jueves, 4 de julio de 2019

¿MUGA O MUDÁ?



Por encima del exiguo caserío de Mudá se alza una peña singular, de unos cuarenta metros de altura, que a lo largo del tiempo ha recibido diferentes nombres, que yo sepa: Peña de la Virgen, Laltara y Peña de los Huevos (éste último según consta en el Diccionario geográfico de Sebastián Miñano de 1828 y en el confeccionado en 1850 por Pascual Madoz). Un pago próximo a la base conserva el nombre de Trascastillo, que refiere la existencia de una antigua fortaleza en la cima de la peña y que, a buen seguro, por la irregularidad y estrechez del sitio, debió ser una torre simple, que me recuerda a otras cercanas, como la que debieron existir en Perapertú o en Monasterio, en Cervera de Pisuerga, o las que todavía se conservan en Gama y en las vecinas tierras burgalesas de Urbel del Castillo. 


En la actualidad se accede a lo alto por una empinada escalera. Arriba está la escultura de la Virgen de la Peña y el lugar es hoy un mirador colgado sobre las casas de Mudá, con excelentes vistas al conjunto del valle. 

Julio González González, el ilustre historiador medievalista, saldañés de origen, sostuvo que a finales del siglo V y parte del VI, Mudá fue fortaleza visigoda para la protección frente a las frecuentes incursiones de suevos y cántabros. El valle y toda la zona fueron repoblados tras la invasión musulmana, durante los siglos VIII y IX, configurándose la fortaleza de Mudá como uno de los castillos que estructuraban, primero una antigua línea de defensa previa a la invasión musulmana, y luego la línea de frontera del reino visigodo. No parece desacertada esta afirmación de Julio González, que explicaría la profusión de torres fortaleza, con utilidad de refugio para la población indígena ante los asaltos continuos, primero de las tribus cántabras y suevas y luego de las razzias musulmanas. 

Perapertú es “petra apertum”, la gran roca horadada bajo la que se cobija esta aldea situada en el fondo del valle y bajo las faldas del macizo de Valdecebollas. Su origen romano parece incuestionable, como lo parece el origen prerromano atribuido al término “muga” (de muga, con significado de límite o mojón) que, según esa hipótesis, con el tiempo derivaría en el actual uso del topónimo “Mudá”. Ya figura como “Mudaue” en un documento de 1059 en el que Fernando I define los límites del Obispado de Palencia. A mediados del XIII el alfoz de Mudá aparece integrado con los de Cervera, Peñas Negras, Tremaya y Resoba, con los que, poco después, sería configurada la nueva merindad de Liébana-Pernía.

El Becerro de las Behetrías, escrito en el siglo XIV viene a confirmarnos la distribución del alfoz de Mudá, con dos tercios calificadas de propiedades solariegas, de Don Tello y de los hijos de Fernando Díaz Duque, perteneciendo el tercio restante a la Abadía de Aguilar de Campoo. A mediados del siglo XVIII Mudá es señorío del Conde de Siruela, tenía cuarenta y tres vecinos (casas habitadas) que muy posiblemente fuera su máxima población histórica, porque nunca Mudá llegó a superar en mucho la cifra de doscientos habitantes (sólo a finales del siglo XIX es contabilizado un máximo de 203 habitantes para un número de 31 casas o vecinos).
Me llama la atención la distribución de la población en función de su ocupación, que en 1768 era ésta: 20 labradores, 5 criados, 4 fabricantes, 2 beneficiados, 1 teniente de cura y 1 estudiante. Treinta y tres de un total de 151 habitantes en ese mismo año, si bien, se dice que el resto de la población son menores o “sin profesión específica”, lo que vendrían a ser 118 (¡¡¡???).
Me sorprenden estos datos, porque es increíble que no conste la actividad pastoril en un valle tan propicio al pastoreo, que por su situación geográfica, al pie de unas montañas cuyos altos y frescos pastos siempre fueron escenario de trashumancias, tanto de largo como de corto alcance. Este viaje anual de los rebaños, de ida y vuelta, desde el valle a los pastos alpinos del Cueto y las altas cumbres próximas, las del macizo de Valdecebollas, tiene toda la verosimilitud de la lógica. No concibo la ausencia de esta práctica por los pobladores de Mudá ni por los otros habitantes del valle. Y ésto me lleva a considerar como posibilidad lo que pudiera ser otra sorpresa relacionada con el topónimo de Mudá, ahora con el significado de “trashumancia”. No me atrevo a afirmarlo con rotundidad, pero sí a considerarlo como posibilidad. Y todo viene a cuento de mi conocimiento reciente de que en la montañosa isla de Gran Canaria se siga hoy utilizando el vocablo “mudá” como pervivencia de un uso antiguo, probablemente prehistórico, con el significado de pastoreo trashumante, de los rebaños de cabras y ovejas. En menor medida, también se conserva en otras islas, sobre todo en Tenerife y en Fuerteventura. 

La conquista de las islas Canarias por parte de la Corona de Castilla se llevó a cabo entre 1402 (conquista de Lanzarote) y 1496 (conquista de Tenerife). La repoblación de las islas por los castellanos (aún hoy llamados “godos”), justificaría la conservación de antíguos vocablos traídos por los invasores. Dice Yuri Millares, investigador canario, autor del libro “Los últimos trashumantes de Canarias”, que “desde los tiempos prehispánicos, cuando la ganadería era una forma de vida en ocasiones estratégica para la supervivencia, el pastoreo es una actividad que se ha practicado trasladando los animales en busca de pastos de costa a cumbre: la trashumancia aborigen sigue viva en el siglo XXI”.

Y leo en un documento al respecto: “Nombraremos en todo momento, el fenómeno de la trashumancia como Mudá, que es la manera como la llaman los pastores ovejeros del norte de Gran Canaria. Vemos como se trata de un uso particular del verbo mudar en su acepción de cambiar de casa. Un término en todo caso, cada vez en más desuso”.

Ahí queda, pues esta duda razonable acerca del significado y origen del topónimo Mudá.


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