Vosotros
haced lo que queráis, pero yo le voy a cambiar el nombre a este
planeta en el que vivimos.
No
puede ser que sigamos por más tiempo llamando Tierra a un planeta en
el que la tierra es sólo una parte y no la mayor ni la más
significativa. Es un error mayúsculo que hay que corregir. Me diréis
que yo no tengo autoridad para hacer este cambio, vale, ¿quién la
tiene entonces?, porque de no ser un humano -como yo por ejemplo- no
sé de nadie que pueda hacerlo. Es tarea humana nombrar el mundo y
cada cosa, porque sólo nosotros usamos la palabra, le ponemos nombre a
lo que existe. Cierto es que cualquier nombre que pongamos siempre
será subjetivo, afectado siempre por un criterio propio y
exclusivamente humano, eso sucederá siempre, con todos los nombres
de todas las cosas. Pero aún con esa limitación de obligada
subjetividad, estaremos de acuerdo que “mesa” es un buen nombre,
como “nube” o como “rosa”, porque se aproximan mucho a lo que
nombran, porque a nadie engañan ni a nadie pretenden confundir.
Puede que el nuevo nombre que yo le he puesto al planeta no les
parezca apropiado ni a los jilgueros, ni a las orquídeas, ni a las
piedras, pero nunca lo sabremos, porque nunca lo dirán... y el que
calla otorga.