La maldad, que parece
gobernar al mundo y guiar su evolución, no es capaz de ocultar la maravilla que
es la vida, que incluye la belleza del trabajo creativo y los esfuerzos
necesarios a la existencia humana. Esa maldad la ensombrece
y afea, es verdad, pero no puede impedir el impulso de perfección que la alienta.
Por eso que no tengamos otra opción que enderezar el rumbo, rebelarnos, trabajar para
hacer del mundo el mejor lugar para esa maravilla que es la vida.
El
derecho al trabajo es considerado como fundamental y así se reconoce en las principales
normas internacionales sobre derechos humanos, como la “Declaración Universal
de Derechos Humanos” o el “Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales
y Culturales” y otros cuantos, además de figurar en los textos constitucionales
de la mayor parte de los estados.(1)
Existe
general coincidencia en situar el origen histórico del derecho al trabajo en
las nuevas relaciones de dominación surgidas
en la revolución industrial. En sus comienzos, los propietarios de las
industrias consideraban que su poder no necesitaba de la
intromisión de las leyes del Estado para regular el contrato de trabajo, un
contrato privado que sólo concernía a las partes.