domingo, 15 de agosto de 2021

SOBRE LA MODA (?) PALEOLÍTICA

 

 

Los hombres pueden ser tan provincianos en el tiempo como en el espacio. Podemos preguntarnos si la mentalidad científica del mundo moderno no es un ejemplo de tal limitación provinciana. (Alfred North Whitehead, 1861-1947)

 

El término hermenéutica expresaba originalmente la comprensión y explicación de una sentencia oscura y enigmática de los dioses u oráculo, que precisaba una interpretación correcta. Ya en el siglo XX, Martin Heidegger, en su análisis de la comprensión, afirmaba que, cualquiera que sea, presenta una estructura circular: toda interpretación, para producir comprensión, debe ya tener comprendido lo que va a interpretar”. El sociólogo Max Weber se ocupó también del desarrollo de este concepto.

Heidegger afirmaba que “existir es comprender”, con lo que la cuestión deja de estar centrada en la interpretación para estarlo en la comprensión: “un modo de ser-en-el-mundo más directo, no mediado, mucho más complejo que un simple modo de conocer”. Sostuvo la necesidad de una “hermenéutica especial de la empatía”, que disolviera el “problema de las otras mentes”, situando este problema en el contexto del relacionarse humano. Su hermenéutica de la facticidad se convierte en una filosofía que identifica la verdad con una interpretación situada históricamente. La interpretación de textos siempre revela algo acerca del contexto social en el cual se escribieron, por lo que la hermenéutica es considerada la escuela de pensamiento opuesta al positivismo, corriente que limita la validez del método científico solo a lo verificable empíricamente, que defiende como única forma válida de conocimiento.

Recientemente (2016), Henryk Skolimowski, en su libro “La mente participativa” se preguntaba: ¿Qué papel juega la mente en la construcción de la realidad? ¿Existe una verdad absoluta y verificable, o bien, como apuntó Kant y la física cuántica parece constatar, las verdades dependen de las percepciones, la sensibilidad y las facultades cognitivas de la mente humana?

Habitamos un tiempo  que parece un lugar, un sitio convulso en el que algo que considerábamos estable sólo lo es en su apariencia, lo que nos produce un sentimiento contradictorio, entre la fe tecnológica y la incertidumbre ontológica, algo así como lo que dicen sentir quienes habitan territorios sometidos a frecuentes y periódicos movimientos sísmicos. 

Hay quienes entienden este tiempo como “gozne”,  lugar-momento que define una simetría, visagra entre dos eras y dos concepciones opuestas de la realidad, un lugar y tiempo de metamorfosis en la percepción y en el conocimiento o ciencia, del cosmos y de la naturaleza (eso que hoy llamamos “el planeta”), sin certeza alguna sobre el modo en que suceden las relaciones entre individuo, especie, planeta y cosmos; ni entre pasado, presente y futuro, si como un simple Todo, de natural permanente y estable, si como un complejo y caótico proceso de relaciones conflictivas entre las partes.

Hay una ciencia que sigue la herencia de Newton, buscadora de seguridades, de explicaciones a partir de certezas absolutas y cuantificables estadísticamente, es decir, matematizables. Y otra ciencia que, sin negar la valía del legado de Newton, a partir de los recientes avances de la Física ha empezado a vislumbrar una realidad distinta, que intenta explicar no condicionada al deseo de un orden armónico y estable (que sería solo aparente e ilusorio), sino como inestabilidad constituyente, un desequilibrio que sería creativo por sí mismo.

Si trasladamos esta diferencia a nuestra cotidiana experiencia vital, observamos sustanciales diferencias de actitud: entre conformismo sumiso que en todo cambio aprecia peligro de inestabilidad, e inconformismo rebelde que aprecia la creatividad como oportunidad que proviene del cambio.



Eminentes científicos, como Ilya Prigogen y John W. Whitehead, hicieron el camino desde la lógica matemática a la filosofía de la ciencia, un camino todavía no asimilado por la ciencia dominante. Estos y otros muchos empezaron a vislumbrar que la vida no se atiene a las matemáticas. Su imprevisibilidad y complejidad, junto a la irreversibilidad del tiempo, escapan al idealismo matemático y determinista basado en leyes estables y exactas. Como dice Juan Arnau, “la espontaneidad, la sorpresa y el asombro del vivir se encuentran muy lejos de la armonía y perfección matemática”. Siendo maravillosas, las matemáticas son abstractas, cuantitativas e incoloras, mientras la vida es otra cosa, a menudo imperfecta, luminosa, oscura, al tiempo deslumbrante e imperfecta. El mismo Arnau dice algo que me parece trascendente: que Newton redujo el color a un número (ángulo de refracción) y que al hacerlo, como el alquimista que siempre quiso ser, permutó lo cualitativo por lo cuantitativo y que en esta operación está la clave que explica el estado de crisis continuada, multidimiensional y sistémica, del mundo moderno.

La ilustrada edad moderna redujo la naturaleza a su parte inanimada y con la revolución industrial impulsó la colonización y explotación indiscriminada de la Tierra, con el resultado que hoy percibimos como alarmante pérdida de biodiversidad, agotamiento energético, riesgos biológicos y climáticos, demografía y emigraciones desbocadas...un mundo que mucho tiene que ver con la mentalidad propietaria y gobernante estrenada en el neolítico; pero también con la revolución científica que propulsara Newton y la Física matemática en el siglo XVIII, que todavía monopoliza la explicación del mundo, afectando al resto de las ciencias y en especial a la biología, resistente a su observación por la filosofía y por el resto de las ciencias que se ocupan de la vida.

Para la Mecánica Clásica el tiempo guarda una asombrosa simetría hacia el pasado igual que hacia el futuro, es decir, que se puede calcular la posición y trayectoria de cualquier móvil, ya sea hacia el pasado o bien predecir su ubicación en el futuro. Sin embargo, en la experiencia cotidiana, observamos que para el ser humano esta simetría no existe y que la complejidad de las causas de sus actos producen tantas variables que es imposible seguir la línea del tiempo hacia atrás o proyectarla a futuro.  

Prigogine, autor de la teoría del Caos, lo explica así: “Guiado por el instinto, me fui interesando por la termodinámica, un campo de la ciencia donde se manifiesta la “flecha del tiempo”, y que en la época en que comencé mi trabajo como investigador no era un área de la física que gozara de gran predilección entre los científicos”. 

Esta concepción del tiempo es la de su irreversibilidad. Esta disparidad entre el tiempo de la física clásica y el tiempo de la existencia llamó fuertemente la atención de Prigogine, quien consideró que esta dislocación ha sido, en cierta manera, causante del “olvido del hombre” por la ley natural, colocado al margen de unas leyes que no pueden aplicarse a un ser tan impredecible. Hoy sabemos que la evolución termodinámica genera tanto orden como desorden. No hay necesidad de contraponer una explicación "científica" del tiempo a la comprensión que del tiempo tenemos en la común y cotidiana experiencia humana, por la que sabemos que el tiempo avanza y no tiene marcha atrás.


Recientemente he escrito sobre el Neolítico como era no superada y que incluye a esta modernidad tardía en la que estamos, a la que también denominamos postmodernidad, seguramente porque no encontrando la forma de superarla, nos vemos obligados a convenir una forzada prórroga.

Me basaba en una hipótesis que me sigue pareciendo válida: del Neolítico proceden todos los componentes, los más importantes, que definen las modernas sociedades contemporáneas, a las que en su conjunto percibimos como “sistema mundo” moderno, por haber alcanzado contextualización e interdependencia de alcance global. Me refiero a componentes que no son solo ideas, sino hechos sobre todo, instituciones que en esta hora de la globalización continúan, de facto, condicionando el devenir humano en forma más totalitaria que nunca antes y en modo conveniente a la reproducción de un orden "estable" o “estado” a cargo de las élites propietarias, clase dominante cuyo “derecho de propiedad” incluyó, desde el principio, un asociado “derecho de gobierno”, sobre la naturaleza y sobre sus habitantes “otros”. Así fueron “naturalizados” unos derechos de propiedad y de gobierno, impuestos sobre unos previos y naturales bienes comunales universales, Tierra y Conocimiento.

En concreto me refiero a derechos puramente neolíticos, como los de “presura” (apropiación o propiedad de la tierra) y de herencia; y, por supuesto, me refiero a las instituciones derivadas de esos derechos previamente establecidos: patriarcado, esclavitud, mercado...instituciones reunidas en una, el Estado, institución neolítica por excelencia.No digo que haya relación directa de causa-efecto entre Propiedad y  Estado, digo que es su condición necesaria, al igual que la herencia y el patriarcado desde antíguo, y el capitalismo desde hace tres siglos (que, por cierto, no es por casualidad que tenga la misma edad del Estado moderno).

En la modernidad tardía no puede ser más palpable la persistente huella de aquellas instituciones constituyentes del Estado desde sus orígenes: 

-En la situación de las mujeres, que siguen siendo la primera clase esclava, progresivamente “igualadas” en grado de esclavitud a los hombres asalariados, moderna calificación de la esclavitud.

-En el sistema productivo capitalista, basado en la acumulación-concentración de capital y en su mercantil sistema distributivo basado en la mano automática -presumiblemente “inocente”- del mercado.

-En la organización política “democrática”, con base clasista y jerárquica en todas sus variantes estatales -monarquías, repúblicas, dictaduras-, todas totalitarias, con solo diferencias de grado. 

-Podemos verlo en el criterio extractivo y depredador de las economías “nacionales”, que priorizan el beneficio en modo exclusivamente privado, siempre con intención “recaudatoria y contable” ...que, en definitiva, componen un conjunto imposible de explicar sin la existencia estructural del Estado, que no por casualidad es compendio de todos esos elementos que, perfeccionados en su operativa, son constituyentes inequívocos del actual Estado Moderno, del que cabe pensar, razonablemente, que no es sino la moderna actualización de aquel embrionario Estado neolítico que iniciaran las élites sacerdotales y militares de hace unos siete mil años.

Deducir que con esta afirmación estoy defendiendo un regreso a la era preestatal del Paleolítico, como supuesta “Arcadia feliz”, es un truco dialéctico que no se sostiene. Mejor dicho, que solo se sostiene desde una interpretación puramente ideológica, propia de las ideologías que comparten el mismo pensamiento moderno: liberalismos, proletarismos y fascismos. Así, unos podrán decir que “cualquier tiempo pasado siempre fue mejor” y otros que “siempre será mejor cualquier tiempo futuro”. Dirán lo uno y lo otro y lo argumentarán convenientemente con tal de que encaje en su previo mapa ideológico.

Pienso que ésto es debido a un sesgo de su común método de conocimiento, racional, sí, no digo que no, pero falsamente materialista, acostumbrado a imaginar la realidad mediante su representación ideológica, mediante “mapas” o ideas, sin tener en cuenta la verdad objetiva que resulta del roce directo entre sujeto y objeto, relación que además de compleja es cambiante, conflictiva, relativa y deducible a partir de la experiencia humana directa. Caminar con el auxilio de un mapa está bien siempre que se tenga en cuenta que el mapa es solo una referencia, no más que una imagen o realidad “gráfica” que no deberíamos confundir con la realidad misma del terreno, al que el mapa o idea “solo” representan. Es erróneo, a mi entender, el calificativo de “materialismo histórico” atribuido a una ideología marxista fundada sobre un determinismo idealista, según el cual, “necesariamente” el Estado y el Mercado constituyen la fase previa de una futura sociedad “ideal”, que será primero socialista-con-Estado y finalmente comunista-sin-Estado. La verdad histórica no puede ser más evidente, más material, más concreta, ni más compleja... ni más contraria a tal idealismo abstracto. ¿Con ésto quiero decir que son mejores el liberalismo o el fascismo? No, a no ser que se insista en el mismo truco dialéctico. ¿Entonces, está definitivamente atascada la evolución de las ciencias sociales, ya no cabe pensar un paradigma nuevo, superador del modernizado paradigma neolitico?, ¿es que la presura o apropiación de lo común, como el gobierno a cargo de la clase social dominante, son hechos irreversibles como el tiempo, son ya para siempre?

No es cierto que esté de moda el Paleolítico. Lo que sí es moda neoliberal es decirlo, a sabiendas de que es moda solo entre la facción desesperada de neocomunistas, neoanarquistas y neorruralistas nostálgicos de un imaginario paraíso de la abundancia y la felicidad, que sitúan en un Paleolítico supuestamente comunista. Dicen ésto los neoliberales como estrategia comunicativa, propagandística, buscando solo el desprestigio indiscriminado de toda oposición a su moderno Estado neolítico. La única novedad es que ahora lo hacen con una estrategia bien calculada, con un novedoso modo liberal-eco-socialista-feminista, una especie de renovación del viejo “contrato social”, ahora basado en un pacto “verde” e “igualitario”, buscando relegitimar al mismo Estado de siempre.Ya trabajan en ese nuevo formato nacional-mercantil-global. Los proletarismos, básicamente occidentales, apesadumbrados por sus antecedentes históricos repletos de fracasos, esperan sentados a que exploten las contradicciones liberales, a que despierten las adormiladas conciencias de clase, para su “definitivo” asalto al Estado. Y los fascistas, orientales y occidentales, están igualmente al acecho, esperando su nueva oportunidad, que esperan habrá de venir del presumible fracaso de liberales y proletaristas.

¿Dónde, entonces, encontraremos posibilidad de cambio real, que no sea solo esperanza, quienes pensamos en la necesidad de alumbrar un paradigma nuevo, superador de las nefastas consecuencias del paradigma originado en el Neolítico? Pienso que pudiera haber alguna posibilidad a condición de que buena parte del proletarismo dejara de actuar como sistema paliativo de la modernidad liberal-estatal-capitalista y, en definitiva, si dejaran de actuar como tapón profiláctico, condón que reduce al mínimo la posibilidad de alumbrar una nueva era postneolítica: ni propietarista, ni patriarcal, ni colonial, ni esclavista, ni capitalista, ni depredadora, ni, por tanto, estatalista. Convencerlos es parte principal de la estrategia revolucionaria, sería ganar casi la mitad de la batalla que hay por delante. 

Todavía hay muchos “progresistas” que, con nostalgia, ven al Estado en retirada, como dicen (pero no hacen) los neoliberales; que no ven la responsabilidad del mercado capitalista y del Estado en la globalización de los problemas energéticos, climáticos, sanitarios...que ven en esta globalización la oportunidad de conformar espacios de entendimiento y cooperación entre los mercados y los estados nacionales; creen que las emergencias ambientales y energéticas - y hasta la pandemia- están acelerando este entendimiento y que todo apunta a un orden mundial de tinte tecnoecológico, incluso igualitario y hasta feminista. No quieren ver la lucha a muerte que mantienen los Estados entre sí, tan patente en los nacionalismos emergentes y en las guerras comerciales desatadas entre bloques estatales, de naturaleza inequívocamente imperial y colonial, que pugnan por hacerse con la mayor cuota del mercado global, y no precisamente por el entendimiento y el bien de la humanidad.

De ahí la necesidad de un nuevo pensamiento y proyecto revolucionario, cuya condición necesaria sea la de partir de un nuevo marco científico, superador del caduco paradigma matemático propio de la modernidad neolítica: este batiburrillo ideológico, comercial y guerrero que entre sí se traen los neoliberalismos, neoproletarismos y neofascismos, defensores todos de la herencia histórica de aquel remoto Neolítico. Estoy hablando de una transición opuesta a la del Neolítico respecto del Paleolítico, pero no menos revolucionaria. 

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