AQUÍ Y EN ROMA
¿Guardan
nuestros pueblos algún secreto, algún tesoro oculto que pueda
interesar a los inversores, a quienes hoy dominan el mundo? No si
no son rentables. Y menos aún cuando nuestros pequeños o grandes tesoros
locales ni siquiera interesan a la inmensa mayoría de los que
vivimos en los pueblos. De esos inversores, efectivamente no cabe
esperar nada. Sabemos que aquí no pondrán un euro si calculan que
no van a sacar al menos dos. El territorio, no la gente que lo
habita, es lo único que pudiera interesarles. Sólo aquello que se
pueda extraer del territorio para producir "cosas" en los polígonos
industriales con destino a las masas consumidoras, concentradas en
las grandes ciudades.
La
gran ciudad es su modelo, porque allí son menores los costes de
distribución. Sólo invertirán en los pueblos si aquí encuentran
terreno regalado y grandes subvenciones que compensen suficientemente
el incremento de costes. ¿O es que hemos olvidado que los pueblos
somos parte del mundo y que éste está organizado exclusivamente con
criterio económico, para la obtención de beneficio para los
propietarios del mundo, para la acumulación de capital y, en definitiva, para
el incremento y concentración del poder que se deriva de esa
acumulación? ...pues “eso” se llama “capitalismo”
y es muy curioso cómo la pequeña burguesía rural, la que vive para
acumular “propiedades”, evita nombrar al bicho. Parece que no
quisieran molestarle, que entienda que ellos sólo reclaman el sobrante, las migajas del negocio capitalista.
De
hecho, con la despoblación la pequeña burguesía
rural -básicamente funcionarial y rentista- tiene un discurso
contradictorio. A ellos la despoblación les conviene y mucho, porque
saben que cuantos menos vivamos en los pueblos a más tocan ellos,
los únicos que pueden resistir. Es un hecho que desde hace décadas
vienen acaparando tierras y, en paralelo, acumulando alcaldías y
juntas vecinales, un pequeño poder político que les asegura estar
en primera fila del reparto. ¿Es que nadie quiere ver que controlan
ya la mayor parte de los recursos locales, pastos, montes, cotos...y
que todos ellos se están yendo a vivir a las capitales comarcales o
de las provincias, aunque mantengan aquí la fuente de su negocio?.
Y los pequeños empresarios autónomos que aquí resisten saben muy
bien que sólo pueden sobrevivir si abusan de quienes contratan y de
sus clientes. ¿Y no es un secreto a voces que la mayoría de las
familias, sean rentistas, funcionarios, empresarios, trabajadores o pensionistas
hacen lo mismo, echan a sus hijos de los pueblos para que puedan
“prosperar” en las capitales, allí donde capital/dinero y
capital/ciudad se confunden?
Aún
así, desde los pueblos hay una permanente reclamación a las
administraciones, de servicios e infraestructuras. Aquí se sigue
creyendo que el Estado es un aparato que funciona por encima de las
normas económicas, ajeno a las supremas leyes de acumulación de
capital y concentración del poder político. Se ignora que el
Estado, la política, es subsidiaria de la economía capitalista y ni
quiere ni puede actuar con criterio propio. Es totalmente ilusoria
esa creencia en la autonomía de lo político, en su presumible
interés público, sólo cabe esperar del Estado un cálculo de
inversiones ajustado al balance del sistema económico. Sólo se
puede esperar alguna apariencia de sensibilidad por los pueblos del
medio rural si su retorno resultara positivo, aunque sólo sea en
forma de propaganda para el Estado, y sólo a condición de que las
inversiones “públicas” fueran capitalizadas por la facción
partidista que controla el poder político-económico en los pueblos.
Hace
un tiempo que aquí asistimos a un hervor de la teoría de la
repoblación rural mediante la innovación y el emprendimiento,
que no es sino un calentón anecdótico y efímero, que el aparato
político alimenta con subvenciones y subsidios sólo si nutre a su
propia propaganda. Un tente mientras cobro, una engañifa más.
En
general, el capitalismo no quiere jaleos que no pueda controlar y por
eso necesita del Estado y de todo su aparato institucional para
mantener el orden que le permita funcionar sin grandes sobresaltos, pero
tiene un problema si la acumulación de capital no da para mantener
el mínimo gasto “social” del Estado. Y éste es un problema
mayor en las ciudades que en los pueblos. En las ciudades viven unas
masas cuya capacidad de resistencia a la precariedad es menor que en
los pueblos, habitados por gente menos consumista y más dócil,
por lo que las masas urbanas tendrán preferencia en sus
reclamaciones al Estado, porque son ellas las que realmente tienen
capacidad para desestabilizar al sistema, de cuyo orden es
responsable subsidiario todo el entramado institucional del Estado:
los partidos políticos, los sindicatos, y desde la más pequeña
junta vecinal al más grande de los ayuntamientos, del más pequeño
gobierno autonómico al más grande de los ministerios.
Pero
el Estado asistencial, soñado y prometido en vano por las facciones
“progresistas” del Estado, está en sus últimas. Todo su
proyecto se cae por sí solo cuando no hay crecimiento, cuando falla
su teoría desarrollista, ahora denominada “del crecimiento
ecológico y sostenible”. Y falla, está fallando estrepitosamente,
porque esa teoría es un oximorón, un imposible, por la elemental
razón de que la Tierra no es plana e interminable, sino redonda y
limitada. Hay que repartir y solo hay dos maneras: repartir la
precariedad o compartir la abundancia. Mientras nuestras vidas estén
sometidas al capitalismo serán ordenadas y controladas por las
instituciones estatales, a las que el capitalismo las hará
trabajar para mantener el Orden, en el mejor de los casos mediante el
reparto “socialista” de la precariedad. Aquí, en un pueblo, como
en Roma, una ciudad.
Pero
resulta que el beneficio capitalista apenas alcanza hoy para
mantenerse a sí mismo y mantener al tiempo las necesidades sociales,
de las que se espera se ocupe el Estado con sus impuestos. Bastante tiene éste con
poder mantener sus fuerzas del Orden, la ingente nómina de sus funcionarios, de su justicia,
de su policía y de su ejército, de todos los que en última instancia depende
su supervivencia. El capitalismo, a medida que se ha apropiado de
los bienes comunales universales -la tierra y el conocimiento-, lo ha
hecho devastando los recursos naturales y explotando al máximo el
trabajo humano. Ha necesitado de las máquinas para reducir sus
costes de producción e incrementar así la acumulación de capital,
pero ha llegado a un límite en que el coste de producción por unidad se aproxima a cero y, sin embargo, el beneficio es mínimo. Un límite en el que
los mercados escasean y la merma de ganancia es incompatible con su
única finalidad, la acumulación de capital. Colonizado casi todo el
mundo y agotándose las materias primas, ya sólo queda extraer
beneficio de la economía financiera, de comerciar con dinero o de producir industrialmente chorradas
artificiales, nuevos entretenimientos y muchos cachibaches
tecnológicos, a condición de producir también su necesidad, generando una
demanda previamente inexistente. Y a condición de que esos nuevos
productos sean chorradas baratas, competitivas en un mercado mundial
que se está convirtiendo rápidamente en un escenario comercial
de guerra global, entre facciones y bloques capitalistas.
Como
consecuencia, proliferan los repliegues nacionalistas, populistas,
pseudofascistas, todos neoliberales, por separado o en un mismo paquete, que vemos
reverdecer en estos días, que no son más que una huida del capital
nacional hacia sus retaguardias estatales, a los “patrióticos”
territorios que consideran propios y más seguros, los de sus
genuinas clientelas electorales. A estos capitales nacionales lo que ahora les
preocupa especialmente es la falta de liquidez de la banca y la caja de
las pensiones, que son su mayor dolor de cabeza. Y para salvar a los
bancos han pensado una solución: que éstos entren a gestionar las
pensiones a medias con el Estado. Será en la próxima reforma
neoliberal, en eso va Francia por delante. Y ante la próxima
recesión, ya en ciernes, su previsible último recurso será una
renta básica universal, necesariamente insuficiente para atender
las necesidades sociales, por lo que sólo cabe pensar un futuro de
básica y generalizada precariedad, ¿qué otra cosa esperar para
una sociedad desempleada?
De
la globalización neoliberal al neofascismo, estatalista, patriótico
y populista, sin solución de continuidad. Ese es el tránsito en el
que ahora estamos, aquí y en Roma.
La
economía capitalista ya no puede crear suficiente empleo, la mayoría
de la mano de obra ya no le sirve si no es migrante, muy barata, y
aún así sólo a corto plazo. A largo plazo la inmensa mayoría de
los trabajadores humanos serán inservibles, totalmente obsoletos y
sobrantes en un sistema de producción inevitablemente maquinizado y
digitalizado por la propia lógica capitalista. Sólo pueden aspirar
a subsidiar malamente el desempleo generalizado. En nuestras
envejecidas sociedades, muy pronto el Estado no podrá pagar el crecimiento
exponencial de las pensiones, necesita recortarlas sin que lo
parezca, necesita imponer un clima de austeridad que haga
soportables esos recortes, que no provoquen un estallido social.
Necesitan una máxima división social, el máximo aislamiento y
enfrentamiento entre individuos, que haga inviable todo intento de
organizar la resistencia...y no hablemos de organizar alguna forma
de contrapoder.
Así vemos cómo son excitados los sentimientos
primarios de las masas, la proliferación de identitarismos de toda
clase, forzados e inducidos desde los aparatos estatales de
propaganda: nacionales contra migrantes, machistas contra feministas,
veganos contra carnívoros, rurales contra urbanos, animalistas
contra cazadores y ganaderos...pensamiento totalitario, xenofobia y
racismo generalizados, ruido y más ruido que genere confusión, todo
para ocultar y salvar al auténtico responsable de la catástrofe
que se avecina. La trampa tendida no puede ser más exitosa, una
lucha fratricida entre “víctimas” que no saben de quién lo son,
pero que las hace deseantes de Alguien que les resuelva sus
respectivas injusticias. Y lo más parecido a eso se lo ofrece el
Estado cada cuatro años, una renovada promesa de crecimiento, una permanente lucha de clases y, en general, una religiosa resignación colectiva. "Porque todas y todos somos Hacienda y todos y todas viajamos en el
mismo barco". Y a los más incrédulos siempre les quedará la Ciencia, una
esperanza no menos religiosa, en un milagro tecnológico que será
capaz de remontar esta crisis, la más global y crítica de todas por
las que ha pasado el homo sapiens.
Entonces,
con este panoráma apocalíptico, ¿cómo puede ser que algunos
humanos aún estemos convencidos de que podremos superar esta crisis?
Responderé por mí mismo: porque nos queda la conciencia individual, que es nuestro último reducto de racionalidad y
comunidad. No lo digo por fe ni por teoría, no
por un forzado optimismo antropologico, sino por propia experiencia
y conocimiento de nuestra experiencia histórica. Sé que tardará un tiempo,
pero lo hará porque ese individuo que somos es el único que puede hacerlo. ¿Quién, sino
ese individuo, el único con conciencia propia -de sí y del mundo
que le rodea-, quién sino él puede pensar hoy en un Pacto Universal
del Común, que nos devuelva a nuestro esencial arraigo en la
Tierra?, ¿quién, sino ese individuo que somos, puede devolvernos el
sentido convivencial y comunitario de la vida humana?
Será
así porque ese individuo es el único entre todos los seres
animados, vivos, que ha logrado ser
libre, el único ser libre en un cosmos dominado por la jerárquica ley de
la entropía, condenado a la obediencia
ciega y a su propia descomposición. El es el único capaz de contradecir esa ley de la fatalidad
existencial, que arrastra a toda la materia del cosmos conocido. No
podemos esperarlo de ningún otro individuo no humano, de ninguna
clase social, ni de ninguna otra forma que adopten las masas, cuyo
primario instinto de supervivencia es naturalmente acomodaticio y
esencialmente reaccionario. Ese individuo humano no es un dinosaurio
que, condenado a la extinción, ni supo ni pudo elegir. El individuo
humano es el único ser del cosmos que tiene conocimiento del mundo y
conciencia propia, el único que puede elegir entre el bien y el mal,
porque puede distinguirlos. Esa es su inmensa carga ética y también
su gloria, por eso sé que saldremos de ésta, aquí y en Roma.
1 comentario:
Brillante articulo,sobre la humanidad,la ciudad y el campo,sobre el despoblamiento y la acumulacion de tierras en manos de unos pocos,acertado analisis que le esta dando y le dara el Estado-Capital ,es evidente que todo es un puro engaño.Ahora le llaman "economia verde" .Simplemente es :subvenciones para la industria con el cuento de la transicion ecologica,pero con nuestro dinero.
Como siempre los "Paganos siempre Pagan".Ese es el papel de la izquierda progresista.Convencernos de que esto esta bien.La "renta universal basica",aunque solo sirva para no morirnos de hambre y podamos seguir consumiendo para salvar al Capitalismo,tambien la pagaremos nosotros con nuestros impuestos.
Estoy de acuerdo con el final del articulo.EL SER HUMANO CON CONCIENCIA ,ESFUERZO Y TIEMPO SALDRA DE ESTE POZO EN QUE NOS HAN METIDO.
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