Elogio a la naturaleza.
Están volviendo por fin a las ciudades.
Delfines, jabalíes, osos, pirarucús, pavos reales, inciertos benteveos.
La especie en extinción, cobarde y escondida, escucha apenas las trompetas de los ángeles.
Todavía no lo creen. Las mansas palomas los atacan, los monos se ríen de ellos y los sabios
delfines, lejanos hermanos del extinto, los observan con sorna e indiferencia.
Son sus últimos tiempos. Respiran aún, se agitan, poseen la estéril esperanza de Pandora.
Su futuro, una burbuja uterina y aislante. Su presente, un parloteo inmediato, escrutado, dirigido.Su pasado, un conjunto de ruinas incomprensibles y sin sentido.
“Y soltaron a los cuatro ángeles que esperaban la hora, el día, el mes y el año,
listos para exterminar a un tercio de los hombres.”
Apocalipsis 9,15. Les queda ese alivio.
(Jorge Idel, "El final de la espera animal". Buenos Aires, Ed. Puertas Abiertas, 2020)
Aquí estamos, algo más de siete mil novecientos millones de hijos y nietos de campesinos, en esta fase terminal del Antropoceno y penúltima del Neolítico Moderno. O puede que no.
Teoría del atasco
Todos somos cada cual en medio de un atasco: algunos de los atrapados abandonan sus asientos, salen a la vía pública para mirar hacia adelante, para intentar atisbar hasta dónde llega el atasco y averiguar qué es lo que allí sucede, cuál es su causa. Como la vista no alcanza, de inmediato surgen diferentes opiniones-teorías que provocan una discusión generalizada, que se interrumpe cada vez que la fila avanza. Cuando eso sucede, todos experimentan un episodio de alegría, tienen la impresión de que ya no habrá más parones después del último y que a partir de ahora la circulación será fluida. Pero no, a veces la fila avanza hasta un kilómetro y otras apenas unos metros antes de un nuevo parón. Nadie podrá negar que la fila avanza, qué remedio, retroceder es imposible; así que, se quiera ver o no, el hecho cierto es que circulamos en una vía de único sentido con doble carril que permite adelantar a otros, pero no retroceder. Circulamos sobre una cinta transportadora que se llama “Tiempo” y a cada parón sucede, repetido, siempre lo mismo, hay quien sale del coche y quien se queda allí sentado, resignado. Y entre los que salen, siempre hay unos cuantos que vociferan, más o menos lo mismo, una y otra vez: ¡pero dónde está la puta autoridad...tocándose los huevos, que para eso les pagamos, cabrones! Los sentados se quedan pensando que no es para tanto, que ésto pasa en todas las grandes ciudades, ¿no queríamos ser modernos?...pues algo habrá que pagar por ello.
Bien mirado, en esta hipótesis del atasco lo único irreversible es la muerte por efecto del paso del tiempo; excepto eso, todo lo demás es evitable: el vivir hacinados en grandes ciudades, el viajar cada uno en su coche y el movernos todos por la misma autovía de dirección única.
Teoría del tobogán
Todos somos “uno” en lo alto de un tobogán, un niño miedoso que por primera vez sube tan alto, y que allí arriba siente lo que es el miedo en modo vértigo. Ha ido a la escuela y allí aprendió, lo que ya sabía por experiencia, sobre la ley de la gravedad. Por eso sabe que en cuanto apoye su culo y empiece a descender ya no podrá volver atrás. Y eso le produce espanto, miedo al vacío que le espera allá abajo, al final de un tobogán que no ve dónde acaba. Está a punto de agacharse para empezar a bajar y calla como un cordero a punto de ser degollado.
En su libro “¿Por qué callan los corderos?” habla Rainer Mausfeld (*) sobre una forma de “tortura blanca”, invisible porque parece voluntaria.
Podría darse la vuelta y no
tirarse por el tobogán, porque este niño es un “ciudadano libre”,
pero le acosa la duda, esa confusión le incomoda por sentirse
atrapado entre fuerzas contrarias: su libertad (nadie le
obligó a subir hasta ahí (“yo controlo”, decía) y esa otra
fuerza de la gravedad, que le atrae y le empuja a dejarse caer por el
tobogán. Sabe que no tendrá ningún control a partir del momento
que pegue su cuerpo al tobogán y empiece a resbalar hacia el futuro.
Tiene pánico, pero va a tirarse por el tobogán ¿porque es lo que
ha elegido?
En esta hipótesis lo único irreversible es la ley de la gravedad y eso sólo a partir de un punto crítico. Superado ese pico, estaremos más solos que nunca, abdonados a la ley de la gravedad. Sólo nos quedará dejarnos caer y esperar algún disfrute con ello.
Teoría del pastor innecesario
La lucha de clases es la versión moderna de la histórica lucha que se remonta al Neolítico Medio, por ver quién se hace con el pastoreo del rebaño humano. Esa es la fecha en que fuera inventado el famoso derecho de propiedad privada sobre la Tierra, sobre la Ciencia o conocimiento transmitido por los dioses y sobre las vidas de las tribus humanas. En esa época, también, y de seguido, fueron inventados otros bonitos derechos humanos, como el de herencia, o los de esclavitud y patriarcado, todos ellos patentados por un puñado de ilustrados sacerdotes junto a los primeros terratenientes emprendedores y primeros creadores de empleo de la Historia, secundados por un pequeño ejército de securatas, militares y escribanos. Se sabe por las crónicas que, con el paso del tiempo, tan benemérita asociación recibiría el nombre de “Estado” en la Alta Modernidad...pero vamos, que no era cosa muy distinta a lo que desde antiguamente se llamó siempre “reino”, o “imperio”, sin más criterio que el tamaño. Pues bien, el pastor que de siempre veíamos caminando por delante del rebaño, ahora se ha hecho invisible, el muy cabrón ha puesto un pastor eléctrico en su lugar y ahora nos controla por GPS, con su smartphone.
He ahí la paradoja democrática, a saber: el problema que remite a la relación entre pastor y rebaño, élites y pueblo, cuya investigación sistemática se remonta a la Antigüedad. Tucídides (454-399 a.C.), militar e historiador considerado padre del realismo científico, afirmaba que las masas son propensas a pasiones y afectos a costa de la razón: “las opiniones de la masa son inconstantes y veleidosas; de sus fallos suelen responsabilizar a otros”. Sostuvo que una buena forma de organización social debía tener en cuenta las debilidades de la naturaleza humana, cosa que según su entender era inviable en una democracia. Guiado por el gobierno de Pericles, consideraba como ideal una forma que “por su nombre fuera una democracia, pero, de hecho fuera gobernada por su primer ciudadano”.
En el discurso político, "el pueblo" es a menudo comparado con un rebaño que tiende a manifestar afectos irracionales y que, por tanto, hay que controlar. La dirección política de un pueblo presupone, pues, descifrar el silencio del rebaño e interpretarlo en el sentido e interés de la actuación política que se persigue. Se pone como ejemplo a un Richard Nixon que en su momento interpretó el "silent mayority" (silencio de la mayoría) como consentimiento a la Guerra de Vietnam. (Cita de Rainer Mausfeld).
Igual habría que hacer algo
Porque, salvo la dirección del tiempo (que va siempre hacia adelante) y la que sigue la gravedad (que tira siempre hacia abajo), todas las demás direcciones son posibles a condición de pastar por cuenta propia. Porque, aunque sea en el contexto de los límites naturales (como la redondez de la Tierra, la flecha del tiempo o la fuerza que nos sujeta al planeta), lo cierto es que nuestras vidas-sin-pastor nos pertenecen, aunque sea en el margen de esas contingencias naturales, lo que no es poco. Véase que en el tramo que transcurre del nacimiento a la muerte, puede caber toda una eternidad, proporcional, sí, pero suficiente a condición de ser libre y bien aprovechada. Así que habría que hacer algo, como poner en práctica, por ejemplo, un programa político (y personal) realmente novedoso, algo que de tan simple nos pareciera más irresistible que imposible...un suponer, algo así como: a) participar en el mundo sin echar a perder nuestras particulares vidas, que son la única pertenencia legítima con la que venimos al mundo; y b) procurar invertir el tiempo disponible en el cuidado mutuo entre iguales-diferentes, sin descuidar la hacienda común que compartimos con todos los seres no-inertes (**)
Notas:
(*) Rainer Mausfeld (1949) es un psicólogo alemán, especialista en la psicología de la percepción y la ciencia cognitiva. Entre sus libros publicados están: "Fachada de la democracia y el estado profundo. En el camino a una era autoritaria ", “Tortura sin rastro”, "Fachada de la democracia y el estado profundo. En el camino a una era autoritaria ", siendo el último publicado “¿Por qué callan los corderos? Cómo la democracia elitista y el neoliberalismo están destruyendo nuestra sociedad y nuestros medios de vida.
(**) Por no-inertes me refiero a aquellos seres animados con los que, además de un mundo, compartimos un alma (de ánima o movimiento), ese aliento que distingue a lo vivo de lo inerte.
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