he pensado que si alardeamos de que esta lengua en la que hablamos y escribimos, el castellano, es rica y fácil de aprender “porque es muy regular y, además, escribimos como hablamos”, quiero mostrar que ésto no es cierto. Que podría ser pero no es.

En el diccionario se dice que “andar de la ceca a la meca” es ir de un sitio para otro, de acá para allá, sin objeto preciso y determinado, o sea, sin saber para qué, a lo tonto. El caso es que , por separado, ceca es palabra de orígen árabe que significa “casa donde se fabrica la moneda”; y meca hace referencia a la ciudad sagrada de los musulmanes, la Meca. No se necesita ser doctor en filología para, al menos, intuir el sentido de esa expresión: deambular alocadamente entre antípodas, en este caso representadas por los mundos de la materia y del espíritu, presuntamente incompatibles. De ahí, en consecuencia, que escriba zeka, meka y bizebersa, con este orden y ortografía: para que ponga lo mismo que pronuncio y ahorrarme el trecho baldío que se extiende entre lo dicho y lo hecho.

 

Corrían los últimos años cincuenta y entre las anécdotas y chascarrillos que nos contaba mi padre cuando regresaba de Francia tras acabar la temporada de la remolacha, recuerdo una que de mayor volví a escuchar como chiste popular, referida a la lengua francesa (aquella lengua que tanto me fascinaba en boca de mi padre). Él lo contaba como si fuera eso, un comentario o chascarrillo, y no un chiste; decía algo así: si será raro el francés que al queso - que se ve que es queso - lo llaman fromâge... qué idioma más raro, las palabras no tienen que ver con lo que significan y, además, ¡se escriben de manera completamente distinta a como se pronuncian!. Claro que mi padre lo decía en broma, pero pasados unos años de aquello, estando ya en el PREU (curso preuniversitario), recuerdo que pensando en estas “fallos” del francés, descubrí que algo parecido también le pasaba a la lengua en la que yo hablaba y escribía, el castellano. Y hasta hice algún trabajo escolar al respecto, como en un intento de arreglar aquellos defectos ortográficos, gramaticales y semánticos. Pero pasó al olvido aquella pretensión juvenil, pensé que “si ésto no eran capaces de arreglarlo tantísimos profesores y catedráticos de la lengua como hay - ni siquiera los de la Real Academia (1) - sería porque no tenía arreglo”. Y ahí quedó todo, en el olvido. 

Más tarde, me fui dando cuenta de que si el castellano parecía tener normas tan rígidas, sin embargo esas normas resultaban muy flexibles a la hora de integrar una avalancha de neologismos procedentes del inglés, mucho más a medida que se multiplicaba la penetración cultural del imperio económico estadounidense y, con éste, de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Acordaros de la W, tan solitaria en los viejos diccionarios, apenas para nombrar a un rey godo, un tal Wamba, y pensad en la Web de hoy. 

Hubo unos años donde la controversia y confusión en el uso de la lengua llegó al paroxismo con el empleo del género, recuérdense las muchas bromas al respecto: “jóvenes y jóvenas, soldados y soldadas, etc”. Pues bien, sigo pensando que no hay por qué dar por hecho que una lengua tan funcional y hermosa como la castellana tenga que cargar con esos fallos “estructurales”, y que éstos son más bien debidos a rigideces mentales que a la propia estructura del idioma. De ahí que haya actualizado aquel juvenil intento de evolución del castellano, en el sentido de su defensa y mejora. No me harán caso, pero ahí queda.

Un ejemplo bien simple, para el posible arreglo de la confusión que genera la rigidez de la Norma: pronunciamos zerezo y escribimos cerezo...¿no es ésto una contradición gratuita? No sé si llamarlo arbitrariedad o descuido en el cuidado de la lengua, por parte de quien es responsable de darle brillo y esplendor, que somos nosotros, los que hablamos en castellano. Desde luego que no se trata de un fallo estructural de la lengua, intrínseco e irremediable, porque no es cierto que el castellano no pueda resolver esos fallos. Frente a quienes creen que la lengua no se toca y que se defiende a ultranza, obedeciendo lo que impone la Norma hecha costumbre eterna, yo pienso que el castellano admite mucha mejora y para bien: de la comunicación, del propio idioma y de su futuro.

Son muchos los ejemplos en los campos ortográfico y gramatical, pero hay que imaginar lo que puede sucedernos si nos metemos en  semántica, en lo que las palabras significan, asunto que se ocupan de "fijar" los diccionarios. Sirva a modo de simple ejemplo la palabra “democracia” (que, por cierto, la escribimos con C pero la decimos con Z, democrazia), que en la actualidad tiene "establecido" su significado en los diccionarios, con un concepto distinto y hasta contrario al original, que en realidad corresponde a otra palabra, “oligocracia”, o gobierno representativo, o sea, gobierno no directo, no autogobierno, no del “demos” o pueblo, sino  “gobierno de una élite o grupo que representa (o no) al pueblo”. Pues sí, sí, ésto es lo que pasa, ésta es la Norma, inexactitud y confusión cuando no manipulación, en no pocos casos.

Antes que se me olvide: sin representar a nadie, sólo a mí mismo, le pido a los hablantes de esta lengua castellana, repartidos por el mundo, que dejen de llamar “español” al castellano, por razón de precisión y verdad, por evitar una confusión que no es tan gratuita ni necesaria como pudiera parecernos. En el territorio ibérico (realidad concreta, geográfica y social) y más concretamente  en esa parte que llamamos España, se hablan no menos de cuatro lenguas maternas y es, por tanto, una grave imprecisión y confusión utilizar el adjetivo calificativo “español” para nombrar a una de esas lenguas, la castellana. 

El “español” es un idioma ficticio, de una “nación” igualmente ficticia, creada históricamente por una estructura totalitaria (el Estado Español), invento y producto de élites dominantes (oligocracias). Sucede aquí, en España, como en Francia o en la Cochinchina, pero eso no es consuelo.



Nota:

(1) La Real Academia Española (RAE) se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones previas, en julio de ese mismo año, se celebraron, en la propia casa del fundador, las primeras sesiones de la nueva corporación. El 3 de octubre de 1714 quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. En 1715 la Academia, que en sus orígenes contaba con veinticuatro miembros, aprobó sus primeros estatutos, a los que siguieron los publicados en 1848, 1859, 1977 y 1993.

Después de considerar una serie de propuestas para decidir su lema, la institución, en «una votación secreta, eligió el actual: un crisol en el fuego con la leyenda Limpia, fija y da esplendor”. La RAE, cuyo principal precedente y modelo fue la Academia Francesa fundada por el cardenal Richelieu en 1635, se marcó como objetivo esencial desde su creación la elaboración de un diccionario de la lengua castellana, “el más copioso que pudiera hacerse”, así como de una gramática y una poética. Ese propósito se hizo realidad con la publicación del Diccionario de autoridades, editado en seis volúmenes, entre 1726 y 1739. La primera edición en un solo tomo, a la que siguieron otras veintidós hasta la fecha, se publicó en 1780. La Orthographia española de la Academia apareció en 1741 y en 1771 se publicó la primera edición de la Gramática de la lengua castellana.  (Fuente: Asociación de Academias de la Lengua Española)