166 años de constituciones fallidas |
Antes de la modernidad liberal, los fueros eran los documentos que expresaban el pacto entre el pueblo y el estado feudal, por el que éste reconocía a aquél unos derechos, que otorgaban una cierta autonomía en el gobierno de los bienes comunales y en, general, sobre el autogobierno de cada comunidad a través de las asambleas de concejo. A cambio, el pueblo respetaba la propiedad señorial y eclesiástica y sostenía con sus impuestos los gastos de la corona, que incluían el mantenimiento de los ejércitos, si bien, durante mucho tiempo las propias milicias concejiles fueron mucho más eficientes que los ejércitos reales, como quedó demostrado en ocasiones tan fundamentales como la de la sublevación popular contra la invasión francesa en la guerra de la independencia.
Tras la revolución liberal, los Estados se dotaron de constituciones que sustituyeron a los fueros anteriores, pero que mantenían intacta la esencia del antíguo pacto: el pueblo cedía su soberanía a cambio de algunos derechos, considerados “ideales”, porque nunca fueron cumplidos por las élites gobernantes, como el derecho al trabajo o a la vivienda, como el de igualdad ante las leyes o el ilusorio derecho a la igualdad de oportunidades.