Acabo de leer en el último “Mientras Tanto” un artículo de Albert Recio Andreu con el título “Neofascismo posmoderno”, en el que una vez más se constata un pesar generalizado por la práctica desaparición de las izquierdas en los mapas políticos, ahora de Suecia y de Italia, donde no hace mucho sus partidos socialdemócratas y comunistas fueron modelos de referencia para todas las izquierdas. Dice el autor de este artículo que “nos merecemos un análisis en profundidad del proceso, más allá de los errores que ha cometido todo el espectro de la izquierda”.
Pareciera que a continuación se propusiera hablar de esos errores, pero no, una vez más echa balones fuera, las izquierdas no tienen responsabilidad en lo que sucede, porque: “una oleada de este tipo obedece a un proceso más profundo, de transformación de las sociedades desarrolladas, que es necesario entender si de verdad queremos trabajar para que las cosas cambien. El hecho de que el neoliberalismo se haya podido implantar sin alterar sustancialmente los procesos democráticos indica que la aceptación de las desigualdades y los desastres que ha propiciado se han podido implantar sobre una base social que ha sido incapaz de reaccionar. En cierta medida, la oleada derechista es una continuación de este proceso de anomia social generado por las dinámicas económicas y sociales de las sociedades maduras”.
Así que lo que sucede, según Albert R.A., habría que atribuirlo a que hay una base electoral aquejada de una enfermedad, anomia social, que le impide reaccionar, pero (digo yo) que no la impide cambiar su voto hacia la derecha neofascista. Y en esa lógica, a continuación propone: “por eso, creo que la cuestión requiere un análisis transversal que permita entender los mecanismos, las dinámicas y las estructuras que han propiciado esta evolución social que conduce a la minimización de la cultura de izquierdas”…
¿Otro análisis transversal?, ¿no era eso lo que ya hicieron Siryza y Podemos, minimazar la cultura de izquierdas?, ¿no es eso, reversionado, lo que se propone liderar Yolanda Díez?...sí, ya sé que entre sus defensores se piensa que hay que desechar esa idea unilateral y común, que prolifera en los ámbitos mediáticos y que identifica transversalidad con consenso entre izquierdas y derechas, una especie de centrismo social-liberal o populismo centrista potencialmente ganador de elecciones. Ya sé que interpretan “transversal” en el sentido de “diálogo social” o “negociación colectiva”, como proceso cooperativo para conseguir beneficios para todas las partes implicadas, aunque haya dinámicas contrapuestas en otros aspectos, incluido el modelo de sociedad a implementar en el futuro.
Estas izquierdas “neomarxistas” no pueden comprender el misterio subyacente al avance electoral de las derechas “neofascistas”, les parece sencillamente increíble que siendo la mayoría social “de izquierdas”, gente trabajadora, “precarizada y vulnerable”, incluso “antimachista”, como gustan decir, acaben votando precisamente a los machistas que vulneran sus derechos y les precarizan... y para ese misterio no encuentran otra explicación más simple que el estado de anomia, esa difusa enfermedad que hasta hace bien poco llamaban alienación, la de una clase social-proletaria carente de conciencia de clase, sin dejar de ser proletaria.
Se deduce la conclusión de que la responsabilidad de todo Ésto recae en la “anomia social”, esa enfermedad fantasma y sin duda causada por un contagioso virus neofascista, culpable de esta pandemia ideológica que aqueja y trastorna a la humanidad en esta era posmoderna y global, sumergiéndola en una distópica y líquida “nueva normalidad” que se escurre entre las manos; pero que más bien me parece a mí (con permiso de Z.Bauman), que tira a viscosa de color verde-moco.
Sienten estas izquierdas líquidas, posmodernas y neomarxistas, una especie de espanto y desazón ante el espectáculo actual de su propia licuación o liquidación (que vendría a ser lo mismo). Le sucedería a todo humano que metido a pez y que no pudiendo prosperar en ese medio, dedicara su poco tiempo de vida a reflexionar sobre el ser y el discurrir de los ríos hacia el Océano. En la salsa de su retrotopía, estas retroizquierdas le han cogido miedo a su propia idea de “revolución”. Y no me extraña, a tenor de los antecedentes históricos y sus modernos resultados al cabo de todas las modernas revoluciones proletaristas.
Resulta ilustrativa la doble definición de anomia -política y médica- que figura en los diccionarios; por una parte, “estado de desorganización social o aislamiento del individuo como consecuencia de la falta o la incongruencia de las normas sociales”, y por otra: “trastorno del lenguaje que se caracteriza por la incapacidad o la dificultad de reconocer o recordar los nombres de las cosas”.
Para no verse incluidas en él, evitan ampliar su campo de visión. Son menos marxistas de lo que dicen y sospecho que el propio Marx hoy no se reconocería en ellas, en unas izquierdas anticapitalistas y antifascistas de boquilla, que evitan cuestionar (siquiera científicamente) las fuentes históricas del Capital y del Estado...no sea que estos aparatos les resulten útiles, aunque fuera “provisionalmente”, en caso de ganar las próximas elecciones.
Y ahí están, atrapadas, cociéndose en su última salsa anómica, perdida la memoria histórica del rol que jugaron en la fase “sólida” de la posmodernidad. Haciendo invisible la carga de esa responsabilidad, actúan como autistas ahora, en su fase líquida, ¿o es que no fue de aquel sólido imaginario progresista-estatal, el del estado de bienestar, de donde naciera el furor emprendedor y la globalización financiera que le hiciera la cama al neoliberalismo?, ¿no era eso minimizar la cultura de izquierdas?, ¿queda alguien que se acuerde de aquel “sólido” socialismo posmoderno, que en su versión indígena-felipista tuviera por icono social al Banco de Santander junto al ministro Boyer y su esposa filipina?
Podrían pensar que ante un tiempo tan radicalmente inédito, además de caótico y peligroso a escala de especie, pudiera interesarles el ensayo de algo realmente nuevo y a la altura de los tiempos, pero no, ¿cómo van a darme la razón, si digo que sirven de tapón que impide la eclosión de la rebelión integral necesaria?, ¿cómo, si todavía piensan que el Capital y el Estado admiten “algún arreglo” por su parte?
Ay si, por ejemplo, pudieran darse cuenta de que la profesión política solo existe al otro lado de la gente que vive de su trabajo, como profesión tan ajena a sus vidas como las de sus jefes de la fábrica, de la tienda o la oficina... ay, si al menos probaran a intervenir “políticamente” desde esa otra orilla donde la vida se produce cotidianamente, como contrapoder popular, en paralelo y destituyente, al margen de los índices de audiencia y de su posible correspondencia con la matemática parlamentaria.
Podrían pensar que la organización de la política, en partidos, ya solo interesa a un tipo muy especial de proletarios con ansia de prosperidad y consumo. Podrían probar otra forma de organización social de la política, comunitaria por ejemplo, pero no...lo tienen claro porque se hicieron adictos a las democracias de Estado precipitadamente, nada más ver cómo se derrumbaba el muro de Berlín. Precipitadamente, se aprestaron a denostar al descompuesto orden soviético, equiparando ellos mismos socialismo con capitalismo “de Estado”. Son las mismas izquierdas que ahora, a la primera, se sienten ofendidas por esa coletilla y llaman fascista a cualquiera que hable de ecologismo o feminismo “de Estado”. Nunca se pararon a desentrañar ese misterio por el que los proletarios y campesinos rusos llegaron a despreciar a los jefes de la nomenklatura soviética, tanto como a los caciques del orden feudal-zarista.
No saben por qué y de ahí su espanto y desazón. No solo por lo que está pasando en el mundo, sobre todo es por el auge electoral de las otras retrotopías (disculpen) “de Estado”.