domingo, 18 de julio de 2021

SUMERIA

A estas alturas de la evolución humana habitamos un superpoblado mundo industrial y muy moderno, pero lo hacemos bajo las mismas pautas neolíticas que cuando vivíamos en el despoblado mundo “antíguo” de hace unos pocos miles de años. La realidad profunda de esta evolución no puede ser más nimia, por muy espectacular que se presente el progreso, como "avance" en su forma tecnológica.
La apropiación de la Tierra, que hoy nos parece tan natural, significó una revolución trascendental en la antigüedad, como a buen seguro será trascendental, aún más, cuando pasemos del derecho de apropiación de la Tierra al derecho de uso, en el próximo futuro.
No podemos decir que este modo de evolución fuera un error de la especie, no cuando las condiciones de partida eran otras bien distintas, las de un mundo inmenso, abundante y despoblado. En las condiciones actuales y a la vista de las consecuencias de ese modo neolítico de pensar y actuar, sí podemos deducir que seguir viviendo como si nada hubiera cambiado en el transcurso de estos miles de años, sí es un error cuyas consecuencias son ya catastróficas en el presente y lo serán aún más en un inmediato futuro.
A la apropiación privada de la tierra fértil le siguió la colonización de nuevas tierras, habitadas por otras tribus; y a las necesidades de esta primera colonización respondía la “necesidad” de poseer trabajadores para esas tierras, de esclavizar a los pueblos sometidos, la “necesidad” del patriarcado y del derecho de herencia, y hasta la “necesidad” del Estado. Podríamos verlo hoy como secuencia “lógica” del desarrollo histórico, cuando la conciencia de especie era algo entonces inexistente y solo primaba un básico instinto de supervivencia individual y tribal, heredado de nuestros antecesores, los cazadores paleolíticos, y aunque dicho instinto estuviera vinculado a la supervivencia colectiva de la comunidad tribal.

Con el paso de no mucho tiempo, de estas comunidades preestatales surgirán esas novedosas organizaciones políticas que identificamos hoy con el término " Estado", así escrito, con mayúscula. Será una organización a cargo de las élites, primero religiosas, a las que se irán agregando las integradas por grandes propietarios de la tierra y expertos en las artes de caza y militares, que irán ampliando el significado y tamaño de la comunidad hasta el formato que hoy conocemos como “comunidades nacionales”, tras pasar no menos de seis mil años desde la fecha inicial de aquellos primeros Estados sumerios, del Neolítico, en la región del Creciente Fértil.

 

Me resulta incomprensible que tantas personas eruditas, dotadas de gran inteligencia y gran conocimiento científico, piensen hoy con idéntica lógica a la empleada por aquellos individuos protagonistas de la primitiva civilización surgida en Sumeria, la “tierra de Súmer”. Y, más aún, me resulta incomprensible cómo han podido convencer a la mayoría de la especie humana de que esa lógica es la mejor y la única posible, ¡me parece un milagro del marketing!...sin duda que utilizan una lógica basada en principios, ideologías y métodos muy eficientes, que me propongo averiguar, porque intuyo que en ese intento está en juego lo que, al menos yo, entiendo como “sentido común” de la vida.
Resulta que recientemente este “sentido común” ha empezado a ser “sentido de especie”, como reacción a la abrumadora dimensión global de las amenazas que se ciernen sobre nuestro tiempo; es un sentido que nunca antes pudo darse, y menos aún en aquel inmenso mundo antíguo, que hacía pensar en una abundancia ilimitada y en un futuro inacabable, donde las catástrofes eran naturales y las enfermedades eran desgracias enviadas por los dioses en justo castigo, por lo que había que sufrirlas resignadamente. Por eso que el vértigo que hoy sentimos ante un futuro que sabemos limitado, me parezca similar al experimentado por los primeros humanos cuando adquirieron conciencia de la muerte, que les provocó la necesidad de imaginar una prórroga de la vida en otra dimensión, más allá de este mundo.
¿Habrá mutado, de religiosa a tecnológica, la creencia en una prórroga para la efímera vida humana?, ¿acaso no se parece mucho esa fe a la de los adictos al fútbol, no es similar a su esperanza de ganar siempre el partido, aunque fuera por penaltis, en caso de agotar la prórroga sin resultado positivo?...pues algo parecido debe estar sucediendo ahora. No cabe otra explicación para quien no se conforme con cualquier supuesto, con tal de que encaje en esa explicación.
Siempre nos salvará alguien, siempre aparecerá un redentor de la humanidad, siempre esperaremos un mesías o un soberano, siempre sucederá una resurrección o un milagro tecnológico que, in extremis, opere la multiplicación del pan y los peces, la apertura de un paso entre las aguas de los océanos, siempre habrá un sanador que haga ver a los ciegos, andar a los tullidos y curar a los infectados por la peste...pero sucede que ahora tenemos una certeza completamente nueva, ahora resulta que “siempre” ha empezado a tener un límite, y que éste lo presentimos muy cercano, como aliento en el cogote.
Sin embargo, durante los tres últimos siglos, el capitalismo nos ha acostumbrado a creer que llegados al límite, toda catástrofe significa una oportunidad de inversión y negocio, de acumulación de capital y renovación del sistema, como Ave Fenix; baste repasar los periodos de posguerra, el desmoronamientto de la URSS, el después de un tsunami, cualquier gran incendio o inundación, o una peste.
Si la degradación a la que hemos llegado, de la tierra y de la vida humana, ha alcanzado su límite, si tuvo fecha de inicio en aquel Neolítico fértil, ello no significa que para su arreglo tengamos necesariamente que regresar al momento cero, ¡qué absurda locura, una masa de casi nueve mil millones de individuos situados en un mundo vacío, en aquel paraíso!... no, la próxima revolución, la ahora necesaria, tendrá que ser de otro modo, a no ser que sigamos pensando que hay negocio en el cambio climático, en la carencia de recursos naturales, en la pérdida de biodiversidad o en las próximas pandemias.
Miro a mi alrededor y lo que veo son varios mundos, la mayoría de ellos decadentes y empobrecidos, pero que solo piensan en formar parte del nuestro, el que más brilla,  el neolítico primer mundo, esta civilización  surgida en Sumeria a la que todos esos mundos quieren llegar.   

Me maravilla el  mágico poder reproductivo de la mentalidad “propietaria” original y  su antigüedad de  no menos de sesenta siglos. Me maravilla su poder de convicción y contagio, de su esperanzada fe científico-tecnológica, más confiada en  la industria farmacéutica que en llevar una vida sana y convivencial, más en dejar la vida propia al criterio de un soberano que al acuerdo mutuo entre iguales y más fiada en curar que en prevenir.

 

¡Hay que ver cómo arruinaron los liberales su hermosa teoría de la libertad, cuando tomaron por principio el derecho a la apropiación  de la Tierra común!, cuando tenían la mejor explicación de la libertad, que solo puede ser individual-en-común (pero individual al cabo), porque sólo los individuos tienen la facultad de pensar y actuar, no las colectividades y menos las masas, que no pueden pensar y actuar sino como abstracciones  y, por tanto, solo como ideas. No es de extrañar las consecuencias de ese mayúsculo pecado liberal original, por el que la libertad se hizo cuantificable y proporcional, a la propiedad y al poder de cada individuo, que siempre devendrá en asocial, por muy pinturera que sea su teoría, profusamente grabada en las constituciones estatales, como en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Tanto es así, que hasta los anarquistas se volvieron locos: un día dijeron que la propiedad es un robo y al siguiente dijeron que la propiedad de la Tierra es para el que la trabaja.
No es de extrañar la confluencia a la que han llegado, con el tiempo, aquellos individualistas liberales y sus opuestos colectivistas (socialistas, comunistas y anarquistas); a todos les gusta la "libre" propiedad, sea privada o estatal, todos se reclaman titulares de la libertad. Todos se volvieron locos al probar las mieles de la propiedad y sentir el poder que proporcionaba esa “libertad”. Ya no se conformaban con usar la Tierra, necesitaban su propiedad individual o colectiva, y así se vieron obligados a concentrar a las gentes en grandes masas, para crear mercados, luego Estados, ejércitos y leyes con los que proteger la “nueva democracia” ilustrada, liberal y propietaria. Y aquí nos vemos hoy, en este presunto final de los tiempos, habitando todavía el mismo país de Sumeria, en el Neolítico de siempre, pero con Internet.
No andaba descaminado Alexis de Tocqueville cuando decía: “Del siglo XVIII y la Revolución, como de una fuente común, brotan como dos ríos: el primero conducía a los hombres hacia las instituciones libres, mientras que el segundo los llevaba al poder absoluto”. Tenía razón, pero solo en parte cuando se refería a la revolución francesa, de la que surgirían las ideologías de la modernidad burguesa e ilustrada, liberalismo y socialismo, con sus respectivas derivaciones, en teoría individualistas unas y colectivistas los otras, pero todas fieles a los remotos principios de la revolución neolítica, la última y verdadera revolución integral y global. Todo  por no pasar de ser más de lo mismo aquella revolución ilustrada. Y si no, repasemos también qué cambió de principal  la revolución francesa y la posterior modernidad ilustrada, si las clases sociales siguieron siendo las mismas de los siglos precedentes: dos, la de los propietarios de la Tierra y la del resto desposeído.
El juego dialéctico sabemos que da para mucho, incluso para ahormar la razón y encajarla a conveniencia de cada discurso; de ello nadie está libre y eso les debió de suceder a individualistas y colectivistas, que tomaron direcciones aparentemente opuestas partiendo de la misma mentalidad burguesa...o mejor, digamos mentalidad propietaria, porque todos eran igualmente burgueses, habitantes de las mismas ciudades o burgos, donde las clases se juntaban, propietarios y desposeídos.

 

Recordemos que antes de la vía chino-comunista al capitalismo, hubo allí mismo una gran revolución cultural y proletaria; y que poco tiempo después asistimos al derrumbe de la proletaria revolución soviética, que dejara a casi todo el “mundo libre” en manos del individualismo liberal, de aquellos gobernantes que tanto denostaban al Estado colectivista, pero que compartían, sin saberlo, su misma mentalidad propietaria y corporativa, estatal al cabo, solo que a su modo financiero-mercantil-empresarial.
Y ahí permanecieron, como hacía más de seis mil años: el mismo derecho de propiedad y de herencia, de mercantilización de la Tierra y del trabajo humano, el mismo patriarcado, los mismos mercados y Estados, con sus mismas leyes y sus mismos ejércitos; eso sí, algo más aggiornados y complejos en apariencia, pero con la misma mentalidad propietaria de los primeros estados sumerios.

 

Y por ahí andan, todavía, los restos del naufragio de todas aquellas  revoluciones aparentes que nos precedieron, desgajados y confusos, desarmados y cautivos de sus propias contradicciones, sumidos en su propio rumiar de tiempos pasados, como almas en pena, deambulando por Cuba, Corea, Venezuela...todavía afiliados a movimientos, partidos y sindicatos “neorrevolucionarios”, reciclando sus viejas pancartas, reclamando subvenciones, créditos y rentas universales a las instituciones centrales del capitalismo global. Con la asunción de su derrota le dijeron al mundo que no había otra historia posible, ningún futuro que no fuera desarrollista y estatal, que ningún progreso es siquiera imaginable más allá del mejor capitalismo, el progresista, decorado de humanismo, democracia liberal y economía social de mercado. Se trataba de superar las viejas desaveniencias, pero manteniendo el tipo.

 

Soy consciente de que quienes ésto lean pueden pensar que es un relato bien simplón, pero ¿a que se me entiende? Y para simplón-simplón, el sistema neolítico dominante y, sin embargo, veáse su éxito, que dura miles de años, a partir de un principio-eslogan tan simplón como éste: “Tú Chita y yo Tarzán”.
Ha dejado de impresionarme su aparente complejidad, exagerada en tomos y tomos de literatura filosófica y de tratados científicos. Que levante la mano quien crea que este sistema será capaz de arreglar lo que ha venido destrozando durante siglos y milenios, ahora arrepentido y de repente reconvertido a ecologista y benefactor altruista de la humanidad. Yo no levanto la mano. Pienso que es chatarra mental la mayor parte de lo que nos enseñaron en las escuelas, universidades y lugares de trabajo; y no es que ya no nos sirva, es que tenemos urgente necesidad de olvidarlo, para remirar el mundo y comprenderlo de nuevo.

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