No tengo otra respuesta cuando me preguntan por qué he dejado de escribir. Lo último fue a finales del pasado mes de mayo y se trataba de una reseña en torno a la IV Conferencia Internacional “Desafiando a la modernidad Capitalista”, celebrada en Hamburgo, en abril del presente año. En ese texto yo intentaba abrir una reflexión sobre las contradicciones de la revolución kurda, apoyándome en la investigación que la escritora Azize Aslan (kurda) presenta en su ultimo libro, “Economía anticapitalista en Rojava”.
En esos días tenía muy reciente un episodio de infarto y estaba en medio de un proceso de recuperación que me estaba dejando “como fuera de juego”, inerme ante el poder de una enfermedad que me sobrepasaba y postergaba todo interés que no estuviera exclusivamente centrado en impedir que se me escaparan las ganas de vivir, las mínimas, aunque fuera a rastras, de este cuerpo mío que ahora siento tan gastado. A mi alrededor veía un mundo alterado, empeñado en no dejarme morir tranquilo, incluso recuerdo haber pensado en algún momento lo sobrevalorada que está la muerte, mientras que apenas se valora algo tan excepcional como la vida, toda forma de vida. Qué oportunidad perdida, con lo a gustito que me estaba yo muriendo.
Arte contemporáneo y yo que me lo creo |
Luego siguieron tediosas jornadas de hospital, demasiados cambios de costumbre y demasiadas pastillas, todo junto y de seguido; el caso es que no podía concentrarme en nada que no fuera lo más simple: vestirme solo, procurar no tropezar al bajar las escaleras o no olvidarme de tomar las pastillas cada una a su hora.
Cierto que llevo mal ésto de no poder escribir, esta torpeza que a todos los efectos me ha declarado jubilado y paciente crónico, o sea, cliente cautivo del sistema de salud; vivo, gracias a la industria médicofarmacéutica, que no digo yo que no, pero calladito y atado umbilicalmente a la máquina expendedora de pastillas, metáfora perfecta de esa misma norma-costumbre que ata a la mayor parte de la gente del común a estados y propiedades ajenas, esa gente declarada “sobrante” sin saberlo. Es esa dependencia vital, esa situación inexplicable que nos mata al tiempo que nos salva, esa vacuna que nos inmuniza frente al mismo mal que previamente nos ha inoculado. Es esa metáfora de la vida declarada como patología oficial y crónica, de la vida-cosa-mercancía. Normal que nos sintamos a veces como analfabetos ilustrados, que nada entienden, tan mínimos e impotentes, normal que acabemos pensando que más nos valdría adaptarnos. Si pudiera ser, conservando nuestro original pellejo comunitario, campesino y/o proletario. Es esa banalidad del mal, es ese estado de idiocia moral dominante lo que nos lleva al desastre, poco a poco y guerra a guerra (geológicamente a toda hostia), en lo que ejercemos de salvaplanetas, ocupados de momento cada cual en salvar el ecosistema de nuestro particular culo occidental...qué cachondos, ¡como si fuera el planeta lo que corre peligro!
Prado Esteban Diezma |
Pues pensando en todo ésto me he acordado de Prado Esteban, escritora y activista a la que conocí en la sierra de Madrid, en un encuentro de la “revolución Integral”. Ella dejó de escribir tras la publicación de su libro “Feminicidio o auto-construcción de la mujer”, del que es coautora junto a Félix Rodrigo Mora. La última publicación de su blog (http://prdlibre.blogspot.com) estuvo dedicada a anunciar su intervención, junto con Juan Bautista Fuentes, en el seminario sobre Giuseppe Capograssi en la facultad de derecho de la UCM, en torno al libro “La lucha por el individuo común, anónimo y estadístico”. Hay que recordar que Prado era y es madre de familia numerosa, escritora autodidacta, anarcosindicalista, que por entonces sufría una campaña de hostigamiento por parte de cierto sector feminista que no soportaba sus críticas a la ideología del “feminismo de Estado”. Porque Prado pensaba y decía por entonces que “el poder enfrenta a hombres y mujeres para producir una criatura que sólo trabaja y consume”.
En un artículo titulado “¿Por qué no escribo?”, Prado manifestaba: “la campaña para explicar el contenido del libro ha sido para mí un proceso personal complejo y orgánico, no se trataba únicamente de exponer lo ya sabido sino que implicaba una cierta revolución interior, una necesidad de indagar dentro de mí misma la realidad del mal que revelo y condeno, pues todos somos bipartidos y la plaga se manifiesta en cada uno singular e ineluctablemente. De nada sirve exponer la verdad si no se usa, si queda en alegato o arenga pero no deviene en acto y movimiento auténtico, si no se materializa y se hace carne. Me ha preocupado la posibilidad de que mi actividad terminara creando un nuevo espacio discursivo e ideológico, una zona de debates o incluso de investigaciones y análisis que aún conteniendo verdad permanecen muertos por ajenos a la práctica y la vida.
.../...La posibilidad de restaurarnos como seres humanos parte de reconocernos en nuestras obras lo que nos pondrá delante de una verdad incontestable, no somos el bien, no somos la virtud ni podemos serlo y sin embargo somos, cada uno de nosotros la única esperanza a la limitación del mal, cada uno una posibilidad de iniciar un futuro que no podremos ver ni tocar pero que es imposible si no llevamos el combate a nuestra propia vida, si no lo mantenemos diariamente, en medio del estruendo de la cotidianeidad, de las espantosas obligaciones impuestas, de la miseria exterior y la que vive en nuestras entrañas, en medio del miedo y de la soledad. En ello ando, sin haberlo conseguido, y por eso no escribo”.
Por eso que hoy me haya acordado de Prado Esteban. Pero a mi no me pasa lo que a ella, a mí nadie me hostiga, ni tengo problemas de coherencia. No es eso por lo que ahora solo leo y ya no escribo, no es que no quiera, es que me pasa lo mismo que a la mayoría de individuos del común estadístico: ES QUE NO PUEDO.