Teoría de la propiedad y género de la violencia.
Adenda: persiguiendo a Darwin.
La apropiación de la Tierra
fue un largo proceso, que se hizo violento cuando dejamos de
compartir en común los bienes naturales. Y a partir de entonces sólo
pudo imponerse sobre la faz del planeta mediante el uso de la fuerza
bruta. Necesitó de leyes impuestas y éstas, a su vez, de la
violencia que las hiciera efectivas. En definitiva, para imponerse
como Sistema ha tenido que hacerse suficientemente coercitivo,
llegando a naturalizar el empleo de la fuerza, hasta “legitimar”
la apropiación o robo de la Tierra, la titularidad del botín, lo
robado al Común.
Lo que hoy nombramos como
capitalismo y estado (escrito con mayúsculas), por debajo de su
moderna formulación, fruto de una convulsa evolución histórica,
tiene su origen y su última justificación en ese mecanismo/sistema
de legitimación del robo de la Tierra por parcelas y mediante
imposición legal, respaldada en todo caso por el empleo último de
la fuerza bruta. La violencia, legal y/o física, necesaria para
lograr el dominio sobre la naturaleza y sobre el resto de seres
humanos no pertenecientes a las élites propietarias, es
necesariamente consustancial a esta forma de ejercer el dominio o
propiedad sobre la Tierra, sobre la naturaleza viva o inerte y, por
extensión, sobre la humanidad restante, que así, violentamente, es
excluida de su original derecho al uso de la Tierra común.
Además del Estado como
garante, el derecho de robo necesitó de un aparato legal, la
herencia, como derecho naturalizado que permitiera la transmisión
generacional de la propiedad, para hacer posible la reproducción del
dominio en beneficio exclusivo de la descendencia de los “legítimos”
propietarios, en modo que garantizase la continuidad y, en
definitiva, la reproducción de la clase social dominante, en base a
ese “derecho” de apropiación, originalmente violento y
delictivo.
El derecho de propiedad de la
tierra no puede entenderse sin esos asociados derechos de herencia y
uso de violencia, que están en el origen del patriarcado como
sistema organizativo de las sociedades jerárquicas, gobernadas o
heterónomas, sociedades no libres ni democráticas. Veremos que
ello es así por encima de toda otra consideración, incluida la de
género.
En este sistema de apropiación
de la tierra, el varón/padre se ve forzado a incluir en su parcela
de dominio a la hembra/madre si quiere tener control sobre la
propiedad, si no quiere alimentar hijos que no sean “suyos” y, en
definitiva, si quiere asegurar la continuidad de la propiedad
mediante su transmisión “legal” exclusivamente a favor de su
descendencia, otorgando a ésta el derecho de herencia. Para no
repartir su botín entre hijos que pudieran ser ajenos, en su dominio
o propiedad tiene que incluir, necesariamente, a la hembra/madre.
Así, la violencia patriarcal es consustancial al derecho de
propiedad de la tierra, como lo es al orden estatal-capitalista que
la sostiene. El Patriarcado se fundamenta en el derecho de
apropiación de la Tierra, cuya naturaleza violenta no logra ser
borrada, ni naturalizada, por efecto de la herencia y la costumbre.
El predominio de la ideología
de la propiedad, simultáneamente sustentada en la violencia
económica (perfeccionada como Capitalismo) y/o en la violencia
legal/militar (perfeccionada como Estado), explica el predominio
totalitario de toda clase gobernante, que necesariamente es clase
“propietaria”, o bien, clase subordinada y con su misma finalidad
apropiatoria. Genéricamente, hoy denominamos “burguesía” a la
clase social organizada en oligarquías o élites dominantes,
integradas por individuos propietarios y sus corporaciones, o por
sus estamentos subordinados de clase media (“pequeña”
burguesía). Es inevitable el conflicto interno entre ambas
facciones, que intenta ser canalizado como conflicto
derechas-izquierdas en los regímenes denominados “democracias
parlamentarias”, conflicto entre burguesía titular y burguesía
aspirante a la propiedad de la Tierra común.
La hembra/madre emparentada
con la burguesía, cuando se dice “feminista” está compartiendo
la misma ideología propietarista y patriarcal. Lo que está
reclamando es igualdad en el “patriarcado”, en el derecho de
propiedad y dominio, lo que quiere es disputar este derecho “burgués”
con el varón/padre, quiere ser “igualmente” patriarcado, no un
igual entre todos los humanos, sí un igual entre la clase dominante.
Quiere asegurarse los beneficios derivados del derecho a la
propiedad. Así es como el feminismo es, en esencia, ideología
propietarista y burguesa, estatal y capitalista.
No hay sociedad igualitaria y
democrática que sea posible partiendo del feminismo, por la misma
razón que no la hay desde la ideología patriarcal, porque ambas son
iguales en esencia, igualmente burguesas, heterónomas y
totalitarias. Ambas son una, feminismo patriarcal o patriarcado
feminista, que necesita del borrado de nuestra historia, porque si
recurriéramos a ese conocimiento y experiencia comprobaríamos que
sólo las sociedades matriarcales fueron no propietaristas y que sólo
entonces se aproximaron al ideal universal, igualitario y
democrático. En las sociedades matriarcales, la sexualidad podía
ser realmente libre, la hembra/madre engendraba hijos que no eran de
su propiedad, que eran tan “suyos” como de toda la comunidad, que
así se hacía responsable colectiva del cuidado de todos los hijos.
Sabemos que éstos, fueran hembras o varones, llamaban “padre” a
todos los varones adultos de la comunidad de la que formaban parte.
Siglos de costumbre en el adoctrinamiento propietarista nos
distancian de esa concepción existencial, de la organización social
comunitaria, convivencial y democrática. Los sujetos desposeídos,
hembras y varones, en esa inercia histórica hemos sido
transformados, convertidos en objeto de dominio, rendidos por el uso
sistémico de la violencia propietarista del patriarcado, hemos visto
reducida nuestra esencia humana de sujetos libres a la condición de
objeto y producto funcional al beneficio y predominio de las élites,
que han logrado adueñarse de la Tierra (parcela a parcela) y de
nuestras vidas (individuo a individuo), arrasando toda idea de
individualidad responsable (libertad) y toda idea de comunidad
(autonomía o autogobierno colectivo). Unas élites a las que sólo
nos queda imitar, soñar con alcanzar su estatus.
Ahora, el caso es que hemos
llegado a un punto en el que la posibilidad de extinción ha dejado
de ser un argumento imaginario al que recurrir para escribir relatos
novelados o para hacer películas de ciencia-ficción. Ahora vemos la
extinción como amenaza real y palpable, todos los datos de la
realidad presente dejan espacio a esa posibilidad. De tal modo es
así, que ya no tenemos margen de elección, como creíamos tenerla
cuando hacíamos revoluciones parciales, sólo políticas o
económicas, más o menos religiosas, revoluciones burguesas o
proletarias guiadas por éticas economicistas, en disputa por el
poder y la promesa de abundancia que le sigue, bajo cuya lógica el
individuo débil y/o desposeído siempre acabó queriendo ocupar el
lugar del propietario, siempre quiso más propiedad, más abundancia
de bienes materiales, incluso por encima de sus necesidades, e
incluso al coste de vender su libertad y conciencia por un plato de
poder, por unas cuantas lentejas. Esas revoluciones sólo buscaban
cambiar de gobierno, el título de propiedad, no buscaban abolir la
propiedad de la Tierra, ningún cuidado de la vida que de ella
proviene, nada de compartir sus bienes entre iguales, nada de
convivencia y nada de democracia verdadera...como mucho, sólo su
representación imaginaria, su escenificación, esta falsificación
que, carentes de vergüenza, aún seguimos llamando “democracia”.
¡Hasta los anarquistas
llegaron a proclamar el derecho de propiedad de la tierra para quien
la trabaje!...exaltando así los fines de apropiación individual y
competencia entre iguales; nadie proclama el universal derecho y
responsabilidad (deber) de su uso colaborativo, comunitario y
convivencial, para todas las generaciones y para todos los individuos
sin excepción. Lo que todos quieren es el dominio, la propiedad de
la Tierra. Y por eso, burgueses y proletarios, derechas e izquierdas,
machistas y feministas, aman la propiedad y su acumulación
(capitalismo) y persiguen la conquista de su garante y custodio, el
Estado. Creen que sólo así podrán llegar a ser “igualmente”
propietarias y propietarios de la Tierra.
El ecologismo o el feminismo,
incluso gran parte del anarquismo, han devenido en ideologías
identitarias, como facciones, partidos, sindicatos e instituciones
más o menos formales, todas afines a la Propiedad y al Estado. Hemos
asistido a la cooptación ideológica de las revoluciones
precedentes, de las que todavía queda un mínimo rescoldo, el de los
bienes comunales. Por eso estos bienes vuelven a estar de moda como
bienes “históricos”, por no decir folclóricos, todo ello para
apagar definitivamente esa ínfima brasa. Por eso que perdamos el
tiempo en soñar comunales a partir de solares abandonados y
transformados en huertos urbanos. Por eso que practiquemos esa
ensoñación que, mágicamente, convierte lo público (la propiedad
estatal) en bienes comunales. Para su extinción definitiva se
necesita ignorar que tanto las grandes parcelas de propiedad privada
como el suelo municipal destinado a plaza pública o a huerto urbano,
incluso la parcelita de un chalet adosado en una urbanización
residencial o en medio del campo... y hasta la mínima extensión de
nuestros pisitos de ciudad, son parte de la Tierra común.
Podríamos usar la tierra,
sí, para habitarla y para trabajar en ella, para producir lo que
necesitamos a partir de los bienes comunes, podríamos hacerlo sin
necesidad de robar esos bienes a nadie y menos al Común. Sólo
comunidades autogobernadas en asamblea de iguales, habitantes que
comparten y conviven en el “territorio” -en esa parte de la
Tierra por ellas habitada- están legitimadas para administrar ese
uso comunal, del que cada individuo se hace responsable ante su
comunidad y ésta responsable universal de su administración y
cuidado. Pero nadie, nunca, debería soñar siquiera
con la propiedad de la Tierra Común.
Por mucho que sigamos dándole
la vuelta al calcetín de la realidad, la Tierra no nos pertenece,
somos nosotros (la especie humana), como todas las formas de vida y
como todas las formas de existencia, animadas o inertes, los que
pertenecemos a la Tierra. De entre todas las especies, somos
nosotros, humanos, sobre quienes recae la mayor responsabilidad en
el uso de la Tierra y en su cuidado, en tal modo que la vida toda
tenga posibilidad de reproducción y existencia. Tenemos esa
responsabilidad universal por razón de nuestra evolución
inteligente, animada por voluntad propia, por sentido de amor a la
vida, de comunidad y perfección, porque tenemos conocimiento y
conciencia de nosotros mismos y de cuanto existe en nuestro
entorno. Capacidades de conocimiento y de elección (libertad),
inseparables en un mismo lote que nos hace natural y universalmente
responsables del cuidado de nuestros iguales humanos, de la vida en
su conjunto y, en definitiva, responsables del cuidado de la Tierra
Común. Nada diferente a lo que les sucede a los individuos con mayor
conocimiento y experiencia, en cualquier grupo humano y en la
mayoría de las especies.
Nuestra libertad personal es
autonomía individual, que se hace colectiva, como autogobierno o
democracia, cuando es compartida, cuando es en Común, en asamblea de
iguales. Nuestro conocimiento es siempre individual y colectivo a la
vez, es siempre producto social aunque surja por esfuerzo y
creatividad individual, porque ningún individuo aislado puede
producir conocimiento en soledad y por sí mismo. Libertad de
conciencia y conocimiento constituyen juntos nuestro procomún
humano, para bien o para mal, para convivir o para extinguirnos, un
procomún que en cualquier caso es inseparable de la responsabilidad
personal y universal que comporta. Así es como individuo y comunidad
se construyen mutuamente, como la Tierra toda es el procomún
universal de la vida, bien común y propio de todos los seres vivos,
de todas sus especies y generaciones. Todos los demás comunales que
podamos considerar siempre serán derivados y subsidiarios de estos
dos principales e inseparables, sólo viables en comunidades
convivenciales y autogobernadas, a las que en rigor deberíamos
denominar democracias, en sustantivo, sin más
adjetivos.
Entonces, ¿no existe ninguna
forma de propiedad legítima?...yo pienso que sí: la propiedad de lo
producido mediante trabajo humano, sea éste individual o colectivo.
Llegado el día en que pactemos la comunalidad de la Tierra, trabajo
y propiedad estarán íntimamente relacionados y condicionados, no
habrá propiedad que no derive del trabajo. Lo hoy producido mediante
trabajo asalariado es algo, mercancía, ajena al productor, es algo
“propio” del Propietario, que así se adueña de todo: de la
materia prima mediante la apropiación de los bienes primarios, de
los medios técnicos mediante la apropiación del conocimiento, de la
mercancía mediante apropiación del esfuerzo físico y la
inteligencia individual del productor...como de la vida misma de
éste, al tener su asalariada vida atada (podríamos decir esclava) a
la voluntad del propietario, sea quien sea.
Pienso que el dominio o
propiedad -sea sobre algo o sobre alguien- siempre deriva en
soberanía, en sumisión del objeto al poder del sujeto-propietario.
Y que este poder sólo es aplicable sobre algo “propio”, algo
que sea producido por el sujeto. Así, nada que sea comunal puede
hacerse “propio”, si no es mediante robo y, en definitiva,
mediante alguna forma de violencia.
Adenda,
persiguiendo a
Darwin.
Quienes
tengamos
la
libertad por
principio existencial, no deberíamos temer a la Ciencia
por
su habitual
vecindad
y dependencia
del
poder económico
y político, legal y militar,
no
porque
durante
siglos el
conocimiento haya
sido expropiado al Común
y manejado
para
justificar el
robo
sistemático
de
los bienes comunales.
Ese
edificio todavía tiene sustento “científico”
en una
“pseudociencia”,
la
teoría
darwinista
de
la
evolución
por selección
natural,
fundamentada en la competencia
entre
individuos y las
especies...pero
su falsedad ya
está quedando
al descubierto.
Afortunadamente,
el conocimiento de la materia y, por ende, el conocimiento
sobre el funcionamiento
de la vida no podrá
ser detenido ni ocultado por mucho más tiempo. La teoría
darwinista, empleada como sustento ideológico y
científico-religioso
del “tinglado” capitalista y
estatal,
está siendo desmontado
por
la ciencia
de la biología,
cuyos
avances están dejando al descubierto lo
que en esencia es el
darwinismo y sus neoversiones:
pura
tautología, afirmación
retórica de obviedades
redundantes
y vacías
de sentido, con voluntad
pretenciosa de constituirse
en
religión “científica”,
a la que todo el conocimiento humano
(incluida
la ciencia biológica)
debieran
supeditarse.
Como
afirma el biólogo Emilio Cervantes, “¿Propuso Darwin
alguna explicación verificable experimentalmente del modo como
cambian las especies? De ninguna manera. La Teoría de Evolución por
Selección Natural dista mucho de ser, no sólo una teoría
verificable experimentalmente y expresable mediante fórmulas
matemáticas, sino tan siquiera una explicación de la evolución
basada en datos reales y asequibles. Veamos en qué consiste: para
llegar a su enunciado, Darwin parte de observaciones realizadas en el
curso del viaje en el Beagle, pero curiosamente comienza su libro
titulado “Sobre el Origen de las Especies por Medio de la Selección
Natural o la Preservación de las Razas Favorecidas en la Lucha por
la Vida” con un largo
capitulo dedicado a la selección artificial. La extrapolación de
resultados de laboratorio (o de granja) a la naturaleza, es siempre
arriesgada, pero un inconveniente mayor es que los experimentos de
mejora resultan, sí en mejora, pero no en cambios de especie. Darwin
parte así mismo de las ideas de Malthus sobre poblaciones humanas.
Si la capacidad de reproducción es ilimitada, pero la población
sigue siendo limitada, debe haber un mecanismo de selección. Son los
más aptos los que sobreviven y tienen descendientes. Este
razonamiento es una pura tautología: una verdad de Perogrullo. No
puede ser demostrado porque no hay nada que demostrar. Es,
sencillamente, la expresión de una manera de ver las cosas. La
supervivencia de los más aptos es equivalente a la supervivencia de
los mejores, de los que, en definitiva, sobreviven. En la era de la
biología experimental el cambio debería ser explicado en términos
de
elementos moleculares”.
Diversas
explicaciones justifican el éxito de la teoría de Darwin. Muchas de
ellas no se basan en el significado real de su aportación a la
Ciencia, sino en otros tipos de criterios, que no acaban
convenciendo, mientras que Miguel de Unamuno acertaba plenamente al
atribuir el éxito de la teoría de Darwin “en haber acabado
con puntos de vista muy importantes y asentados”. Pero ésto no
lo defendió sólo Unamuno, que no fue el único; por ejemplo,
Charles Hodge de Princeton decía: “no obstante,
ni la evolución ni la selección natural es lo que da al
darwinismo su carácter peculiar y su importancia. Es el hecho de que
Darwin rechaza toda teleología o doctrina de las causas finales.
Niega diseño en cualquiera de los organismos en el mundo vegetal o
animal. Enseña que el ojo se formó sin ningún propósito de
producir un órgano de la visión”...en definitiva, que la obra
de Darwin sirve para eliminar la idea de diseño o causa final en el
estudio de la evolución. Como concluye el citado Emilio Cervantes:
“la obra de Darwin sólo*
sirve para eliminar la idea de diseño** en el
estudio de la evolución. Si ésto es o no es un primer
paso para que la ciencia se imponga como religión, puede ser
propuesta útil para empezar un diálogo fructífero”.
Que sepamos, de momento sólo nosotros, los humanos, somos
responsables del cuidado de la vida y de la Tierra Común, de su
orden natural y su ecología, de su mantenimiento y reproducción.
Que de existir un productor del Universo, ya se encargará de
corregirnos si nos equivocamos.
Notas:
*Me
permito este añadido (sólo), procedente de mi propio
entendimiento.
**También
añado lo que yo entiendo por “diseño”:
voluntad de elección, libertad del
sujeto en definitiva.
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