sábado, 28 de diciembre de 2019

AQUÍ Y EN ROMA

AQUÍ Y EN ROMA

fotografía de Teun Hocks



¿Guardan nuestros pueblos algún secreto, algún tesoro oculto que pueda interesar a los inversores, a quienes hoy dominan el mundo? No si no son rentables. Y menos aún cuando nuestros pequeños o grandes tesoros locales ni siquiera interesan a la inmensa mayoría de los que vivimos en los pueblos. De esos inversores, efectivamente no cabe esperar nada. Sabemos que aquí no pondrán un euro si calculan que no van a sacar al menos dos. El territorio, no la gente que lo habita, es lo único que pudiera interesarles. Sólo aquello que se pueda extraer del territorio para producir "cosas" en los polígonos industriales con destino a las masas consumidoras, concentradas en las grandes ciudades.

La gran ciudad es su modelo, porque allí son menores los costes de distribución. Sólo invertirán en los pueblos si aquí encuentran terreno regalado y grandes subvenciones que compensen suficientemente el incremento de costes. ¿O es que hemos olvidado que los pueblos somos parte del mundo y que éste está organizado exclusivamente con criterio económico, para la obtención de beneficio para los propietarios del mundo, para la acumulación de capital y, en definitiva, para el incremento y concentración del poder que se deriva de esa acumulación? ...pues “eso” se llama “capitalismo” y es muy curioso cómo la pequeña burguesía rural, la que vive para acumular “propiedades”, evita nombrar al bicho. Parece que no quisieran molestarle, que entienda que ellos sólo reclaman  el sobrante, las migajas del negocio capitalista.


De hecho, con la despoblación la pequeña burguesía rural -básicamente funcionarial y rentista- tiene un discurso contradictorio. A ellos la despoblación les conviene y mucho, porque saben que cuantos menos vivamos en los pueblos a más tocan ellos, los únicos que pueden resistir. Es un hecho que desde hace décadas vienen acaparando tierras y, en paralelo, acumulando alcaldías y juntas vecinales, un pequeño poder político que les asegura estar en primera fila del reparto. ¿Es que nadie quiere ver que controlan ya la mayor parte de los recursos locales, pastos, montes, cotos...y que todos ellos se están yendo a vivir a las capitales comarcales o de las provincias, aunque mantengan aquí la fuente de su negocio?. Y los pequeños empresarios autónomos que aquí resisten saben muy bien que sólo pueden sobrevivir si abusan de quienes contratan y de sus clientes. ¿Y no es un secreto a voces que la mayoría de las familias, sean rentistas, funcionarios, empresarios, trabajadores o pensionistas hacen lo mismo, echan a sus hijos de los pueblos para que puedan “prosperar” en las capitales, allí donde capital/dinero y capital/ciudad se confunden?

Aún así, desde los pueblos hay una permanente reclamación a las administraciones, de servicios e infraestructuras. Aquí se sigue creyendo que el Estado es un aparato que funciona por encima de las normas económicas, ajeno a las supremas leyes de acumulación de capital y concentración del poder político. Se ignora que el Estado, la política, es subsidiaria de la economía capitalista y ni quiere ni puede actuar con criterio propio. Es totalmente ilusoria esa creencia en la autonomía de lo político, en su presumible interés público, sólo cabe esperar del Estado un cálculo de inversiones ajustado al balance del sistema económico. Sólo se puede esperar alguna apariencia de sensibilidad por los pueblos del medio rural si su retorno resultara positivo, aunque sólo sea en forma de propaganda para el Estado, y sólo a condición de que las inversiones “públicas” fueran capitalizadas por la facción partidista que controla el poder político-económico en los pueblos.

Hace un tiempo que aquí asistimos a un hervor de la teoría de la repoblación rural mediante la innovación y el emprendimiento, que no es sino un calentón anecdótico y efímero, que el aparato político alimenta con subvenciones y subsidios sólo si nutre a su propia propaganda. Un tente mientras cobro, una engañifa más.

En general, el capitalismo no quiere jaleos que no pueda controlar y por eso necesita del Estado y de todo su aparato institucional para mantener el orden que le permita funcionar sin grandes sobresaltos, pero tiene un problema si la acumulación de capital no da para mantener el mínimo gasto “social” del Estado. Y éste es un problema mayor en las ciudades que en los pueblos. En las ciudades viven unas masas cuya capacidad de resistencia a la precariedad es menor que en los pueblos, habitados por gente menos consumista y más dócil, por lo que las masas urbanas tendrán preferencia en sus reclamaciones al Estado, porque son ellas las que realmente tienen capacidad para desestabilizar al sistema, de cuyo orden es responsable subsidiario todo el entramado institucional del Estado: los partidos políticos, los sindicatos, y desde la más pequeña junta vecinal al más grande de los ayuntamientos, del más pequeño gobierno autonómico al más grande de los ministerios.

Pero el Estado asistencial, soñado y prometido en vano por las facciones “progresistas” del Estado, está en sus últimas. Todo su proyecto se cae por sí solo cuando no hay crecimiento, cuando falla su teoría desarrollista, ahora denominada “del crecimiento ecológico y sostenible”. Y falla, está fallando estrepitosamente, porque esa teoría es un oximorón, un imposible, por la elemental razón de que la Tierra no es plana e interminable, sino redonda y limitada. Hay que repartir y solo hay dos maneras: repartir la precariedad o compartir la abundancia. Mientras nuestras vidas estén sometidas al capitalismo serán ordenadas y controladas por las instituciones estatales, a las que el capitalismo las hará trabajar para mantener el Orden, en el mejor de los casos mediante el reparto “socialista” de la precariedad. Aquí, en un pueblo, como en Roma, una ciudad.

Pero resulta que el beneficio capitalista apenas alcanza hoy para mantenerse a sí mismo y mantener al tiempo las necesidades sociales, de las que se espera se ocupe el Estado con sus impuestos. Bastante tiene éste con poder mantener sus fuerzas del Orden, la ingente nómina de sus funcionarios, de su justicia, de su policía y de su ejército, de todos los que en última instancia depende su supervivencia. El capitalismo, a medida que se ha apropiado de los bienes comunales universales -la tierra y el conocimiento-, lo ha hecho devastando los recursos naturales y explotando al máximo el trabajo humano. Ha necesitado de las máquinas para reducir sus costes de producción e incrementar así la acumulación de capital, pero ha llegado a un límite en que el coste de producción por unidad se aproxima a cero y, sin embargo, el beneficio es mínimo. Un límite en el que los mercados escasean y la merma de ganancia es incompatible con su única finalidad, la acumulación de capital. Colonizado casi todo el mundo y agotándose las materias primas, ya sólo queda extraer beneficio de la economía financiera, de comerciar con dinero o de producir industrialmente chorradas artificiales, nuevos entretenimientos y muchos cachibaches tecnológicos, a condición de producir también su necesidad, generando una demanda previamente inexistente. Y a condición de que esos nuevos productos sean chorradas baratas, competitivas en un mercado mundial que se está convirtiendo rápidamente en un escenario comercial de guerra global, entre facciones y bloques capitalistas.

Como consecuencia, proliferan los repliegues nacionalistas, populistas, pseudofascistas, todos neoliberales, por separado o en un mismo paquete, que vemos reverdecer en estos días, que no son más que una huida del capital nacional hacia sus retaguardias estatales, a los “patrióticos” territorios que consideran propios y más seguros, los de sus genuinas clientelas electorales. A estos capitales nacionales lo que ahora les preocupa especialmente es la falta de liquidez de la banca y la caja de las pensiones, que son su mayor dolor de cabeza. Y para salvar a los bancos han pensado una solución: que éstos entren a gestionar las pensiones a medias con el Estado. Será en la próxima reforma neoliberal, en eso va Francia por delante. Y ante la próxima recesión, ya en ciernes, su previsible último recurso será una renta básica universal, necesariamente insuficiente para atender las necesidades sociales, por lo que sólo cabe pensar un futuro de básica y generalizada precariedad, ¿qué otra cosa esperar para una sociedad desempleada?

De la globalización neoliberal al neofascismo, estatalista, patriótico y populista, sin solución de continuidad. Ese es el tránsito en el que ahora estamos, aquí y en Roma.

La economía capitalista ya no puede crear suficiente empleo, la mayoría de la mano de obra ya no le sirve si no es migrante, muy barata, y aún así sólo a corto plazo. A largo plazo la inmensa mayoría de los trabajadores humanos serán inservibles, totalmente obsoletos y sobrantes en un sistema de producción inevitablemente maquinizado y digitalizado por la propia lógica capitalista. Sólo pueden aspirar a subsidiar malamente el desempleo generalizado. En nuestras envejecidas sociedades, muy pronto el Estado no podrá pagar el crecimiento exponencial de las pensiones, necesita recortarlas sin que lo parezca, necesita imponer un clima de austeridad que haga soportables esos recortes, que no provoquen un estallido social. Necesitan una máxima división social, el máximo aislamiento y enfrentamiento entre individuos, que haga inviable todo intento de organizar la resistencia...y no hablemos de organizar alguna forma de contrapoder. 

Así vemos cómo son excitados los sentimientos primarios de las masas, la proliferación de identitarismos de toda clase, forzados e inducidos desde los aparatos estatales de propaganda: nacionales contra migrantes, machistas contra feministas, veganos contra carnívoros, rurales contra urbanos, animalistas contra cazadores y ganaderos...pensamiento totalitario, xenofobia y racismo generalizados, ruido y más ruido que genere confusión, todo para ocultar y salvar al auténtico responsable de la catástrofe que se avecina. La trampa tendida no puede ser más exitosa, una lucha fratricida entre “víctimas” que no saben de quién lo son, pero que las hace deseantes de Alguien que les resuelva sus respectivas injusticias. Y lo más parecido a eso se lo ofrece el Estado cada cuatro años, una renovada promesa de crecimiento, una permanente lucha de clases  y, en general, una religiosa resignación colectiva. "Porque todas y todos somos Hacienda y todos y todas viajamos en el mismo barco". Y a los más incrédulos siempre les quedará la Ciencia, una esperanza no menos religiosa, en un milagro tecnológico que será capaz de remontar esta crisis, la más global y crítica de todas por las que ha pasado el homo sapiens.

Entonces, con este panoráma apocalíptico, ¿cómo puede ser que algunos humanos aún estemos convencidos de que podremos superar esta crisis? Responderé por mí mismo: porque nos queda la conciencia individual, que es nuestro último reducto de racionalidad y comunidad. No lo digo por fe ni por teoría, no por un forzado optimismo antropologico, sino por propia experiencia y conocimiento de nuestra experiencia histórica. Sé que tardará un tiempo, pero lo hará porque ese individuo que somos es el único que puede hacerlo. ¿Quién, sino ese individuo, el único con conciencia propia -de sí y del mundo que le rodea-, quién sino él puede pensar hoy en un Pacto Universal del Común, que nos devuelva a nuestro esencial arraigo en la Tierra?, ¿quién, sino ese individuo que somos, puede devolvernos el sentido convivencial y comunitario de la vida humana?

Será así porque ese individuo es el único entre todos los seres animados, vivos, que ha logrado ser libre, el único ser libre en un cosmos dominado por la jerárquica ley de la entropía, condenado a la obediencia ciega y a su propia descomposición. El es el único capaz de contradecir esa ley de la fatalidad existencial, que arrastra a toda la materia del cosmos conocido. No podemos esperarlo de ningún otro individuo no humano, de ninguna clase social, ni de ninguna otra forma que adopten las masas, cuyo primario instinto de supervivencia es naturalmente acomodaticio y esencialmente reaccionario. Ese individuo humano no es un dinosaurio que, condenado a la extinción, ni supo ni pudo elegir. El individuo humano es el único ser del cosmos que tiene conocimiento del mundo y conciencia propia, el único que puede elegir entre el bien y el mal, porque puede distinguirlos. Esa es su inmensa carga ética y también su gloria, por eso sé que saldremos de ésta, aquí y en Roma.


















1 comentario:

JORGE dijo...

Brillante articulo,sobre la humanidad,la ciudad y el campo,sobre el despoblamiento y la acumulacion de tierras en manos de unos pocos,acertado analisis que le esta dando y le dara el Estado-Capital ,es evidente que todo es un puro engaño.Ahora le llaman "economia verde" .Simplemente es :subvenciones para la industria con el cuento de la transicion ecologica,pero con nuestro dinero.

Como siempre los "Paganos siempre Pagan".Ese es el papel de la izquierda progresista.Convencernos de que esto esta bien.La "renta universal basica",aunque solo sirva para no morirnos de hambre y podamos seguir consumiendo para salvar al Capitalismo,tambien la pagaremos nosotros con nuestros impuestos.

Estoy de acuerdo con el final del articulo.EL SER HUMANO CON CONCIENCIA ,ESFUERZO Y TIEMPO SALDRA DE ESTE POZO EN QUE NOS HAN METIDO.