martes, 26 de abril de 2022

LO DE FRANCIA Y UCRANIA

 

¿Qué esperar en tiempos de fragmentación social y crisis sistémica acelerada? ...A veces me alegro de ser tan viejo, porque así no tendré que ver lo que verán mis hijos y mis nietos en los próximos años. A veces siento un inmenso cansancio, lo siento sobre todo cuando me paro a reflexionar en el inmediato futuro, a cuyo desenlace yo no asistiré. Pero la vida me puede, y como un sísifo penitente vuelvo cada mañana a pensar futuros posibles... y ya quisiera yo que la fatiga de vivir, como dice Byung Chul Han en su libro “La sociedad del cansancio”, fuera un “amable desarme del yo”.

Pase lo que pase en las legislativas francesas de junio, en las que lo más previsible será una república ingobernable, dará igual para la marcha que siguen todas las francias de este mundo, donde lo único que por ahora podría mejorar es esa ilusión de las masas por la “igualdad republicana” que esperan recibir de una república propia y exclusiva,  un estado protector que proteja y amamante solo a los propios nativos y patriotas, los desocupados y la pequeña burguesía, antes que a nadie.

En el bando de la ira, protagonista de las elecciones francesas, como de tantas otras, no solo se sienten incluidos los perdedores de la globalización neoliberal, también los capitales nacionales y las  clases medias precarizadas tienen su alma patriotera, cuando de lo que se trata es de hacer balance contable. Ellos y ellas también necesitan del estado protector para recomponer sus cuentas, su propio derecho a la acumulación de capital y al consumo. Y es esta suma de patrióticas ilusiones e intereses la que en volandas llevará al gobierno de la República a estas masas, de la mano  de las corporaciones  nativas, igualmente poseídas por la ira contra la globalización neoliberal. Calculo que durará poco más de una década, la del Gran Reajuste global, energético y financiero. Pero será, me temo, al precio de muchos millones de muertes voluntarias y de otras contabilizadas como efectos colaterales, porque el saldo final tendrá un inevitable coste demográfico, de millones de vidas “sobrantes” durante al menos una década de guerras generalizadas, entre capitales, entre repúblicas y monarquías estatales, y entre sus bloques. Lo de Francia, como lo de Ucrania, me parece solo un ensayo anticipador de la década que viene, ese gran reajuste de cuentas.

Sin embargo, de toda catástrofe se puede esperar un reequilibrio de resultado impredecible y cierto es que también cabe una remota esperanza. Porque la materia de lo social tiene mucho de magma geológico, que evoluciona lenta pero imprevisiblemente (como la lava que nutre a los volcanes) pero que por algún sitio acaba por reventar, construyendo al exterior relieves nuevos, mundos radicalmente diferentes.Tengo la hipótesis de que por debajo de las noticias y de las novedades tecnológicas, en lo profundo de la historia de las sociedades humanas, desde hace al menos diez mil años viene cociéndose un magma de mentalidades contradictorias, cuyos componentes esenciales son la propiedad, el poder y el amor por la vida.Y tengo la intuición (nada que pudiera parecerse a la pretenciosa exactitud de las ciencias), de que esas contradicciones están a punto de reventar. Y el amor por la vida es, sin duda, el componente magmático más impredecible, la parte más díscola y contraria a la ley de la entropía, el más resistente a la sentencia de descomposición que pesa sobre la Materia, sobre el futuro de éste y de todos los mundos que pudieran existir.

Somos la especie con más posibilidades de sobrevivir a sus límites materiales, entrópicos, somos los únicos depredadores que en potencia tenemos el conocimiento que puede realimentar el ciclo de la energía vital por tiempo indefinido. A diferencia del resto de las especies, los humanos sabemos cómo cuidar la diversidad y el equilibrio ecológico de la biosfera, sabemos cómo nutrir la Tierra sin agotarla, para que siga siendo fértil y nos siga alimentando, al igual que sabemos que la energía del sol, del agua, la del viento y la geotérmica, pueden seguir moviendo por tiempo ilimitado los molinos, que es lo que son, al cabo, todos los motores que nos sirven para producir la energía extra que necesitamos, para que nuestra especie siga sobreviviendo y reproduciéndose en un mundo limitado, éste: apenas un resto del magma original, en un rincón de las galaxias.

No todo está perdido a pesar de los malos precedentes y de los pésimos augurios. Pensemos que las sociedades humanas, aunque nos parezca que su historia,  al menos durante los últimos milenios, viene siendo determinada exclusivamente por la Propiedad y el Poder, pensemos que sin la fuerza convivencial, subterránea y equilibradora del amor por la vida, ni siquiera hubieran sido posibles estos pocos miles de años, dada la potencia destructora de esa perversa alianza histórica entre la Propiedad  y el Poder (hoy actualizadas como capitalismo y estado). Hace tiempo que hubiéramos desaparecido si no fuera porque en el sustrato de nuestras sociedades vienen operando también las fuerzas cotidianas y domésticas del amor por la vida, el gusto por convivir entre nosotros y con la naturaleza de la que somos parte, esa inclinación natural por cuidar de los “otros”, de la tierra y de la misma vida, por aquello que le otorga sentido a nuestra existencia, como a la del planeta mínimo que habitamos, perdido en el silencioso confín de las esferas celestes.

Este deseo mío pudiera parecer ilusorio - y reconozco que lo es en cierta medida - pero me atrevo a discutir que tiene mayor fundamento material que todas las ilusiones fundadas en la abstracta fe religiosa profesada por las ciencias prometeicas de la Propiedad y el Estado, sencillamente porque éstas chocan con la realidad material de un mundo limitado. Soy bien consciente de que esas fuerzas aliadas, las de la Propiedad y del Estado, no pueden ser diluidas fácilmente; tengo muy claro que la propia libertad, el imprevisible constituyente del ser humano, alimenta sin cesar tanto la conducta dirigida hacia el bien como la orientada hacia el mal. Mi esperanza opera a favor de un cambio radical en la correlación de fuerzas, para que el mal común pase a la oposición, que no pueda legislar ni gobernar, que se quede en su lugar, la disidencia o la delincuencia, como excepción y minoría, hasta el fin de los tiempos. Y no como ahora, que ordena y manda con el voto o la abstención de la mayoría de la sociedad, contaminada por una tradición histórica de miles de años, de amaestrada costumbre social, moral por la que hoy, todavía, esclavos y señores, poseedores y desposeídos, siguen compartiendo un mismo deseo de apresar  el mundo y la vida para sí, la misma mentalidad depredadora y propietarista.

Yo sueño otro modo de trascendencia real, material, que proviene del combate contra el mal que gobierna este mundo, no de la falsa paz de los vencidos, no de una falsa esperanza en el favor de dioses que solo existen en nuestra imaginación fantástica y en la literatura religiosa. Este combate, por sí mismo nos acerca a la perfección evolutiva del ser convivencial y trascendente que queremos ser cada uno y en conjunto. Tras el combate sí creo que será posible sentir una fatiga reconciliadora al final de cada batalla y de la propia vida, ese cansancio amable al que me refería al principio, tras haber desarmado a nuestro yo propietario, exclusivo y dominante.

Sueño un mundo aldeano real, no una virtual aldea global, no la representación teatral de una ilusoria asamblea, sea estatal o global, sino muchas asambleas democráticas, comunitarias y convivenciales, mancomunadas y confederadas en red, plurales, presenciales y soberanas de verdad, donde cada individuo sea lo más importante para la comunidad y ésta lo más importante para cada individuo. Donde ética y ecología, economía y política, no sean ciencias estancas, como hoy lo son la física y la sociología, las matemáticas o la filosofía...una vida donde la ciencia y el arte no tengan tapias de por medio. No se trata de cumplir la prometeica promesa de poseer la Tierra y la Sabiduría, sino de compartir el uso de los comunales universales, que no siendo propiedad de nadie, pertenecen al uso del Común humano. No se trata solo de cambiar o mejorar el Sistema, eso sería casi nada, se trata de construir otra forma de vivir, radicalmente dedicada a con-vivir, cuidando la tierra madre y la vida toda.

De ahí que lo de Francia y Ucrania no pasaría de ser una mala noticia pasajera, pero una más, si no fuera por las muertes que la "ilustran" y que momentáneamente acaparan los titulares de celulares, periódicos y televisores...aunque en la memoria histórica de ambas batallas, electoral y territorial, solo acaben trascendiendo los daños económicos al capital y a los salarios, junto a las ganancias o menguas en las respectivas fronteras estatales, ideológicas y territoriales. Nótese que no son batallas entre pueblos, que éstos se reparten a uno y otro lado del territorio a defender o a conquistar, nótese que en Francia y en Ucrania lo que se libra es una batalla territorial, ideológica, militar y comercial, interna al Sistema, entre facciones igualmente estatales y capitalistas. Y tómese nota.

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