Eramos
unos dos mil y pico pidiendo democracia y los policías de la Democracia eran tantos
o más que nosotros. En el Congreso de los Diputados sólo estaba su presidente,
el señor Posada, muy tranquilo, tomándose unos whiskys en lo que veía las
imágenes del evento, retransmitido por vídeo streaming.
Afuera
no estaba la multitud descontrolada que se había anunciado. Sólo estábamos unos
dos mil y pico dando paseos por Neptuno, por ver si conocíamos a alguien o hablando
en pequeños corros. La mayoría de los más de cuarenta millones de convocados
estaban cada uno en su casa, incluida la clase trabajadora, como el señor
Posada, tan ricamente, pendientes del evento a través de la tele. La Policía se
había anticipado y había desactivado los planes de los antisistema, ya que en esta ocasión había informes de que
tenían intención de usar armas de destrucción masiva.
Ante ese temor, parados, desahuciados, estafados, recortados, sindicalistas, monárquicos, ácratas y republicanos eligieron apoyar el evento en su fuero interno, en la intimidad de sus casas. Los dos mil y pico antisistema presentes vociferábamos de vez en cuando, gobierno dimisión, lo llaman democracia y no lo es, ya se sabe, las frases de costumbre. Queríamos asediar el Congreso pero encontramos que allí había más jefes que indios. Ya anocheciendo nos dolían los pies de la espera, la policía se aburría y, definitivamente, la organización del evento -que había esperado una sorpresa de última hora- dio por descartada la participación de los más de cuarenta millones de manifestantes convocados.