martes, 27 de diciembre de 2022

VIEJOS DESEOS PARA AÑOS NUEVOS


 La matanza de los inocentes, de Nicolas Poussin (1594-1665),  Museo Condé de Chantilly, Francia.

 
Soy culpable de publicar lo que sigue el día de los Santos Inocentes y no es broma. Esta efeméride  institucionaliza el derecho a gastar inocentes bromas una vez al año. Se conmemora la matanza de los niños menores de dos años nacidos en Belén (Judea), ordenada por el rey Herodes I el Grande, con el fin de deshacerse del recién nacido Jesús de Nazaret. En el rito romano de la Iglesia católica, la celebración del día de los Santos Inocentes tiene grado de fiesta incluida en el calendario romano general. En el orbe cristiano es costumbre realizar en esta fecha bromas de toda índole, incluso es costumbre “moderna” que los medios de comunicación hagan bromas o tergiversen su contenido de tal modo que la información parezca real. Es una libertad que se dan los agentes mediáticos para dar rienda suelta a su sentido del humor, oportunidad que supuestamente ejercen solamente una vez al año al acabar las celebraciones de la Navidad. Luego vendrán las noticias serias, el balance de las cosas chulísimas que hace el Estado para salvar a las clases más vulnerables; o sobre la transición energética, que si no sirve a salvar a Europa de una larga guerra extendida desde Ucrania, al menos servirá para pintarla de verde occidental,  militar, pero es lo que hay. Y aunque de momento nada se diga, también nos darán noticias nuevas, procedentes de China, sobre la prórroga de la pandemia.

Con altibajos, y muy lentamente, eso sí, gracias a la pandemia he aprendido a obtener alegría del estudio y la reflexión en soledad. Si bien, hecho mucho de menos la otra forma de aprendizaje, la conversación social en la que uno obtiene otra forma de alegría más sustanciosa y operativa.Y es que todavía va a costarme superar el dolor padecido en el largo aislamiento social soportado durante los años de pandemia, cuyos efectos aún persisten a pesar del disimulo decretado...que no consigue hacerme olvidar el acoso al que he sido sometido junto a otras gentes no dadas a comulgar con ruedas de molino. Supero como puedo la depresión que me sobreviene cada vez que no puedo con ello, que me asalta, aún más en fechas festivas, en las que no veo qué celebrar, ni con quién.

Como sé que nada de ésto será leído por quienes están entretenidos en celebrar unas fiestas declaradas oficialmente entrañables, puedo permitirme cierta intimidad, como si me dirigiera a solo unos pocos amigos, a esos que supuestamente me acompañan en la no celebración de unas fiestas que a mí me parecen más del fin de una época que de un final de año. Me refiero a quienes, como yo, no encuentran razón para celebrar ninguna fiesta. Creo que fue George Orwel quien dijo aquello de que quien escribe debiera saber que en realidad no lo hace para el mundo, que todo cuanto escribe son modestas cartas a los amigos.

A esos pocos amigos no afiliados al facebook, les digo que solo comparto a medias su actual desazón por la opinión “pública” fabricada en las redes sociales y por la pésima calidad de la programación televisiva; les digo que lo miren de otro modo, que a pesar de su banalidad, interesan mucho a quienes quieran saber de qué van los tiempos que corren, además del ahorro que ello supone en los trabajos de investigación de las ciencias sociales, que de las redes  y la tele obtienen la mayor parte de los datos que necesitan para construir sus  científicas explicaciones con sujeción al “método científico”, el que les sirve para cobrar su nómina. De allí sacan todo lo que les permite explicar todo “lo que piensa la gente”, la psicología popular que le da verbo y cuerpo al espíritu global de nuestra época, esa servidumbre voluntaria que en su día anticipara Étienne de La Boétie, en su discurso escrito en 1574, en latín y a la edad de dieciséis años...todo un rodeo de casi cinco siglos de investigación les ha costado a las ciencias sociales llegar a la misma conclusión que La Boétie.

Corren tiempos de pensamiento confuso, que encuentra justificación en la supuesta complejidad de la época. No acertaremos a comprender mínimamente ese espíritu  si dejamos que nos pase desapercibida la metódica sustitución operada en el paso del antíguo Régimen al moderno  y de éste al contemporáneo, cargados de rasgos regresivos, que nos remiten al pasado feudal y a su pensamiento mítico-religioso. Si viéramos esa transmutación de la creencia religiosa por otra científica (en modo más bien tecnológico), a poco que discurriéramos veríamos que esta mutación cultural nos devuelve al estado previo y que cuestiona a fondo  el mito del Progreso, esa ciega creencia en el contínuo crecimiento de la riqueza y el consumo, como destino obligado de la evolución humana. Encuentro en todo ello una explicación nada sencilla:  los humanos preferimos la ficción porque nos es más soportable que la realidad.

Me disgusta reconocerlo al igual que me incomoda darle  razón a esos filósofos que anuncian el  colapso próximo de la civilización, con fundamento explicativo en la historia  común a todas las derrotas  revolucionarias, que vendrían a confirmar la humana necesidad de un Amo. Con lo que, a partir de tal sentencia, sólo cabría esperar, como único y último recurso, al momento en que el Amo nos haga insoportable la vida...ay, estos filósofos alternativos que tan fácilmente explican la historia y hasta los modos del ser y el pensar humano, todo lo que pasa y lo que habría que hacer, pero que callan, que no se atreven a arriesgar siquiera una mínima propuesta, de cómo llevar a cabo esa  rebelión que pudiera despejar el camino hacia la emancipación.

Deduzco por ello que la revolución muy necesaria no les debe parecer, que para esos filósofos nada sucede con importancia suficiente que pudiera justificarla y que, por tanto, el dominio del Amo todavía es soportable...así que la revolución es opcional y evitable, pero no así el colapso, esa maldición bíblica ante la que nada podemos hacer, que no sea esperar, impacientes, a que suceda la promesa del Progreso, ese milagro tecnológico que habrá de concretarse en inteligencia artificial y una eterna energía de fusión nuclear.

Por muy fuera de lugar que pudiera parecer todo ésto, estando el mundo hoy de fiesta, mi deseo al estrenar un año nuevo no es de menos fiesta, sino de otra y más fiesta, ¡qué menos que un tercio de los días del año!, ¿por qué menos que las celebradas en siglos pasados por los campesinos medievales?

También es mi deseo que en nuestras relaciones personales llegue a primar un básico principio de convivencia, de básica educación y empatía, por encima del principio divisor que nos organiza en guetos ideológicos, esa costumbre de lo políticamente correcto, y faccioso por definición,  que nos lleva a evitar toda conversación y trato amistoso con quien piensa diferente. 

Y para el año nuevo guardo un deseo muy especial para mis amistades y vecindades, sean de izquierdas, derechas o centros: que se lo piensen, eso que hoy significa ser de un solo lado y por qué seguir profesando creencias que ni Karl Marx ni Adam Smith hoy profesarían...ay, si filósofos y multitudes “alternativas” lo fueran realmente y no de ficción. Pero no me resigno, no mientras los mitos literarios y las religiones científicas sigan ocupando el sitio de la realidad.

PD: En serio, os deseo un alegre día de los santos inocentes y que el año nuevo os pille confesados, estéis o no vacunados. 
 
 


 


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