Soy
culpable de publicar lo que sigue el día de los Santos Inocentes y no es broma. Esta efeméride institucionaliza el derecho a gastar inocentes bromas una vez al año. Se conmemora la matanza de
los niños menores de dos años nacidos en Belén (Judea), ordenada
por el rey Herodes I el Grande, con el fin de deshacerse del recién
nacido Jesús de Nazaret. En el rito romano de la Iglesia católica,
la celebración del día
de los Santos Inocentes tiene grado de fiesta incluida en el
calendario romano general. En
el orbe cristiano
es costumbre
realizar en esta fecha bromas de toda índole, incluso
es costumbre “moderna” que
los medios de comunicación hagan
bromas o tergiversen
su contenido de tal modo que la información parezca real. Es
una libertad que se dan los agentes mediáticos para dar rienda
suelta a su sentido del humor, oportunidad que supuestamente
ejercen solamente
una vez al año al acabar las celebraciones de la Navidad.
Luego vendrán las
noticias serias,
el balance de las
cosas chulísimas que hace el Estado para salvar a las clases más
vulnerables; o sobre la
transición energética, que si no sirve
a salvar a Europa de
una larga
guerra extendida desde
Ucrania, al
menos servirá para
pintarla de verde occidental,
militar, pero es lo que hay. Y
aunque de momento nada se diga, también nos darán noticias nuevas,
procedentes de China, sobre la prórroga de la pandemia.
Con
altibajos, y muy lentamente, eso sí, gracias a la pandemia he
aprendido a obtener alegría del estudio y la reflexión en soledad.
Si bien, hecho mucho de menos la otra forma de aprendizaje, la
conversación social en la que uno obtiene otra forma de alegría
más sustanciosa y operativa.Y es que todavía
va a costarme superar el dolor padecido en el largo aislamiento
social soportado durante los años de pandemia, cuyos efectos aún
persisten a pesar del disimulo decretado...que no consigue hacerme
olvidar el acoso al que he sido sometido junto a otras gentes no
dadas a comulgar con ruedas de molino. Supero como puedo la
depresión que me sobreviene cada vez que no puedo con ello, que me
asalta, aún más en fechas festivas, en las que no veo qué
celebrar, ni con quién.
Como
sé que nada de ésto será leído por quienes están entretenidos en
celebrar unas fiestas declaradas oficialmente entrañables,
puedo permitirme cierta intimidad, como si me dirigiera a solo unos
pocos amigos, a esos que supuestamente me acompañan en la no
celebración de unas fiestas que a mí me parecen más del fin de una
época que de un final de año. Me refiero a quienes, como yo, no
encuentran razón para celebrar ninguna fiesta. Creo que fue George
Orwel quien dijo aquello de que quien escribe debiera saber que en
realidad no lo hace para el mundo, que todo cuanto escribe son
modestas cartas a los amigos.
A
esos pocos amigos no afiliados al facebook, les digo
que solo
comparto a
medias su
actual
desazón
por la
opinión “pública” fabricada en las redes sociales y
por la
pésima
calidad de la
programación televisiva;
les digo que
lo
miren de otro modo, que a pesar de su banalidad,
interesan
mucho a quienes quieran
saber
de qué van los
tiempos que corren, además del ahorro que ello
supone
en
los
trabajos
de investigación de
las
ciencias sociales, que
de
las redes y la tele obtienen
la
mayor parte de los datos que necesitan para construir sus científicas explicaciones con sujeción al
“método científico”, el que les sirve para cobrar su nómina. De
allí sacan todo lo que les permite
explicar
todo “lo que piensa la gente”, la
psicología
popular que le
da verbo y cuerpo al
espíritu global de nuestra época, esa servidumbre voluntaria que en
su día anticipara
Étienne de La Boétie, en su
discurso
escrito en 1574,
en latín y a la edad de dieciséis años...todo
un
rodeo de casi cinco siglos de investigación les ha costado a las
ciencias sociales llegar a la misma conclusión que
La Boétie.
Corren
tiempos de pensamiento confuso, que encuentra justificación en la
supuesta complejidad de la época. No acertaremos
a comprender mínimamente ese espíritu si
dejamos que nos pase desapercibida la metódica sustitución operada
en el paso del antíguo Régimen al moderno y de éste al contemporáneo, cargados de rasgos regresivos, que nos
remiten al pasado feudal y a su pensamiento mítico-religioso. Si
viéramos esa transmutación de la creencia religiosa por otra científica (en modo más
bien tecnológico), a poco que discurriéramos veríamos que esta mutación cultural nos devuelve al
estado previo y que cuestiona a fondo el mito del Progreso, esa ciega creencia en el contínuo crecimiento
de la riqueza y el consumo, como destino obligado de la evolución
humana. Encuentro en todo ello una explicación nada sencilla: los humanos preferimos la ficción porque
nos es más soportable que la realidad.
Me
disgusta reconocerlo al igual que me incomoda darle razón a esos filósofos que anuncian el colapso
próximo de la civilización, con fundamento explicativo en la
historia común a todas las derrotas revolucionarias, que vendrían a confirmar la
humana necesidad de un Amo. Con lo que, a partir de tal sentencia, sólo
cabría esperar, como único y último recurso, al momento en que el Amo nos haga
insoportable la vida...ay, estos filósofos alternativos que
tan fácilmente explican la historia y hasta los modos del ser y el pensar humano,
todo lo que pasa y lo que habría que hacer, pero que callan, que no se
atreven a arriesgar siquiera una mínima propuesta, de cómo
llevar a cabo esa rebelión que pudiera despejar el camino hacia la emancipación.
Deduzco
por ello que la revolución muy necesaria no les debe parecer, que para esos filósofos nada sucede con importancia suficiente que
pudiera justificarla y que, por tanto, el dominio del Amo todavía
es soportable...así que la revolución es opcional y
evitable, pero no así el colapso, esa maldición bíblica ante la
que nada podemos hacer, que no sea esperar, impacientes, a que suceda
la promesa del Progreso, ese milagro tecnológico que habrá de concretarse en
inteligencia artificial y una eterna energía de fusión nuclear.
Por
muy fuera de lugar que pudiera parecer todo ésto, estando el
mundo hoy de fiesta, mi deseo al estrenar un año nuevo no es de
menos fiesta, sino de otra y más fiesta, ¡qué menos que un
tercio de los días del año!, ¿por qué menos que las celebradas en
siglos pasados por los campesinos medievales?
También
es mi deseo que en nuestras relaciones personales llegue a primar un
básico principio de convivencia, de básica educación y empatía, por
encima del principio divisor que nos organiza en guetos ideológicos, esa costumbre de lo políticamente
correcto, y faccioso por definición, que nos lleva a evitar toda conversación y trato
amistoso con quien piensa diferente.
Y
para el año nuevo guardo un deseo muy especial para mis amistades y
vecindades, sean de izquierdas, derechas o centros: que se lo piensen, eso
que hoy significa ser de un solo lado y por qué seguir
profesando creencias que ni Karl Marx ni Adam Smith hoy
profesarían...ay, si filósofos y multitudes “alternativas” lo
fueran realmente y no de ficción. Pero no me resigno, no mientras
los mitos literarios y las religiones científicas sigan ocupando el
sitio de la realidad.
PD: En
serio, os deseo un alegre día de los santos inocentes y que el año
nuevo os pille confesados, estéis o no vacunados.
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