La palabra desamistad no figura en el diccionario de la RAE. Pero sí figura "enemistad", que no es lo mismo. No entiendo que exista una palabra para el desamor y no para la desamistad.
1. Del enigma de la docilidad en la pandemia
Son ya cinco años los que han pasado y no puedo por menos de pensar en la mucha gente mayor que murió -en exceso- aquel año de 2020 y siguientes, padeciera o no la enfermedad causante de la pandemia, así como pienso también en la gente que a día de hoy padece extrañas enfermedades vagamente diagnosticadas como "secuelas". Y tengo muy presente en mi recuerdo a quienes sufrieron el desprecio de sus propios vecinos -incluso de amigos- transformados éstos en voluntarios vigilantes del pueblo o del barrio, además de ejercer como policías sanitarios e ideológicos de sí mismos. Y todo gratuitamente: por puro amor al prójimo y al servicio del Estado.
A mí, que ni padecí la enfermedad, ni llegué a vacunarme (por básica desconfianza en la industria farmacéutica y por precaución científica no menos básica), me ha quedado también una secuela, que es algo así como un dolor indefinido, de esos que te acompañan como tu sombra, que duelen ligeramente, en modo sórdido pero profundo, y que poco a poco te van dejando una cara como triste, de la que ya no te libras de por vida.
No puedo, como Pedro García Olivo, identificarme como "negacionista" puro; lo mío se parece pero no llega a tanto, se queda en pura desconfianza, entre instintiva y empírica, fundada en la experiencia y en el conocimiento histórico. Vamos, que no me fío de la Industria Farmacéutica por la misma razón que me lleva a desconfiar de la Guardia Civil aunque se vista de verde ecologista y vaya de pareja-muy-simpática.
Si de algo soy negacionista, es de la religiosidad "cientifica". Cierto que no creo en la ciencia por sistema y a pie juntillas, no creo por pura razón científica, porque entiendo que el conocimiento científico siempre es cuestionable, por principio, y porque de no ser así estaríamos hablando de una creencia más religiosa que científica. No creo en la ciencia como quien cree en la religión, solo por si acaso existiera un Dios.
Con todo, Pedro García Olivo tenía más razón que un santo cuando ésto decía en un escrito titulado LA FORJA DEL CIUDADANO-ROBOT (VIRUS, CAPITALISMO NECRÓFAGO Y OPTIMIZACIÓN DEL FASCISMO DEMOCRÁTICO):
"Llegados a este punto, morir ya no es lo peor: lo peor es subsistir siguiendo reglas que atentan contra el afecto, contra el amor y contra la vida misma.
.../...
Porque nos vamos a quedar en Casa se va a producir esta «eugenesia» del Capitalismo, que supone también la «eutanasia» de todos los que sobraban o estorbaban para la nueva fase del sistema.
Etapa de una economía robotizada y una población que se explota más por el consumo que por el trabajo, pero a la que hay que mantener. Y morirán indigentes, sin-techo, ancianos, negros, pobres, indígenas, presos, psiquiatrizados, precarizados, etc. Los que se queden en Casa estarán a salvo… El virus se habrá llevado a muchos, perfectamente contabilizados; y, luego, la crisis, la recesión económica y el modo que tienen los Gobiernos de afrontar estas circunstancias, se llevarán a muchos más, que ya no encontrarán tanto espacio en las estadísticas.
Pero no. ¡No! Estamos a punto de perecer de tanto Hogar. Se requiere salir de todas las Casas, prender fuego a la Casa, y recuperar el gusto por la intemperie, por los caminos, por la ausencia de coacciones y por la libertad.
Cuando, en razón de una emergencia sanitaria, se nos dice «¡Quédate en casa!», aparte de legitimar una dudosa propedéutica médica, también se nos está diciendo: «¡Quédate en lo que eres, un ciudadano occidental u occidentalizado, genocida y etnocida; y quédate en lo que tienes, tus bienes y tu Estado!» «¡Quédate en tu condición servil admitida, mi muy cuidado Súbdito!».
Por eso, yo no me quedo en Casa, aunque, si viviera en una ciudad, probablemente no saldría del domicilio. Por eso me invade un dolor inexplicable, que se hace máximo al escribir esta nota".
LA FORJA DEL CIUDADANO-ROBOT (VIRUS, CAPITALISMO NECRÓFAGO Y OPTIMIZACIÓN DEL FASCISMO DEMOCRÁTICO)
2. Esa pasión de los extraños que es la amistad
En su último libro ("La pasión de los extraños") sostiene Marina Garcés que la amistad es la conciencia compartida de la soledad, pero al tiempo afirma que buscarse amigos para no estar solos es un error, tanto como condenarse a la soledad, un error comparable al simulacro de la compañía telemática. Es un error porque la soledad no solo no es un fallo, sino que es la condición gracias a la cual podemos amar.
Como subtítulo ha puesto "una filosofía de la amistad", que le sirve para profundizar en conceptos como sororidad, fraternidad, soledad y aislamiento, al tiempo que intenta descifrar unos vínculos que, según ella misma dice, "no son comparables a ningún otro". Me llama la atención ésto que dice al respecto de la pandemia:
.../..."Quedó claro, por ejemplo, durante la pandemia,
cuando la vida frenó en seco y mucha gente se quedó varada, casi
atrapada, junto a personas que, de haber podido, quizá no hubiesen
escogido como pareja de baile confinada...Se decretó que el
espacio de convivencia era el único espacio posible en el que estar
juntos... En la mayoría de casos
quedaron fuera los amigos, “aquellos con quienes nos explicamos la
vida”... Y la cosa, como recordarán, salió regular...La pandemia dejó en suspenso todos nuestros vínculos".
En una reciente entrevista, a la pregunta de si el valor de la amistad reside en el acto de amar sin deseo de posesión, Marina Garcés respondía:
"Pienso que la amistad es amar de una manera que desbanca las jerarquías sociales que organizan nuestras vidas, a través de las que poseemos y nos poseen. No pienso que la connotación de la amistad sea su naturaleza desinteresada: hay muchos intereses que se cruzan con la amistad. Pero sí que está dislocada de algún modo de los mecanismos de posesión en nuestra sociedad, aquellos que organizan a quién pertenecemos, familia, matrimonio, Estado y otras identidades, que se articulan a través de sus correspondientes instituciones sociales. La amistad, no. Hay algo en la amistad que es por sí misma y que, como decía, desbarata todo ese orden de la posesión".
Pudiera parecer extraño el título de éste su último libro ("La pasión de los extraños"), pero ella lo justifica porque "vivir en sociedad es vivir entre extraños", entre gente que muy probablemente no nos van a gustar en su mayor parte, es convivir con gente a la que nunca llegaremos a conocer, no del todo..."Y si algo tiene sentido en aquello que podemos llamar democracia, es la idea política de que ésto no sólo es inevitable, sino deseable: construir las condiciones políticas que hagan posible una vida justa entre extraños. Una vida basada en la justicia entre los desconocidos y en la posibilidad de tomar decisiones juntos. Esto no es la amistad, por supuesto, que es preferencial y particular. No, la democracia no es necesariamente una sociedad de amigos, pero sí que hay una política que puede hacer más o menos posible las relaciones de amistad".
Tengo pendiente la lectura detenida de este libro, que me parece a mí tiene enjundia que alcanza una dimensión política:
"Este libro versa sobre la amistad, pero inseparablemente es también una reivindicación política de la extrañeza contra la paranoia identitaria, esta idea de que sólo podemos sentirnos y estar seguros con aquellos que reconocemos como idénticos, ya no como iguales, porque la igualdad es otra cosa, sino como seres idénticos que piensan, se expresan, odian y sufren como yo, mientras todo lo demás queda en ese afuera peligroso y constituye ese enemigo interior o exterior. Sí, nos estamos convirtiendo en una sociedad de enemigos".
En este libro viene a afirmar que, por desgracia, vamos hacia una sociedad de la sospecha y del miedo, en
la que cualquier extraño es antes una amenaza que un amigo o una
posibilidad de amigo...y eso supone una amenaza que destruye la posibilidad de la democracia. Y me ha interesado mucho su reflexión acerca de los círculos de amistad que se hacen "muy privados y propietarios de la amistad":
"Todos tenemos la experiencia de no ser aceptados, convocados o invitados por un grupo de amigos al que nos gustaría pertenecer. Y también hay todo un régimen de crueldad en la elección de a quién se convoca y a quién no. Esta relativa impersonalidad de las comunicaciones digitales, que puede generar acoso, también puede ser muy democrática, muy abierta, cuando no pasa tanto por la invitación personal o por el contacto personal y único sobre el individuo".
3. Sobre
la amistad en la “Ética
a Nicómaco” de Aristóteles.
Me parece muy oportuna la publicación de este libro por la editorial Acantilado, tanto como el de Marina Garcés, en un tiempo en que la cuestión de la amistad es presentada con gran profusión como mero bien de consumo, en libros de autoayuda y a modo de "salvavidas emocional" que concibe la amistad como "algo terapéutico”.
Vale la
pena detenerse en este texto, que abarca los libros VIII y IX de la 'Ética a Nicómaco', en la que Aristóteles
explora la amistad "como parte del tejido más íntimo de una vida
buena", según interpreta Daniel Capó en su blog literario de La Lectura ("Aristóteles y la amistad como esencia de una vida virtuosa"):
"Discípulo de Platón y preceptor de Alejandro Magno, Aristóteles distinguió entre tres tipos de amistad: la de utilidad, la de placer y la de virtud. Las dos primeras, marcadas por su transitoriedad, anticipan lo que la sociología contemporánea -especialmente Zygmunt Bauman- denomina "relaciones líquidas". Sólo en la virtud situará el autor de la Ética la plenitud de la vida: un vínculo duradero que no depende de las circunstancias, sino del deseo mutuo de lo bueno. Montaigne en sus Ensayos elevaría esta idea hasta lo inefable, al justificar en estos términos su lazo con Étienne de La Boétie: "Porque él era él, porque yo era yo".
Aristóteles, sin embargo, no desconoce la condición imperfecta de los seres humanos ni puede olvidar nuestra fragilidad. No es un ingenuo, pues sabe que la amistad auténtica es rara, quizás tanto como la virtud misma. Su pesimismo nos recuerda el dolor de Michel de Montaigne ante la muerte de La Boétie, pero también evoca a Marcel Proust cuando observó que las relaciones auténticas surgen del difícil equilibrio entre el deseo de compartir y la imposibilidad de hacerlo por completo. Los modernos nunca podemos dejar de lado a estos dos maestros: Proust y Montaigne.
En última instancia, ese vínculo de la amistad, tal como hace más de 23 siglos lo describiera Aristóteles (el filósofo griego que tenía a la experiencia como fuente de todo conocimiento), en su mismo sentido virtuoso no debiera ser considerada como "refugio", sino como horizonte a perseguir. Enseña Aristóteles que la vida buena se sustancia en el encuentro con el otro y si consideramos que toda filosofía responde a un diálogo, entonces la amistad viene a ser la mejor promesa de esa vida buena.
Por todo eso, pienso (que no es creer, insisto) que la desamistad, palabra/concepto oficialmente "inexistente", es la mejor representación de este tiempo nuestro de la posverdad, el que ha puesto del revés al mundo, patas arriba toda ciencia y toda forma de encuentro con el otro, bien como amistad, bien como comunidad convivencial...y todo es en beneficio único del Mercado y del Estado, o sea: con un futuro necesariamente sucedáneo, que solo podrá existir virtualmente...y puede que ni eso.
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