miércoles, 26 de marzo de 2025

NUNCA ESTUVE EN DAMASCO, SOLO AQUEL INSTANTE

 

                                              Foto de Escandar Algeet junto a la portada de uno de sus libros (“Ojala joder”, publicado en 2015 por la editorial “Ya lo dijo Casimiro Parker”) 

 

 "Nunca sobran las palabras (ni las personas) para soñar con un camino sin miedos" 

Hace unos días estuve en la biblioteca pública de Aguilar de Campoo para escuchar el recital poético de Escandar Algeet, de padre sirio y madre palentina, poeta nacido en la ciudad de Palencia, en 1984, por eso que me parezca todavía joven, cuando yo  por entonces ya era padre de dos niños de nueve y ocho años, vecino provisional del Barrio España de Valladolid y que hasta entonces nunca se me había pasado por la cabeza la idea de vivir en esa pequeña y remota provincia románica del solar ibérico. 

Escandar necesita un sombrero para salir a escena y recitar sus poemas y no verse desnudo, por eso, aunque puede que me equivoque, elige esa imagen de bohemio a punto de coger una borrachera en el bar de tu barrio un rato antes de contarte sus penas. 

Algunas veces la vida nos aleja de nuestra vida y, ese momento, aparece la poesía, con las palabras mirando de reojo, sospechando de todos los amaneceres (de “Un invierno sin sol”, su segundo libro). 

Que me perdone Escandar por trocear su poema y ponerlo resumido en prosa, como a mí me pide el cuerpo, que no acabo de entender esta manía de los poetas de obligar a los lectores a hacer pausas donde a ellos se les antoja, a cada renglón, dando por hecho que los lectores carecen de suficiente criterio y sensibilidad poética para detenerse donde les pida el cuerpo. 

Me gustó su recital,  porque Escandar me pareció sincero mientras leía y mientras de vez en cuando, cuando se atrevía a levantar la vista para ver bajo la sombra de su sombrero la cara de los que allí estábamos una tarde de invierno: solo para escucharle. Y mira que cuesta convencerme a mí, que tanta aversión tengo por la poesía recitada, mucho más cuando se anuncia y publicita como "espectáculo sincero" (que no es este el caso), que lo diré como lo siento, porque esa poesía recitada generalmente me pone de los nervios, como lo haría una sesión de terapia de la asociación local de alcohólicos anónimos, o una de esas odiosas "dinámicas de grupo" de los animadores sociales de las casas de cultura municipales, que a ellos les sirven, creen,  para romper el hielo. 

"Si veis al amor por ahí, solo decidle que lo siento. Que el frío se ha hecho ciudad y yo, solo, he aprendido a quemarme. Que la poesía pague los destrozos y su recuerdo sea mi única migaja de calor. Esta es la historia de un derrumbamiento. El infierno hecho paisaje. Mi baile nupcial sobre el lodo. Un invierno sin sol" (versos del mismo libro, con ese título de "Un invierno sin sol")

Todavía me sorprende que yo no tuviera noticia alguna de la existencia de esa modesta editorial que publica todos los libros de Escandar Algeet (seis por ahora), con ese nombre tan curioso, que no puede ser menos comercial, ni a la vez más llamativo: "Ya lo dijo Casimiro Parker".  

Y mucho menos me sonaba, hasta ayer, que en Madrid existiera un bar, también modesto, propiedad de Escandar y sus amigos Marcus Versus y Carlos Salem (escritor y periodista, que coordina las sesiones), un bar que se llama "Aleatorio", ubicado en Malasaña y especializado en recitales poéticos y no en pinchos de berenjena con gambas, por ejemplo. Donde Escandar también trabaja de camarero. "Aleatorio" es un nombre, que puesto como rótulo en la fachada de un bar de poesía, más que al azar me suena a "aleteo". Es un bar que al parecer se considera heredero del "Bukowski" que cerrara en 2013 y que como aquél pretende darle una vuelta de tuerca al concepto de "poesía de barra", que me parece bien, teniendo en cuenta la miseria de este mundo en el que casi todo ya es mercancía, me refiero a todo lo que no sea amor, como dijera más o menos otro poeta -éste asturiano-, Pablo Ardisana.

Me veo aquí obligado a un paréntesis que merece la pena, para referirme a la cita que hiciera Pablo Ardisana -y que yo conservo- de su escrito "Palabras de la tribu", concretamente estas palabras: "Creo recordar que Pedro Abelarso y el doctor Marañón vinieron a decir, más o menos, que la amistad es cosa más grande que Dios. Se entiende que el clérigo filósofo y el médico humanista eran, en la afirmación, un tanto hiperbólicos, pero yo tengo por entrañable certeza que la amistad es uno de los pocos dones, exactamente humano, que te hacen amable y amada la existencia. Sin embargo, más de una vez y más de dos, la amistad te juega embarazosas pasadas, te pone en no deseados aprietos, te hace sentirte más nervioso que en la sala de espera de un dentista". 

¿Véis, como para escribir poesía no hace falta desperdiciar el espacio en blanco a cada renglón?.  

 ***

Casi al final del recital -creo que fue a la altura de un poema que hablaba de "hogares y hogueras" (que por un momento yo mal-entendí "hogares o guerras")- Escandar Algeet se refirió a su padre en un momento del poema, tras indicar que su padre estaba entre nosotros, su audiencia, sin que yo me hubiera dado cuenta: 

Era un señor mayor sentado en la fila de atrás, que fue médico en Aguilar de Campoo durante unos años, con el que tuve ocasión de tratar durante el trienio en que me tocó trabajar como celador en el centro de salud  de la villa campurriana. De vez en cuando, por entonces tuvimos alguna conversación, no muy larga, dado que siempre se daba en alguna de las pausas del trabajo, y lo recuerdo como alguien muy amable, al que yo de vez en cuando le preguntaba por Siria, su tierra, por cómo le iban las cosas a su país y a su familia. 

Al acabar el recital me acerqué a saludar al padre de Escandar, que me recordó a pesar del tiempo transcurrido sin vernos. Y ya de regreso a casa pensé que me hubiera gustado hablar con Escandar después del recital, para contarle lo mismo que  le conté a su padre en una de esas conversaciones que tuve con él hace ya un montón de años, en el  centro de salud de Aguilar de Campoo, es esta historia de un pequeño milagro: 

Trabajando de muy joven en el Hospital Clínico de Valladolid, siempre en Urgencias y siempre en el turno fijo de noche (para poder asistir a clase, por las mañanas, en la Escuela de Magisterio), serían las doce más o menos, de la noche, cuando un día me llaman para que acompañe a una paciente que acababa de llegar con una espina clavada en la garganta, hasta la planta donde estaba esperando el otorrino de guardia. 

En el ascensor, teniéndola apenas a un metro de distancia, pude darme cuenta de que aquella mujer olía muy bien, con ese olor dulzón del pachuli que enseguida te hace pensar en el lejano Oriente. La pregunté si se encontraba bien, me dijo que no por señas, indicando su garganta, y así de frente y tan de cerca vi que a pesar de estar angustiada y dolorida,  era una mujer  muy hermosa, de edad indefinida y con ojos muy negros y muy grandes, de tez oscura y pelo muy negro, con poderosa apariencia, lo que vulgarmente se dice "una mujerona". 

Y mientras yo le contaba ésto al padre de Escandar, mi sorpresa fue que éste conocía perfectamente a aquel otorrino, que también era sirio y que también había estudiado, como él, Medicina en Valladolid. 

Bueno, pues tras cruzar largos pasillos, medio a oscuras a aquellas horas en la planta de consultas,  entramos al cuarto donde esperaba el otorrino de origen sirio que aquella noche estaba de guardia, al que yo conocía de otras noches de urgencias. Y al entrar fue cuando sucedió aquel milagro: se miraron  los dos y ambos dieron como un respingo seguido de un gritito contenido, que supuse era en lengua árabe. Se miraron y se aproximaron fundiéndose en un sentido abrazo, mientras yo asistía, entre incómodo y maravillado, a aquel encuentro entre dos viejos conocidos...no sabía donde meterme y discretamente dije: doctor, estaré en el pasillo, llámeme si me necesita...y con los ojos llorosos, el otorrino me miró diciéndome: gracias y disculpe, Fernando, es que ella fue mi novia en Damasco

El padre de Escandar ya no se acordará de esta historia que le conté, pero para mí es inolvidable aquel instante en que tuve ocasión de sentirme transportado a Damasco, la capital de Siria que ya por entonces tenía más de dos millones de habitantes, entre los cuales hubo dos que fueron novios en el mismo barrio y resulta que solo yo fui testigo de su reencuentro en un hospital de Valladolid, pasados muchos años, por culpa de una espina clavada en la garganta de aquella mujer que tan bien olía

He sabido que hoy en día Damasco sigue tan revuelta o más que entonces, que es la segunda ciudad más poblada de Siria después de Alepo, y que entre los sirios es conocida con el apodo de "ciudad jazmín", por algo será, digo yo.

 

 

 



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