Norbert Trenkle
*Krisis: fundada en 1986, es una revista y agrupación de teóricos y militantes alemanes provenientes del marxismo que, al romper con el anticapitalismo marxista tradicional, participa en la transformación de la crítica de la economía política en el sentido de una crítica del conjunto de las formas sociales y categorías capitalistas, el valor,
el trabajo, la mercancía, la masculinidad, la feminidad y el Estado.
Este grupo forma parte del movimiento de la « wertkritik » (crítica del
valor), y publica una revista del mismo nombre, Krisis, en idioma alemán.
*Crítica de la política: el grupo Krisis
rechaza la forma de la política tradicional e intenta desarrollar otras formas que
se alejen de las formas fetiches: una «política sin política». Algo
así como una «antipolítica». Sin embargo, esa « antipolítica » no
tiene nada que ver con la renuncia a la intervención consciente y
tampoco tiene que ver con un gusto estetizante por el extremismo. La
antipolítica surge al contrario de la crítica radical de la política
bajo el capitalismo. La antipolítica rechaza la traición de la intención
inicial de los actores políticos tradicionales. Busca la separación
radical respecto al mundo de la política y de sus instituciones, rechaza
la representación y la delegación, para en su lugar inventar nuevas
formas directas de intervención.
*En este artículo, Norbert Trenkle critica el concepto de lucha de
clases y los intentos de su renovación por las nuevas corrientes
marxistas, proponiendo entender la crítica capitalista más allá de los
enfoques tradicionales. Plantea la necesidad de generar conocimientos
desde la experiencia práctica y la investigación empírica, como forma
para ubicarnos en el nuevo contexto global que impone el capitalismo.
Comparto este escrito, por su intento de reflexionar fuera
de los amarres ideológicos del marxismo tradicional y por contribuir al
entendimiento de las dinámicas de descomposición social generadas por el
capitalismo a partir de la generalización de la mercancía-dinero como
mediadora de las relaciones sociales.
Fotografía de Teun Hocks
Lucha sin clases: ¿por qué el proletariado no resurge en el proceso de crisis capitalista?
Autor: Norbert Trenkle. Publicado originalmente en www.krisis.org
De
la lucha de clases al desclasamiento
I.
Mientras avanza la precarización de la vida junto con las
condiciones de trabajo y son perjudicados sectores cada vez mayores
de la población, retorna con fuerza el discurso sobre la lucha de
clases, el que en las últimas dos décadas casi había desaparecido.
En un primer momento esto puede parecer plausible, dada la creciente
polarización social. Sin embargo, como suele suceder cuando se
recurre a modelos interpretativos y explicativos del pasado, éstos
no sirven para esclarecer el presente. Al contrario de lo que
parecería a primera vista, las categorías del antagonismo de clase
no explican adecuadamente la creciente desigualdad social. Tampoco
los conflictos de intereses resultantes de esa desigualdad coinciden
con lo que, históricamente, se designó como lucha de clases.
II.
El gran conflicto social que moldeó la sociedad capitalista de
manera decisiva durante todo el período histórico de su
conformación y establecimiento fue, como se sabe, el conflicto entre
capital y trabajo. En este conflicto se expresa la oposición de
intereses entre dos categorías inmanentes a la sociedad productora
de mercancías: < entre los representantes del capital que
comandan y organizan el proceso de producción con el objeto de
lograr la valorización del capital y los asalariados que con su
trabajo “generan” el plusvalor necesario para eso. Como tal se
trata de un conflicto interno al sistema capitalista en torno a las
condiciones de cómo el valor es producido (condiciones de trabajo,
horas de trabajo, etc.) y el modo de su distribución (salarios,
ganancias, prestaciones sociales, etc.). Este conflicto de intereses
se expresó históricamente como lucha de clases debido a que, en
base a determinadas condiciones históricas, los asalariados se
constituyeron como un sujeto colectivo. En la defensa de sus
intereses desarrollaron una identidad y subjetividad colectiva de
“clase obrera” y, como tal, lograron ser reconocidos como
ciudadanos y sujetos de mercado, a saber: como propietarios y
vendedores de una mercancía muy específica, la mercancía fuerza de
trabajo.
III.
Ahora bien, si en la segunda mitad del siglo XX la lucha de
clases fue perdiendo cada vez más su dinámica, esto no fue,
obviamente, porque la sociedad capitalista prescindiera de la
producción de plusvalor. La contradicción objetiva entre las
categorías funcionales de capital y trabajo sigue vigente, aún
cuando haya cambiado su fisonomía concreta en el curso del
desarrollo capitalista. Sin embargo los asalariados perdieron su
carácter de clase, en la medida en que fueron integrados al universo
de la sociedad capitalista como ciudadanos y sujetos de mercado. Es
decir: a medida que la existencia social basada en el trabajo
abstracto se generalizaba y prácticamente todos los miembros de la
sociedad se convirtieron en propietarios y vendedores de fuerza de
trabajo, se diluyó la idea de que los asalariados representaran un
sujeto revolucionario.
IV.Esta
transformación del conflicto entre capital y trabajo, que alguna vez
pareciera ser un antagonismo irreductible, se refleja en el hecho, de
que hoy en día los conflictos laborales mayormente ya no se llevan a
cabo bajo la premisa de una confrontación fundamental, de una
incompatibilidad objetiva entre los intereses del vendedor de la
fuerza de trabajo con los del capital. Más bien se enfatiza, en
general, la base común de intereses opuestos tales como el reforzar
la demanda interna en el mercado nacional o elevar la productividad
empresarial por medio de mejores condiciones de trabajo. No se
critica el lucro como tal, sino más bien las “ganancias
exorbitantes”, la “innecesaria relocalización fabril” o lo que
se designa como “los buitres del capital financiero”. Esto no es
de sorprender, porque los sujetos modernos saben que su bienestar en
la sociedad productora de mercancías, aunque sea precario, depende
de que sigan en marcha los procesos de valorizar el capital,
incrementar la productividad y crecimiento forzado.
V.
Esta percepción se debe por cierto al hecho de que la sociedad
productora de mercancías se ha impuesto de una forma casi total,
ganando la apariencia de una ley natural irrevocable. A la vez, las
modificaciones en la relación capital-trabajo introducidas en la
época post-fordista contribuyeron a establecer una extrema
polarización social, que sin embargo no forma la base para una nueva
constitución de clases sino más bien para un proceso general de
“desclasamiento” que se expresa por lo menos en cuatro
tendencias.
VI.
En primer lugar, ya en la fase final del fordismo, el trabajo directo
sobre el producto cedió lugar a las funciones de supervisión y
control así como a las tareas de la pre y la postproducción. Esto
implicó no sólo que la mano de obra industrial productora de valor,
que siempre se había considerado como el núcleo de la clase obrera,
perdiera en importancia frente a las otras categorías de
asalariados, como los trabajadores ocupados en la circulación, en el
aparato estatal y en los diversos “sectores de servicios”. A la
vez, una parte significativa de las funciones directivas y de control
a bajo y mediano nivel fueron integradas en las actividades
laborales; de este modo la contradicción entre trabajo y capital fue
transferida directamente al interior de los individuos (que
eufemísticamente se designó como “responsabilidad personal”,
“enriquecimiento del trabajo”, “horizontalidad jerárquica”,
etc.). Esta tendencia se vio agravada por la presión creciente de la
competencia y por la precarización generalizada de las condiciones
de trabajo. El caso más obvio es el de los “cuentapropistas”,
que están obligados a realizar el mismo trabajo que un empleado a
cuenta y riesgo propio. Pero incluso dentro de las empresas mismas se
agudiza la tendencia de organizar las tareas de tal manera que los
empleados sean “gestores” de sí mismos y de su área de trabajo
(por ejemplo con la instalación de los llamados “centros de
utilidades”). Y por último, la administración estatal del
desempleo elogia a la “autogestión” y a la “responsabilidad
personal” tanto más que queda en evidencia la incapacidad del
mercado de trabajo para reabsorber a todos los expulsados.
VII.
En segundo lugar, se suma la flexibilización forzada en el mercado
de trabajo. Como es bien sabido, hoy día el peor pecado contra la
ley capitalista es seguir adherido a una determinada función o
actividad laboral. Para sobrevivir uno debe estar dispuesto a alterar
constantemente entre diferentes actividades y categorías de trabajo
asalariado y autónomo (e incluso formas de trabajo no remuneradas
como las pasantías o el “trabajo a prueba”) sin identificarse
con ninguna de ellas, según el vaivén de oferta y demanda. Esto
claramente fomenta una competitividad generalizada y socava las bases
para una solidaridad laboral.
VIII.
Tercero, las nuevas jerarquías y divisiones sociales no son
marcadas por las delimitaciones entre las categorías capital y
trabajo, sino que se superponen con ellas. Dicho más
específicamente: entre los mismos asalariados las diferencias
sociales son tan abismales como en el conjunto de la sociedad. Esto
ya se puede observar al interior de las propias empresas, donde el
personal de planta estable (en disminución) incluso asegurado por
convenio colectivo de trabajo, realiza las mismas tareas junto a un
creciente número de trabajadores contratados, temporales y
cuentapropistas en condiciones laborales precarizadas. Aun mayores
son las diferencias entre los distintos rubros industriales,
segmentos de producción y sedes regionales. Y por último las
discrepancias en términos de ingresos y condiciones de trabajo entre
los diferentes países y regiones que compiten en el mercado global,
son enormes.
IX. En
cuarto y último lugar, el desclasamiento significa que a nivel
mundial un número creciente de personas son excluidas en el sentido
de que no hay más lugar para ellas en el sistema productor de
mercancías que cada vez tiene menos capacidad para integrar fuerza
de trabajo productiva. Deben confrontarse con la situación de ser no
sólo sustituibles en cualquier momento, sino también “superfluos”
en grado creciente en el capitalismo. Los “privilegiados” hoy en
día son aquellos que aún son requeridos para cumplir alguna función
sistémica. Pero desde que estas mismas funciones se han tornado
precarias, mantenerse incluido es un equilibro sobre la cuerda floja
y cada vez más difícil. A medida que las estructuras funcionales se
desintegran, también se incrementa el número de individuos
excluidos. La cantidad de ellos difiere según el lugar que ocupa un
país o una región en la escala de la competencia global pero, sobre
todos cierne la amenaza de caer en la nada social. La tendencia es
clara e inequívoca: a nivel mundial se ha ido conformando un
segmento creciente de nuevas clases bajas sin tener algo en común
con el viejo proletariado, porque ni objetivamente (por su función o
posición en el proceso de producción) ni en lo subjetivo (por su
conciencia) forman un nuevo sujeto social. En relación a la
valorización del capital este segmento social es netamente negativo,
porque como fuerza de trabajo es superflua. Esto impone reformular la
cuestión de un posible movimiento emancipatorio de manera totalmente
nueva.
Las
tentativas de rescatar el sujeto muerto
X. El
discurso resucitado sobre la lucha de clases poco aporta al
esclarecimiento de esta cuestión. A pesar de que este discurso, de
algún modo, tiene en cuenta las transformaciones sociales que
tuvieron lugar, finalmente no consigue romper con los patrones
metafísicos del concepto de lucha de clases del marxismo
tradicional. Estos patrones se reproducen constantemente a pesar de
que el sujeto evocado ya no existe. En otro texto traté de
demostrar, que tanto Hardt/Negri como John Holloway reproducen
aquellos patrones metafísicos en sus teorías.[3] Aquí quiero
dirigir la mirada hacia otros enfoques cuya inclinación metafísica
no es tan obvia ya que argumentan de modo más sociológico y
empírico. Quiero demostrar que son precisamente los resultados
empíricos de sus investigaciones los que desmienten el paradigma de
lucha de clases. En el intento de preservar este paradigma mediante
todo tipo de agregados, los autores a discutir se enredan en
contradicciones insolubles que evidencian el fracaso de esta
operación de rescate. Por lo tanto sólo una demolición del
edificio tradicional-marxista de pensamiento puede abrir paso a una
renovada perspectiva del accionar emancipatorio.
XI. Para
comenzar, escuchemos al teórico gramsciano Frank Deppe: “La clase
obrera”, escribe en la revista Fantômas[4], “de ningún modo
desapareció, el capitalismo se basa todavía en la explotación del
trabajo asalariado, los recursos naturales y las condiciones,
sociales y políticas de producción y apropiación de plusvalor. El
número de trabajadores en relación de dependencia laboral casi se
ha duplicado entre 1970 y 2000 y comprende cerca de la mitad de la
población mundial. Esto se debe principalmente al desarrollo en
China y otras partes de Asia, donde a resultas de la
industrialización grandes partes de la población rural ingresaron
al mercado laboral. En los países capitalistas desarrollados, la
proporción de trabajadores asalariados es ahora del 90 % y más”
(Deppe, 2003, p. 11). Lo que a primera vista llama la atención en
este argumento es que opera al menos entre dos significados
fluctuantes del concepto de clase trabajadora. Primero Deppe parece
identificar a la clase trabajadora, de modo bastante tradicional, con
los trabajadores asalariados que, en sentido estricto producen
plusvalor y de cuyo plustrabajo se extrae directamente para la
valorización del capital. Sin embargo, este concepto de clase
desemboca en otro mucho más amplio, el de todos los “trabajadores
en relación de dependencia laboral”, con lo que así abarca la
“mitad de la población mundial” y en las metrópolis
capitalistas incluso casi la totalidad de la población (es decir,
más del 90%).
XII.
En esta oscilación argumentativa se expresa ya el dilema de los
teóricos de las clases. Si la categoría de clase trabajadora es
interpretada en el primer significado (conforme a la teoría marxista
tal como lo señala explícitamente Deppe), entonces hay que
reconocer que se trata de una minoría global que pierde cada vez más
importancia a medida que, en los sectores de producción de valor
avanzan los procesos de racionalización y hacen superfluo el trabajo
en la producción inmediata. En el segundo significado aludido, cabe
decir que la ampliación de la categoría de clase obrera a todos los
“trabajadores en relación de dependencia” se convierte en un
no-concepto pues carece en absoluto de poder de discriminación. Es
simplemente otra palabra para el modo de existencia generalizado en
la sociedad capitalista, donde las condiciones de vida están
mediadas por el trabajo y la producción de mercancías. Para la gran
mayoría de la población esto significa estar obligada a vender su
fuerza de trabajo para poder sobrevivir. Sin duda, esto representa un
aspecto clave de la sociedad capitalista, pero justamente por eso, no
proporciona la base conceptual para determinar una división de
clases; porque el hecho de poseer solamente una mercancía que
ofrecer en el mercado, la mercancía fuerza de trabajo, no es el
rasgo distintivo de una parte determinada de la población (la “clase
trabajadora”), sino una compulsión generalizada, a la que
básicamente todas las personas se encuentran sometidas,
independientemente de su lugar social como también de sus
circunstancias concretas de vida.
XIII.
Las aporías de la teoría de clases también son evidentes en el
caso del historiador Marcel van der Linden, cuyo concepto de clase es
aún más amplio que el de Deppe. Según van der Linden: “pertenece
a la clase de trabajadores subalternos todo/a portador/a de fuerza de
trabajo cuya fuerza está siendo vendida o alquilada a otra persona
bajo presión económica o no. Es irrelevante si esta fuerza es
ofrecida por el portador o la portadora mismos o si los medios de
producción les pertenecen” (van der Linden, 2003, p. 34). Con esta
definición, van der Linden quiere dar cuenta del hecho de que en la
sociedad productora de mercancías globalizada ha surgido una enorme
variedad de situaciones laborales diferenciadas y jerarquizadas que
no encajan (más) en el clásico esquema de trabajo asalariado, tal
como las formas de trabajo esclavo y semi-esclavo, el trabajo
autónomo y subcontratado extremamente precario, pero también el
trabajo de subsistencia y reproductivo no remunerado de las mujeres.
En consecuencia, van der Linden no habla ya de la clase de
“trabajadores asalariados libres”, sino que opta por el concepto
más amplio de “trabajadores subalternos” (cf. van der Linden,
2003, pp. 31-33). Sin embargo, esto no resuelve el problema; antes
bien lo lleva más lejos que Deppe elevando el concepto de clase a
una metacategoría que, en principio abarca casi la totalidad de la
personas que viven en la sociedad capitalista y esto es: a casi toda
la humanidad.
XIV.
Es lógico que un concepto de clase como tal metacategoría
generalizada pierde todo poder de determinación. Representa la
paradoja de un concepto de la totalidad capitalista que no logra
captar esta totalidad adecuadamente, puesto que por un lado, refleja
indirectamente el hecho de que el trabajo representa el principio
universal de mediación social en el capitalismo; por el otro lado,
van der Linden no llega a analizar este principio en lo que es,
porque lo identifica desde ya con una categoría social particular,
la categoría de clase.
El marxismo
tradicional ha considerado siempre la mediación social a través del
trabajo como una constante transhistórica de todas las sociedades,
mientras que veía la característica específica del capitalismo en
el dominio de clase, basado en la extracción del plusvalor y la
propiedad privada de los medios de producción. Si reconocemos, sin
embargo, que el capitalismo en esencia es una sociedad productora de
mercancías y, por lo tanto, una sociedad en la cual los seres
humanos establecen sus relaciones sociales a través de la forma de
mercancía y dinero, su característica histórica-específica que lo
diferencia de todas las otras formaciones sociales previas, consiste
en el hecho de que el trabajo (abstracto), es decir la actividad que
produce las mercancías y el valor de cambio, constituye y confiere
la síntesis de la sociedad.[5]
Desde este
punto de vista, el conflicto entre capital y trabajo no representa un
antagonismo fundamental, sino un conflicto inmanente entre diferentes
categorías sociales correspondientes al sistema de la producción
generalizada de mercancías. Y cuanto más formas diferenciadas de
vender su fuerza de trabajo se establecen, tanto menos se puede
hablar de un conflicto, sino que este se diluye en una multiplicidad
de conflictos cuyo único denominador común es el de estar
localizados dentro de una totalidad social constituida por el
principio universalista del trabajo abstracto.
XV.
La idea, sin embargo, de que el antagonismo de clase es la esencia
del capitalismo, está tan arraigada que, incluso se sostiene allí
donde demuestra ser completamente inadecuada para el análisis. Esto
queda en evidencia justamente en los intentos de recuperar el
concepto de la lucha de clases frente a la situación global actual.
Un ejemplo de esto lo proporciona el mismo van der Linden cuando
trata de delimitar y precisar su concepto de clase, que obviamente a
él mismo le parece insuficiente, y se plantea el interrogante: “Qué
tienen realmente en común toda la diversidad de subalternos” (van
der Linden, 2003, p. 33) y responde “que todos los trabajadores
subalternos viven enajenados”, es decir en un “estado de
heteronomía institucionalizada” (ibíd.). Para explicar este
concepto se refiere a Cornelius Castoriadis: “heteronomía
institucionalizada significa una división antagónica de la
sociedad, es decir, la dominación de una determinada categoría
social sobre el conjunto. (…) por lo tanto, la economía
capitalista nos aliena porque coincide con la división de clase
entre proletarios y capitalistas” (ibíd.).
XVI.
Llama la atención enseguida que Castoriadis deriva la
“heteronomía institucionalizada” inmediatamente de la relación
de clases. Esta definición, tan simplificante como es, tenía un
cierto sentido en el contexto de la teoría de las clases del
marxismo tradicional, con su consabida fijación en el proletariado.
Pero pierde toda fuerza explicativa si, como lo hace van der Linden,
se extiende el concepto de clase hasta el infinito y termina
subsumiendo en él a toda la humanidad en mayor o menor medida.
Implícitamente, van der Linden no dice sino que la alienación es un
rasgo básico universal de la sociedad capitalista. Pero no llega a
analizar esta característica en forma coherente porque no se
desprende del paradigma del marxismo tradicional. Una vez más, el
intento de salvar este paradigma mediante su ampliación revela sus
contradicciones y limitaciones. Ya Marx demostró que la alienación
y el fetichismo de la mercancía no se pueden deducir de la
dominación de clase, sino que constituyen los rasgos esenciales de
una sociedad basada en la producción de mercancías y el trabajo
abstracto. Para el movimiento obrero tradicional, en su lucha por
conseguir el reconocimiento dentro de la sociedad capitalista, esto
puede haber aparecido como un problema secundario. Hoy en día sin
embargo, éste tiene que ser el enfoque principal de una crítica del
capitalismo a la altura del tiempo; es la adhesión anacrónica al
paradigma de la lucha de clase, que obstaculiza comprender esto.
La
“clase” como totalidad positiva
XVII.
Como ya he tratado de demostrar, los mismos defensores de aquel
paradigma tienen que conceder implícitamente, que el concepto de
clase está vaciado. Sin embargo esto no los induce a cambiar de
perspectiva, sino a efectuar todo tipo de evasivas y a borrar sus
propias huellas. Como consecuencia se abre un abismo insalvable entre
el enfoque teórico y el análisis empírico. Por un lado, mantienen
el concepto de clase, ampliándolo hasta ser una metacategoría
abstracta vacía de contenido que, precisamente por esto, queda
inmunizada contra toda crítica. Por otro lado, eliminan furtivamente
este mismo concepto porque ya no desempeña ningún rol real en los
análisis empíricos, salvo como una difusa instancia de evocación
que impregna la perspectiva de investigación y tiñe los resultados
de determinada manera.
XVIII.
Suena un tanto a una ironía inconsciente cuando van der Linden
concluye su ensayo con el siguiente comentario: “Cabe advertir
sobre toda gran teoría empíricamente vacía” (ibíd., p. 34),
porque esto es exactamente lo que caracteriza su enfoque y el de
todos los nuevos protagonistas del discurso de clases: empíricamente
su teoría yace vacía cuando al mismo tiempo su análisis empírico
no tiene sustento teórico; se aferra al mito de la lucha de clases
pese a que en la realidad social no encuentra ni sujeto ni movimiento
para vindicar esto, sin hacer grandes acrobacias argumentativas.
Autores como Deppe y van der Linden describen de manera empíricamente
correcta las jerarquías y desigualdades sociales que se conforman y
agudizan en el contexto del capitalismo global en crisis; pero
resumir estos resultados bajo el título “Fragmentación de la
clase trabajadora” implica una perspectiva forzada, totalmente
extrínseca a su análisis. Es asumida aquí una unidad fundamental,
presupuesta previa a todas esas “fragmentaciones”, incluso cuando
no es posible explicar en qué consiste ella. Porque el hecho de que
todos los grupos y todas las personas a las que se refiere el
análisis de alguna forma estén obligados a vender su fuerza de
trabajo no constituye ninguna base común más allá de que todos
participan en la competencia del mercado laboral. Deppe y van der
Linden, sin embargo, implícitamente presuponen un sujeto colectivo,
que posteriormente ha sido “fragmentado”; es decir, según ellos
existe algo así como una unidad substancial de clase, esencialmente
anticapitalista, que aunque actualmente no aparece a nivel empírico,
puede y debe ser reconstituida.
XIX.
Deppe incluso extiende este constructo esencialista, cuando, en
referencia a Gramsci, habla de un “nuevo bloque de subalternos”,
que junto con la “clase trabajadora”, incluye a todos los
movimientos sociales de los últimos años (“las protestas de
campesinos sin tierra en Brasil, el levantamiento en Chiapas, las
manifestaciones masivas que a nivel mundial se pronunciaron contra la
guerra o su amenaza”). Este bloque sin embargo no se halla
articulado “todavía políticamente, por ausencia de un programa y
un accionar apropiado para enfrentar al neoliberalismo de manera tal,
que pudiese hacer confluir a las diferentes fracciones (pág. 11). Es
decir, este bloque ya existe “en sí” pero aún no se expresa
políticamente como tal.
No es casual
que esto evoque a la forzada construcción de la “conciencia de
clase atribuida”, inventada por el filósofo leninista Georg Lukács
en los años 1920 para explicar por qué la mayoría de los obreros
europeos no disponía de una conciencia revolucionaria, en contraste
con lo que la teoría marxista predicaba. De ahí surgió la idea
metafísica de una “clase en sí” que debe ser concientizada para
llegar a ser “clase para sí”, lo que a la vez justificaba todas
las medidas “educativas” por parte de los partidos comunistas
definidos como representantes de una “conciencia avanzada de clase”
y por lo tanto como “vanguardia del proletariado”.[6] Deppe no se
eleva a las alturas de tales especulaciones metafísicas (y a la vez
autoritarias), pero no por haberlas superado, sino por arrastrarlas
implícitamente sin ponerlas en discusión. Sólo por eso puede
reducir el problema de cómo superar la “fragmentación” a la
pregunta superficial por un “programa alternativo, que podría
soldar las diferentes “fracciones” de aquel “bloque”
presupuesto ya esencialmente.
XX.
De tal modo, Deppe a la vez, sin reflexionar sobre ello, reproduce
otra de las figuras argumentativas clásicas del marxismo
tradicional. De acuerdo a ella, la clase trabajadora representaba, en
esencia, la universalidad social, la cual, según el marxismo
tradicional, era constituida por el trabajo. Por lo tanto la clase
trabajadora había heredado el legado de la burguesía, la que en sus
tiempos revolucionarios reclamaba representar la sociedad entera,
para luego traicionar este punto de vista ante sus intereses
particulares de clase.[7] En consecuencia, el objetivo revolucionario
de la clase trabajadora debía consistir en realizar finalmente
aquella meta de la revolución francesa y generar una totalidad
social, mediada de modo “consciente” por el trabajo. Como Moishe
Postone lo ha demostrado exhaustivamente en su libro Tiempo, trabajo
y dominación social, esta idea equivale en un doble sentido a una
proyección deformada de las relaciones capitalistas. En primer
lugar, es una contradicción en sí misma, querer configurar como
“consciente” la mediación a través del trabajo, porque ésta de
por sí es idéntica a la mediación a través de la producción de
mercancías, la cual obedece a sus propias leyes cosificadas, que se
imponen a la sociedad tal como si fueran leyes naturales; todo
intento de “manejar” esta dinámica cosificada en forma
consciente está condenada al fracaso. Más bien se deben crear
nuevas formas de mediación directa más allá de la forma
mercancía-dinero.
En segundo
lugar, la constitución del conjunto social como totalidad es también
una característica histórica muy específica de la sociedad
capitalista, que, a diferencia de cualquier otra configuración
social que jamás existió, es mediada por un principio único. Por
esto la emancipación social no puede consistir en realizar la
totalidad social (supuestamente mediada de modo consciente) sino en
superarla, para abrir paso a una sociedad de individuos libremente
asociados. Moishe Postone ha explicado muy claramente, porqué y en
qué manera la sociedad capitalista puede ser considerada como
totalidad en un sentido histórico-específico: “La formación
social capitalista, de acuerdo a Marx, es única en tanto es
constituida por una ‘sustancia’ social cualitativamente
homogénea, por lo tanto, existe como totalidad social. Otras
formaciones sociales no son totalizadas de tal forma, sus relaciones
sociales fundamentales no son cualitativamente homogéneas. No pueden
ser concebidas según el concepto de ‘substancia’ ni
desarrollarse a partir de un único principio estructurante. Tampoco
presentan una lógica histórica inmanente y necesaria que le sea
propia” (Postone 2003, p. 133 [trad. cast., pp. 132-133]). La
consecuencia lógica de esta determinación es “que la negación
histórica del capitalismo no implicaría la realización, sino la
abolición de la totalidad” (ibíd. [trad. cast., p. 133]; cf.
también pp. 156-157 [trad. cast., p. 157]).
XXI.
Aunque el nuevo discurso clasista pretende criticar a su vez las
unificaciones falsas por parte marxismo tradicional, sin embargo se
contradice debido a la persistente fijación a la categoría de “la
clase”. Es más: la tendencia a sobredimensionar esta categoría
particular hasta hacer de ella una metacategoría de la sociedad como
un todo, exagera la afirmación de la totalidad hasta un punto tal,
que ya cae en el absurdo. Porque si una mayoría casi absoluta de la
humanidad perteneciera a “la clase” (o al “bloque de
subalternos”), la totalidad social que el marxismo tradicional
dibujaba en el horizonte del futuro, estaría ya potencialmente
realizada. Pero así, se pierde la base para una crítica adecuada
del capitalismo. La totalidad constituida por medio de la mercancía
y el trabajo abstracto no tendría que ser superada, sino que debería
tan sólo tomar conciencia de sí misma. Sólo unos pocos dicen esto
tan explícitamente como Hardt y Negri, que ya ven al comunismo
asomándose por todas partes bajo la fina manta del capitalismo, pero
esto no es de ningún modo un capricho individual, sino una
consecuencia lógica del enfoque teórico, que ellos comparten en lo
fundamental con todo el nuevo discurso sobre las clases.
XXII.
Este discurso pretende estar más allá del marxismo tradicional,
porque rompe con la idea de unidad del sujeto y en su lugar evoca
permanentemente la heterogeneidad de la supuesta clase trabajadora.
Pero efectivamente con esto sólo se refiere el desgarramiento
interno de la sociedad productora de mercancías, que por causa de
sus contradicciones internas, se desintegra, en innumerables sujetos
particulares, que compiten entre sí. Si esta totalidad fragmentada
se identifica con “la clase trabajadora” definida como sujeto
colectivo esencialmente anticapitalista, resulta casi imposible
criticar las dinámicas regresivas y destructivas desencadenadas por
la competencia generalizada y los efectos de la crisis global, se
manifieste esto en las formas de violencia racista y sexista, en los
delirios antisemitas, en los etnicismos agresivos o los
fundamentalismos religiosos. Desde la perspectiva de clase estas
dinámicas no pueden ser descifradas como un accionar inherente a la
subjetividad moderna, es decir, la forma de subjetividad propia de
todos los individuos miembros de la sociedad capitalista, sea cual
fuera su posición social. Como esa crítica no concordaría con la
referencia positiva al supuesto sujeto de clase, todo aquello que
perturba esta perspectiva, es tratado como una suerte de factor
externo que de alguna forma u otra puede fraccionar aquel sujeto pero
nada tiene que ver con lo que encubiertamente es supuesto como “ser
esencial de clase”.
Por lo
tanto, en última instancia quedaría como una cuestión más o menos
de gusto personal, si movimientos etnicistas como el separatismo
catalán u organizaciones fundamentalistas como Hamas se incluyen o
no en el gran consenso de la lucha anticapitalista.
No
more Making of the Working Class
XXIII. En
contraste con los intentos de salvar a la clase trabajadora mediante
la extensión excesiva de sus determinaciones objetivas, están
aquellos que argumentan fundamentalmente desde el lado subjetivo. De
acuerdo con estos planteamientos, la clase no se define por su lugar
en el proceso de producción y valorización, sino que se constituye
constantemente de nuevo y atraviesa permanentes cambios, que están
sujetos, esencialmente, a la dinámica de la lucha de clases. Esta
perspectiva es mucho más abierta, porque enfoca en primer lugar los
conflictos, su carácter de proceso y las posibilidades de desarrollo
subjetivo contenidas en ellos. Sin embargo aun así se basa en un
axioma apriorístico, que precede todos los análisis específicos y
restringe su perspectiva: como algo autoevidente, la lucha de clases
es presupuesta como un principio transhistórico válido, del que a
su vez puede derivarse la clase. “Siempre ya presente en todas las
relaciones sociales, la lucha de clases precede a las clases
históricas”, escribe la redacción de la revista Fantômas en la
editorial de una edición ya citada varias veces aquí (Nº4, 2003,
p. 4, énfasis añadido). Sin embargo, este argumento se vuelve
circular. Tanto el concepto de clase como el de lucha de clases son
definidos de manera arbitraria. Según este enfoque todos los
conflictos sociales, serían susceptibles, en principio, de ser
declarados como lucha de clases, y todos los que luchan de alguna
forma como sujetos de clase, sin haber aclarado, cuáles son los
criterios para diferenciar entre los diferentes tipos de luchas y de
subjetividades.
De esta
manera, el paradigma subjetivista de clase llega, en principio, a
resultados iguales que su contraparte objetivista. Porque como
obviamente tienen lugar luchas de todo tipo en cada momento en alguna
parte del mundo, según esta perspectiva, existe una dinámica
permanente de “lucha de clases” y, por lo tanto, de “formación
de clase”. El concepto aplicado es tan amplio, que de alguna u otra
forma siempre puede ser supuestamente verificado. Pero esta
“verificación empírica” está desde siempre determinado por el
axioma que lo precede. El resultado se conoce de antemano: el
conjunto social no es otra cosa que una totalidad de luchas de
clases. No sorprende entonces que los antiguos contrincantes
teóricos, “objetivistas” y “subjetivistas”, vayan
reconciliándose cada vez más y coexistan en paz (como, por ejemplo,
en la edición de Fantômas). Pues cuando se pierde toda precisión
conceptual y la “clase” puede ser esto o aquello y desde luego
está en todas partes, las antiguas diferencias teóricas ya no
desempeñan un papel significativo.
XXIV.
Básicamente el problema consiste en que el concepto de lucha de
clases aquí es desprendido de su contexto histórico específico,
donde tenía sentido: las luchas del movimiento obrero en los siglos
XIX y XX. Con esta descontextualización se pierde no sólo el vigor
conceptual sino con él la capacidad de diferenciar entre luchas
anticapitalistas o emancipatorias en un sentido más amplio, por un
lado, y enfrentamientos que más bien corresponden con lo que Hobbes
llamó la “guerra de todos contra todos”. Esto es, una vez más,
especialmente evidente en Hardt y Negri, que glorifican la lucha
diaria por la existencia individual como una forma de expresión de
la lucha de clases y carecen de cualquier criterio para diferenciar
la violencia puramente regresiva, la competencia generalizada o los
movimientos fundamentalistas. El concepto de la “lucha de clases”
se torna así una fórmula abstracta y, en última instancia
afirmativa, que abarca tanto el estado de guerra permanente de la
sociedad capitalista y su desintegración provocada por la crisis
global, como los esfuerzos para oponérsele.
Desde luego,
muchos representantes de la perspectiva subjetivista de clase tratan
de distinguir entre diferentes tipos de lucha en sus análisis
empíricos; sin embargo estos esfuerzos flotan en el aire porque no
coinciden con la propia base teórica. El paradigma de la lucha de
clases descontextualizado no proporciona ningún instrumento
conceptual para realizar estas distinciones. Por eso para rescatar
aquel paradigma deben recurrir a toda clase de argumentos
adicionales, provenientes de otros contextos teóricos, como por
ejemplo teorías postmodernistas. Esto explica el carácter
totalmente ecléctico de los conceptos postoperaístas en especial,
pero a la vez demuestra que ellos poco pueden contribuir para
esclarecer las dinámicas sociales desencadenadas por la crisis
global del sistema productor de mercancías.
XXV.
Uno de los testimonios clave de la teoría de clases subjetivista es
el historiador social inglés E. P. Thompson, que siempre enfatizó
el aspecto activo en el origen de la clase obrera. En el prólogo a
su estudio histórico más importante, que en el original tiene el
título programático de The Making of the English Working Class [La
formación de la clase obrera en Inglaterra], escribe: “Formación
porque es el estudio de un proceso activo, que debe tanto a la acción
como al condicionamiento. La clase obrera no surgió como el sol, a
una hora determinada. Estuvo presente en su propia formación”
(Thompson, 1989, vol. 1, p. 13). Pero desde luego los análisis de
Thompson se refieren a procesos enmarcados en una situación
histórica muy específica: el desarrollo de la sociedad capitalista
entre el último tercio del siglo XVIII y el primer tercio del siglo
XIX en Inglaterra. Es obvio que aquella situación difiere de manera
fundamental de la situación actual. Estaba caracterizada por una
dinámica de marginación y destrucción de condiciones de vida y
trabajo relativamente heterogéneas pre y protocapitalistas. Esto se
dio bajo la presión unificadora cada vez mayor de la formas de
producción y vida capitalista; lo que implicó la generación masiva
de “trabajadores doblemente libres”, obligados a vender su fuerza
de trabajo si querían sobrevivir. En sus investigaciones, Thompson
se concentró en las revueltas y luchas defensivas, provocadas por
este proceso, y mostró cómo, a partir de ellas (y también por la
experiencia de las derrotas) pudo empezar a conformarse algo así
como una conciencia de clase.
XXVI.
Fue, sin duda alguna, un aporte muy importante hacer hincapié en
estos procesos subjetivos descuidados por el marxismo ortodoxo. Tanto
más hay que evitar el extraer los conocimientos adquiridos por
Thompson de su contexto histórico, porque lo único que se obtiene
de esta manera son abstracciones ahistóricas que no hacen ningún
sentido. Si bien la constitución de una conciencia de clase no
surgió de modo automático del proceso de valorización del capital
que logró imponerse, no obstante este proceso marca el contexto
objetivo para esta constitución. Fue la subordinación de todas las
relaciones sociales bajo el principio universalista del trabajo
abstracto y la producción de mercancías, que provocó aquellas
luchas sociales, las cuales contribuyeron a la formación de la clase
obrera como sujeto colectivo, en defensa de sus intereses, para un
período histórico de más o menos 150 años. Los momentos objetivos
y subjetivos de esta constitución de clase se entrelazan
estrechamente con efectos recíprocos. Thompson mismo señala: “La
experiencia de clase está determinada en gran medida por las
relaciones de producción en las que uno nace -o en las que ingresa
en contra de su voluntad. La conciencia de clase es la forma como
esta experiencia es interpretada y mediatizada culturalmente:
encarnada en tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas
institucionales. En contraste con la conciencia de clase, la
experiencia de clase está determinada” (Thompson, 1989, p. 8).
XXVII. Si
aplicamos esta afirmación a la situación actual, lo primero que
llama la atención, es que el marco objetivo dentro del cual las
experiencias y los conflictos sociales tienen lugar es
fundamentalmente diferente al contexto histórico analizado por
Thompson. Hoy no nos encontramos en una situación donde el modo de
producción y de vida capitalista recién comienza a imponerse
violentamente en la sociedad, destruyendo todo un tejido heterogéneo
de formas de vida tradicionales, regidas por normas totalmente
diferentes (Thompson habla de la “economía moral”). Más bien:
el sistema productor de mercancías se ha generalizado en el mundo y
subsumido a todas las relaciones sociales bajo sus principios
universalistas; pero a la vez entró en un proceso de crisis global,
una crisis, que no solamente es de carácter económico, sino que
socava los fundamentos de la sociedad basada en la valorización del
capital y pone en marcha una enorme dinámica de desintegración
social.
Esta
tendencia es exactamente opuesta a los procesos en el siglo XIX que
desembocarían en la formación de la sociedad capitalista. La
creciente precarización de las condiciones de trabajo y de vida no
indica la existencia de un ejército industrial de reserva que más
adelante será integrado en la producción masiva en función de la
acumulación de capital; al contrario en ella se refleja el hecho de
que cada vez más personas a lo largo del mundo se vuelven superfluas
para la producción de valor y por lo tanto son excluidas en sentido
económico, social y político. Por lo tanto no presenciamos la
reconstitución de una nueva clase trabajadora global, sino la
creciente descomposición de una sociedad basada en el trabajo
abstracto. No se está imponiendo una forma social universalista
frente a una pluralidad de modos de vida precapitalistas; más bien
esta forma universalista se desintegra por medio de una multiplicidad
de conflictos y enfrentamientos muchas veces violentos y hace que los
individuos atomizados pierdan todo base sólida bajo los pies. Esta
tendencia es universal solo en el sentido de que equivale a un
desclasamiento general; pero esto, de por sí es un proceso meramente
negativo que no genera una nueva síntesis social de luchas
solidarias.
XXVIII.
Los movimientos sociales en la primera mitad del siglo XIX en
Inglaterra analizados por Thompson surgieron a partir de la
experiencia de verse confrontados con la marginación de las
condiciones de vida no capitalistas y protocapitalisas, incompatibles
con el modo de producción del capitalismo industrial. Frente a esta
experiencia colectiva y ante la tremenda imposición del trabajo en
las fábricas, se desarrollaron formas de solidaridad práctica y
patrones culturales comunes, y al mismo tiempo se constituyó una
identidad colectiva de clase trabajadora. Sin embargo, un proceso tal
ya no puede tener lugar, porque falta el centro de gravitación para
focalizar y unificar las luchas heterogéneas. Pero esta
descentralización del campo social no solo abrió paso para una
pluralidad de movimientos emancipatorios más allá del tema del
trabajo, como movimientos feministas y ecologistas, sino también
fomentó la masiva proliferación de corrientes sectarias,
fundamentalistas y reaccionarias de todo tipo. Son justamente estas
corrientes las que, a nivel global, han ganado una atracción enorme,
porque ofrecen no solo apoyo material para su clientela sino sobre
todo un sustento subjetivo para los individuos expuestos a la
compentencia total o, marginados como superfluos para el capitalismo.
Pero este
sustento no es para nada emacipatorio. Más bien reproduce y refuerza
los momentos más regresivos y represivos de la subjetividad moderna
en vez de superarlos. Aquí no surge una nueva Working Class, sino
que se forman colectivos sociales que ofrecen un marco dentro del
cual los individuos son formateados, según las condiciones de la
sociedad capitalista, para que puedan seguir funcionando a nivel
precario, sin autoreflexión crítica alguna.
XXIX.
Sin embargo, la fragmentación social causada por la crisis
capitalista no sólo desencadena los momentos regresivos de la
subjetividad moderna, sino activa también una multiplicidad de
impulsos y aspiraciones emancipatorios. Pero como éstos han perdido
su centro de gravedad, históricamente constituido por la lucha de
clases, se ven continuamente expuestos al peligro de reproducir por
sí mismos las tendencias centrífugas del proceso de crisis
capitalista. Por lo tanto se da el desafío de reformular una
perspectiva de lucha anticapitalista global, que sea capaz de
vincular todas las diferentes luchas de carácter emancipatorio sin
falsas unificaciones ni jerarquizaciones. Un punto de enfoque común
sin duda tiene que ser el enfrentar las tendencias de desintegración
social a causa de la crisis y a los movimientos y las corrientes
regresivas, que se generan a partir de estos procesos. Pero esta
vinculación no se deduce a partir de presupuestas determinaciones
objetivas o subjetivas (como el punto de vista de clase o la lucha de
clases). Sólo puede emerger de la cooperación consciente de
movimientos sociales que aspiran a la abolición de la dominación en
todas sus manifestaciones, y no sólo como una meta abstracta y
distante, sino también dentro de sus propias estructuras y
relaciones internas.
XL. Lo
que puede contribuir a la teoría crítica y el análisis de la
crisis global es nombrar posibles puntos de partida para realizar
estas vinculaciones. Si algo podemos aprender de las investigaciones
de Thompson, es la importancia de la experiencia práctica/concreta
para la constitución de los movimientos sociales. Por eso son de
especial importancia aquellos procesos en los cuales tiene lugar la
resistencia a las imposiciones del capitalismo, sustrayéndose a los
intentos jerárquicos, populistas y autoritarios de integración, así
como las luchas reivindicativas que aspiran a generar estructuras
auto-organizadas. Tales movimientos (como los zapatistas, la
corriente autónoma de los piqueteros y otros movimientos de base)
obviamente son minoritarios a nivel mundial y constantemente están
amenazados por la marginación y la cooptación. Sin embargo, aunque
sean contradictorios en muchos aspectos, en ellos se encuentran los
momentos embrionarios que apuntan a la perspectiva de una liberación
de la totalidad capitalista. El futuro no pertenece a la lucha de
clases, sino a una lucha emancipatoria sin clases.
Bibliografía
Deppe, Frank
(2003): “Der postmoderne Fürst. Arbeiterklasse und
Arbeiterbewegung im 21. Jahrhundert”, en Fantômas, Nº 4, 2003,
pp. 7-12.
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Moishe (2003): Zeit, Arbeit und gesellschaftliche Herrschaft,
Friburgo: ça-ira-Verlag, 2003. Edición en castellano Tiempo,
trabajo y dominación social”, trad. María Serrano, Madrid:
Marcial Pons, 2006.
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trad. Elena Grau, Barcelona: Crítica, 1989.
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Norbert (2005): “Die metaphysischen Mucken des Klassenkampfs”, en
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www.krisis.org/2005/die-metaphysischen-mucken-des-klassenkampfs
Trenkle,
Norbert (2007): “La crisis del trabajo abstracto es la crisis del
capitalismo”. Ponencia para el coloquio “La crisis del trabajo
abstracto”, Buenos Aires, del 5 al 7 de noviembre 2007
www.krisis.org/2007/la-crisis-del-trabajo-abstracto-es-la-crisis-del-capitalismo
van der
Linden, Marcel (2003): “Das vielköpfige Ungeheuer. Zum Begriff der
WeltarbeiterInnenklasse”, en Fantômas, Nº 4, 2003, pp. 30-34.
El presente
trabajo es la traducción de un artículo publicado en el número 30
de la revista Krisis en el año 2006
(www.krisis.org/2006/kampf-ohne-klassen). Para esta traducción
destinada a Herramienta, aquél artículo ha sido repasado y
modificado parcialmente por el autor. Es de recalcar, que el texto se
refiere al discurso marxista en Alemania y en Europa, donde el
concepto de la lucha de clases había perdido importancia por casi
veinte años, para luego resurgir parcialmente en la primera década
del nuevo siglo. El texto se enfrenta a esta tendencia y aboga por
una redefinición de la crítica anticapitalista más allá de aquel
enfoque tradicional. [Traducción al castellano: Mariano Campos,
Facundo Martín, Dora de la Vega y Norbert Trenkle].
[3] Véase
Trenkle (2005). Hablo de una especie de metafísica, porque el
concepto de la lucha de clases desde siempre se funda en la
construcción teórica esencialista (y en cierto modo idealista) de
una unidad sustancial de clase, antepuesta a todo análisis empírico.
La expresión filosófica más elaborada de esta construcción se
encuentra en el famoso texto de Georg Lukács “La cosificación y
la conciencia del proletariado” (1922), donde inventa el concepto
de la “clase en sí” y la “clase para sí” para explicar por
qué no tuvo lugar la revolución mundial. Más abajo retomaré esta
crítica. Por el momento quiero recalcar solamente que los teóricos
de clase modernos como Holloway o Hardt/Negri, que aunque en muchos
aspectos se hayan desprendido del marxismo tradicional y sobre todo
del marxismo ortodoxo leninista, arrastran consigo inconscientemente
aquel concepto de clase metafísico.
[4] Revista
que se editó en Hamburgo entre los años 2002 y 2008.
[5] En otro
texto expliqué este aspecto más detalladamente: “El trabajo
abstracto es el principio central de organización y dominación de
la sociedad capitalista. Lo afirmamos no sólo por el hecho de que la
realización del capital depende de la aplicación de la fuerza de
trabajo vivo en el proceso de producción, sino por una razón más
fundamental: el trabajo abstracto constituye y confiere la síntesis
de la sociedad capitalista. Puesto que ésta, en esencia, es una
sociedad productora de mercancías y, por lo tanto, una sociedad en
la cual los seres humanos establecen sus relaciones sociales a través
de la forma de mercancías y dinero. Pero dado que una mercancía,
considerada desde su aspecto de valor de cambio, no es otra cosa que
portadora de valor -o sea de “trabajo muerto”- la mediación o
transmisión social conferida a través de mercancías es idéntica a
la mediación o transmisión a través del trabajo abstracto. La
expresión más directa y evidente de esto es la obligatoriedad
generalizada de tener que vender la propia fuerza de trabajo para
poder sobrevivir. Por lo tanto uno mismo debe convertirse en
mercancía para, a través de la compra de los bienes de consumo,
tener acceso a la riqueza de la sociedad . La síntesis o mediación
social a través de mercancías y trabajo es, en esencia, mediación
cosificada.Es decir: las relaciones sociales (relaciones entre seres
humanos) se establecen por medio de las cosas (mercancías) y asumen
de esta manera una forma totalmente demencial. En cierta forma, las
cosas comunican sobre cómo deben vivir los seres humanos. O dicho de
otro modo: en la sociedad capitalista, los productos del trabajo
humano adquieren vida propia y se presentan ante las personas como
configuración de coacciones aparentemente ajenas. Para este estado
de cosas, Marx acuñó la famosa expresión de fetichismo de la
mercancía” (Trenkle, 2007, p. 1) Véase también al respecto
Postone (2003, en especial pp. 229-245 [trad. cast., pp. 233-247]).
[6] Véase
Trenkle (2005).
[7] El abate
Emmanuel Joseph Sieyés (1748-1836), en las vísperas de la
Revolución Francesa, escribió un folleto titulado”¿Qué es el
Tercer Estado?”, que alcanzó una gran resonancia. En las primeras
líneas, al explicar su contenido, expresó: “El plan de este
escrito es bastante simple. Tenemos que hacernos tres preguntas: 1º)
¿Qué es el tercer estado? Todo. 2º) Qué ha sido hasta ahora en el
orden político? Nada. 3º) ¿Qué pide? Llegar a ser algo”.
http://www.enciclopediadelapolitica.org/Default.aspx?i=&por=e&idind=623&termino=
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