lunes, 2 de agosto de 2021

DE LA TIERRA Y EL CONOCIMIENTO, LA OTRA GLOBALIZACIÓN POSIBLE

 

 

La globalización que vivimos parece conducirnos directamente a la extinción de nuestra especie; y si todavía no lo pensamos, al menos lo intuimos en este momento histórico de máxima alerta, respecto de un presente que nos lleva a barruntar futuros extremadamente inciertos. Para acostumbrarnos a la idea de un más que probable colapso, ya hace unos años que está en marcha una intensa y universal campaña de la industria cinematográfica, dedicada a contarnos cientos de historias sobre grandes desastres naturales, incluidas pandemias e inavasiones extraterrestres, historias de supervivencia extrema en medio de todo tipo de desastres apocalípticos, historias que sirven para familiarizarnos con la idea del colapso.

Supongo que a estas alturas de los tiempos no hay necesidad de explicar que estamos en una globalización desplegada en torno al más primario de nuestros instintos, el de supervivencia individual, naturalmente dirigido a lograr las mejores condiciones de supervivencia individual mediante la acumulación de propiedad y el máximo consumo de energía. Hoy contamos con la perspectiva histórica suficiente, que nos permite situar el inicio de esta mentalidad acumuladora en ese día inugural de la era neolítica en que alguien dijo “esta tierra es exclusivamente mía”. 

Si entendemos la evolución humana solo en una única dirección lineal, si cada época histórica significara necesariamente un salto de progreso respecto a cada época precedente, esa lógica lineal nos llevará a creer que nuestra especie experimentó un gran avance evolutivo al dejar atrás el comunitarismo tribal y nómada propio de la era precedente, la paleolítica. Pero los procesos evolutivos, aunque sigan la línea histórica del paso del tiempo, pienso yo que no siguen lógicas tan simples ni tan lineales. Lo sabemos por nuestra propia experiencia vital: no siempre los presentes que vivimos son mejores que los pasados, lo que nos lleva a pensar con fundamento empírico que los futuros posibles no serán, necesariamente, mejores que los actuales tiempos. Y si cierto es que no podemos situar el inicio del capitalismo en aquella remota época, sí podemos afirmar que entonces quedaron sentadas las condiciones que harían posible su desarrollo posterior: los derechos de propiedad y herencia, de patriarcado y esclavismo...y el aparato estatal, origen de los primeros imperios y de su colosal desarrollo militar, para la apropiación colonial-esclavista de nuevas tierras y poblaciones.

Renegar de nuestra condición animal nos ha llevado a la presuntuosa creencia de haber logrado inteligencia superior y suficiente para soñar una existencia humana al margen de las leyes que rigen al resto de las especies. Hemos llegado a creer que era posible el manejo a conveniencia de las demás especies al servicio de la nuestra; y muy pronto, esta ideología no tardaría en extenderse para esclavizar a individuos de la propia especie. Incluso hemos llegado a creer que podíamos superar los límites de la materia, que la ley de la entropía no iba con nosotros, que no nos concernía aunque supiéramos que rige el curso del Universo. Lo hemos llegado a creer sin cálculo de su alcance real, ni de su continua expansión, que según vamos sabiendo alcanza mucho más allá del mínimo horizonte que tenemos a la vista en este pequeño planeta que habitamos, y más allá de todas las distancias imaginables en términos de espacio y tiempo. La misma técnica que nos hiciera humanos y nos distinguiera entre las especies animales, con sus espectaculares logros nos hizo creer en un mágico poder tecnológico, que nos permitiría superar todos los límites de la Naturaleza y hasta el poder antes atribuido  a los dioses.

Pero no, el futuro estará condicionado, pero no necesariamente está predeterminado; no al menos mientras no demos por perdida la posibilidad de un cambio de rumbo, de una básica rebeldía frente al poder de las élites que a estas alturas de los siglos han logrado concentrar y acumular para sí la propiedad de la Tierra y del Conocimiento humano. Y que lo han hecho con tal éxito que les ha permitido imponer un regimen global y totalitario, de pura heteronomía, tan normalizado que nos cuesta llamarlo por su nombre vulgar, “capitalismo”...y es comprensible esta dificultad, porque, ¿cómo llamar capitalista a un presunto enemigo con el que compartimos un mismo pensamiento neolítico, acumulador, propietarista, patriarcal y consumista?

Las élites que gobiernan el mundo no abrigan ninguna duda sobre la continuidad de la especie humana, se las ve convencidas de ser ellas su garantía. Siempre pensaron que los pueblos son chusma, una suma de individuos que, por su condición de débiles o imbéciles, o por su mala suerte, naturalmente conforman una masa amorfa y autodestructiva. Nunca antes pudieron siquiera soñar esas élites con deshacerse de la chusma, por su utilidad como esclavos o asalariados a su servicio, ¡qué hubiera sido de sus propiedades y gobiernos, sin el trabajo de esa chusma a lo largo de los estatales siglos! Pero hoy sí, hoy han empezado a acariciar ese sueño, ahora que el trabajo humano empieza a ser obsoleto y perfectamente prescindible gracias a la tecnología, igual en los campos que en las fábricas y oficinas del mundo. 

Calculan que todavía queda un tiempo por delante en que, si no como trabajadores, sí necesitan todavía a la chusma como consumidores, pero no toda, solo aquella parte que pueda seguir comprando sus mercancías, que con tanta gente sin trabajo, los estados no alcanzarán a repartir otra cosa que mínimos ingresos vitales, lo que ya denominan rentas básicas o de supervivencia. Saben que eso conlleva un gran riesgo de frustración consumista generalizada, con seguridad seguida de inevitables olas de malestar social y grandes revueltas por todas partes. Tan es así, que ya han previsto la aparición de grandes masas de chalecos amarillos y por eso se han dado tanta prisa en imprimir un acelerón preventivo, a fin de neutralizar esas intenciones de la chusma; tendrán que hacerlo cuanto antes y, a ser posible, sin levantar grandes sospechas.

Me sería bien fácil decir que van a deshacerse de la gente sobrante, provocando un par de pandemias seguidas. Y aunque ésto es tecnológicamente posible y no sea del todo descartable, pienso que no lo harán tan evidente, que optarán por una estrategia más difusa, bien camuflada entre un montón de causas múltiples: guerras comerciales, hambrunas, proliferación simultánea de enfermedades incurables, forzadas emigraciones masivas, climáticas, económicas o políticas y, tal como ensayaron muchas otras veces, una sucesión de pequeñas guerras locales. Todo ello formando parte de una agenda mundial impresentable -y oculta por tanto- obviamente dirigida a recuperar el equilibrio financiero perdido.

Es en este contexto en el que entiendo la perfección de su estrategia de Transición recién desplegada, tan hábilmente titulada “Pacto Verde” y tan bien pintada de colores igualitarios: de género, ecológicos, tecnológicos y hasta de patrióticos colores. Así, las víctimas, como las de cualquier guerra, asumirán como propia la culpa de la derrota, o la achacarán a su mala suerte, pero nunca la endosarán a los generales de su propio ejército ni, menos aún, a los desconocidos funcionarios que les alistaron en esas guerras. Yo tengo una visión del inmediato futuro que explicaré sencillamente a sabiendas de la inmensa complejidad implícita. Sólo caben dos opciones: seguir el curso de los acontecimientos, arrastrando el culo por el tobogán que traemos, o un salto social y comunitario, para intentar la vida en tierra firme. Las dos conllevan riesgo, sí, pero así es la vida. La tercera vía, la del ruego a la virgencita (“que me quede como estoy”), de sobra sabemos que no funciona.

La Tierra nos remite a nuestra condición animal y el Conocimiento humano a nuestra naturaleza de especie social. Dejar la Tierra y el Conocimiento en propiedad de las élites les ha regalado el poder de dominación global que hoy tienen, con resultado catastrófico que solo ahora empezamos a vislumbrar. Su pretensión de virtud siempre fue puro cinismo corporativo, propio de gobernantes y propietarios, una pretensión siempre totalitaria y con igual resultado, sea con malos o con buenos modales. Podemos darle todas las vueltas que queramos, pero no queda otra salida que una revolución integral y glocal, radicalmente ética y ecológica, asumiendo que la globalización es tan irreversible como lo es la tecnología o la vida en las ciudades, que lo posible es darle la vuelta: relocalizar la producción y el control de la tecnología para dedicarla a las verdaderas necesidades humanas, reducir el consumo a niveles del equilibrio metabólico, desurbanizar y democratizar la convivencia igual en campos que en ciudades, haciéndose responsable cada comunidad de su propia autosuficiencia, con ayuda mutua e intercambio solidario de la producción excedente. O más de lo mismo, pero mucho peor...no queda otra, que podría comenzar con un Pacto del Común por la abolición de los derechos de propiedad sobre los bienes comunales, empezando por los universales: la Tierra y el Conocimiento.

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