PARA DESPUÉS DE LA PANDEMIA
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André Gorz y Dorine
Keir
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Estoy
empleando
estos días de confinamiento para leer libros pendientes y releer
otros que ahora tengo el sentimiento de
que en
su momento no leí
con suficiente atención. Uno de esos autores pendientes de relectura
es André Gorz, periodista y
filósofo existencialista y uno de los principales teóricos de la
ecología política. André Gorz era austriaco y su verdadero nombre
era Gerhart Hirsch. Falleció en 2007, con
84 años de edad, por
suicidio conjunto con su
compañera Dorine Keir,
tras una decisión tomada por mutuo acuerdo. Son muchas las ideas que
me interesan de este autor,
pero para este momento elijo su reflexión acerca de la pobreza y la
miseria, ésta
como situación objetiva y aquella
como relativa.
Decía
André Gorz que la
pobreza es esencialmente relativa,
que
se es pobre
en Vietnam cuando se anda descalzo, en China cuando no se tiene bici,
en Francia cuando no se tiene coche, y en los EEUU cuando se tiene
uno pequeño. Según
ésto, ser
pobre siginificaría «no tener la capacidad de consumir tanta
energía como consume el vecino»: cada uno es el pobre (o rico) de
otro. Y,
sin embargo, la
miseria es objetiva:
se
está en la miseria cuando no se tienen los medios para satisfacer
las necesidades elementales: comer, beber, curarse, tener un techo
decente, vestirse. Así
como no hay pobres cuando no hay ricos, tampoco puede haber ricos
cuando no hay pobres: cuando todo el mundo es «rico» nadie lo es,
al
igual que sucede
cuando todo el mundo es «pobre».
Según conocemos por la historia, la antropología y la arqueología, durante siglos las comunidades campesinas tradicionales tuvieron muy presente este criterio de relatividad de la pobreza y lo aplicaron a la vida cotidiana mediante normas emanadas de la propia comunidad, orientadas a mantener un equilibrio interno sustentado en la igualdad media del estatus social y económico de sus miembros, impidiendo con ello que nadie cayera en la miseria y rechazando la ostentación de la riqueza, así como todo comportamiento que pudiera romper ese equilibrio o alterara la convivencia. Por eso que esas comunidades se dotaran de sistemas comunitarios de democracia directa, junto a costumbres de ayuda mutua; y por eso también que le dieran tanta importancia a los trabajos y fiestas colectivas.
Tengo
la convicción de que esta cuestión será
central cuando pase esta pandemia del coronavirus, porque tras al miedo
accidental
que
ahora
nos asola, seguirá
el
miedo a la pobreza y
a la miseria que asolará a la ya precaria mayoría de la población
mundial. Para
entonces será determinante
del
próximo futuro el modo de sentir
ambas
situaciones
-la pobreza y la miseria- que
experimente cada individuo y si ese
sentimiento
es compartido
a escala suficientemente masiva como
para torcer radicalmente el sistema de
dominación que nos ha conducido
a
este trágico momento de la historia humana, agravado aún más por esta pandemia.
No tengo duda de que un nuevo paradigma social eclosionará tras
la
pandemia, sin
que ahora
podamos apostar lo más mínimo sobre cuál será su resultante, si hacia la emancipación integral del ser/social/natural o, por el contrario, hacia el fortalecimiento
del orden totalitario al que hemos sido acostumbrados durante
los últimos siglos.
Tengamos en cuenta que sólo empezamos a tener conciencia del colapso de la civilización capitalista a partir de la década de los años sesenta del pasado siglo y que desde entonces sólo ínfimas minorías fueron capaces de intuir la deriva autodestructiva que tomaba una idea tecnológica del "progreso" ofertada al individuo/masa como nueva religión oficial -a mi entender tan falsamente materialista como falsamente religiosa- que empezara a expandirse como pandemia global desde mucho antes de la civilización capitalista, desde que anidara en nosotros una idea del "ser" individual como entidad separada del Todo (naturaleza o materia). La propia idea "moderna" de religión evidencia ese error evolutivo, una idea de Trascendencia, superadora y separadora de la materia, de la naturaleza que somos. Una creencia religiosa que nos aparta más y más de la Naturaleza, hasta culminar en la más calamitosa de todas las creencias religiosas, la individualista y tecnológica al modo capitalista, la que más nos ha alejado del prójimo, de la naturaleza y, en definitiva, de nuestro propio ser natural. Yo no lo veré, pero pienso que la continuidad de nuestra especie dependerá de cómo resolváis esta trágica confusión aquellos que lo podáis contar en las próximas décadas de este siglo XXI, al que ya hay quien llama "el siglo de la Gran Prueba"...si bien, yo preferiría llamarlo "del reencuentro".
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