martes, 23 de febrero de 2021

DIEZ MINUTOS ANTES DE ARROJARNOS AL VACÍO

 

Pienso que estaremos mayoritariamente de acuerdo en que el instinto de supervivencia es el más superior de los instintos, al que sirven todos los demás. Nutrir nuestro cuerpo, protegernos de las inclemencias del clima y de las amenazas externas, junto con la cooperación y la reproducción, tanto sexual como social, han sido las necesidades básicas para la supervivencia de nuestra especie sapiens, la única superviviente entre los homínidos. Esas necesidades son los imperativos de ese instinto superior y propio de un homínido inteligente, sí, pero no olvidemos que la inteligencia no es lo que nos diferencia de las demás especies, ya que todo organismo vivo tienen esa misma facultad en mayor o menor grado: lo mismo una bacteria que un cactus o una ballena. La medida de nuestra inteligencia es la de nuestra capacidad de supervivencia, que no es sólo de la especie, ni sólo de cada individuo.

Pues bien, de ser ésto así y si tenemos en cuenta que convivimos con especies que llevan habitando la Tierra desde hace cientos de millones de años - mucho antes que nosotros, que somos una especie recién llegada-, no parece que sea tanta nuestra inteligencia como pensamos, no cuando hemos llegado a un punto en el que presentimos como cierta la probabilidad y proximidad de la extinción de nuestra especie, ahora cuando sólo hace diez mil años que dejamos de vagar por la tierra, cazando animales y recolectando frutos que llevarnos a la boca.

Sabemos de individuos humanos que sacrificaron sus vidas por otros, sabemos que hubo comunidades enteras que optaron por el suicidio para no verse esclavizadas o humilladas en su derrota ante ejércitos enemigos y sabemos de individuos que eligieron el suicidio como mejor opción personal, para concluir con una penosa existencia. Sin embargo, no sabemos de individuos no humanos, ni de especies, que hallan hecho uso de tal libertad. Ni bacterias, ni cactus, ni ballenas. ¿Es, pues, la autoextinción una opción propia y exclusivamente humana? Ante las evidencias, no parece caber otra conclusión. ¿Pudiera ser que ahora, a comienzos de este revuelto siglo XXI, la inteligencia de nuestra especie esté valorando la alternativa de autoextinción, su suicidio, como mejor opción, contraviniendo el instinto de supervivencia que es común a todas las especies?

No lo sabemos, pero sí que esta duda tiene algún fundamento, digamos que “racional”, mejor que inteligente. Miro a mi alrededor y algo más allá, y lo que veo es una sociedad a veces dando vueltas sobre sí misma, y a cada poco con la vista perdida en el vacío, la misma confusión y la misma mirada que imagino en un individuo que ha decidido arrojarse desde lo alto de un puente o un edificio, dentro de diez minutos.

No tengo modo de saber lo que piensa la especie, sí es que piensa, bastante tengo con saber lo que yo pienso. Pienso en sobrevivir lo más y mejor posible y por eso cada día me ocupo de comer, de cuidarme de las inclemencias y amenazas externas, de cooperar lo más posible con aquellos congéneres que tengo a mano, de intentar comprenderme junto al mundo que me rodea, como también, en su momento me ocupé en tener descendencia. Nada extraordinario, más o menos lo mismo que hacen cada día los miles de millones de individuos sapiens que poblamos la Tierra. Pero no me es suficiente, necesito morirme de otra manera, más descansado, sabiendo que mis nietos también tendrán descendencia y que en su madurez podrán sentir, como yo, que la vida ha merecido la pena.

Pienso que estamos en ese momento previo en el que nos toca pensar y decidir lo que haremos dentro de esos diez minutos: si dejarnos caer o reiniciar nuestro instinto más animal, ya que el racional parece resuelto por la opción del suicidio.

Quizá valdría con sólo pensar ésto: el sistema de sociedad en el que vivimos sólo puede sobrevivir en modo proeugenésico. Y si voluntariamente nos suicidamos los sobrantes, eso es preferible a que las autoridades se vean obligadas a matarnos, que siempre estará mal visto. 

Es un sistema que recién es consciente de no dar más de sí, en ello ha desperdiciado varios siglos  y sólo ahora se ha dado cuenta y, por eso, está ensayando su propio reseteo. Por fin sabe que no puede seguir agotando la escasa materia prima de la que se nutre. No con la carga de una población que se acerca a los diez mil millones de individuos de él dependientes. Sabe que ya no podrá dar trabajo y mantener a tantos millones de esclavos y sirvientes. Tiene que hacer algo. Y lo único que le cabe en su racional cabeza es hacer lo que ya hizo otras veces: acabar con los sobrantes; y ahora, a mayores, conservar para sí lo que queda de naturaleza y tener preparado el salto tecnológico que, combinando genética, inteligencia artificial y robótica, asegure al menos la continuidad del sistema como nueva especie de individuos-máquina, por fin liberados del lastre que supone la rústica, sumisa y enfermiza condición humana.

Y como el presupuesto no da ni para mantener a una mínima parte de sobrevivientes, tampoco habrá que preocuparse, que ya está reservada una parcela en Marte, aunque sólo sea para esos pocos campeones de la selección natural, los más listos y “racionales”. Todo sea por la supervivencia de la nueva especie heredera de la sapiens, la  machina-economicus...pero no corramos, vayamos paso a paso, que si todo va como está previsto, lo que ahora toca es el Green New Deal: liberalismo verde, capitalismo ecológico como nunca antes y estatalcorporativo como siempre...vamos a flipar, colegas, en estos próximos diez minutos. 

Atentos a la jugada.

No hay comentarios: