La
alienación es una patología individual que es contagiosa, que infecta a toda la sociedad. Consiste
en el extrañamiento del ser, conduce a negar la realidad e impone la exclusión
de interpretar y cuestionar la realidad personalmente. La realidad deja de ser
una construcción histórica de la humanidad, dinámica y perfectible, quedando
así constituida en realidad estática, inamovible y totalitaria, preexistente y
superior a la voluntad humana. Significa la defunción del pensamiento
propio, la renuncia a esta facultad, que es cedida a “otro” que piensa y decide
por mí, perdiendo así mi condición natural de sujeto, transformándome en
objeto. Afectados por esta enfermedad del ser, la realidad es negada al igual
que la posibilidad de ser pensada, se llega así a la muerte del pensamiento libre y propio, para no enfrentarse al límite extremo en el que el ser humano se ve
ante el esfuerzo y el sufrimiento que supone comprender la realidad de su existencia.
Vengo
ahora mismo de asistir a una charla conmemorativa del Día Internacional de la
Mujer (¿Trabajadora?), organizada por un partido de la izquierda; y he vuelto a
escuchar el mismo discurso feminista que ha hecho suyo esta izquierda
empecinada en profundizar su propia alienación, su renuncia definitiva al
inalienable derecho de la emancipación individual y social, derecho que es anterior y
superior al Estado y a toda declaración de los Derechos Humanos. Este discurso de la izquierda es alienado y alienante, es feminismo de
Estado, es colaboracionista y reproductor del sistema de dominación
vigente, un sistema que en la actual fase de la historia tiene la forma
resultante de una hibridación perfecta, estatal-capitalista.