sábado, 30 de octubre de 2021

HORMIGUERO, DE HORMIGÓN (ARMADO)


Hormiguero y hormigón son palabras que teniendo la misma raíz (hormig-) se refieren a cosas diferentes. Su común raíz hace referencia  a ciertas similitudes en la apariencia de aquello que, respectivamente, nombran esas dos palabras, tomando al hormiguero como modelo de referencia. En la forma del hormigón destaca la presencia de miles o millones de cantos de pequeño y similar tamaño, inmersos en una masa viscosa, básicamente compuesta de arena, agua y cal, que sirve de pegamento, otorgando al conjunto su consistencia y  resistencia. Sin duda que fue la similitud de esta apariencia formal, entre cantos y hormigas, lo que llevó al uso de una raíz común y que ésta es la razón por la que hormigón viene de hormiguero.

 

Ultrasocialidad

En 1810 Pierre Huber publicó la “Historia de las hormigas”, un libro que cambió el curso de la ciencia que estudia a estos insectos sociales. En el ambiente científico fue recibido con escepticismo y sorpresa, porque en su contenido narraba hechos y comportamientos complejos, insospechados en una especie tan aparentemente simple como la de las hormigas: esclavismo, pastoreo de pulgones, lenguaje antenal, arquitectura de los nidos, fundación de colonias... Charles Darwin quedó fascinado con estos hallazgos, que utilizó profusamente en su “Origen de las especies” para explicar la evolución del instinto. Poco a poco, muchos naturalistas desarrollaron y confirmaron las observaciones de Huber, descritas con un estilo sencillo y profundamente original. Convertido en clásico, a pesar de sus más de dos siglos, este libro conserva la frescura y emoción de un observador extraordinario.

A día de hoy, es un hecho cierto que recurrimos con frecuencia a comparar la organización de la vida en las grandes ciudades con la de un hormiguero. Asociamos la imagen de una gran urbe a la de un hormiguero y sin duda que lo hacemos porque deducimos algún tipo de semejanza entre estas dos formas de organización social, a pesar de la enormes diferencias entre ambas especies, humanos y hormigas. A esa característica común, buena parte de antropólogos y entomólogos le han dado el nombre de  ultrasocialidad, si bien con interpretaciones muy diferentes y hasta contradictorias, debido a que se trata de una palabra que puede ser empleada para describir conceptos bien distintos, aunque en su sentido más ampliamente aceptado se refiere a "sociedades complejas, caracterizadas por su común dedicación a la agricultura, por haber adoptado una división del trabajo muy especializada y desarrollada a gran escala", según criterio de economistas como Jhon Gowdy y Lisi Krall, que me parece acertado. Así dicho puede sorprendernos esta afirmación sobre la común dedicación a la agricultura de humanos y hormigas, pero a nada que se indague resulta bien obvio: las sociedades humanas no se concentraron en grandes ciudades antes del radical cambio evolutivo provocado por el desarrollo de la agricultura dando comienzo a esa una nueva edad que llamamos Neolítico”. Por su parte, las hormigas se dedican a cultivar hongos, cortan y cosechan hojas con las que alimentan a sus huertos de hongos, que a su vez les sirven de alimento. Por eso fueron consideradas autorreferentes y muy expansivas. Mientras siga teniendo hojas que cortar, la colonia seguirá expandiéndose. Constituyen su propio sistema, su dinámica está cercada al mundo exterior y por eso decimos que ese sistema es autorreferente.

Tanto humanos como hormigas son así “extraordinariamente eficaces en su conquista social de la Tierra”, como dice Edward Osborne Wilson (biólogo especializado en las hormigas); ambas son especies ultrasociales, conclusión que a este autor le lleva a una reinterpretación darwinista de la sociobiología, en su pretensión de descubrir los fundamentos biológicos del comportamiento social, que igual valdría para hormigas que para humanos. Se trata de un pensamiento que sugiere la posibilidad científica de extrapolar a la vida humana los resultados de la biología evolutiva, a fin de demostrar su tesis sobre la continuidad entre la general conducta animal y la concreta y específica conducta humana. En congruencia con tal pensamiento, E. O. Wilson define la sociobiología como “el estudio sistemático de las bases biológicas de todo comportamiento social”.

Siguiendo esta interpretación, la inteligencia propiamente humana, eso que nos distingue del resto de las especies y que ha originado un sentido “moral” de nuestra existencia como especie social, o no existe o es insignificante y en todo caso es secundaria ante la supremacía de un supuesto imperativo biológico del comportamiento humano, que estaría predeterminado (como en el caso de las hormigas), por dicho imperativo genético.

Este pensamiento niega autonomía al orden de la cultura, que así queda disuelta en la biológico, al atribuir a los genes toda la riqueza y variedad sociocultural del comportamiento humano: “¿Puede la evolución cultural de los valores éticos superiores ganar impulso y dirección propios y reemplazar completamente la evolución genética? Creo que no. Los genes sostienen a la cultura al extremo de una correa. La correa es muy larga, pero los valores inevitables se limitarán de acuerdo con sus efectos en el banco genético humano” ( E.O. Wilson. Sobre la naturaleza humana. 1983).

Al comportamiento altruista este biólogo lo pone en relación con el egoísmo genético y claramente a favor de éste, con base en un incuestionable (por “científico”) mecanismo biológico, por el que el ADN tiende a perpetuarse. Así se pregunta: ¿cómo podría desarrollarse por selección natural un comportamiento como el altruista que, por definición, merma el éxito individual?

Para la sociobiología, la selección natural elimina los dispositivos menos eficaces y determina tanto la fisiología como el comportamiento. Pero, de esta forma – como indica en su crítica R. Chauvin – la selección debería de desembocar prácticamente en la perfección. Conclusión que, sin embargo, no responde a la realidad. La sociobiología en su versión de genetismo radical distingue así entre bien nacidos, con su correcto genoma, y mal nacidos, con genoma defectuoso, que bien podrían ser eliminados o, cuando menos, manipulado su genoma a fin de corregirlo. De todos modos, según las leyes de la evolución, estos últimos estarían llamados a desaparecer porque lo trascendente para la evolución sería la supervivencia de los genes más complejos, sofisticados y fuertes.

The Selfish Gene” es el sugerente título del libro de Richard Dawkins, (Kenia, 1941) publicado en 1976 y traducido en castellano como “El gen egoísta: las bases biológicas de nuestra conducta”. Su teoría establece que los agentes sobre los que opera la evolución son los genes, no los individuos. Así, la gallina no es otra cosa que el medio del que se sirven  los huevos para reproducirse. Basta sustituir gallina por humano y queda explicada su teoría, básicamente eugenista, con la que resuelve toda posible duda acerca de la dirección que sigue la evolución en general y la humana en particular, como el racismo, el conflicto entre generaciones, el instinto agresivo, la guerra entre generaciones y sexos, hasta el altruismo o la lucha de clases. Los organismos son, según Dawkins, las máquinas de supervivencia de los genes, cuya herencia en la reproducción sexual les convierte en los auténticos responsables de proporcionar ventajas reproductivas para el individuo-organismo al que pertenezcan, siendo los más fuertes aquellos mejor adaptados al medio, que tenderán a ser heredados por un número de individuos-organismos cada vez mayor.

De paso, en ese mismo libro Dawkins introdujo el concepto de “meme” análogo al de “gen”: el meme como agente responsable de la transmisión cultural en la especie humana y sujeto por tanto a las mismas reglas evolutivas del gen egoísta. Así pues, Dawkins considera al ser humano como una máquina para la supervivencia, un robot preparado para la conservación de esas moléculas egoístas llamadas “genes".

La genética interpretada en sentido determinista, como hace la sociobiología, conduce al reduccionismo inhumanista, donde el sujeto de la evolución deja de ser el individuo, sustituido por el gen.  E.O. Wilson considera que el ser humano, incluido su cerebro, está determinado enteramente por la genética, hasta el punto que el mismo tabú del incesto responde sólo a un imperativo genético: al hecho de que el apareamiento entre consanguíneos produce pérdida de capacidad genética.

A pesar de estos malos inicios, cierto es que la genética ha dejado de tener características exclusivamente racistas, pasando a ocuparse de aplicaciones preventivas y terapéuticas, pero el ideario eugenista subyacente ha seguido prosperando gracias a la procreación artificial, con el diagnóstico preimplantatario y la selección de donantes de gametos. El investigador francés Jacques Testart, pionero de los trabajos de investigación sobre inseminación artificial y procreación asistida, abandonó por razones “éticas” el campo de investigación que pretende determinar el sexo del embrión humano congelado, pasando a reclamar el control social sobre las técnicas de procreación artificial, a fin de evitar su deriva eugenista, aplicable tanto a la procreación de individuos genéticamente “convenientes”, como a la eliminación de los “sobrantes”.

 

Por otra parte, las grandes urbes son el modelo propio del orden social hoy dominante, responden al imaginario de la modernidad industrial-burguesa, responden a su modelo de “progreso” y no es por casualidad que nos sugiera una clara analogía entre el superorganismo de la megaurbe y el de un “hormiguero”, que así nos parece "humano".

A estas alturas, quien ésto lea ya habrá observado que lo que aquí trato de dirimir es la disyuntiva ontológica entre modos radicalmente diferentes de entender “eso” que pueda ser el sujeto de la evolución de nuestra especie, lo que somos: ¿un gen-meme, una hormiga-persona, un superorganismo urbano?


El hormigón está armado, ¿y vosotros?”

(grafiti francés de los años 70)

Sin que haya relación etimológica entre hormiguero y hormigón, inmediatamente nos asalta una forma de relación: el hormigón (armado) es el material por excelencia con el que se construyen las megaurbes contemporáneas. Es importante la diferencia que justifica el anterior paréntesis, porque siendo el hormigón un material bien tradicional y bien antiguo, el hormigón armado (con esqueleto de acero) es un material constructivo completamente “moderno” que muy pronto inauguró su propio «imperialismo», con pretensión de convertirse en una especie de «material universal».

Anselm Jappe (1962) es un filósofo alemán que enseña filosofía en Italia, es teórico de la «nueva crítica del valor», autor de muchos libros, entre los que llamó mi atención uno dedicado al hormigón: “Hormigón. Arma de construcción masiva del capitalismo”, que vino a sugerirme esta relación, digamos entre filosófica y política, entre el hormiguero y el hormigón. En este raro libro, decía cosas como éstas: “Durante las primeras décadas de su utilización, el hormigón armado se empleaba en las construcciones públicas, en las obras de ingeniería civil y en las viviendas para las clases populares que el Estado francés empezó a construir en 1867 (primer proyecto de viviendas sociales, en París). Solo se aceptó muy lentamente en las casas burguesas, en las que se aplicaba sobre todo en las partes menos visibles. El hormigón era «cosa de pobres» debido a su escaso coste y a su utilización en las construcciones de bloques en masa. Los elementos más conservadores de la burguesía siguieron juzgándolo sospechoso durante mucho tiempo a causa de su carácter «interclasista». A la inversa, que las clases populares acabasen hacinadas cada vez más en construcciones de hormigón generaba dentro de la izquierda la convicción de que había algo de «proletario» y  «progresista» en dicho material. El higienismo, que los promotores del hormigón reivindicaban tan a menudo, y cuyos beneficiarios serían las clases populares, penetraba igualmente en las ideologías de las  izquierdas. En los años veinte, los gobiernos locales socialdemócratas de Alemania y los Países Bajos recurrieron al hormigón en el marco de vastos programas de construcciones públicas. Hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, el hormigón armado siguió siendo un material entre otros, ni siquiera los rascacielos lo necesitaban en realidad. El Empire State Building, concluido en 1931 y que hasta 1972 seguiría siendo el edificio más alto del mundo, está compuesto por un armazón metálico recubierto de materiales (sobre todo, ladrillos, piedra y hormigón no armado) que lo protegen contra el fuego. Vale la pena señalar también que los chalés suburbanos de entreguerras, cuya construcción tenía como objetivo permitir el acceso a la propiedad de las capas de trabajadores más acomodadas, se hicieron con piedra, porque los nuevos propietarios querían casas «de verdad», como las de los burgueses”.


Entender el pasado ayuda a la comprensión del presente, a la predicción del futuro y, lo más importante, a inventarlo


La fuerza de trabajo, el modo de trabajo y los medios de producción materiales componen lo que Karl Marx denominó “las fuerzas productivas”. Alcanzado un determinado nivel de desarrollo, estas fuerzas entran en contradicción con las relaciones de producción hegemónicas que, básicamente son relacciones de propiedad y dominación. Sucede así porque las fuerzas de producción progresan continuamente. La industrialización genera nuevas fuerzas productivas que a su vez chocan con las relaciones de propiedad y dominación, de matriz feudal. Esto conduce a crisis sociales que impulsan y promueven un cambio en las relaciones de producción. En teoría esta contradicción se supera con la lucha y victoria de la clase proletaria sobre la clase burguesa, dominante y propietaria, una victoria que habría de concluir en un orden social comunista. Pero esta predicción falla estrepitosamente, lo sabemos ahora, porque ignora su propio error de partida consistente en atribuir y reconocer la intrínseca dinámica, expansiva y permanente, de las fuerzas productivas (capitalismo). Desde tamaño error, el capitalismo es insuperable, por ser determinante para el progreso social y por tanto para el triunfo del "socialismo". Este error no puede ser más evidente, como hemos podido comprobar  repasando la historia de los dos últimos siglos, los de las ideologías "modernas" (liberales y socialistas),  y a pesar de todas las revoluciones acaecidas en este tiempo.

Y porque es así, ni desde la óptica liberal ni desde la marxista resulta posible, ya no comprender, sino ver tan solo, la reciente mutación del capitalismo, eso que  llamamos "neoliberalismo". Desde esas ideologías no puede verse la metamorfosis que está operando  el sistema capitalista, resulta invisible su perfil actual y por tanto, se explica la desorientación y confusión generalizada de las organizaciones políticas herederas del pensamiento burgués, liberal o socialista.  Con todo eso, me atrevo a aventurar que  de haber vivido esta mutación del capitalismo, Marx  hubiera corregido su error, lo que no han sabido hacer sus fieles seguidores "marxistas".

No ha sido el comunismo lo que está eliminando la explotación de una clase trabajadora que ahora se autoexplota, eso lo ha hecho el capitalismo mutado en neoliberalismo o capitalismo tecnológico-financiero, que ha mutado su tradicional sistema productivo hacia modos postindustriales e inmateriales, convirtiendo a todo trabajador en empresario de sí mismo y consumidor universal, con todos los ingredientes que ayudan a construir un individuo medio “nuevo” y “conveniente”, amo y esclavo al tiempo, un esquizofrénico individuo que nunca se creyó tan igual ni tan libre, incluso en estado de precariedad sistémica, incluso como habitante del llamado tercer mundo. Esta revolución negativa no es imputable al comunismo “progresista y moderno”, ha sido producida por el nuevo capitalismo, pero cierto es que "el error" comunista no sólo no lo ha  impedido, sino que lo ha favorecido (digámoslo benévolamente) "sin quererlo”. 


Interrogante final, con añadida pretensión de moraleja 

¿Para qué sirven los huevos si desaparece la gallina?...

Más temprano que tarde, todo Estado-Hormiguero deviene en alguna forma científico-biológica y eugenésica de fascismo:  “nada contra el Estado, nada fuera del Estado, todo dentro del Estado” (según la mejor definición de fascismo, debida a su propio fundador, un tal Benito Mussolini).

 

PD: Y no deja de sorprenderme la persistente imputación de "materialismo" referida al orden social hoy dominante. Sorprendente y paradójico cuando hoy no puede ser más evidente su acelerada deriva  hacia la digitalización o descorporeización de las  relaciones sociales,  el inequívoco proyecto de las élites dirigentes que consiste en sustituir la corporeidad por la virtualidad, la natural inteligencia humana por otra forma de inteligencia, una artificial, de diseño tecnológico. 

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