lunes, 23 de marzo de 2020

PARA DESPUÉS DE LA PANDEMIA

André Gorz y Dorine Keir


Estoy empleando estos días de confinamiento para leer libros pendientes y releer otros que ahora tengo el sentimiento de que en su momento no leí con suficiente atención. Uno de esos autores pendientes de relectura es André Gorz, periodista y filósofo existencialista y uno de los principales teóricos de la ecología política. André Gorz era austriaco y su verdadero nombre era Gerhart Hirsch. Falleció en 2007, con 84 años de edad, por suicidio conjunto con su compañera Dorine Keir, tras una decisión tomada por mutuo acuerdo. Son muchas las ideas que me interesan de este autor, pero para este momento elijo su reflexión acerca de la pobreza y la miseria, ésta como situación objetiva y aquella como relativa. 

 

Decía André Gorz que la pobreza es esencialmente relativa, que se es pobre en Vietnam cuando se anda descalzo, en China cuando no se tiene bici, en Francia cuando no se tiene coche, y en los EEUU cuando se tiene uno pequeño. Según ésto, ser pobre siginificaría «no tener la capacidad de consumir tanta energía como consume el vecino»: cada uno es el pobre (o rico) de otro. Y, sin embargo, la miseria es objetiva: se está en la miseria cuando no se tienen los medios para satisfacer las necesidades elementales: comer, beber, curarse, tener un techo decente, vestirse. Así como no hay pobres cuando no hay ricos, tampoco puede haber ricos cuando no hay pobres: cuando todo el mundo es «rico» nadie lo es, al igual que sucede cuando todo el mundo es «pobre». 

 

Según conocemos por la historia, la antropología y la arqueología, durante siglos las comunidades campesinas tradicionales  tuvieron muy presente este criterio de relatividad de la pobreza y lo aplicaron a la vida cotidiana mediante normas emanadas de la propia comunidad, orientadas a mantener un equilibrio  interno sustentado en la igualdad media del estatus social y económico de sus miembros, impidiendo con ello que nadie cayera en la miseria y rechazando la ostentación de la riqueza, así como todo comportamiento que pudiera romper ese equilibrio o alterara la convivencia. Por eso que esas comunidades se dotaran de sistemas comunitarios de democracia directa, junto a costumbres de ayuda mutua; y por eso también que le dieran tanta importancia a los trabajos y fiestas colectivas.  

Tengo la convicción de que esta cuestión será central cuando pase esta pandemia del coronavirus, porque tras al miedo accidental que ahora nos asola, seguirá el miedo a la pobreza y a la miseria que asolará a la ya precaria mayoría de la población mundial. Para entonces será determinante del próximo futuro el modo de sentir ambas situaciones -la pobreza y la miseria- que experimente cada individuo y si ese sentimiento es compartido a escala suficientemente masiva como para torcer radicalmente el sistema de dominación que nos ha conducido a este trágico momento de la historia humana, agravado aún más por esta pandemia. No tengo duda de que un nuevo paradigma social eclosionará tras la pandemia, sin que ahora podamos apostar lo más mínimo sobre cuál será su resultante, si hacia la emancipación integral del ser/social/natural o, por el contrario, hacia el fortalecimiento del orden totalitario al que hemos sido acostumbrados durante los últimos siglos

Tengamos en cuenta  que sólo empezamos a tener conciencia del colapso de la civilización capitalista a partir de la década de los años sesenta del pasado siglo y que desde entonces sólo ínfimas  minorías fueron capaces de intuir la deriva autodestructiva que tomaba una idea tecnológica del "progreso" ofertada al individuo/masa  como nueva religión oficial -a mi entender tan falsamente materialista como falsamente religiosa-  que empezara a expandirse como pandemia global desde mucho antes de la civilización capitalista, desde que anidara en nosotros una idea del "ser" individual como entidad separada del Todo (naturaleza o materia). La propia idea "moderna" de religión evidencia ese error evolutivo, una idea  de Trascendencia, superadora y separadora de la materia, de la naturaleza que somos. Una creencia religiosa que nos  aparta más y más de la Naturaleza, hasta culminar en la más calamitosa de todas las creencias religiosas, la individualista y tecnológica al modo capitalista, la que más nos ha alejado del prójimo, de la naturaleza y, en definitiva, de  nuestro propio ser natural. Yo no lo veré, pero pienso que la continuidad de nuestra especie dependerá de cómo resolváis esta trágica confusión aquellos que lo podáis contar en las próximas décadas de este siglo XXI, al que ya hay quien llama "el siglo de la Gran Prueba"...si bien, yo preferiría llamarlo "del reencuentro".

 


 


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