SUMERIA
A
estas alturas de la evolución humana habitamos un superpoblado
mundo industrial y muy moderno, pero lo hacemos bajo las mismas
pautas neolíticas que cuando vivíamos en el despoblado mundo
“antíguo” de hace unos pocos miles de años. La realidad
profunda de esta evolución no puede ser más nimia, por muy
espectacular que se presente el progreso, como "avance" en su forma tecnológica.
La
apropiación de la Tierra, que hoy nos parece tan natural,
significó una revolución trascendental en la antigüedad, como a
buen seguro será trascendental, aún más, cuando pasemos del derecho de
apropiación de la Tierra al derecho de uso, en el próximo futuro.
No
podemos decir que este modo de evolución fuera un error de la
especie, no cuando las condiciones de partida eran otras bien
distintas, las de un mundo inmenso, abundante y despoblado. En las
condiciones actuales y a la vista de las consecuencias de ese modo
neolítico de pensar y actuar, sí podemos deducir que seguir
viviendo como si nada hubiera cambiado en el transcurso de estos
miles de años, sí es un error cuyas consecuencias son ya
catastróficas en el presente y lo serán aún más en un inmediato futuro.
A
la apropiación privada de la tierra fértil le siguió la
colonización de nuevas tierras, habitadas por otras tribus; y a las
necesidades de esta primera colonización respondía la “necesidad”
de poseer trabajadores para esas tierras, de esclavizar a los pueblos sometidos, la “necesidad” del
patriarcado y del derecho de herencia, y hasta la “necesidad” del
Estado. Podríamos verlo hoy como secuencia “lógica” del
desarrollo histórico, cuando la conciencia de especie era algo
entonces inexistente y solo primaba un básico instinto de
supervivencia individual y tribal, heredado de nuestros antecesores,
los cazadores paleolíticos, y aunque dicho instinto estuviera
vinculado a la supervivencia colectiva de la comunidad tribal.
Con
el paso de no mucho tiempo, de estas comunidades preestatales
surgirán esas novedosas organizaciones políticas que identificamos
hoy con el término " Estado", así escrito, con mayúscula. Será una
organización a cargo de las élites, primero religiosas, a las que
se irán agregando las integradas por grandes propietarios de la tierra y expertos en las artes de caza y militares, que irán ampliando el significado y
tamaño de la comunidad hasta el formato que hoy conocemos como
“comunidades nacionales”, tras pasar no menos de seis mil años desde la
fecha inicial de aquellos primeros Estados sumerios, del Neolítico,
en la región del Creciente Fértil.
Me
resulta incomprensible que tantas personas eruditas, dotadas de gran
inteligencia y gran conocimiento científico, piensen hoy con idéntica lógica a la empleada por aquellos individuos protagonistas de la
primitiva civilización surgida en Sumeria, la “tierra de Súmer”.
Y, más aún, me resulta incomprensible cómo han podido convencer a
la mayoría de la especie humana de que esa lógica es la mejor y la
única posible, ¡me parece un milagro del marketing!...sin duda que
utilizan una lógica basada en principios, ideologías y métodos
muy eficientes, que me propongo averiguar, porque intuyo que en ese
intento está en juego lo que, al menos yo, entiendo como “sentido
común” de la vida.
Resulta
que recientemente este “sentido común” ha empezado a ser
“sentido de especie”, como reacción a la abrumadora dimensión global de las
amenazas que se ciernen sobre nuestro tiempo; es un sentido que nunca antes
pudo darse, y menos aún en aquel inmenso mundo antíguo, que hacía
pensar en una abundancia ilimitada y en un futuro inacabable, donde
las catástrofes eran naturales y las enfermedades eran desgracias
enviadas por los dioses en justo castigo, por lo que había que sufrirlas resignadamente. Por eso que el
vértigo que hoy sentimos ante un futuro que sabemos limitado, me
parezca similar al experimentado por los primeros humanos cuando
adquirieron conciencia de la muerte, que les provocó la necesidad
de imaginar una prórroga de la vida en otra dimensión, más allá
de este mundo.
¿Habrá
mutado, de religiosa a tecnológica, la creencia en una prórroga
para la efímera vida humana?, ¿acaso no se parece mucho esa fe a la
de los adictos al fútbol, no es similar a su esperanza de ganar
siempre el partido, aunque fuera por penaltis, en caso de agotar la
prórroga sin resultado positivo?...pues algo parecido debe estar sucediendo ahora. No cabe
otra explicación para quien no se conforme con cualquier supuesto,
con tal de que encaje en esa explicación.
Siempre
nos salvará alguien, siempre aparecerá un redentor de la humanidad,
siempre esperaremos un mesías o un soberano, siempre sucederá una
resurrección o un milagro tecnológico que, in extremis, opere la
multiplicación del pan y los peces, la apertura de un paso entre las
aguas de los océanos, siempre habrá un sanador que haga ver a los
ciegos, andar a los tullidos y curar a los infectados por la
peste...pero sucede que ahora tenemos una certeza completamente
nueva, ahora resulta que “siempre” ha empezado a tener un límite, y que éste lo
presentimos muy cercano, como aliento en el cogote.
Sin
embargo, durante los tres últimos siglos, el capitalismo nos ha
acostumbrado a creer que llegados al límite, toda catástrofe
significa una oportunidad de inversión y negocio, de acumulación de
capital y renovación del sistema, como Ave Fenix; baste repasar los
periodos de posguerra, el desmoronamientto de la URSS, el después
de un tsunami, cualquier gran incendio o inundación, o una peste.
Si
la degradación a la que hemos llegado, de la tierra y de la vida
humana, ha alcanzado su límite, si tuvo fecha de inicio en aquel
Neolítico fértil, ello no significa que para su arreglo tengamos necesariamente
que regresar al momento cero, ¡qué absurda locura, una masa de
casi nueve mil millones de individuos situados en un mundo vacío, en aquel
paraíso!... no, la próxima revolución, la ahora necesaria, tendrá
que ser de otro modo, a no ser que sigamos pensando que hay negocio
en el cambio climático, en la carencia de recursos naturales, en la
pérdida de biodiversidad o en las próximas pandemias.
Miro
a mi alrededor y lo que veo son varios mundos, la mayoría de ellos
decadentes y empobrecidos, pero que solo piensan en formar parte del
nuestro, el que más brilla, el neolítico primer mundo, esta civilización
surgida en Sumeria a la que todos esos mundos quieren llegar.
Me
maravilla el mágico poder reproductivo de la mentalidad “propietaria”
original y su antigüedad de no menos de sesenta siglos. Me
maravilla su poder de convicción y contagio, de su esperanzada fe
científico-tecnológica, más confiada en la industria
farmacéutica que en llevar una vida sana y convivencial, más en
dejar la vida propia al criterio de un soberano que al acuerdo mutuo
entre iguales y más fiada en curar que en prevenir.
¡Hay que ver cómo
arruinaron los liberales su hermosa teoría de la libertad, cuando
tomaron por principio el derecho a la apropiación de la
Tierra común!, cuando tenían la mejor explicación de la libertad, que solo puede ser individual-en-común (pero individual al cabo), porque
sólo los individuos tienen la facultad de pensar y actuar, no las
colectividades y menos las masas, que no pueden pensar y actuar sino como
abstracciones y, por tanto, solo como ideas. No es de extrañar
las consecuencias de ese mayúsculo pecado liberal original, por el que la
libertad se hizo cuantificable y proporcional, a la propiedad y al poder de
cada individuo, que siempre devendrá en asocial, por muy pinturera
que sea su teoría, profusamente grabada en las constituciones
estatales, como en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Tanto es así, que hasta los anarquistas se volvieron locos: un día
dijeron que la propiedad es un robo y al siguiente dijeron que la propiedad
de la Tierra es para el que la trabaja.
No
es de extrañar la confluencia a la que han llegado, con el tiempo,
aquellos individualistas liberales y sus opuestos colectivistas
(socialistas, comunistas y anarquistas); a todos les gusta la
"libre" propiedad, sea privada o estatal, todos se reclaman titulares de la
libertad. Todos se volvieron locos al probar las mieles de la
propiedad y sentir el poder que proporcionaba esa “libertad”. Ya
no se conformaban con usar la Tierra, necesitaban su propiedad
individual o colectiva, y así se vieron obligados a concentrar a las
gentes en grandes masas, para crear mercados, luego Estados, ejércitos
y leyes con los que proteger la “nueva democracia” ilustrada,
liberal y propietaria. Y aquí nos vemos hoy, en este presunto
final de los tiempos, habitando todavía el mismo país de Sumeria,
en el Neolítico de siempre, pero con Internet.
No
andaba descaminado Alexis de Tocqueville cuando decía: “Del
siglo XVIII y la Revolución, como de una fuente común, brotan como
dos ríos: el primero conducía a los hombres hacia las instituciones
libres, mientras que el segundo los llevaba al poder absoluto”.
Tenía razón, pero solo en parte cuando se refería a la revolución
francesa, de la que surgirían las ideologías de la modernidad
burguesa e ilustrada, liberalismo y socialismo, con sus respectivas
derivaciones, en teoría individualistas unas y colectivistas los
otras, pero todas fieles a los remotos principios de la revolución
neolítica, la última y verdadera revolución integral y global. Todo por
no pasar de ser más de lo mismo aquella revolución ilustrada. Y si no, repasemos
también qué cambió de principal la revolución francesa y la
posterior modernidad ilustrada, si las clases sociales siguieron siendo las
mismas de los siglos precedentes: dos, la de los propietarios de la
Tierra y la del resto desposeído.
El
juego dialéctico sabemos que da para mucho, incluso para ahormar la
razón y encajarla a conveniencia de cada discurso; de ello nadie está libre y eso
les debió de suceder a individualistas y colectivistas, que tomaron
direcciones aparentemente opuestas partiendo de la misma mentalidad
burguesa...o mejor, digamos mentalidad propietaria, porque todos eran
igualmente burgueses, habitantes de las mismas ciudades o burgos,
donde las clases se juntaban, propietarios y desposeídos.
Recordemos
que antes de la vía chino-comunista al capitalismo, hubo allí mismo
una gran revolución cultural y proletaria; y que poco tiempo después
asistimos al derrumbe de la proletaria revolución soviética, que
dejara a casi todo el “mundo libre” en manos del individualismo
liberal, de aquellos gobernantes que tanto denostaban al Estado
colectivista, pero que compartían, sin saberlo, su misma mentalidad
propietaria y corporativa, estatal al cabo, solo que a su modo
financiero-mercantil-empresarial.
Y
ahí permanecieron, como hacía más de seis mil años: el mismo
derecho de propiedad y de herencia, de mercantilización de la Tierra y del trabajo humano, el mismo patriarcado, los mismos
mercados y Estados, con sus mismas leyes y sus mismos ejércitos; eso
sí, algo más aggiornados y complejos en apariencia, pero con la misma mentalidad
propietaria de los primeros estados sumerios.
Y
por ahí andan, todavía, los restos del naufragio de todas aquellas revoluciones aparentes que nos precedieron, desgajados y confusos, desarmados y
cautivos de sus propias contradicciones, sumidos en su propio rumiar
de tiempos pasados, como almas en pena, deambulando por Cuba, Corea,
Venezuela...todavía afiliados a movimientos, partidos y sindicatos
“neorrevolucionarios”, reciclando sus viejas pancartas, reclamando
subvenciones, créditos y rentas universales a las instituciones
centrales del capitalismo global. Con la asunción de su derrota le
dijeron al mundo que no había otra historia posible, ningún futuro
que no fuera desarrollista y estatal, que ningún progreso es
siquiera imaginable más allá del mejor capitalismo, el progresista,
decorado de humanismo, democracia liberal y economía social de
mercado. Se trataba de superar las viejas desaveniencias, pero
manteniendo el tipo.
Soy
consciente de que quienes ésto lean pueden pensar que es un relato
bien simplón, pero ¿a que se me entiende? Y para
simplón-simplón, el sistema neolítico dominante y, sin embargo,
veáse su éxito, que dura miles de años, a partir de un principio-eslogan tan
simplón como éste: “Tú Chita y yo Tarzán”.
Ha dejado de impresionarme su aparente complejidad, exagerada en tomos y tomos de literatura filosófica y de tratados
científicos. Que levante la mano quien crea que este sistema será
capaz de arreglar lo que ha venido destrozando durante siglos y
milenios, ahora arrepentido y de repente reconvertido a ecologista y
benefactor altruista de la humanidad. Yo no levanto la mano. Pienso
que es chatarra mental la mayor parte de lo que nos enseñaron en las
escuelas, universidades y lugares de trabajo; y no es que ya no nos
sirva, es que tenemos urgente necesidad de olvidarlo, para remirar el
mundo y comprenderlo de nuevo.
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