“Fit for 55” es el paquete legislativo de la UE orientado a alcanzar una reducción, en 2030, del 55% de las emisiones de CO2, tomando como referencia las cantidades de 1990. Se dice en su publicidad que “es un paso significativo y complejo que requiere del máximo compromiso social”. Incluye medidas como la revisión del sistema de comercio de emisiones (ETS), la introducción de mecanismos que graven la entrada en Europa de aquellos productos que tengan mayor huella de carbono que los producidos en los países de la UE y nuevos objetivos nacionales en materia de recorte de emisiones. El paquete “Fit for 55” viene a acelerar el Pacto Verde y aunque la propaganda se centra en el cambio climático, las energías renovables junto al fin de los vehículos de gasolina y diesel en favor del coche eléctrico, ésto no puede ocultar que este primer paquete lo que persigue es potenciar el negocio especulativo en torno a las emisiones de CO2, que se hará a costa de subir los precios del transporte, la calefacción, los alimentos y la construcción fundamentalmente. Este mercado de emisiones atraviesa un momento de pleno éxito especulativo y lo hemos podido comprobar directamente en la factura eléctrica.
Dado que el modelo de comercio internacional no lo pueden cambiar, porque es consustancial al sistema, sucederá que veremos un incremento progresivo, pero brutal, en el precio de los productos relacionados con el transporte, que son casi todos. Estaremos obligados a comprar un coche eléctrico y a pagar nuevos “impuestos verdes”. Y todo ello contribuirá necesariamente al aumento de precio en el conjunto de productos básicos, como los alimentarios. Si sumamos la repercusión de todos esos impactos en nuestras economías domésticas, es fácil calcular que acaben recortando los salarios en una quinta parte al menos -según dicen las previsiones más optimistas- antes del 2030, lo que significa un mayor empobrecimiento de la gente más vulnerable, la que ya vive con bajos salarios o a cargo de la beneficencia de los servicios sociales.
Cierto que el paquete legislativo prevee una ayuda al Fondo Social durante siete años (2025-2032), de 270 mil millones de euros a repartir entre 27 estados, pero eso solo da de media unos 380 millones por año y estado, solo para mantener, mínimamente, los ya precarios sistemas de protección social; y eso sin tener en cuenta el seguro incremento, en millones, de nuevos demandantes de ayuda social, por el efecto acumulado de las anteriores crisis, a lo que hay que añadir los nuevos y ya mencionados efectos del Pacto Verde. Dicen que este Fondo Social servirá para combatir la "pobreza energética”, como si la pobreza actuara por compartimentos.
En todo caso, este Pacto Verde es una apuesta muy arriesgada que hace el capitalismo europeo que, con el antecedente de los chalecos amarillos en Francia, lógico es que se tema una probable reacción popular de grandes dimensiones a escala europea, que pudiera dar al traste con su proyecto, de cumplirse sus peores cálculos. Pero no tiene otra opción que acometerlo, no hay otra salida para este sistema que emprender la huída hacia adelante porque, de salirle bien, significa nada menos que la mayor transferencia de rentas nunca contemplada.
Saben que juegan con fuego, pero solo son conscientes de ello las entidades no democráticas (más aún que la Comisión Europea), que dirigen la inteligencia estratégica del espacio capitalista europeo. Porque ellos si han hecho las cuentas y saben que les urge ganar tiempo antes de que se aproxime el siguiente colapso financiero; tienen que ganar tiempo con toda la esperanza puesta en un milagro tecnológico de última hora, que resuelva a escala global el crucial problema energético, Talón de Aquiles de todo el sistema. Tienen para ello no más de una o dos décadas por delante. Si bien, también les valdría la desaparición de buena parte de la población mundial, sea por causa de las guerras comerciales o militares, de las pandemias o de otras catástrofes más o menos previsibles; o bien por el efecto, no menos letal, de la pobreza, mejor si ello sucede en aquellos países que amenazan con reventar la frontera sur del espacio europeo.
Tienen que hacerlo a pesar del grave riesgo que comportaría una masiva reacción popular y a sabiendas que de ningún modo es un proyecto sostenible. Al hacer las cuentas ya debieron calcular que no quedan en el planeta materias primas suficientes para producir los cientos de miles de parques eólicos y de centrales solares, los miles de millones de vehículos eléctricos que habrán de sustituir al actual parque móvil mundial; imposible de suplir la energía fósil con las energías "limpias" que la economía capitalista necesita para moverse. Sin duda que también han echado cuenta de la inmensa chatarra que quedará cuando se agote el suministro de los metales necesarios, pero tienen que hacerlo sí o sí, para que no se pare la máquina que sostiene y hace andar al conjunto del sistema.
Que cada cual piense lo que quiera al respecto, pero no me digan que la situación no parece diseñada para que surjan conspiranoicos debajo de cada piedra. Pero cuídense también de éstos, que la cosa no está para bobadas, que no se trata de hacer que reviente el sistema (por ganas que le tengamos), arrasándolo todo y a cualquier precio. Consiste en tener y experimentar un diseño alternativo, con un calculado plan de derribo que evite males que pudieran ser mayores que los del propio capitalismo.
Por otra parte, siendo cierto que los informes científicos confirman que el cambio climático contribuye a incrementar el riesgo de fenómenos meteorológicos extremos, de grandes incendios en condiciones de extrema sequía o por aumentar la frecuencia de las inundaciones y ciclones, no es cierto que necesariamente hayan de concluir estas catástrofes con resultado de muertes humanas, ni con la destrucción de ciudades enteras, como ha sucedido días atrás en centroeuropa.
Se sabe que los fenómenos meteorológicos extremos solo pueden vincularse al cambio climático en términos de probabilidad, pero no de directa causalidad. Sí es determinante en el aumento de la probabilidad de catástrofes, pero no puede establecerse una directa relación de causa-efecto. Si acontecen, lo hacen en condiciones locales y concretas, que en la mayoría de los casos coinciden con pésimas políticas urbanísticas, que permiten la construcción especulativa en zonas inundables, o con grandes espacios forestales abandonados, porque dejaron de ser rentables. Casi siempre, es esta nefasta gestión especulativa del medio natural el vector más decisivo entre los que desencadenan todas esas catástrofes. No es, pues, por por el cambio climático, es porque los Estados están más atentos al negocio del Pacto Verde que a prevenir esas catástrofes y preocuparse por las vidas humanas. En la agenda estatal-capitalista este objetivo es secundario, ahora le es más principal la recuperación de los perdidos índices de beneficio y acumulación del capital. Y ésto es, precisamente, lo que esperan del Pacto Verde a través de los muchos y nuevos “nichos” de negocio que se abren con este plan y con su atractivo anzuelo "ecológico" y su fotogénica “transición energética”. En resumidas cuentas: un plan basado estratégicamente en lograr la mayor transferencia de rentas de toda la Historia vía trabajo, consumo e impuestos, y según los cánones tradicionales del capitalismo, osea, como siempre: de abajo hacia arriba.
Así, pues, tengo muy claro que el Pacto Verde no es la solución al cambio climático, ni de nada, y que solo conviene -y solo a muy corto plazo- a la crisis de rentabilidad y acumulación del capitalismo global y de sus sucursales nacionales. El sistema ha llegado a su límite y, si incluso diéramos por buenos algunos de sus logros, habría que derribarlo de todas maneras, porque es definitivamente insostenible. Lo sabe y de ahí su peligro, porque le da igual el precio a pagar siempre que lo paguen otros, como por ejemplo, esa inmensa clientela de ingenuos que se han tragado el cuento del buen capitalista arrepentido y reconvertido a la fe ecologista. Sí, sí...
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