martes, 11 de junio de 2019

TEORÍA DE LA PROPIEDAD Y GÉNERO DE LA VIOLENCIA

Teoría de la propiedad y género de la violencia. 
Adenda: persiguiendo a Darwin.


La apropiación de la Tierra fue un largo proceso, que se hizo violento cuando dejamos de compartir en común los bienes naturales. Y a partir de entonces sólo pudo imponerse sobre la faz del planeta mediante el uso de la fuerza bruta. Necesitó de leyes impuestas y éstas, a su vez, de la violencia que las hiciera efectivas. En definitiva, para imponerse como Sistema ha tenido que hacerse suficientemente coercitivo, llegando a naturalizar el empleo de la fuerza, hasta “legitimar” la apropiación o robo de la Tierra, la titularidad del botín, lo robado al Común.

Lo que hoy nombramos como capitalismo y estado (escrito con mayúsculas), por debajo de su moderna formulación, fruto de una convulsa evolución histórica, tiene su origen y su última justificación en ese mecanismo/sistema de legitimación del robo de la Tierra por parcelas y mediante imposición legal, respaldada en todo caso por el empleo último de la fuerza bruta. La violencia, legal y/o física, necesaria para lograr el dominio sobre la naturaleza y sobre el resto de seres humanos no pertenecientes a las élites propietarias, es necesariamente consustancial a esta forma de ejercer el dominio o propiedad sobre la Tierra, sobre la naturaleza viva o inerte y, por extensión, sobre la humanidad restante, que así, violentamente, es excluida de su original derecho al uso de la Tierra común.

Además del Estado como garante, el derecho de robo necesitó de un aparato legal, la herencia, como derecho naturalizado que permitiera la transmisión generacional de la propiedad, para hacer posible la reproducción del dominio en beneficio exclusivo de la descendencia de los “legítimos” propietarios, en modo que garantizase la continuidad y, en definitiva, la reproducción de la clase social dominante, en base a ese “derecho” de apropiación, originalmente violento y delictivo.

El derecho de propiedad de la tierra no puede entenderse sin esos asociados derechos de herencia y uso de violencia, que están en el origen del patriarcado como sistema organizativo de las sociedades jerárquicas, gobernadas o heterónomas, sociedades no libres ni democráticas. Veremos que ello es así por encima de toda otra consideración, incluida la de género.


En este sistema de apropiación de la tierra, el varón/padre se ve forzado a incluir en su parcela de dominio a la hembra/madre si quiere tener control sobre la propiedad, si no quiere alimentar hijos que no sean “suyos” y, en definitiva, si quiere asegurar la continuidad de la propiedad mediante su transmisión “legal” exclusivamente a favor de su descendencia, otorgando a ésta el derecho de herencia. Para no repartir su botín entre hijos que pudieran ser ajenos, en su dominio o propiedad tiene que incluir, necesariamente, a la hembra/madre. Así, la violencia patriarcal es consustancial al derecho de propiedad de la tierra, como lo es al orden estatal-capitalista que la sostiene. El Patriarcado se fundamenta en el derecho de apropiación de la Tierra, cuya naturaleza violenta no logra ser borrada, ni naturalizada, por efecto de la herencia y la costumbre.

El predominio de la ideología de la propiedad, simultáneamente sustentada en la violencia económica (perfeccionada como Capitalismo) y/o en la violencia legal/militar (perfeccionada como Estado), explica el predominio totalitario de toda clase gobernante, que necesariamente es clase “propietaria”, o bien, clase subordinada y con su misma finalidad apropiatoria. Genéricamente, hoy denominamos “burguesía” a la clase social organizada en oligarquías o élites dominantes, integradas por individuos propietarios y sus corporaciones, o por sus estamentos subordinados de clase media (“pequeña” burguesía). Es inevitable el conflicto interno entre ambas facciones, que intenta ser canalizado como conflicto derechas-izquierdas en los regímenes denominados “democracias parlamentarias”, conflicto entre burguesía titular y burguesía aspirante a la propiedad de la Tierra común.

La hembra/madre emparentada con la burguesía, cuando se dice “feminista” está compartiendo la misma ideología propietarista y patriarcal. Lo que está reclamando es igualdad en el “patriarcado”, en el derecho de propiedad y dominio, lo que quiere es disputar este derecho “burgués” con el varón/padre, quiere ser “igualmente” patriarcado, no un igual entre todos los humanos, sí un igual entre la clase dominante. Quiere asegurarse los beneficios derivados del derecho a la propiedad. Así es como el feminismo es, en esencia, ideología propietarista y burguesa, estatal y capitalista.

No hay sociedad igualitaria y democrática que sea posible partiendo del feminismo, por la misma razón que no la hay desde la ideología patriarcal, porque ambas son iguales en esencia, igualmente burguesas, heterónomas y totalitarias. Ambas son una, feminismo patriarcal o patriarcado feminista, que necesita del borrado de nuestra historia, porque si recurriéramos a ese conocimiento y experiencia comprobaríamos que sólo las sociedades matriarcales fueron no propietaristas y que sólo entonces se aproximaron al ideal universal, igualitario y democrático. En las sociedades matriarcales, la sexualidad podía ser realmente libre, la hembra/madre engendraba hijos que no eran de su propiedad, que eran tan “suyos” como de toda la comunidad, que así se hacía responsable colectiva del cuidado de todos los hijos. Sabemos que éstos, fueran hembras o varones, llamaban “padre” a todos los varones adultos de la comunidad de la que formaban parte. Siglos de costumbre en el adoctrinamiento propietarista nos distancian de esa concepción existencial, de la organización social comunitaria, convivencial y democrática. Los sujetos desposeídos, hembras y varones, en esa inercia histórica hemos sido transformados, convertidos en objeto de dominio, rendidos por el uso sistémico de la violencia propietarista del patriarcado, hemos visto reducida nuestra esencia humana de sujetos libres a la condición de objeto y producto funcional al beneficio y predominio de las élites, que han logrado adueñarse de la Tierra (parcela a parcela) y de nuestras vidas (individuo a individuo), arrasando toda idea de individualidad responsable (libertad) y toda idea de comunidad (autonomía o autogobierno colectivo). Unas élites a las que sólo nos queda imitar, soñar con alcanzar su estatus.

Ahora, el caso es que hemos llegado a un punto en el que la posibilidad de extinción ha dejado de ser un argumento imaginario al que recurrir para escribir relatos novelados o para hacer películas de ciencia-ficción. Ahora vemos la extinción como amenaza real y palpable, todos los datos de la realidad presente dejan espacio a esa posibilidad. De tal modo es así, que ya no tenemos margen de elección, como creíamos tenerla cuando hacíamos revoluciones parciales, sólo políticas o económicas, más o menos religiosas, revoluciones burguesas o proletarias guiadas por éticas economicistas, en disputa por el poder y la promesa de abundancia que le sigue, bajo cuya lógica el individuo débil y/o desposeído siempre acabó queriendo ocupar el lugar del propietario, siempre quiso más propiedad, más abundancia de bienes materiales, incluso por encima de sus necesidades, e incluso al coste de vender su libertad y conciencia por un plato de poder, por unas cuantas lentejas. Esas revoluciones sólo buscaban cambiar de gobierno, el título de propiedad, no buscaban abolir la propiedad de la Tierra, ningún cuidado de la vida que de ella proviene, nada de compartir sus bienes entre iguales, nada de convivencia y nada de democracia verdadera...como mucho, sólo su representación imaginaria, su escenificación, esta falsificación que, carentes de vergüenza, aún seguimos llamando “democracia”.

¡Hasta los anarquistas llegaron a proclamar el derecho de propiedad de la tierra para quien la trabaje!...exaltando así los fines de apropiación individual y competencia entre iguales; nadie proclama el universal derecho y responsabilidad (deber) de su uso colaborativo, comunitario y convivencial, para todas las generaciones y para todos los individuos sin excepción. Lo que todos quieren es el dominio, la propiedad de la Tierra. Y por eso, burgueses y proletarios, derechas e izquierdas, machistas y feministas, aman la propiedad y su acumulación (capitalismo) y persiguen la conquista de su garante y custodio, el Estado. Creen que sólo así podrán llegar a ser “igualmente” propietarias y propietarios de la Tierra.
El ecologismo o el feminismo, incluso gran parte del anarquismo, han devenido en ideologías identitarias, como facciones, partidos, sindicatos e instituciones más o menos formales, todas afines a la Propiedad y al Estado. Hemos asistido a la cooptación ideológica de las revoluciones precedentes, de las que todavía queda un mínimo rescoldo, el de los bienes comunales. Por eso estos bienes vuelven a estar de moda como bienes “históricos”, por no decir folclóricos, todo ello para apagar definitivamente esa ínfima brasa. Por eso que perdamos el tiempo en soñar comunales a partir de solares abandonados y transformados en huertos urbanos. Por eso que practiquemos esa ensoñación que, mágicamente, convierte lo público (la propiedad estatal) en bienes comunales. Para su extinción definitiva se necesita ignorar que tanto las grandes parcelas de propiedad privada como el suelo municipal destinado a plaza pública o a huerto urbano, incluso la parcelita de un chalet adosado en una urbanización residencial o en medio del campo... y hasta la mínima extensión de nuestros pisitos de ciudad, son parte de la Tierra común.
Podríamos usar la tierra, sí, para habitarla y para trabajar en ella, para producir lo que necesitamos a partir de los bienes comunes, podríamos hacerlo sin necesidad de robar esos bienes a nadie y menos al Común. Sólo comunidades autogobernadas en asamblea de iguales, habitantes que comparten y conviven en el “territorio” -en esa parte de la Tierra por ellas habitada- están legitimadas para administrar ese uso comunal, del que cada individuo se hace responsable ante su comunidad y ésta responsable universal de su administración y cuidado. Pero nadie, nunca, debería soñar siquiera con la propiedad de la Tierra Común.

Por mucho que sigamos dándole la vuelta al calcetín de la realidad, la Tierra no nos pertenece, somos nosotros (la especie humana), como todas las formas de vida y como todas las formas de existencia, animadas o inertes, los que pertenecemos a la Tierra. De entre todas las especies, somos nosotros, humanos, sobre quienes recae la mayor responsabilidad en el uso de la Tierra y en su cuidado, en tal modo que la vida toda tenga posibilidad de reproducción y existencia. Tenemos esa responsabilidad universal por razón de nuestra evolución inteligente, animada por voluntad propia, por sentido de amor a la vida, de comunidad y perfección, porque tenemos conocimiento y conciencia de nosotros mismos y de cuanto existe en nuestro entorno. Capacidades de conocimiento y de elección (libertad), inseparables en un mismo lote que nos hace natural y universalmente responsables del cuidado de nuestros iguales humanos, de la vida en su conjunto y, en definitiva, responsables del cuidado de la Tierra Común. Nada diferente a lo que les sucede a los individuos con mayor conocimiento y experiencia, en cualquier grupo humano y en la mayoría de las especies.

Nuestra libertad personal es autonomía individual, que se hace colectiva, como autogobierno o democracia, cuando es compartida, cuando es en Común, en asamblea de iguales. Nuestro conocimiento es siempre individual y colectivo a la vez, es siempre producto social aunque surja por esfuerzo y creatividad individual, porque ningún individuo aislado puede producir conocimiento en soledad y por sí mismo. Libertad de conciencia y conocimiento constituyen juntos nuestro procomún humano, para bien o para mal, para convivir o para extinguirnos, un procomún que en cualquier caso es inseparable de la responsabilidad personal y universal que comporta. Así es como individuo y comunidad se construyen mutuamente, como la Tierra toda es el procomún universal de la vida, bien común y propio de todos los seres vivos, de todas sus especies y generaciones. Todos los demás comunales que podamos considerar siempre serán derivados y subsidiarios de estos dos principales e inseparables, sólo viables en comunidades convivenciales y autogobernadas, a las que en rigor deberíamos denominar democracias, en sustantivo, sin más adjetivos.

Entonces, ¿no existe ninguna forma de propiedad legítima?...yo pienso que sí: la propiedad de lo producido mediante trabajo humano, sea éste individual o colectivo. Llegado el día en que pactemos la comunalidad de la Tierra, trabajo y propiedad estarán íntimamente relacionados y condicionados, no habrá propiedad que no derive del trabajo. Lo hoy producido mediante trabajo asalariado es algo, mercancía, ajena al productor, es algo “propio” del Propietario, que así se adueña de todo: de la materia prima mediante la apropiación de los bienes primarios, de los medios técnicos mediante la apropiación del conocimiento, de la mercancía mediante apropiación del esfuerzo físico y la inteligencia individual del productor...como de la vida misma de éste, al tener su asalariada vida atada (podríamos decir esclava) a la voluntad del propietario, sea quien sea.
Pienso que el dominio o propiedad -sea sobre algo o sobre alguien- siempre deriva en soberanía, en sumisión del objeto al poder del sujeto-propietario. Y que este poder sólo es aplicable sobre algo “propio”, algo que sea producido por el sujeto. Así, nada que sea comunal puede hacerse “propio”, si no es mediante robo y, en definitiva, mediante alguna forma de violencia.



Adenda, persiguiendo a Darwin.
Quienes tengamos la libertad por principio existencial, no deberíamos temer a la Ciencia por su habitual vecindad y dependencia del poder económico y político, legal y militar, no porque durante siglos el conocimiento haya sido expropiado al Común y manejado para justificar el robo sistemático de los bienes comunales. Ese edificio todavía tiene sustento científico” en unapseudociencia”, la teoría darwinista de la evolución por selección natural, fundamentada en la competencia entre individuos y las especies...pero su falsedad ya está quedando al descubierto. Afortunadamente, el conocimiento de la materia y, por ende, el conocimiento sobre el funcionamiento de la vida no podrá ser detenido ni ocultado por mucho más tiempo. La teoría darwinista, empleada como sustento ideológico y científico-religioso del “tinglado” capitalista y estatal, está siendo desmontado por la ciencia de la biología, cuyos avances están dejando al descubierto lo que en esencia es el darwinismo y sus neoversiones: pura tautología, afirmación retórica de obviedades redundantes y vacías de sentido, con voluntad pretenciosa de constituirse en religión “científica”, a la que todo el conocimiento humano (incluida la ciencia biológica) debieran supeditarse.

Como afirma el biólogo Emilio Cervantes, ¿Propuso Darwin alguna explicación verificable experimentalmente del modo como cambian las especies? De ninguna manera. La Teoría de Evolución por Selección Natural dista mucho de ser, no sólo una teoría verificable experimentalmente y expresable mediante fórmulas matemáticas, sino tan siquiera una explicación de la evolución basada en datos reales y asequibles. Veamos en qué consiste: para llegar a su enunciado, Darwin parte de observaciones realizadas en el curso del viaje en el Beagle, pero curiosamente comienza su libro titulado “Sobre el Origen de las Especies por Medio de la Selección Natural o la Preservación de las Razas Favorecidas en la Lucha por la Vida” con un largo capitulo dedicado a la selección artificial. La extrapolación de resultados de laboratorio (o de granja) a la naturaleza, es siempre arriesgada, pero un inconveniente mayor es que los experimentos de mejora resultan, sí en mejora, pero no en cambios de especie. Darwin parte así mismo de las ideas de Malthus sobre poblaciones humanas. Si la capacidad de reproducción es ilimitada, pero la población sigue siendo limitada, debe haber un mecanismo de selección. Son los más aptos los que sobreviven y tienen descendientes. Este razonamiento es una pura tautología: una verdad de Perogrullo. No puede ser demostrado porque no hay nada que demostrar. Es, sencillamente, la expresión de una manera de ver las cosas. La supervivencia de los más aptos es equivalente a la supervivencia de los mejores, de los que, en definitiva, sobreviven. En la era de la biología experimental el cambio debería ser explicado en términos de elementos moleculares”.

Diversas explicaciones justifican el éxito de la teoría de Darwin. Muchas de ellas no se basan en el significado real de su aportación a la Ciencia, sino en otros tipos de criterios, que no acaban convenciendo, mientras que Miguel de Unamuno acertaba plenamente al atribuir el éxito de la teoría de Darwin “en haber acabado con puntos de vista muy importantes y asentados”. Pero ésto no lo defendió sólo Unamuno, que no fue el único; por ejemplo, Charles Hodge de Princeton decía: no obstante, ni la evolución ni la selección natural es lo que da al darwinismo su carácter peculiar y su importancia. Es el hecho de que Darwin rechaza toda teleología o doctrina de las causas finales. Niega diseño en cualquiera de los organismos en el mundo vegetal o animal. Enseña que el ojo se formó sin ningún propósito de producir un órgano de la visión”...en definitiva, que la obra de Darwin sirve para eliminar la idea de diseño o causa final en el estudio de la evolución. Como concluye el citado Emilio Cervantes: la obra de Darwin sólo* sirve para eliminar la idea de diseño** en el estudio de la evolución. Si ésto es o no es un primer paso para que la ciencia se imponga como religión, puede ser propuesta útil para empezar un diálogo fructífero”.

Que sepamos, de momento sólo nosotros, los humanos, somos responsables del cuidado de la vida y de la Tierra Común, de su orden natural y su ecología, de su mantenimiento y reproducción. Que de existir un productor del Universo, ya se encargará de corregirnos si nos equivocamos.


Notas:
*Me permito este añadido (sólo), procedente de mi propio entendimiento.
**También ado lo que yo entiendo por “diseño”: voluntad de elección, libertad del sujeto en definitiva.

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