David Wengrow, arqueólogo (izquierda) y David Graeber, antropólogo, coautores del libro. (Fuente de la Imagen: democracynow.or) |
En este mismo año de 2022, por la editorial Ariel, acaba de ser publicado en castellano este libro con el título “El amanecer de todo. Una nueva historia de la humanidad”, del que son coautores David Wendrow y David Graeber, con traducción de Joan Andreano Weyland.
David Wengrow (1972) es un arqueólogo británico, profesor de arqueología comparada en el Instituto de Arqueología del University College London. Finalista del Premio Orwell en 2022, ha contribuido con ensayos sobre temas como la desigualdad social y el cambio climático para The Guardian y The New York Times. Es autor de “La arqueología del Egipto arcaico”, “Los orígenes de los monstruos·, “¿Qué hace la civilización? ”
David Graeber (1961-2020) fue antropólogo y activista anarquista estadounidense, doctorado por la Universidad de Chicago. Desde 2007 y hasta su fallecimiento, fue profesor en el departamento de antropología en el Goldsmiths College de la Universidad de Londres. Fallecido prematuramente, David Graeber se hizo mundialmente famoso con sus libros “Deuda: 5000 años de historia”, “Burocracia” y “Trabajos de mierda”. Graeber fue muy conocido, además, como activista político y social, incluyendo su papel en las protestas contra el Foro Económico Mundial en Nueva York (2002) y líder del movimiento Occupy Vall Street (2011), siéndole atribuida la expresión “somos el 99%”.
Tengo que reconocer que éste es uno de los libros que más me ha costado leer, no sólo por sus 848 páginas, sobre todo porque incluye una cantidad inmensa de nueva información sobre la investigación arqueológica y antropológica más reciente y actualizada, que cuesta ordenar y recolocar en la secuencia cronológica que tenemos de la historia, además de obligarme a cuestionar algunas ideas al respecto de mi propia interpretación de la evolución humana a partir de las primitivas comunidades, en un largo proceso que nada tiene de lineal, ni de simple, que se contradice radicalmente con la idea de progreso evolutivo que tenemos bien asentada a través de nuestra educación en un paradigma histórico construido a la medida de un imaginario de la modernidad, que observa e interpreta la historia humana desde una posición de centralidad y superioridad “occidental”, con una visión ilustrada, inequívocamente burguesa, colonial y eurocéntrica, que hace invisibles otras realidades históricas, de comunidades humanas que evolucionaron a su modo y asincrónicamente, en formas sociales cambiantes y complejas, en otros lugares de Eurasia, Africa, Australia o las dos Américas.
La idea de un progreso continuo, que comienza con pequeños grupos de cazadores-recolectores y que evoluciona hacia sociedades modernas a través del descubrimiento de la agricultura, desencadenante ésta del nacimiento de las ciudades y enseguida de estados e imperios, es un cliché muy arraigado en nuestra memoria, que imagina la historia como un contínuo proceso lineal, que avanza de lo simple a lo complejo, a fin de que su propia complejidad acabe por justificar la necesidad de una única forma de organización social-jerárquica: la forma de Estados e Imperios contemporáneos con una única e inevitable forma de ecología económica-depredadora, la capitalista.
Las numerosas evidencias materiales, profusamente descritas en este abundante trabajo de investigación arqueológica y antropológica, escrito con un mínimo uso de lenguaje de jerga científica que es de agradecer, buscan demostrar la falsedad de tal imaginario y la necesidad de superarlo. Es todo nuestro marco conceptual el que debe ser cuestionado, ésto es lo que nos proponen en este libro sus dos autores, que descubren el manejo interesado de las ideas de Freud y Darwin, y fijan el pensamiento burgués de la modernidad ilustrada, atrapado en un círculo vicioso que va del indígena inocente -el del Jardín del Edén- pensado por Rousseau, al leviatán estatal pensado por Hobbes, como inevitable condena del ser humano, lo que tendría su causa última en el atrevimiento de los humanos a comer de la fruta prohibida del Conocimiento.
La lectura de este libro tiene consecuencias en nuestra idea acerca del futuro de la especie humana, en un momento como el presente en el que a muy pocos humanos les gusta el mundo en que vivimos, pero en el que solo una ínfima minoría pensamos que el destino de nuestra especie no esta escrito y predeterminado, por una narrativa de la historia que ha logrado construir una concreta forma de la realidad, más fundada en mitos que en ciencia, y que sigue una lógica lineal y tecnológica, que va de lo simple a lo complejo, y que en base a ello justifica como inevitable la necesidad de un gobierno global, en una deriva de la historia humana hacia un mundo futuro necesaria e inevitablemente gobernado de arriba hacia abajo, por quienes son titulares de la Propiedad del mundo, guiados por el sabio “consejo de expertos, gente "científica" que "porque sabe" se atribuye la titularidad del conocimiento y experiencia acumulado por nuestra especie a lo largo de cientos de miles de años. Todo ello a pesar de que la propia investigación científica esté confirmando no solo sus grandes lagunas de conocimiento acerca de las sociedades humanas del pasado, sino que, en buena medida, tal conocimiento fue construido sobre mitos y no sobre datos realmente científicos.
Algunos de nosotros llevamos tiempo pensando y reuniendo pruebas de que tal estafa tiene su origen en el imaginario moderno y colonial creado en el siglo XVIII, el de una “civilización occidental” inventora del mito del Progreso, que vino a salvar al resto del mundo, catalogado como conglomerado de sociedades indígenas, a salvarlo de su primitivo estado de naturaleza, básicamente salvaje y tribal. Quienes así pensamos, somos conscientes de que superar el colapso sistémico en el que ahora estamos atrapados, será prácticamente imposible sin antes superar el metarrelato mítico y pseudocientífico de ese imaginario moderno del Progreso. Por eso que, al menos por mi parte, yo agradezca la publicación de este libro de Graember y Wendrow.
Teniendo pendiente una relectura más detenida de este voluminoso libro, de momento extraigo algunas valiosas conclusiones. La primera, para tomar nota de algunos de mis errores en la comprensión del pasado. Después y de forma práctica, para una mejor definición de la revolución integral hoy necesaria, más fiada a la creatividad práctica de las comunidades humanas y a su inmensa potencialidad y diversidad, más que a un proyecto intelectual de “futuro universal”.
Por eso que me disponga a rehacer mi propuesta de un pacto del común, no como proyecto, sino como básico y global acuerdo de convivencialidad y comunidad, encaminado a resolver local y comunalmente, el desastre global en el que ahora nos sentimos atrapados y que, por primera vez, concierne al conjunto de nuestra especie. La propuesta va de compartir, allí donde seamos capaces, la tierra y el conocimiento que nos son comunes. Quiero guiarme, sobre todo, por el principio de libertad, al que tengo por consustancial aversión humana a la uniformidad y a la jerarquía, ese instinto libertario que llamamos conciencia y que nos hizo sappiens.
Este libro ha venido a decirme que mi optimismo no es voluntarista, ni simplemente utópico, que también tiene un fundamento racional y concretamente científico.
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