lunes, 28 de noviembre de 2022

¿QUÉ VA DELANTE, EL PENSAMIENTO O LA EXPERIENCIA?

 

Cuenta la leyenda que mil honderos fueron enviados a Sicilia a combatir por Cartago en el 311 a.C. y que allí participaron con brillantez en la batalla de Ecnomus. Anibal envió a 870 de ellos a África antes de marchar sobre Italia y dejó 500 en Iberia. En el 206 a.C. los cartagineses reclutaron hasta dos mil honderos en Menorca, que marcharon junto a Anibal, combatiendo en Cannas, en Zama y en Trebia, donde rechazaron a la caballería romana y hostigaron severamente a los legionarios romanos, llegando a herir de gravedad a un cónsul romano. 

 

Solemos complicarnos la existencia con dilemas como éste y no sé si ello tendrá remedio. Lo digo por mí mismo, y luego que cada cual se la complique como quiera. A veces me siento atrapado en tal dilema, sin tener nada claro el orden que sigue el cerebro, si el comportamiento obedece a un pensamiento previo o si éste es posterior y resultado de la experiencia. En setenta años me ha dado tiempo a leer un montón de libros que hablan de este dilema, pero no puedo evitar, cada vez que pienso en ello, que me venga a la cabeza el recuerdo de un sargento aragonés, que nos daba unas chapas teóricas muy entretenidas, todas enfocadas a la supervivencia y a la guerra en la montaña, pero que a mí, entonces como ahora, me sigue pareciendo que funcionan como navaja de usos múltiples. Fue hace algo más de cincuenta años, en la Compañía de Esquiadores-Escaladores donde hice la mili. Ahora mismo no me acuerdo de su nombre y bien que lo siento, porque guardo de aquel sargento un grato recuerdo y en más de una materia le reconozco una autoridad filosófico-práctica que bien merecería un monumento en mi memoria.

A veces disfruto como perro con un hueso si hallo argumentos y razones convincentes en los libros, pero también es cierto que tampoco faltan veces en las que lejos de disfrutar, me calientan la cabeza algunos de esos libros, amenazando con gripar mi cerebro. Digo todo ésto porque ahora, como nunca antes, siento la necesidad de hallar respuestas convincentes, en esta época tan compleja y confusa, de tanta precariedad e incertidumbre.

Resumiré tres de las teorías que mejor recuerdo entre las muchas que aquel sargento aragonés, rústico y bonachón, nos soltaba a modo de teorías acerca del superior valor de la experiencia y a fin de rellenar las mañanas o tardes en que llovía o nevaba con tal furia que la Compañía quedaba varada en aquel solitario refugio de montaña, situado en lo alto del Pirineo aragonés, muy cerca de la frontera con Francia. Diré que improvisaba, no leía ni seguía manual o guión alguno, contaba sus filosofías de la vida con el pretexto de explicar la guerra en la montaña como si fueran chascarrillos y lo hiciera entre la gente de su aldea, se pasaba el reglamento militar por el arco del triunfo y aquello era muy de agradecer en aquellas soledades.

1.Teoría del buen aseo: agua la justa y nada de pringues. Estábamos negros todos, a poco de empezar el invierno, de la quemazón del sol al rebotar contra la nieve y de la ventisca cuando te azotaba la piel, negros, de tantas horas de exposición a la intemperie y a la altura de aquellas montañas. Quien más y quien menos usaba cremas protectoras después del aseo mañanero y más de una vez el sargento nos lo decía con insistencia en algunas de sus teóricas: no os lavéis con jabón, que le dajáis a la piel sin su grasa natural... ¡y nada de cremas, que a saber lo que llevan!

2.Teoría de la buena orientación en la montaña: mejor bajar que subir y, en todo caso, de perdidos al río. Todas las teorías de orientación son una chorrada, nos decía. Si te pierdes en la montaña no hay tiempo que perder leyendo manuales, lo primero es no parar de bajar hasta encontrar un arroyo, que te llevará a un río, que tendrá un puente por el que pasará un camino, que te llevará hasta una casa donde vivirá un paisano o paisana a quien podrás preguntar por el mejor camino y que, incluso, hasta es muy posible que te invite a comer algo con un trago de vino.

3.Teoría de la buena estrategia: conocer el terreno y defender primero los principales pasos de montaña. Su teoría militar no podía tener más lógica, decía que la guerra de montaña puede ganarla un ejército pequeño si conoce el terreno y gana la posición en los pasos de montaña. Y nos lo demostró un día que hicimos unas maniobras de guerra con una Compañía de las tropas francesas de montaña. Se suponía que la tropa enemiga tenía que cruzar la divisoria de fronteras para llegar a ocupar las poblaciones situadas al otro lado del valle. Comenzamos a la misma hora, pero antes del mediodía nosotros estábamos arriba de los collados cuando los militares franceses todavía estaban ocupados en trepar por aquellas empinadas laderas. Ganada la cota, decía el sargento que hasta con piedras se puede ganar una batalla.

Me lo imagino manejando con pericia una honda, como un general delante de un batallón de cabreros.

Nota: la verdad-verdad es que en aquellas maniobras el ejército de la República Francesa envió allá arriba un helicóptero ligero, un Alouette equipado con ametralladora, que nos entretuvo durante más de una hora en el collado, tiempo suficiente para que no pudiéramos impedir el paso de su tropa al otro lado de la montaña, consumando así la invasión de España.


 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Leyendo tus reflexiones me has recordado el debate que tuvimos en PLATAFORMAS el sector enseñanza y el sector obrero: las ideas o la practica.
Ambos sectores nos definiamos como anarco-marxistas. Evidentemente la enseñanza defendia como primer paso a las ideas y eso nos llevaría a la practica .
El sector obrero defendia como primer paso a la practica y como consecuencia despues nos llevaría a las ideas.
Recuerdo que al final del debate salimos con la cabeza embotada y cada uno defendiendo su postura.
Han pasado cincuenta años. ¿Cuál sería el resultado actual de dicho debate?
Quiero pensar, que después de tanto tiempo, he aprendido algo.
Hoy diría que las dos posiciones tienen razón. En algunas ocasiones sería
primero las ideas y en otras la practica y en otras, indistintamente, las dos a la vez.
Como la vida misma