“Cómo perder un país. Los siete pasos de la democracia a la dictadura” (Anagrama, 2019), escrito en 2019 por la periodista turca Ece Temelkuran, se ha puesto de moda nada más saber el resultado de las elecciones italianas. Y está pasando con otros libros de parecido sentido como, por ejemplo, “Cómo mueren las democracias” , de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, o “Camino de servidumbre”, de Friedrich A. Hayek.
De este libro-ensayo se está diciendo estos días que sistematiza las estrategias empleadas en todo el mundo por los populistas de extrema derecha, que cada vez son menos anécdota y más definitorios de los tiempos que corren: Trump, Bolsonaro, Johnson, Le Pen, Orban, Salvini, Abascal… El objetivo del libro: que los que aún vivimos en países donde los populistas neofascistas no han implantado regímenes autoritarios, dejemos de frustrarnos con estériles esfuerzos intentando empatizar con sus partidarios desde la lógica, el debate racional “o con técnicas propias de la terapia de pareja como la empatía...y que dediquemos esas energías a organizarnos entre los que aún seguimos defendiendo la democracia para formar un movimiento de solidaridad internacional contra esos fanáticos, que ya han tejido su propia red”.
Ece Temelkuran ha escrito un manual para pensar que antes que lo peor (la dictadura), es preferible la normalidad de lo malo (la democracia), que así vista se diría que es lo mejor de lo posible, si no lo único. Ya viene siendo una vieja costumbre de las izquierdas liberales ésto de recurrir al fascismo como chivo expiatorio de todos los males del mundo, de los que, claro, esas izquierdas son inocentes.
La promesa de nueva normalidad tras la Pandemia ha sido algo así: descubrir lo felices que éramos antes de Aquello, esa felicidad que hasta pasado el confinamiento no sabíamos apreciar, algo así como lo que les pasa a los de Madrid de toda la vida, que solo aprecian la ciudad cuando regresan de unas soñadas vacaciones en el campo, tras pasar unos días en los que descubren lo inhumano que en realidad es ese sitio (mal llamado “descampado”), todo él situado al aire libre y a merced de la intemperie. Lo describía muy bien el artículo de El Confidencial firmado por Héctor García Barnés que compartí hace unos días (“Yo no pienso marcharme de Madrid jamás (porque no tengo donde ir”). Pues eso es lo que les pasa a la mayoría que son de Madrid y de izquierdas "de toda la vida": que no tienen a dónde ir. Ellos son los destinatarios de manuales como éste de Ecce Temelkuran, para que descubran lo bien que se vive Madrid y en Democracia,a pesar de todo.
De todos modos, quienes temen el robo de la Democracia a partir de la llegada al gobierno italiano de Giorgia Meloni debieran repasar la causa de sus temores, porque resulta imposible robar algo, como la democracia, que todavía no existe, que sigue siendo un sueño.
La propia Meloni ha dicho: “quiero un gobierno que no provoque censuras y choques polémicos inútiles de los que no tenemos necesidad...no podemos permitirnos pasos en falso, y mucho menos medidas que no estén en consonancia con las cuentas del Estado...no quiero a Salvini, es filorruso”.
Un artículo publicado por el diario La Repubblica señalaba que Mario Draghi, ex presidente del Gobierno italiano (2021-2022) y del Banco Central Europeo (2011-2019) hará de garante de Meloni ante Bruselas, París y Berlín, con tres condiciones: apoyar a Ucrania, fidelidad a la OTAN y contención del gasto para no hacer explotar la deuda. Meloni ya ha dicho que va a cumplir las tres condiciones y, claro, Draghi está obligado a decir que no ha hecho ningún pacto con la extrema derecha ni se ha comprometido a garantizar nada. ¿Pero qué puede hacer una fascista apoyando a Ucrania, a la OTAN y dispuesta a respetar las reglas económicas del más riguroso neoliberalismo?...lo veremos: cabreará a los neoliberales de izquierdas con una calculada bronca en torno a algunos derechos civiles (aborto, eutanasía y feminismo de género) al tiempo que les dará gustito manteniendo “lo esencial” que les une: la Democracia estatal y el Mercado capitalista. Los derechos sociales seguirán estancados en el mejor de los casos, tal como mandan las leyes de la Acumulación, que ni la fascista Meloni, como ningún otro fascista, de ninguna otra época, nunca pensó en transgredir. Ese es el juego que se traen entre sí los neoliberales de derechas y de izquierdas, para sostener la democracia liberal que, como se sabe, es el sistema de autogobierno que el soberano Pueblo se da a sí mismo al introducir una papeleta en una urna de vez en cuando. Gobierno neoliberal-neonacionalista frente a oposición neoliberal-neoglobalista. La novedad es el prefijo neo, de ahí no pasa la cosa: la pepsi/cocacola de toda la vida. Pero el público que asiste al espectáculo espera, al menos, un poco de sangre, ¡qué menos!, mientras el Estado y el Mercado siguen su arcaica costumbre de estar a lo suyo, que es, como se sabe, velar por nosotros, el Pueblo, su estimada y soberana clientela, que en caso de queja o reclamación, siempre - ¡por supuesto!- tendremos su Razón de nuestra parte.
En una reseña progresista del libro de Ecce Temelkuran leo que el neoliberalismo “es el origen de estos movimientos populistas de extrema derecha y neofascistas, que sus instituciones financieras han vaciado de sentido y justicia social a las democracias representativas, dejándolas reducidas a una sucesión de ceremonias institucionales”, y que “el vacío ético del neoliberalismo, su negación del hecho de que la naturaleza humana necesita sentido y busca desesperadamente razones para vivir, crea un terreno abonado para la invención de causas”, para concluir con esta perspectiva filosófica que impregna todo el libro: “el neofascismo le ha dado esa causa que le faltaba al neoliberalismo”.
Se olvida que hablamos de una ideología neoliberal cuyo auge está asociado a la época de Margaret Tatcher y que a partir de entonces -década de los ochenta- el movimiento obrero ya no existía y el monopolio cultural del progresismo de izquierdas alcanzó su máximo socialdemócrata, en las mismas Suecia, Francia y España que a no tardar veremos gobernadas por estos neoliberales-neofascistas-, se olvida que esos progresistas ganaron el gobierno con medidas reformistas que ayudaron a consagrar la economía capitalista y que abandonaron masivamente todo proyecto de emancipación de las clases populares, se olvida que lo que ahora está sucediendo sigue a la debacle del Estado del Bienestar fundado sobre una “mejor oferta”, que no alteraba los fundamentos del orden capitalista, sino que, más bien, los consolidaba. Cómo van a pensar que el actual auge de la ultraderecha hunde sus raíces en aquella rendición masiva del progresismo izquierdista a la economía liberal, no, balones fuera.
En las modernas democracias, todas liberales, se puede ser de todo, de extrema derecha a extrema izquierda, se puede ser anticomunista y antifascista, todo menos antiliberal y antiestatal.No se puede, siquiera soñar, el deseo de una sociedad sin clases, una Tierra para todos y un Estado para nadie...no, porque eso sería antidemocrático. De ahí que se vendan tan bien estos manuales.
Me permito recordar a los liberales de manual, progresistas y conservadores que, antes que otra cosa, el fascismo es totalitarismo, o sea, amor al Estado absoluto, a la propiedad y a la jerarquía social en todas sus formas clasistas, políticas o económicas, arcaicas, feudales o modernas. Eso de que el liberalismo no quiere al Estado es un mantra que no cuela a poco que se conozca la historia de las sociedades. Nunca como ahora, en plena era neoliberal-democrática hubo Estados más poderosos. Baste asomarse al presente: las dos grandes potencias del momento, las que se disputan la hegemonía mundial, la USA liberal y la China comunista, son dos Estados igualmente capitalistas...y es que todo Estado que se precie quiso siempre ser Imperio global, ganar la hegemonía total, igual que toda empresa capitalista aspira al monopolio en el Mercado, ¿natural, no?
A mí se me ocurre que mejor que pensar en cómo regresar al sitio de dónde venimos, sería empezar por saber a dónde queremos ir.
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